Hay quien considera que soy un gato afortunado, que puedo
trotar y vagamundear a mis anchas por todas partes sin correr demasiados riesgos ya que, entre
mi astucia y mis sentidos, me adelanto la mayor parte de las veces a los “sustos”
que la calle puede enviarme; y además, cuando me canso de todo eso, tengo un
hogar agradable, confortable y donde me
quieren mucho , que me espera tras una larga jornada satisfaciendo mi
curiosidad y mis ganas de saber siempre qué hay más allá de lo que se ve a
simple vista. Y es que es justamente eso, quedarse con lo que se ve sin más,
nos hace perdernos maravillosos lugares y magníficas personas.
Al otro lado de mi terraza, tras la ventana de una cocina,
me observa atentamente un gatito naranja
de rayas, me sigue con la mirada y anticipándose muchas veces a mis
movimientos, corre hacia la ventana de al lado para poder verme mejor cuando yo
decida saltar y marcharme por el paraíso de tejados de mi ciudad; no falla,
siempre sabe cuál va a ser mi próximo paso. Él no sale nunca de casa, pensé que
se debía a que tal vez fuera un poco cobarde, pero tras comprobar que ni los petardos,
ni los frenazos, ni el elevadísimo
volumen de la música de ciertos coches logran asustarle, tuve que reconocer que
el gatito naranja era todo un valiente. Pero da igual que él no salga de casa,
pues nos entendemos a las mil maravillas aún en la distancia: que yo salgo a la
terraza y estiro mis patas delanteras, él sabe que me voy a subir a la
barandilla, si él se despereza y comienza a tumbarse junto a la ventana, se que
el pequeñín tiene sueño y durante un rato estará en brazos de Morfeo, y si él
se despierta y me ve mirando atentamente al cielo y en posición de acecho, alza
el cuello, mueve el rabo y sale corriendo hacia su balcón porque sabe sin lugar
a dudas, que un pájaro anda cerca de
nuestro territorio. Al pequeñín no le hablan sus dueños como a mí, ni hacen
sonar la bolsita con el pienso para atraerle hasta la cocina, tampoco gritan su
nombre mil veces cuando distraídamente araña el sofá de casa, a mi amigo las
personas le hablan como si fueran gatos: con gestos. Dos manos enlazadas por el
pulgar y moviéndose quieren decir “pájaro”, un pulgar levantado hacia arriba es
“si, bien, bravo” y si mira hacia abajo es el temido “no, basta, gatito malo”,
y si bien a nosotros los gatos no nos hace falta maullar para entendernos,
tenemos que hacerlo para que los humanos nos entiendan, aunque por una vez,
como pasa con mi amigo el pequeñín de la ventana, no está nada mal que las
personas aprendan nuestra lengua para comunicarse con nosotros.
Mirar sin ver lo que hay más allá nos haría perdernos
muchas cosas, como lo interesante, astuto y cariñoso que es mi amigo de rayas
naranjas, pues aunque el pequeñín es SORDO, nos hemos convertido en grandes
amigos porque ni él ni yo, necesitamos maullarnos para entendernos. Si el mundo
callara de vez en cuando y aprendiera a comunicarse por gestos, mi amigo al
fin, podría salir a la calle sin temor a no entender lo que pasa a su alrededor
y el resto, no tendría miedo a permanecer en silencio y mirar y ver, lo que hay más allá de los
sonidos.
AZUL TURQUESA. Cómic sobre la
Comunidad Sorda.
Creo que es la primera vez que
en este blog reseñamos un cómic, bueno, no creo, lo se. No hay ninguna razón en
concreto para que esto haya sido así, bien sea porque me atraen más las
palabras que las imágenes o porque tal vez no haya encontrado un cómic que me
haya atraído lo suficiente como para hacerlo, pues habitualmente, entre la
oferta de libros del mercado y la necesidad de elegir uno para reseñar –el tiempo no da más
de sí− la elección siempre suele ser una novela, o tal vez un
cuento. Pero hasta ahora, nunca había elegido un cómic. Pero es que hubo algo
desde el primer momento en que vi en Círculo Rojo, Azul Turquesa, su portada se clavó en mi retina y no veía más que
manos blancas agitándose como alas, como palomas mensajeras las cuales tenían
un mensaje importante que transmitir y si no las cazaba al vuelo y me paraba a
escucharlas, nunca sabría qué querrían decirme.
Ya no podía pensar en otra cosa,
ni elegir ningún otro libro, solo veía manos revoloteando sobre un cielo
turquesa, y entonces lo vi claro: el cómic me había elegido a mí.
