No deberías leer este artículo si eres un escritor novel sin capacidad de autocrítica, ni intención de valorar el peso de tu trabajo.
No deberías leer este artículo si eres un editor sin capacidad de autocrítica, ni intención de valorar el peso del trabajo de los demás.
Han pasado dos años desde que me embarqué, junto a mi compañera, en un barco -El Blog de El Gato Trotero- cuyo destino tenemos claro. El viaje no está resultando fácil. Pero era algo que teníamos claro antes incluso de botar la embarcación: Intentar ser un faro fiable y seguro en mitad del océano, un vigía de los textos para orientar a los lectores hacia un salvoconducto que les haga escapar de las tormentas y el violento oleaje de un mar embravecido. Nada más ni nada menos. Es seguramente una empresa muy difícil de llevar a cabo, un camino trufado de baches e incógnitas, pero es un trayecto que iniciamos por convicción precisamente por ello, porque como decía Ciceron, "cuanto mayor es la dificultad mayor es la gloria".
Durante estos meses de travesía hemos tenido contacto con escritores, hemos arrivado a las costas de decenas de editoriales y en los muelles, repletos de viandantes y mercancías de mayor o menor valía, hemos tratado con agentes literarios, esos hombres y mujeres dotados de un sexto sentido para saber identificar antes que nadie qué producto es excepcional por encima de los de calidad aceptable, y por supuesto de los que nunca podrán ser ofertados en las grandes lonjas de la cultura.
Hace pocos días, charlando con un escritor, hablábamos de los grandes males que asedian al sector literario, de la multitud de agentes externos e internos que hacen cada vez más dificultoso que sea un negocio viable y con visos de perdurar en el tiempo, que sea capaz de generar bienestar en todos los estamentos que participan en el mismo. Y es precisamente de todo esto de lo que hoy me gustaría hablar con vosotros.
La experiencia que nos ha otorgado todo este tiempo de lucha desde los inicios de nuestro blog nos ha permitido poder tomarle el pulso a nuestro paciente. Las editoriales señalan (amén de la reducción del IVA cultural) el descenso de lectores en España, cuyas cifras interanuales van menguando con preocupante rapidez. Por su parte, los escritores que no viven de la literatura, más del 95% del gremio, se quejan de lo difícil que resulta hoy hacer realidad de papel o digital cualquiera de sus manuscritos. Son dos partes claramente diferenciadas, los dos extremos de una misma soga cuyas posturas son muy interesantes de estudiar y de debatir, pues no siempre se tocan.
Me gustaría hablar de lo que toca directamente al escritor. Fundamentalmente al escritor que empieza y también al escritor que, aún con varios libros publicados, su carrera no termina de levantar el vuelo como él espera.
La rentabilidad es inherente a todo negocio, pero un negocio como el que hablamos, el de la literatura, que no deja de ser un arte, no puede estar sometido a los dictados de la matemática financiera. Y no puede estarlo porque la literatura, que es la muestra escrita de una danza antigua entre la capacidad intelectual y la belleza, jamás puede estar coartada o privada de su plena libertad en pos de un balance de resultados positivo después de impuestos. Porque puede darse el caso (y hoy se da con más frecuencia que nunca) de encontrarnos con lecturas que engordan las cuentas corrientes de las editoriales pero sumen al lector en un estupor mental. Ello se debe a que el sistema económico en general busca el beneficio de los productos que fabrica, con el añadido de reducir al máximo los tiempos que transcurren desde su fabricación hasta su venta. El sector editorial no permanece ajeno al mundo que le toca vivir, y lejos de convertirse en una suerte de mecenas de la cultura, parece pretender lanzar un producto al mercado con la intención de recuperar lo antes posible la inversión realizada.
Raro es el libro que genera en un lector una necesidad imperiosa de poseerlo el mismo día de su lanzamiento. Existen, pero suelen ser obras que cuya espectación no radica en sí mismas, si no en una obra anterior que la precede, (habitualmente vinculadas en forma de trilogía o derivados) o es una criatura que llega a las librerías de la mano de un escritor consagrado y avalado por el público, lectores fieles a un estilo definido y a una pluma que les satisface. El resto de libros, la gran mayoría, necesitan de otros tiempos, que en ocasiones van de los dos o tres meses hasta sobrepasar incluso el año desde su publicación. Son libros con una evolución lenta, cocida a fuego pausado y aderezado con el boca a boca, cuyas ventas van tomando forma si se les otorga una oportunidad en las librerías y espacios de cultura de los centros comerciales.
