PASTORES DEL MAL, de FELIX GARCIA HERNAN

 PASTORES DEL MAL, DE FELIX GARCIA HERNAN

Portada de Pastores del Mal, de Félix García Hernán

Cuando era pequeño, estudié en un colegio que quedaba justo en frente de mi casa. Era un colegio religioso, regentado por los Hermanos de La Salle que, en comunidad, se repartían las difrentes ramas de los conocimientos que debíamos adquirir año a año. Si bien es cierto que aún quedaba alguno que instruía con la regla de corregir errores muy próxima a su diestra, la verdad es que los recuerdos que tengo de aquella época son decentes e incluso positivos. Algunos de ellos procuraban ganarse tu admiración desde el respeto o el miedo, pero otros lo buscaban desde la confianza. Eran, todos ellos, unos hombres de una generación perdida, aquella que navegó entre dos aguas formativas: las de "la letra con sangre entra" heredada del franquismo, y las de la ESO, esa que aún conservamos y que, en lugar de corregir los sonrojantes datos de fracaso escolar nacional, los ha agrandado a pesar del empeño de los distintos gobiernos de taparlos aplicando una laxitud excesiva en el nivel mínimo exigido para avanzar en los cursos.

Al tratarse de un colegio religioso, en ocasiones nos llevaban a la iglesia: miércoles de ceniza, Navidad, Cuaresma, Semana Santa... Allí que íbamos todas las clases de todos los cursos, cual rebaño a pastar los brotes verdes de la primavera, para escuchar las letanías que rara vez traspasaron los límites que nuestro aburrimiento les permitía, pues nuestra atención estaba en cualquier cosa que por allí se moviese más que en la figura del inspirado cura de turno. El caso es que aquellas visitas a la iglesia, para la mayoría de nosotros, era más una manera de escapar de la monotonía de las clases diarias que un modo de ensanchar nuestro alma con el alimento de la fe en Cristo. A pesar de todo, consiguieron la mayoría de sus propuestas, que fue formarnos en todas las asignaturas previstas, alcanzando un nivel de conocimientos superior al de otros colegios de la ciudad, y gracias a ello pudimos emprender el camino hacia los estudios universitarios con mayor ventaja que la competencia. Buen trabajo, por siempre agradecido.

El libro que hoy os traemos es uno de los que más ganas teníamos de leer desde hacía varios meses. Y no es porque nos una una relación especial con su autor o estemos en deuda con alguna de las muchas editoriales con las que trabajamos, si no que la causa es mucho más simple: desde que leímos Cava dos fosas, la primera novela del autor que tuvimos oportunidad de leer y que podréis encontrar nuestras impresiones en esta casa (pincha aquí), descubrimos a un escritor con una potentísima capacidad de narración y un control absoluto de los tiempos y el modo en el que contaba las cosas para enganchar de una manera inusual al lector. Es por ello que, cuando el autor nos contactó para indicarnos que en breve saldría su segunda novela, nos supuso un estímulo especial llegar a saber si Félix García Hernán sería capaz de atraparnos de manera arrebatada en su nueva novela, o si por el contrario el éxito de la anterior fue fruto de la casualidad.

Desde hace años, podemos leer en los medios que nada adeudan a la Iglesia católica, un goteo incesante de noticias que traslada al lector una serie de delitos, prescritos o no, de infinidad de casos de pederastia dentro de la propia Iglesia, bien sea de manera directa a través de las vías con curas de diferentes diócesis o parroquias, o bien a través de colegios religiosos. Sin ir más lejos, la pasada semana se publicó una noticia que indicaba que la Santa Sede había ordenado a la Conferencia Episcopal española revertir su propósito inicial al hilo de los casos que se han ido descubriendo de no ser investigados al ser considerados hechos aislados. El Papa, al parecer, quiere que el numeroso grupo de ovejas del rebaño regrese al corral de los pastores, pero se ve que algunos pastores, en lugar de salir a buscar a las ovejas que se salieron del corral, prefieren recrecer los muros de este y tapar las ventanas para que, las pocas ovejas que quedan, no sigan el mismo camino que sus hermanas al no poder verlas. Incluso el Congreso de los Diputados medita crear una comisión de investigación sobre el asunto. Mientras que todo esto se soluciona, y como las cosas de palacio van despacio, hasta entonces una buena manera de entender las cosas que leemos puede ser con una novela que ficcione (o no) algunas realidades que no queremos conocer.

La novela que nos ocupa da comienzo con la aparición del cadáver de un niño (con visibles hematomas en el cuello causadas por una más que segura asfixia y un rosario enroscado en él) en la cama de un cura atribulado. Asustado ante la escena y al comprobar que el rosario es un regalo de su madre que siempre ha llevado consigo desde pequeño, el padre Damián decide acudir en ayuda de un amigo, mosén Estanis, quién al enterarse de lo ocurrido y confiando plenamente en la inocencia de Damián, decide ponerse en contacto con Javier Gallardo, un policía felizmente jubilado a quien conoce desde hace años para que esutdie el caso. Éste pedirá la colaboración de su mejor discípulo en el cuerpo, Raúl Olaya, y juntos emprenderán la investigación que trate de esclarecer la posible inocencia del padre Damián.

Lo que parece ser un caso cerrado casi desde el inicio, con varias sospechas pendiendo sobre los hombros del cura, comienza a cambiar de sentido cuando descubren que el joven prelado atravesaba por un proceso de cuestión interior, incluso de su propia fe, al ser testigo de unos actos horrendos con el consentimiento de sus superiores que mezclan niños, hombres de fortuna, regalos caros y padres con apuros económicos. Depravación. A partir de aquí, el autor nos guía a través de varias ciudades repartidas por Europa y América, para introducirnos en una trama de pederastia que, si asusta, es porque, a pesar de la crudeza narrada, surge la duda de que probablente el dicho de "la realidad siempre supera a la ficción" pudiera ser efectivo también en este caso.

Existen pasajes escabrosos, realmente duros por lo que se narra y por lo que el autor trata de que intuyas. En este sentido, el escritor tiene la habilidad literaria de no regodearse en lo explícito de algunas escenas para conseguir el mismo escalofrío o nudo en el estómago que otros conseguirían con lo evidente. Demuestra que se puede ser igualmente duro, no requiere el recurso fácil del que quizá otros puedan necesitar nutrirse, y esto le coloca algún peldaño por encima de todos ellos.

Félix García Hernán edifica una novela sobre unos cimientos sólidos: una historia que atrapa por su crudeza, unos personajes creíbles y un ritmo narrativo muy ágil, tanto que, a pesar de que desde el principio el lector conoce de primera mano cómo se mueven los antagonistas entre las sombras, la novela en ningún momento pierde interés y se lee con la facilidad con la que uno pudiera verla en una pantalla cinematográfica. Sin apenas respiro. Audiovisualmente tiene que ser, sí o sí, una fuente de inspiración.

Pongan atención al nombre de este autor si no lo conocían: si con Cava dos fosas, su anterior novela, se abrió un hueco rompiendo las barreras que habitualmente se encuentra un escritor novel, con esta que supone su segundo trabajo viene a constatar que lo suyo (en lo literario) no es cuestión de suerte: que sabe lo que quiere y encuentra los resortes necesarios para conseguir alcanzar sus objetivos. Y que sus lectores sí que estamos de suerte, porque siempre es gratificante encontrarse novelas como las suyas que te reconcilian con tu "yo lector más exigente".

Una reseña de Santiago Navascués

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