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domingo, 5 de abril de 2020

HIERBA DE BRUJAS, de Toti Martínez de Lezea

HIERBA DE BRUJAS, de Toti Martínez de Lezea

Llegúe a Toti Martínez de Lezea hace ya muchos años. Acababa de estrenar cuñado, y en una  de nuestras primeras conversaciones, nos dimos cuenta que compartíamos gusto por la lectura. Por aquel entonces, me encontraba documentándome para escribir un relato con el que participar en un concurso literario. Como el tema era libre, y en aquel momento acababa de terminar de lerme el Malleus Malleficarum, el más famoso tratado de bujería de la Edad Media, decidí escribir sobre el tema, y le enseñé los dos primeros folios que tenía escritos. Pinta bien, apuntó él justo en el momento en el que nos llamaban para sentarnos a la mesa.

En la siguiente comida que tuvimos en familia al cabo de una semana, tuvo el detalle de traerme un libro que, según me dijo, Te tienes que leer. Yo andaba enfrascado en la documentación para mi relato, pero al ver la portada, lo tomé entre mis manos con curiosidad. En ella aparecían dos mujeres, una sentada en el suelo, como recostada, joven, con el vientre abultado y siendo socorrida por otra mujer, ésta de edad más avanzada, cubierta su cabeza con una suerte de tocado blanco que parece un cuerno. Editada por la editorial Ttartallo, y bajo el título de La Herbolera, descubrí una historia de "brujas" desconocida para el gran público, pues todos relacionamos brujas con el proceso que la Inquisición llevó a cabo en 1610 para acabar con la brujería en el pequeño pueblo navarro de Zugarramurdi. En esta ocasión narraba los sucesos que se dieron en el Duranguesado, una comarca vizcaína que se extiende entre Bilbao y Eibar, y cuyas gentes también tuvieron que soportar con horror cómo la caza de brujas sirvió para sembrar el terror.La lectura de aquel libro (que recomiendo fervientemente) me impresionó tanto, que me surgió esa extraña necesidad ¿os ha pasado a vosotros? de buscar más libros de la autora y adentrarme en su literatura. ¿Cómo llamaríais a eso: un flechazo literario?

Por cierto, gané el concurso.

 
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Portada de Hierba de brujas, de Toti Martínez de Lezea



Probablemente Toti Martínez de Lezea sea la autora más reseñada en este blog. Las razones son varias, y no son cuasuales: en primer lugar, se trata de una autora muy prolífica, capaz de crear historias constantemente, y gracias a su esfuerzo diario (a pico y pala), su editorial prepara las prensas una vez al año para cocinar sus novelas. En segundo lugar, Erein, la fantástica editorial donostiarra que publica desde hace ya varios años todo lo que a la autora se le ocurre, es una de las editoriales que desde los inicios de este blog confió con determinación en nuestro proyecto, y a día de hoy, nuestro vínculo colaborativo con ellos sigue tan fuerte como el primer día. Y además, la escritora alavesa es en sí misma una escritora que nos encanta, pues sus novelas contienen esa fórmula mágica del éxito que, según dicen, deben de llevar las buenas novelas: están bien escritas, contienen tramas que enganchan al lector hasta el final y cuentan historias atractivas que rápidamente conectan con un gran número de lectores de todo tipo de edad y condición.

En esta ocasión, Toti presenta una nueva novela ambientada en esta ocasión en pleno siglo XVI, y cuyo título, Hierba de Brujas, viene acompañado en la portada por una preciosa imagen de una planta en flor ardiente, la Belladona, asociada desde hace siglos a las brujas porque era uno de los componentes principales de los ungüentos que éstas se aplicaban para volar sobre los palos de sus escobas. Y es que esta planta tiene muchas propiedades medicinales, incluso induce a las alucinaciones, y aplicada con la dosis excesiva, se convierte en un potentísimo veneno capaz de acabar con la vida del más ingenuo.

