EL CAFÉ DE LOS MIERCOLES, DE BAKARNE ATXUKARRO

 EL CAFE DE LOS MIERCOLES, DE BAKARNE ATXUKARRO

Raras veces la vida nos sale del tirón, de un único trazo como esos juegos infantiles que nos hacían cuando éramos niños en las clases de dibujo y debíamos bosquejar la silueta de tal animal sin levantar la punta del lápiz de la hoja de papel. Como a nadie nos salía a la primera, quién más y quién menos trataba de evadir la inquisidora mirada de la profesora, que sobrevolaba nuestros cogotes en busca de la prueba del delito, para que no detectase que habíamos trazado por cuarta o quinta vez. Incluso los más osados habían conseguido hacer uso de la goma del extremo opuesto al carboncillo del lápiz para corregir algún desvío que desvirtuaba el resultado de esa sorpresiva figura que había conseguido sin saber cómo.

Pues bien, al fin y al cabo el mundo de los adultos no dista tanto del de los niños, salvo por una cosa: que las consecuencias de nuestros actos suelen ser a menudo mucho más profundas.

Cuando no te salen a la primera, cuando llevas unos cuantos borrones, llega un momento en la vida en el que, a veces, uno desespera y tiende a querer buscar cambiar de lápiz, o de goma, incluso de folio. Esas crisis de la vida, por alguna extraña razón suelen aparecer cuando frisamos los cuarenta y tantos. ¿Será que ya hemos vivido lo suficiente como para tener un pequeño balance vital que nos da perspectiva? ¿Será que para entonces sentimos que nos hemos comido ya la mitad de la tarta del vivir y adquirimos la convicción de tratar de terminarnos la otra mitad paladeándola con sosiego y control en lugar de a bocados alocados?

La primera novela de Bakarne Atxukarro, El café de los miércoles, nos dirige precisamente hacia una protagonista, Mabel, que se encuentra en un punto de su existencia en el que el agobio y la necesidad de romper con todo la empuja sin remedio a dar el salto al vacío aún a sabiendas de que, ahí abajo, puede que no haya red. Es por ello que, estresada por su situación laboral y personal, decide hacer las maletas, subir al primer tren que llega a la estación de su pueblo, y no mirar atrás. Cuando, horas después, decide apearse, la locomotora la ha llevado a un pueblo asturiano, Candás, donde no conoce a nadie ni al que le ata ningún tipo de vínculo. Su único propósito es desconectar de todo lo anterior y reencontrarse a sí misma, frente al mar.

Con el paso de los días, conocerá a Rosa, una mujer con la que pronto hará buenas migas, aunque Mabel nunca quiere saber mucho de nadie, ni dar explicaciones sobre ella misma. Juntas deciden apuntarse a una clase de pilates, y allí conocerá a otras mujeres de edades similares a la suya con las que quedará rutinariamente a tomar un café todos los miércoles, de ahí el nombre de la novela. Suelen quedar en el mismo lugar, en un local que posee un enigmático cliente al que encuentran siempre sentado en la misma mesa, a menudo leyendo novelas, cuya presencia física despierta las miradas cruzadas y las risitas ruborizadas de todas ellas.

Fruto de esos encuentros, y de las conversaciones que surgen inesperadamente, el lector y la propia protagonista irá conociendo a esas chicas, su forma de ser, sus inquietudes y sus problemas. Es así como, a través de las experiencias de otras, la autora muestra el modo en el que se enfrentan a la maternidad (o la ausencia de esta), la conciliación familiar, el estrés laboral, las relaciones de pareja… Al cabo de unos meses, Mabel percibe que, si bien ella misma huyó de su propia vida buscando una salida, no es la única que tiene problemas, y esto le permite empatizar con las demás y relativizar las cosas.

Con un estilo sencillo, Bakarne Atxukarro compone una historia fácil de leer, sin complicaciones técnicas y cuya pretensión no es otra que entretener al lector y poner de manifiesto que la vida nos pone ante situaciones difíciles, críticas incluso, pero que de todas ellas se puede aprender. Y nos invita a reflexionar acerca de la pérdida de tiempo que supone preocuparnos por aquello que no depende de nosotros mismos, por lo que debemos implicarnos en lo que esté de nuestra mano. Elijamos estar aquí o allí, amar o no, un trabajo u otro, pero hagámoslo nosotros. Seamos dueños de nuestro propio destino.

Una reseña de Santiago Navascués 
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