Esta mentalidad de lo inmediato, de alcanzar el éxito comercial a corto plazo, se ha ido filtrando en el inconsciente del escritor y hoy más que nunca, muchos nos preguntamos si lo que un autor escribe es lo que su cuerpo le pide escribir, o es lo que su cerebro le recomienda escribir. Da la sensación, en ocasiones, de encontrarnos ante escritores que no buscan tanto que el éxito se produzca de dentro (de ellos) a fuera (al público), sino todo lo contrario: que el éxito, en lugar de ser una consecuencia, sea el leitmotiv que les coloca ante el folio en blanco. Y ésto, como el sueño de la razón de Goya, genera monstruos, algunos de ellos verdaderos asesinos de inabarcable voracidad.
El primero de los monstruos es la frustración. Existen autores que se lanzan a escribir una novela de un género determinado con la justificación de ser ese el que está en boga, al que una ingente cantidad de lectores se entregan de manera coyuntural. Y sin embargo, son rechazados por las editoriales.
Pongamos ejemplos. Imaginemos que hablamos de la novela histórica. ¿Cuántas novelas se han publicado de género histórico en los últimos diez años? Muchísimas. Seguramente representarán una parte muy apetecible de todo el pastel literario ofertado en nuestro país. Y sin embargo ¿cuántos autores que surgieron entonces, en esa década, han conseguido mantenerse con al menos tres novelas históricas que no guarden relación entre ellas? Vaya, seguramente ya no son tantos. Si además le restamos los autores extranjeros, la cifra queda bastante mermada respecto de la incial. Para muchos será difícil alcanzar la docena de autores a enumerar en voz alta.
Con esto quiero decir que es muy difícil alcanzar el éxito, pero mayor aún es repetirlo. La primera vez la suerte juega un papel importante. Para alcanzar el éxito con tu tercera novela la suerte sigue estando ahí, pero ha quedado arrinconada ante el empuje de la experiencia, el esfuerzo y la autoexigencia. Por ello, escribir una novela de un género determinado porque a priori está de moda, quizá te de, en el mejor de los casos, un éxito fugaz, pero si quieres ser un corredor de fondo, lo primero que debes asumir es que incluso escribiendo novelas de moda también puedes fracasar, y cuanto antes lo interiorices, antes dejarás paso a lo que clama dentro de tí para que le des un lugar sobre un papel escrito.
El segundo de los monstruos surgidos por alcanzar el éxito viene de la mano de la autopublicación. Se trata de una modalidad surgida hace escasos años que coloca en el mercado las obras de aquellos autores que no han conseguido ubicar sus manuscritos a través de los cauces tradicionales. Tiene un lado muy positivo, que es el de dar a conocer, generalmente a través del boca a boca, a distintos autores con capacidad para tener un hueco en el ámbito literario pero al que no le habían dado una oportunidad las editoriales. Suelen ser tiradas pequeñas, que se venden mayoritariamente a amigos, conocidos y familiares en un alto porcentaje, y que luego se colocan en las librerías del barrio o de la ciudad del autor correspondiente. Pero tiene al menos dos vertientes negativas: la primera de ella es la de aumentar desorbitadamente los egos de una manera irreal, ya que del mismo modo que tener un piano no te convierte en pianista, no tenerlo no significa no serlo; la segunda se caracteriza por la ausencia de una valoración externa, profesional y crítica de la obra, lo que conlleva que casi "cualquier cosa", dinero mediante, conseguirá un ISBN con el que salir al mercado. Huelga decir que en muchos casos la calidad del producto no alcanza el mínimo deseado, lo que deriva en que a medio y largo plazo el perjuicio es mayor que la ganancia obtenida a corto, y no pasarán de vender muchas más copias que las que puedan colocar entre sus círculos más o menos cercanos.
El tercero de los monstruos, el más enorme, voraz y despiadado, es el que nace del encuentro, nocturno y alevoso, entre el primero y el segundo, entre la frustracion y la autopublicación. Es el más peligroso de todos, el que atenta contra la dignidad del escritor, contra el valor de su trabajo y contra el futuro de la escritura como profesión. Hablo, por supuesto, de pagar por publicar.
Cuando un escritor no alcanza a vender lo esperado autopublicando, y ve que es muy difícil colocar su obra más allá de las amistades, acaba frustrado. Es entonces cuando la pequeña llama de ilusión que le queda dentro de sí se muestra más menuda y reprimida. Sucede últimamente en esos casos que el escritor decide optar por la opción menos digna: pagar para que una editorial con una capacidad media de distribución le publique. ¿Qué se consigue con ésto?
¿Paga el abogado por defender a un acusado? ¿Quizá lo hace el pintor por pintar una vivienda? ¿Paga el médico por diagnosticar una enfermedad o el fontanero por arreglar una fuga de agua?
