jueves, 13 de diciembre de 2012

“Curioso cuaderno de viaje de dos simpares viajeros” – 8ªParada:Exposición de Antiguos Instrumentos de Tortura



Tras nuestro extraño y maravilloso encuentro con la misteriosa mujer que conocimos en la Posada de la Hermandad, marchamos mi compañero y yo hacia la calle Alfonso XII, ansiosos por llegar a nuestro siguiente alto en el camino, La Exposición de Antiguos Instrumentos de Tortura.
Unos pasos por delante de nosotros iba el extraño, barbudo y desaliñado personaje que vimos en los sótanos de la Posada, el hombre tan solo nos miró un par de veces de soslayo, pero lo hizo con una intensidad que casi helaba la sangre; era como si el personaje en cuestión quisiera que le siguiéramos a donde quisiera que fuera, sin mediar palabra ni contacto, como si hubiera estado esperándonos durante mucho tiempo y ahora, al fin, pudiera llegar a su destino ya que había encontrado a quienes buscaba. Claro que esto solo era como de costumbre, impresión mía, pues según mi compañero era demasiado suponer con tan solo una mirada aviesa.



No habíamos andado apenas unos metros cuando escuchamos a nuestras espaldas un alarido que bien podría haber salido del mismo infierno. Fue como si un aliento cálido y húmedo, nos golpeara en la nuca y se extendiera por toda nuestra piel, erizando cada uno de los vellos de la misma. Esta vez no fuimos los únicos en oír cosas extrañas, que ya empezaba una a pensar que la locura quería instalarse en mi mente, pues desde que mi compañero y yo empezamos este curioso cuaderno de viaje, no habían dejado de pasarnos cosas asombrosas; varias personas que iban en nuestra misma dirección se pararon en seco al escuchar el terrible grito proveniente de calles más abajo.



−¡Viene de la calle de la Trapería! –dijo un anciano−es el grito de una mujer joven.
− Proviene de la Plaza del Pozo Amargo –dijo una señora− lo he oído claramente, es el grito de una anciana.
−¡En absoluto! –exclamó un cura que bajaba de la calle la Trinidad− viene de mucho más lejos, desde la Puerta del Cambrón, por la Bajada de San Martín. Se trata del chillido de algún animal, no hay voz humana capaz de emitir semejante sonido.



Nosotros, que no conocíamos la ciudad, éramos incapaces de situar en un lugar concreto el terrible alarido que habíamos escuchado minutos antes, y aún espeluznados por el suceso pero intentando recobrar la normalidad, decidimos que sería sin duda la broma de algún aburrido gracioso o un programa de la tele, hay gente que gusta de tener el volumen de su televisor como si de ellos dependiera que lo escuchara todo el planeta. Seguimos nuestro camino y al fin llegamos al Museo Alfonso XII, el ansia podía conmigo, moría por ver todos aquellos instrumentos de tortura aunque esperaba que no fuera nada demasiado tétrico ni explícito, pues a mi lado curioso, siempre le ha ido a la par mi parte escrupulosa.



En la puerta, había una mujer que había conocido tiempos mejores, en lo que se refiere al estilo vistiendo y a la higiene personal; iba desaliñada y despeinada, parecía salida de una antigua cocina de leña o carbón, y a pesar de la alta temperatura que aún había en Toledo aunque ya caía la tarde, la mujer se frotaba los brazos con las manos como si estuviera helada de frío. Le faltaban algunos dientes y nos sonrío al acercarnos, no sé porqué, pero aquella mujer no me dio mala espina, tan solo me produjo cierta lástima al ver su estado, aunque sus brillantes ojos dijeran, que no todo en ella era lo que parecía. Nuevamente, estaba suponiendo demasiadas cosas con tan solo una mirada. Aunque esta vez, Santiago, me dijo haber tenido la misma impresión.



Lejos de encontrarme una exposición tenebrosa, mi compañero y yo quedamos impresionados al ver el gusto y la poca morbosidad con la que estaban expuestos los diferentes y variadísimos instrumentos de tortura. Lo que más llamaba la atención al entrar era una suave música medieval que sonaba en todas las salas, era realmente preciosa y se podría decir que hasta relajante; nos comentaron en el museo que se trataba de una pieza exclusiva para la exposición, obra del compositor Eduardo Paniagua, con la que se trataba de ambientar el lugar sin caer en la típica música tétrica que solía sonar en este tipo de exposiciones.



No sé si fue la melodía que envolvía todo el lugar, la tarde que ya caía impenitente, la maravillosa casa del siglo XV en la que tenía cabida la exposición, que me sentí transportada a otro tiempo y espacio, como entre neblinas, ensoñaciones, tal vez incluso entre efluvios de las antiguas calles de Toledo…
Viendo estos instrumentos una podía hacerse una idea de lo que representaban los tribunales eclesiásticos y civiles en la Edad Media, el poder de la Inquisición sobre la población, el temor y el miedo que despertaban en todos ellos.