En 1512, el reino de Navarra, que se extendia a un lado y a otro de los Pirineos, es conquistado por el poderoso reino de Castilla. Desde entonces, y de manera intermintente, se produjeron distintos enfrentamientos entre quienes defendían el nuevo status quo bajo mando del emperador Carlos V (los beamonteses) y quienes anhelaban recuperar su sitaución anterior y para ello buscaron el apoyo del rey de Francia (los agramonteses). En 1525, y en medio de un conflicto más o menos soterrado en el valle fronterizo en que se desarrolla la novela (también tiene su importancia la ciudad de Pamplona), comienza abiertamente una novela que tiene dos líneas argumentales claramente definidas: por una parte, la que dedica a narrar la vida de un jurista, Bernabé, que desde muy niño sufrió el rechazo de su padre, ya que su llegada al mundo supuso la muerte de su madre. Fruto de una niñez y una adolescencia compleja sin un referente familiar afectivo (pero instruido por monjes y luego siendo estudiante en la Universidad de Salamanca), Bernabé se convierte en una persona de frío corazón, preocupado únicamente por hacerse con una buena posición social, en un intento de emular y sobrepasar al padre que nunca le quiso, notario de profesión.  Por otra parte, conoceremos la vida de Loredi desde su nacimiento, una joven nacida en el seno de una familia humilde en Zaraitzu, en el valle pirenaico de Salazar. Al ser la séptima hija del mismo matrimonio, la traidición la señala como bruja, y la sombra de los malos augurios se ciernen sobre ella. Tanto es así, que será rechazada por toda la familia al enterarse que la madre ha fallecido durante el parto. Su padre, Balendín, lejos de amilanarse, y llevado por la compasión hacia el último fruto de su felicidad con su mujer, alejará a su hija del valle sin que nadie lo sepa, y la cuidará personalmente hasta las últimas consecuencias.

Por el medio, podremos descubrir cómo era la vida en un ámbito rural y montañoso, en una tierra antiquísima con una tradición fuertemente arraigada a sus gentes pese a la llegada del cristianismo y la influencia opresora de los grandes reinos que se disputaban por aquel entonces el dominio del cetro europeo: Castilla y Francia. Aquellos hombres y mujeres, que hablaban un extraño idioma imposible de comprender, de carácter cerrado y creyentes aún de manera velada en la religión antigua de la diosa Mari, debían ser enderezados y sometidos a las nuevas costumbres que debían acatar, más aún si trataban, como lo hacían, de organizarse para desafiar al poder del emperador. Es por ello que, aprovechando el paganismo en el que vivían, desde el poder civil se desarrollaron persecuciones de personas sospechosas, la mayoría mujeres, para sembrar un terror tal que favoreciese la claudicación de los supervivientes.

La novela coge mucha fuerza a medida que ambos protagonistas principales van cruzando sus caminos, entablando una relación muy fuerte y tóxica al mismo tiempo, pues Bernabé comenzará a ser seducido por el poder tenebroso del Maligno debido al influjo de las brujas del valle, y Loredi seguirá tratando de escapar a un destino que parece no darle tregua, a pesar de que siempre trata de pasar desapercibida, y el único trato que busca tener con la gente es el de curar a las gentes que buscan su ayuda gracias al los conocimientos en plantas y raices que va aprendiendo desde joven.

La autora demuestra sus amplios conocimientos en la materia, y se recrea ofreciendo mucha información acerca de una época tenebrosa, dominada por la sinrazón y el interés oculto de la política y la religión. Confecciona un precioso y trágico relato de la gran mentira tejida en torno a la brujería, que sirvió de pretexto para hacer una limpia de personas analfabetas cuyo mayor pecado era el tener un sentimiento de pertenencia hacia una tierra y una cultura muy definido. La muerte de decenas de personas (muchas en la hoguera) opuestas al nuevo Rey, o de gentes que encontraban mejor remedio para curar enfermedades en bebedizos y en ungüentos realizados con las plantas que les proporcionaba la naturaleza en lugar de salmos y rezos, fue una consecuencia clara surgida del deseo irrenunciable de los poderosos por dejar radicalmente claro quién mandaba en la zona  (ellos) y quiénes debían obedecer (todos los demás).

