Cuando éramos pequeñas, a mi mejor amiga y a mí nos gustaba
ir a jugar a una acequia que había tras nuestro colegio; estaba entre medias de
una huerta y un campo de flores silvestres, apenas llevaba agua pero nos
encantaba jugar a que en realidad era el río Mississippi y hacíamos que nuestras muñecas navegaran por sus aguas subidas a una madera, que al acabar el juego guardábamos tras unos
arbustos. En la huerta de al lado siempre había un hombre sentado bajo un
chamizo, con un cigarrillo entre los labios y un bastón de madera en las manos,
era el hombre más viejo del mundo, o eso nos parecía a nosotras, porque hasta
ese momento no habíamos visto a ninguno más viejo que él –y eso que nuestros
abuelos eran viejísimos, de cuando la guerra de España, decíamos mi amiga y yo
para establecer una comparación.
Nosotras le saludábamos siempre al llegar y por supuesto al marcharnos, eso era
al menos lo que nos decían nuestros padres que hiciéramos, pues “el tío Manolo”
era un buen hombre. Y eso era todo lo que sabíamos de él, pues nunca nos
dirigía la palabra a ninguna de las dos.
En realidad nos importaba
muy poco lo que ese señor hiciera o dejara de hacer, mientras no se metiera en
nuestros asuntos, su presencia o no presencia en la huerta nos era indiferente.
Nosotras estábamos muy ocupadas con un Misterio que nos afectaba directamente;
mi amiga lo llamaba milagro, yo hechizo y el resto de amigos, “mentiras
vuestras”. La cuestión era que tras un par de días jugando con la tabla en el
agua, estaba acababa hecha una pena, desvencijada y muchas veces prácticamente rota, ¡más de una vez naufragaron nuestras pobres muñecas en el Mississippi de huerta y descampado! pero cuando volvíamos al día siguiente y buscábamos la tabla tras
el arbusto, esta estaba nueva, seca y en ocasiones hasta era más grande ¡Todo
un misterio sin resolver! Nuestras
tablas renacían una y otra vez.
Pero un día, nuestra tabla dejó de revivir y si
rota la dejábamos, rota la encontrábamos, ya jamás volvió a estar nueva y mucho
menos seca. Nuestras barcas para muñecas, misteriosamente desaparecieron el mismo
día que al “tío Manolo”, le desapareció la huerta bajo la pala de una
excavadora.
Un gran enigma que ocupó
nuestros pensamientos y nuestras charlas durante largo tiempo, hasta que la
vida nos puso otro misterio delante y este, se llevó toda nuestra atención
olvidando para siempre, o casi, el misterio de las tablas de madera…y el
recuerdo de aquel hombre viejísimo, que aún siguió siéndolo durante muchos años
más.
PASIÓN POR LOS ENIGMAS de Aurea-Vicenta González
Cada vez que llega a mis manos una nueva novela de la
escritora Vicenta González, no puedo evitar sentir una grandísima curiosidad
por saber con qué acertijo nos sorprenderá esta vez; si, he dicho acertijo. Y
es que las historias de Vicenta nunca son lo que parecen ser al principio.
Comienzas su lectura y te encuentras con una historia que conforme vas
avanzando página a página, esta parece ir escribiéndose casi al mismo tiempo que lees, para pillarte
totalmente desprevenida y que ni la curiosidad por saber más antes de tiempo te
haga mirar la última página “solo un momento”, ni puedas decir eso de “¡lo
sabía!” sin haber llegado a leer el final. Y es que aunque intentes hacerlo, no
te saldrá bien la jugada.
Las novelas de Vicenta González están vivas, tanto que yo
diría que son ellas las que obligan a su autora a darles forma línea a línea,
sorprendiéndola a ella misma sobre el devenir de la historia, única manera
posible de no desvelar antes del momento justo nada que la propia novela no
quiera que sea desvelado; son historias que han de leerse desde la primera
letra hasta la última, sin saltarse ninguna o te encontrarás en la tesitura de
que “algo” se te ha escapado. Tengo la impresión que entre líneas, hay otra
novela oculta en la propia novela.