−Toledo no fue ducho en instrumentos de tortura, se contaba con más bien pocos, pero realmente eficaces, a cualquiera se le ponían los pelos de punta con verlos –nos dijo la mujer de la entrada− la garrucha, el potro y la toca eran los más habituales, no había hombre o mujer en esta ciudad que no temblara de miedo al oírlos nombrar siquiera. Miren mis brazos, helados están con tan solo pronunciar esos nombres.



Nos dijo que se llamaba Inés del Pozo, y que vivía no muy lejos de allí. A pesar de su tosco aspecto, la mujer poseía grandes y exactos conocimientos de aquellos instrumentos de tortura y de la sociedad de la época. Nos habló con todo lujo de detalles del funcionamiento de estos artilugios, de cómo la Inquisición se valía de ellos para arrancar confesiones, aunque la mayor parte de ellas fueran falsas, tan solo un vano intento de que cesaran aquellos tormentos.



Nos contó que no siempre estos instrumentos llevaban a la muerte, aunque durante el tiempo que duraban los tormentos muchos desearan estar muertos; nos contó la historia de Leonor de Barganza, una descendiente de judíos que se dedicaba a hacer conjuros para deshacer matrimonios y embarazos , y cuyas envidias y falsedades de los vecinos la llevaron a sufrir terribles tormentos de mano de la Inquisición Toledana. O el de Catalina Tapia, su directa competidora en hechizos y conjuros, con fama de prostituta y puesta en tormento en 1530, aunque según las actas inquisitoriales del momento, fue un tormento leve que aguantó sin daños visibles y tan solo fue condenada a cien azotes. Solo cien. Como el que habla de caricias.
Inés nos hablaba de estos sucesos como el que habla de los acontecimientos de su calle, barriada o pueblo, como si fuera algo normal que se ve todos los días. Pero resultaba tan agradable e interesante escucharla hablar.




Inés nos habló de la Silla de Interrogatorio, la cual vista ante nuestros ojos, resultaba realmente terrorífica, una precursora sin duda de la silla eléctrica…espeluznaba su proximidad. No menos espeluznante era el Aplastacabezas, un aparato más parecido a un utensilio de cocina que a cualquier otra cosa, era como un gigantesco exprimidor…dolía la cabeza con tan solo mirarlo. El Aplastapulgares, semejante a un aparato para cortar chorizos tras la matanza del cerdo, realmente terrible. Sentí empatía hacia todos los cerdos del mundo.




La Horquilla de Hereje, era algo difícil de explicar, parecía un útil para una mula o tal vez un apero de labranza, realmente complicado de imaginar su uso en la época a través de nuestros ojos; disponía de un tridente que se colocaba en el cuello, y así sus dientes aprisionaban la carne de la barbilla y el esternón, impidiendo cualquier movimiento de la cabeza y así tan solo permitir al reo murmurar palabras. El objetivo era que la víctima se declarara hereje para luego ser ejecutado en la Estaca. Inés no escatimaba en explicaciones y gestos, parecía que lo hubiera visto usar miles de veces.



También ponía los pelos de punta la Máscara Infamante, de lejos más parecida a un disfraz de carnaval que a un instrumento de tortura, pero al acercarnos a ella, el hierro del que estaba forjada y las afiladas púas de una especie de cuchillos que la coronaban, hacían que la impresión de disfraz se disipara totalmente de nuestras mentes. Seguimos estremeciéndonos con el Cinturón de Castidad, la Pera Anal, el Collar de Púas, la Rueda, la Picota en Tonel, la Guillotina, el Hacha del Verdugo, el Poste, los Sambenitos, el Desgarrador de Senos o el Bidón de las Comadres. Todos y cada uno de ellos eran realmente terroríficos, cuesta mucho imaginar, visto desde nuestros tiempos, que todos aquellos horribles instrumentos fueron pensados, creados y utilizados por y para un ser humano. Realmente difícil de asimilar, que alguien un día diseñara esos objetos, pensando que así acercaría su alma más a Dios y que alejaría las del resto del Infierno. Mentes enfermas en nuestros días, en aquellos de antaño…imposible definir.




Pero si creíamos haberlo visto todo aquella tarde en el Museo, una figura de hierro, como un sarcófago con púas de unos veinte centímetros en su interior y rostro de mujer, presidía la última sala que nos quedaba por ver. Se trataba de la Doncella de Hierro, para mí, el más terrorífico de cuantos instrumentos de tortura habíamos visto esa tarde…a la par que atrayente y mágico. No sé qué había en él, pero aquel sarcófago resultaba hipnótico a la mirada y parecía susurrar un “ven a mí” a través de su falsa boca de mujer. Inés se santiguó ante la Doncella, y parecía que el frío volvía de nuevo a ella y a sus delgados brazos. Los tres, ambos viajeros y nuestra ocasional acompañante, miramos fijamente aquella figura antropomorfa y supimos que nos había hechizado para siempre, imposible olvidarla jamás.