Los personajes, tanto los secundarios como los principales, están bien definidos y se observa la evolución en cada uno de ellos, llevándolos hacia el Bien o el Mal según sus propios actos. Además, la escritora vasca sabe mezclar a aquellos que fueron reales con los que surgen de su imaginación de una manera tan diluída, que no sería extraño que muchos de los lectores se lancen a buscar esos nombres en Google para saber más de ellos, pues son personajes realmente atractivos, independientemente de su comportamiento. En cuanto al estilo de la autora, muy definido ya a estas alturas, apuntar que en esta ocasión los diálogos son más reducidos, y las tramas se van desarrollando por un narrador que está presente en todas partes, y que se adentra en el interior de los personajes para hacernos sentir sus sensaciones, sus alegrías, sus miedos, sus dudas. Sorprende cómo la obsesión por el sexo sobrevuela las excenas más perturbadoras de la novela, lo que da buena muestra de las consecuencias que la represión de algo natural puede llegar a generar en aquellos hombres que se encargaban de enjuiciar al pueblo, hombres con un alto nivel cultural, cuando no verdaderos eruditos, la nublación de la razón, desarrollada por numerosos años de estudio, cayendo derrotada ante el empuje de una depravación irrefrenable disfrazada de fe.

Hierba de brujas es una lectura muy amena, escrita con un ritmo agil y repleta de sucesos que mantendrán al lector con el deseo de avanzar y seguir pasando páginas. Se lee muy rápidamente, contiene ese tipo de personajes que no se olvidan y narra con buen pulso las persecuciones que se vivieron muy cerca de nosotros de aquellas personas diferentes. Su lectura debería ser obligada para ensanchar nuestra mirada, para tener una amplitud de pensamiento mayor del que cada uno tiene, pues es un canto a la diferencia, al respeto del distinto, al amor fraterno y al que deberíamos sentir, todos, por la naturaleza. Toti Martínez de Lezea lo ha vuelto a hacer, se ha reinventado a sí misma tratando una temática que ya nos había acercado en ocasiones anteriores, pero ha sabido hacerlo desde un punto de vista alternativo. Es, sin duda ninguna, la escritora que mejor se ha acercado al mundo de las brujas en los últimos años, y quien nos ha descubierto, además del propio mito, a las personas que estaban detrás, a esas (en su mayoría) mujeres valientesy frágiles al mismo tiempo, leales a sí mismas y a su legado cultural, centinelas de las esencias de todo un pueblo.


 HIERBA DE BRUJAS

Toti Martínez de Lezea


ISBN: 978-84-9109-502-6

Blog de la autora http://martinezdelezea.com/

Otras reseñas de la autora en nuestro blog


Una reseña de Santiago Navascués

©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

jueves, 13 de diciembre de 2012

“Curioso cuaderno de viaje de dos simpares viajeros” – 8ªParada:Exposición de Antiguos Instrumentos de Tortura



Tras nuestro extraño y maravilloso encuentro con la misteriosa mujer que conocimos en la Posada de la Hermandad, marchamos mi compañero y yo hacia la calle Alfonso XII, ansiosos por llegar a nuestro siguiente alto en el camino, La Exposición de Antiguos Instrumentos de Tortura.
Unos pasos por delante de nosotros iba el extraño, barbudo y desaliñado personaje que vimos en los sótanos de la Posada, el hombre tan solo nos miró un par de veces de soslayo, pero lo hizo con una intensidad que casi helaba la sangre; era como si el personaje en cuestión quisiera que le siguiéramos a donde quisiera que fuera, sin mediar palabra ni contacto, como si hubiera estado esperándonos durante mucho tiempo y ahora, al fin, pudiera llegar a su destino ya que había encontrado a quienes buscaba. Claro que esto solo era como de costumbre, impresión mía, pues según mi compañero era demasiado suponer con tan solo una mirada aviesa.



No habíamos andado apenas unos metros cuando escuchamos a nuestras espaldas un alarido que bien podría haber salido del mismo infierno. Fue como si un aliento cálido y húmedo, nos golpeara en la nuca y se extendiera por toda nuestra piel, erizando cada uno de los vellos de la misma. Esta vez no fuimos los únicos en oír cosas extrañas, que ya empezaba una a pensar que la locura quería instalarse en mi mente, pues desde que mi compañero y yo empezamos este curioso cuaderno de viaje, no habían dejado de pasarnos cosas asombrosas; varias personas que iban en nuestra misma dirección se pararon en seco al escuchar el terrible grito proveniente de calles más abajo.