Un cómic sobre la Comunidad
Sorda. Y pensé, ¿solo será para sordos? ¿Estará lleno de símbolos o de
historias, o enigmas que tan solo entiendan las personas sordas? Tal vez estos,
como en un club selecto o una Logia, tengan claves o un tipo de humor que tan
solo ellos entiendan ¿No? ¿Y si la Comunidad Sorda se divierte, pasa su tiempo
libre, tiene hobbies o gustos totalmente diferentes a los oyentes? La verdad es
que no es mucho lo que sabía al respecto y temí no haber elegido el libro
adecuado, ¿y si era un rollo o estaba lleno de reproches estereotipados hacia
nosotros, los oyentes? que no sabemos escuchar a pesar de oír, que no teníamos
en cuenta a las personas con necesidades
especiales, que no somos nada solidarios. Y entonces caí en la cuenta ¿Porqué
un cómic sobre la Comunidad Sorda, iba a estar dirigido única y exclusivamente
a los que no lo somos? ¿No se llamaría pues de otra manera, tal vez, Cómic
sobre la Comunidad Oyente? y me di cuenta de la cantidad de tonterías que pensaba,
y que por extensión, pensamos todos cuando nos referimos sin conocimiento de
causa, a las personas sordas.
Tal es el desconocimiento al
respecto que pocos o muy pocos oyentes –me apuesto lo que sea en esta afirmación mía−sabemos siquiera la
diferencia entre sordera o hipoacusia. Y mucho menos entre los diferentes tipos
de esta última, claro, si ni siquiera sabíamos que existía, como para saber que
además hay distintos niveles de una y otra. Y aunque en una ocasión durante mi
adolescencia, un médico me diagnosticó “sordera selectiva” ante mi desinterés
por lo que los demás me decían, nunca he sentido ni imaginado siquiera, lo que
puede ser vivir en un Mundo de silencio cuando el Universo que te rodea es
exageradamente ruidoso, y no solo no oímos lo que dice el vecino, es que ni
siquiera nos molestamos en escuchar cuando se dirige a nosotros; imaginad la
atención que prestamos entonces a aquellos que ni siquiera pueden hablarnos.
Azul Turquesa no
es un manual para oyentes sobre la
comunidad sorda, no esperes encontrar un manifiesto contra esa otra parte de la
sociedad que oye –aunque no escuche− y mucho menos es una retahíla de quejas sin más de los
que no pueden oír, no, no es nada de eso.
Azul
Turquesa es una ventana abierta a ese mundo que no vemos a simple vista
porque no reclama nuestra atención a gritos, ni con palabras altisonantes ni
rimbombantes, un mundo que está tan cerca de nosotros que al igual que le
ocurre a un hipermétrope, no ve de tan cerca que lo tiene, o lo ve
distorsionado por no tener la capacidad de distanciarse un momento de sí mismo
y mirar desde lejos lo que la ignorancia o el desinterés, pixela y confunde con
el paisaje, haciendo de personas y objetos, una misma cosa. Isabel de las Heras Vidal, nos muestra
de una manera sencilla, natural, pero de manera contundente ese mundo que no es
otro que el nuestro propio, solo que visto desde el otro lado del sonido; el
mismo mundo, la misma vida, las mismas personas con las pasiones, los sueños,
los intereses, las emociones que el resto de habitantes de este loco mundo
nuestro en el cual si no gritas, parece que no te hagas entender.
Azul Turquesa nos muestra el largo
camino recorrido por la Comunidad Sorda y el mucho trayecto que aún queda por recorrer, pues
aunque todos somos iguales, las diferencias existentes no deberían separarnos,
si no unirnos más todavía para así lograr entre todos, enriquecer este mundo
nuestro, pues si en la diversidad está la riqueza, imaginad que ricos seríamos
si pudiéramos convivir sin barreras todos juntos; pues si hay una gran
diferencia entre sordos y oyentes, y es que los primeros tienen que enfrentarse
e intentar superar día a día, con las barreras que los segundos hemos puesto en
su camino para facilitarnos el nuestro.
Mucho egoísmo y poca empatía.
Azul Turquesa e Isabel de las Heras Vidal se han propuesto echar sus manos a volar para acercarnos
entre nosotros, y que la libertad de unos, no sean las cadenas de otros. Un
cómic educativo, entretenido, que te arrancará más de una sonrisa y te sacará
los colores porque una vez has abierto y enlazado tus manos, te sentirás
identificado de una u otra manera.
Y piensa en esto ¿No estudiamos
inglés para llegar a más gente y que se nos abran más puertas? ¿Por qué no hacer
lo mismo con la lengua de signos, y esta vez sí, llegar a todo el mundo?
Este Gato de patitas blancas, las abre, enlaza
y echa a volar sus pensamientos sin emitir un solo sonido, porque en este
momento ya no es Trotero blanquinegro, hoy también es Azul
Turquesa.
AZUL TURQUESA. Cómic sobre la Comunidad Sorda
Isabel de las Heras Vidal
UNA RESEÑA DE Yolanda T. Villar
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