Nuestra curiosidad y mi particular ansiedad se vieron más que satisfechas tras la visita a la exposición, esta había colmado con creces cualquier expectativa que tuviéramos antes de llegar. Era impresionante, tan real, tan magnífico, soberbio, espeluznante, te hacía dar un respingo al alejarte de allí, como si dejases atrás unas manos que atenazaban tu cuello.




Salimos fuera y respiramos profundamente, por momentos sentí que el aire no llegaba a mis pulmones allí dentro, junto a aquellos instrumentos de tortura. Cerré los ojos por un segundo y al abrirlos, Inés había desaparecido, no había ni rastro de aquella mujer desaliñada, aunque un cierto olor a humo quedó en el ambiente. De nuevo, una impresión subjetiva de esta “cuentaviajes”.




El tiempo apremiaba en aquella tarde de verano, debíamos dirigirnos todavía a nuestra siguiente parada en el camino, y debíamos darnos prisa a pesar de que el cansancio ya se dejaba notar en demasía sobre estos viajeros; el IMPERIAL MONASTERIO DE SAN CLEMENTE, y la Exposición Permanente de los Templarios y otras Órdenes Militares, nos esperaban aún en aquella larga tarde de agosto.



Nos sentamos por un segundo a retomar fuerzas y recuperar el aliento que restan tantas cuestas arriba, y aprovechamos para echar un vistazo a un libro sobre Leyendas de Toledo que llevaba en mi bolso, y que aún no había tenido tiempo de ojear siquiera. Fue Santiago quien lo descubrió y quien sin palabras apenas, me pasó el capítulo por el que se había abierto, por casualidad, el libro al sacarlo del bolso.


“La que era considerada mejor hechicera de Toledo vivía junto a la puerta del Cambrón. Inés del Pozo recibía de forma habitual numerosas visitas de hombres en su casa para que les devolviese la virilidad que les había sido arrebatada por las otras hechiceras toledanas… También contaban entre sus habilidades recuperar amores de mujeres despechadas, para lo cual utilizando alguna ropa del hombre, previamente untada con su semen, y a media noche como es menester, recitaba: “Conjúrote, semilla, así como del cuerpo de Satanás, con el Diablo Cojuelo que puede más, que así como te has de quemar, así se queme Fulano por mí, que no pueda sosegar hasta que no venga a mi mandar”, quemando después la ropa. La condena que esta mujer sufrió fue de las más duras impuestas por este tipo de delitos: diez años de destierro y doscientos azotes.”
(Juan Blázquez de Miguel: “Toledo Mágico y Heterodoxo”)

Aquel libro hablaba de supuestas brujas toledanas llevadas ante la Inquisición por sus brujerías y malas artes; hablaba de Inés del Pozo, que vivió en la Puerta del Cambrón. De Ana de la Cruz, que vivía en la Calle del Pozo Amargo; de Mencía Chacón, de la Calle Trapería…todas esas mujeres acusadas de brujería habían vivido tiempo atrás en las mismas calles de las cuales, un par de horas antes, todos decían que provenía el terrible alarido que oímos camino de la Exposición.
Inés del Pozo. Inés del Pozo. Inés del Pozo.
No era una casualidad, nos dijimos sin palabras, y seguimos nuestro curioso viaje hacia nuestro próximo alto. Sin poder evitar mirar atrás al marcharnos.


“Diablos del horno, traérmelo en torno; diablos de la plaza, traérmelo en danza; diablos de la carnicería, traérmelo ayna”.




 ©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS




Fotografías: Santiago Navascués Ladrón.

Texto: Yolanda T. Villar





EXPOSICION DE ANTIGUOS INSTRUMENTOS DE TORTURA
Sala Exposiciones Alfonso XII (C/ Alfonso XII, 24), 45001
Toledo (Toledo)






Horarios

De lunes a sábados de 10:00 a 21:00 horas

Domingos de 10:00 a 20:00 horas

4 comentarios:

  1. La visita por si misma es estupenda pero contada de esta manera la convierte en una historia genial, me encanta leer a este gato trotero y misterioso.
    Enhorabuena. Un saludo a los autores.

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    1. Gracias Loli, esperamos que sigas atenta a este gato.

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  2. Siempre me ha parecido interesante observar los instrumentos de tortura y, al mismo tiempo, me produce angustia imaginar las atrocidades que han cometido de la mano del hombre. Me ha gustado el artículo. Besos!

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    1. En estos casos hay que saber separar historia de sentimientos, pensar en lo que fue resulta atroz.

      Gracias, Un beso.

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