−¡Viene de la calle de la Trapería! –dijo un anciano−es el grito de una mujer joven.
− Proviene de la Plaza del Pozo Amargo –dijo una señora− lo he oído claramente, es el grito de una anciana.
−¡En absoluto! –exclamó un cura que bajaba de la calle la Trinidad− viene de mucho más lejos, desde la Puerta del Cambrón, por la Bajada de San Martín. Se trata del chillido de algún animal, no hay voz humana capaz de emitir semejante sonido.



Nosotros, que no conocíamos la ciudad, éramos incapaces de situar en un lugar concreto el terrible alarido que habíamos escuchado minutos antes, y aún espeluznados por el suceso pero intentando recobrar la normalidad, decidimos que sería sin duda la broma de algún aburrido gracioso o un programa de la tele, hay gente que gusta de tener el volumen de su televisor como si de ellos dependiera que lo escuchara todo el planeta. Seguimos nuestro camino y al fin llegamos al Museo Alfonso XII, el ansia podía conmigo, moría por ver todos aquellos instrumentos de tortura aunque esperaba que no fuera nada demasiado tétrico ni explícito, pues a mi lado curioso, siempre le ha ido a la par mi parte escrupulosa.



En la puerta, había una mujer que había conocido tiempos mejores, en lo que se refiere al estilo vistiendo y a la higiene personal; iba desaliñada y despeinada, parecía salida de una antigua cocina de leña o carbón, y a pesar de la alta temperatura que aún había en Toledo aunque ya caía la tarde, la mujer se frotaba los brazos con las manos como si estuviera helada de frío. Le faltaban algunos dientes y nos sonrío al acercarnos, no sé porqué, pero aquella mujer no me dio mala espina, tan solo me produjo cierta lástima al ver su estado, aunque sus brillantes ojos dijeran, que no todo en ella era lo que parecía. Nuevamente, estaba suponiendo demasiadas cosas con tan solo una mirada. Aunque esta vez, Santiago, me dijo haber tenido la misma impresión.



Lejos de encontrarme una exposición tenebrosa, mi compañero y yo quedamos impresionados al ver el gusto y la poca morbosidad con la que estaban expuestos los diferentes y variadísimos instrumentos de tortura. Lo que más llamaba la atención al entrar era una suave música medieval que sonaba en todas las salas, era realmente preciosa y se podría decir que hasta relajante; nos comentaron en el museo que se trataba de una pieza exclusiva para la exposición, obra del compositor Eduardo Paniagua, con la que se trataba de ambientar el lugar sin caer en la típica música tétrica que solía sonar en este tipo de exposiciones.



No sé si fue la melodía que envolvía todo el lugar, la tarde que ya caía impenitente, la maravillosa casa del siglo XV en la que tenía cabida la exposición, que me sentí transportada a otro tiempo y espacio, como entre neblinas, ensoñaciones, tal vez incluso entre efluvios de las antiguas calles de Toledo…
Viendo estos instrumentos una podía hacerse una idea de lo que representaban los tribunales eclesiásticos y civiles en la Edad Media, el poder de la Inquisición sobre la población, el temor y el miedo que despertaban en todos ellos.




−Toledo no fue ducho en instrumentos de tortura, se contaba con más bien pocos, pero realmente eficaces, a cualquiera se le ponían los pelos de punta con verlos –nos dijo la mujer de la entrada− la garrucha, el potro y la toca eran los más habituales, no había hombre o mujer en esta ciudad que no temblara de miedo al oírlos nombrar siquiera. Miren mis brazos, helados están con tan solo pronunciar esos nombres.