Un auténtico misterio, si.
Y por supuesto esta novela no iba a serlo menos que las
anteriores, sobre todo porque esta vez Áurea-Vicenta González nos lo dice desde
el principio, Pasión por los enigmas,
la titula ¿Y qué mayor enigma que la mente humana y la vida misma? Nada sucede
por azar, creemos en lo que nos parece ver, pues no siempre lo que vemos es lo
que es, y aún así nos empeñamos en creer que es cierto y esta certeza tan
absoluta que creemos tener, nos enfrenta al más terrible de los desafíos:
nosotros mismos y la realidad en la que
nos movemos. O creemos movernos.
Beatriz es una muchacha culta, inteligente, con una
educación universitaria excelente, pero a la cual la vida no parece sonreírle a
pesar de lo mucho que se ha esforzado en ello; sin familia, atrapada en un
trabajo que apenas le da para cubrir gastos, sumergida en continuos recuerdos
de tiempos pasados y rodeada de muebles y enseres que parecen hechos para vivir
una vida que no es la suya, y que a ella sin embargo, parece no importarle.
Hasta que el Destino se torna caprichoso como en ocasiones le gusta volverse y
pone en su camino una inesperada fortuna, tan enigmática en su procedencia,
como misteriosa su finalidad.
Comienza entonces la protagonista un periplo de idas y
venidas con la dichosa fortuna sobre sus hombros, como una losa cuyo bajo peso
se le escapara la cordura, una angustiosa huida hacia adelante cuando, tal vez,
la única manera de escapar sea la de pararse y plantar cara a ese caprichoso y mudable
Sino, pues su Destino, todavía no ha dicho la última palabra.
Una novela
corta de extensión pero de una intensidad narrativa que nos hace preguntarnos
una y otra vez a lo largo de la misma ¿Qué Es lo que parece, y que es lo que Es
en realidad? Y es que hay enigmas tan complicados de plantear como sencillos de
resolver una vez pasado el tiempo y visto con la serenidad que da la distancia.
Como aquellas
tablas de madera que una y otra vez resolvían la navegación de aquellas muñecas
por un río que en realidad, no era más que una acequia.
PASIÓN POR LOS ENIGMAS
Aurea-Vicenta González Martínez
Edita El Fantasma de
los Sueños, S.L.
ISBN:
978-84-15799-57-3
Una reseña de Yolanda T. Villar
©TODOS LOS DERECHOS
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ResponderEliminarHa sido un placer leer la reseña y esa historia tan escondida y con sus anigmas, como la vida misma, tal como la plantea la autora de la novela. En realidad, la intensidad narrativa, con eso es lo que, Yolanda, coincido contigo y también esa forma de crear vivacidad y hacer que los protagonistas estén vivos en todo momento. Estupenda reseña de la mano de la gentil reseñadora. Muchos besitos a las dos. Esther Llull
EliminarSiempre es un gran placer leer tus palabras escritas, Esther... Muy emocionada. ¡¡¡Gracias!!!
EliminarHay tantas maneras de contar historias como autores existen, y tantas maneras de interpretarlas como lectores. Lo cierto es que Aurea logra crear un ambiente especial alrededor de sus novelas, haciendo que las historias se conviertan en parte del lector, y el lector, en parte de la historia.
EliminarGracias Esther, mil besos para tí.
Ya lo he dicho pero no quirro dejar de repetirlo aquí, Yolanda Toledo, intrépida reportera de El Gato Trotero y alma inequívoca de una preciosa labor cultural ¡¡¡¡GRACIAS!!!!
ResponderEliminarNo hay gracias que dar cuando somos los lectores los que tenemos que agradecer que entre tanta historia vana y absurda, unos cuantos os dediquéis a hacernos la vida más agradable a través de vuestras novelas.
EliminarUn beso enorme Aurea.