Nos dijo que se llamaba Inés del Pozo, y que vivía no muy lejos de allí. A pesar de su tosco aspecto, la mujer poseía grandes y exactos conocimientos de aquellos instrumentos de tortura y de la sociedad de la época. Nos habló con todo lujo de detalles del funcionamiento de estos artilugios, de cómo la Inquisición se valía de ellos para arrancar confesiones, aunque la mayor parte de ellas fueran falsas, tan solo un vano intento de que cesaran aquellos tormentos.



Nos contó que no siempre estos instrumentos llevaban a la muerte, aunque durante el tiempo que duraban los tormentos muchos desearan estar muertos; nos contó la historia de Leonor de Barganza, una descendiente de judíos que se dedicaba a hacer conjuros para deshacer matrimonios y embarazos , y cuyas envidias y falsedades de los vecinos la llevaron a sufrir terribles tormentos de mano de la Inquisición Toledana. O el de Catalina Tapia, su directa competidora en hechizos y conjuros, con fama de prostituta y puesta en tormento en 1530, aunque según las actas inquisitoriales del momento, fue un tormento leve que aguantó sin daños visibles y tan solo fue condenada a cien azotes. Solo cien. Como el que habla de caricias.
Inés nos hablaba de estos sucesos como el que habla de los acontecimientos de su calle, barriada o pueblo, como si fuera algo normal que se ve todos los días. Pero resultaba tan agradable e interesante escucharla hablar.




Inés nos habló de la Silla de Interrogatorio, la cual vista ante nuestros ojos, resultaba realmente terrorífica, una precursora sin duda de la silla eléctrica…espeluznaba su proximidad. No menos espeluznante era el Aplastacabezas, un aparato más parecido a un utensilio de cocina que a cualquier otra cosa, era como un gigantesco exprimidor…dolía la cabeza con tan solo mirarlo. El Aplastapulgares, semejante a un aparato para cortar chorizos tras la matanza del cerdo, realmente terrible. Sentí empatía hacia todos los cerdos del mundo.




La Horquilla de Hereje, era algo difícil de explicar, parecía un útil para una mula o tal vez un apero de labranza, realmente complicado de imaginar su uso en la época a través de nuestros ojos; disponía de un tridente que se colocaba en el cuello, y así sus dientes aprisionaban la carne de la barbilla y el esternón, impidiendo cualquier movimiento de la cabeza y así tan solo permitir al reo murmurar palabras. El objetivo era que la víctima se declarara hereje para luego ser ejecutado en la Estaca. Inés no escatimaba en explicaciones y gestos, parecía que lo hubiera visto usar miles de veces.



También ponía los pelos de punta la Máscara Infamante, de lejos más parecida a un disfraz de carnaval que a un instrumento de tortura, pero al acercarnos a ella, el hierro del que estaba forjada y las afiladas púas de una especie de cuchillos que la coronaban, hacían que la impresión de disfraz se disipara totalmente de nuestras mentes. Seguimos estremeciéndonos con el Cinturón de Castidad, la Pera Anal, el Collar de Púas, la Rueda, la Picota en Tonel, la Guillotina, el Hacha del Verdugo, el Poste, los Sambenitos, el Desgarrador de Senos o el Bidón de las Comadres. Todos y cada uno de ellos eran realmente terroríficos, cuesta mucho imaginar, visto desde nuestros tiempos, que todos aquellos horribles instrumentos fueron pensados, creados y utilizados por y para un ser humano. Realmente difícil de asimilar, que alguien un día diseñara esos objetos, pensando que así acercaría su alma más a Dios y que alejaría las del resto del Infierno. Mentes enfermas en nuestros días, en aquellos de antaño…imposible definir.




Pero si creíamos haberlo visto todo aquella tarde en el Museo, una figura de hierro, como un sarcófago con púas de unos veinte centímetros en su interior y rostro de mujer, presidía la última sala que nos quedaba por ver. Se trataba de la Doncella de Hierro, para mí, el más terrorífico de cuantos instrumentos de tortura habíamos visto esa tarde…a la par que atrayente y mágico. No sé qué había en él, pero aquel sarcófago resultaba hipnótico a la mirada y parecía susurrar un “ven a mí” a través de su falsa boca de mujer. Inés se santiguó ante la Doncella, y parecía que el frío volvía de nuevo a ella y a sus delgados brazos. Los tres, ambos viajeros y nuestra ocasional acompañante, miramos fijamente aquella figura antropomorfa y supimos que nos había hechizado para siempre, imposible olvidarla jamás.




Nuestra curiosidad y mi particular ansiedad se vieron más que satisfechas tras la visita a la exposición, esta había colmado con creces cualquier expectativa que tuviéramos antes de llegar. Era impresionante, tan real, tan magnífico, soberbio, espeluznante, te hacía dar un respingo al alejarte de allí, como si dejases atrás unas manos que atenazaban tu cuello.




Salimos fuera y respiramos profundamente, por momentos sentí que el aire no llegaba a mis pulmones allí dentro, junto a aquellos instrumentos de tortura. Cerré los ojos por un segundo y al abrirlos, Inés había desaparecido, no había ni rastro de aquella mujer desaliñada, aunque un cierto olor a humo quedó en el ambiente. De nuevo, una impresión subjetiva de esta “cuentaviajes”.




El tiempo apremiaba en aquella tarde de verano, debíamos dirigirnos todavía a nuestra siguiente parada en el camino, y debíamos darnos prisa a pesar de que el cansancio ya se dejaba notar en demasía sobre estos viajeros; el IMPERIAL MONASTERIO DE SAN CLEMENTE, y la Exposición Permanente de los Templarios y otras Órdenes Militares, nos esperaban aún en aquella larga tarde de agosto.



Nos sentamos por un segundo a retomar fuerzas y recuperar el aliento que restan tantas cuestas arriba, y aprovechamos para echar un vistazo a un libro sobre Leyendas de Toledo que llevaba en mi bolso, y que aún no había tenido tiempo de ojear siquiera. Fue Santiago quien lo descubrió y quien sin palabras apenas, me pasó el capítulo por el que se había abierto, por casualidad, el libro al sacarlo del bolso.


“La que era considerada mejor hechicera de Toledo vivía junto a la puerta del Cambrón. Inés del Pozo recibía de forma habitual numerosas visitas de hombres en su casa para que les devolviese la virilidad que les había sido arrebatada por las otras hechiceras toledanas… También contaban entre sus habilidades recuperar amores de mujeres despechadas, para lo cual utilizando alguna ropa del hombre, previamente untada con su semen, y a media noche como es menester, recitaba: “Conjúrote, semilla, así como del cuerpo de Satanás, con el Diablo Cojuelo que puede más, que así como te has de quemar, así se queme Fulano por mí, que no pueda sosegar hasta que no venga a mi mandar”, quemando después la ropa. La condena que esta mujer sufrió fue de las más duras impuestas por este tipo de delitos: diez años de destierro y doscientos azotes.”
(Juan Blázquez de Miguel: “Toledo Mágico y Heterodoxo”)

Aquel libro hablaba de supuestas brujas toledanas llevadas ante la Inquisición por sus brujerías y malas artes; hablaba de Inés del Pozo, que vivió en la Puerta del Cambrón. De Ana de la Cruz, que vivía en la Calle del Pozo Amargo; de Mencía Chacón, de la Calle Trapería…todas esas mujeres acusadas de brujería habían vivido tiempo atrás en las mismas calles de las cuales, un par de horas antes, todos decían que provenía el terrible alarido que oímos camino de la Exposición.
Inés del Pozo. Inés del Pozo. Inés del Pozo.
No era una casualidad, nos dijimos sin palabras, y seguimos nuestro curioso viaje hacia nuestro próximo alto. Sin poder evitar mirar atrás al marcharnos.


“Diablos del horno, traérmelo en torno; diablos de la plaza, traérmelo en danza; diablos de la carnicería, traérmelo ayna”.




 ©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS




Fotografías: Santiago Navascués Ladrón.

Texto: Yolanda T. Villar





EXPOSICION DE ANTIGUOS INSTRUMENTOS DE TORTURA
Sala Exposiciones Alfonso XII (C/ Alfonso XII, 24), 45001
Toledo (Toledo)






Horarios

De lunes a sábados de 10:00 a 21:00 horas

Domingos de 10:00 a 20:00 horas