Todo aquel que decide pagar por trabajar en lugar de cobrar por un trabajo digno realizado, está condenando su futuro en la profesión, y el del resto de sus compañeros. Porque puede que a uno le nieguen la publicación, puede que uno no alcance el éxito con el que siempre soñó, pero nadie debería vender su dignidad, que es el valor de su esfuerzo.
Imaginad, sí, imaginad, vosotros que os quejáis de un sector que cierra sus puertas a nuevos valores. ¿Qué harán las editoriales: arriesgar su dinero, aunque no sea el que debieran, en descubrir nuevos escritores... o ceder la asunción de ese riesgo y dejarlo en manos de los ingénuos escritores dispuestos a vender su alma literaria al mejor postor con tal de publicar? Por supuesto tampoco se preocuparán en corregir el manuscrito ¿para qué, si tu les salvas los muebles?
Tu, que pagas la edición de tu libro, eres el único que asume el riesgo del fracaso de tu novela. Tu, que pagas la edición del libro, sólo ganarás dinero cuando tu novela de beneficios, y para entonces, si los da, tendrás un contrato que ni siquiera por asumir ese coste, que debería tomar quién es profesional de la edición, te rendirá mejores condiciones contractuales que las obtenidas de un modo tradicional. Quizá al contrario.
Si las editoriales cada vez ponen más trabas para publicar de manera tradicional es, entre otros motivos, porque existís personas como vosotros, que les cargáis de armas para no cambiar el sentido de su estrategia de negocio. Vosotros conseguís que las condiciones de remuneración de los escritores sean cada vez más bajas y que los márgenes de beneficios para quien debiera ser el mayor beneficiado por la venta de una novela, que no es otro que su creador, mermen con cada generación. No os quepa duda que sois la última y más potente enfermedad que está atacando al oficio de escribir. Si verdaderamente sentís amor por la literatura, hacéos a un lado y no sigáis carcomiendo.
Recobrad la dignidad que os quede. Levantad del suelo. Dejad de llorar y comenzad a creer en vuestro trabajo. Trabajadlo. Corregidlo. Repasadlo. Volved a leerlo. Corregidlo una vez más. Buscáos a varias voces experimentadas que sepan de literatura, y a otros que lean habitualmente, que tengan criterio y a ser posible, o no sean amigos vuestros, o sean amigos verdaderos, pues sólo en esos casos os diran la verdad. Cededles vuestros manuscritos. Pedidles que no os busquen vuestras fortalezas, si no que señalen todas vuestras debilidades, que serán muchas. Estad dispuestos a escucharlas con ánimo de aprender, dejando vuestros egos, inexplicablemente crecidos, en el rincón de pensar. Rehaced vuestra novela conforme a los errores detectados que sean susceptibles de mejorar vuestro trabajo. Corregid una vez más. Leed de nuevo. Volved a enseñarle el resultado a aquellos... Entonces, y sólo entonces, probad suerte mediante la publicación tradicional.
Y si al final el resultado no es el esperado: deshazte de esa novela y empieza una de nuevo. Y si crees que hacerlo de este modo serían semanas, meses, años perdidos, y no estás dispuesto a asumirlo porque piensas que tu esfuerzo siempre tiene que tener una recompensa... No te quepa duda: jamás vivirás de ésto ni serás un escritor. Un escritor trabaja hasta la extenuación sus sueños, nunca los compra porque siente un profundo respeto por todos los que le precedieron, ama apasionadamente la literatura y, en último término, su conciencia de lector siempre le acaba recomendando que una retirada a tiempo también es una victoria, que un buen argumento para una novela bien pudiera ser el que narre cómo un hombre llegó a descubrir y aceptar sus propias limitaciones, y llegó a ser feliz.
Hace pocos días, charlando con un escritor, hablábamos de los grandes males que asedian al sector literario, de la multitud de agentes externos e internos que hacen cada vez más dificultoso que sea un negocio viable y con visos de perdurar en el tiempo, que sea capaz de generar bienestar en todos los estamentos que participan en el mismo. Y es precisamente de todo esto de lo que hoy me gustaría hablar con vosotros.
La experiencia que nos ha otorgado todo este tiempo de lucha desde los inicios de nuestro blog nos ha permitido poder tomarle el pulso a nuestro paciente. Las editoriales señalan (amén de la reducción del IVA cultural) el descenso de lectores en España, cuyas cifras interanuales van menguando con preocupante rapidez. Por su parte, los escritores que no viven de la literatura, más del 95% del gremio, se quejan de lo difícil que resulta hoy hacer realidad de papel o digital cualquiera de sus manuscritos. Son dos partes claramente diferenciadas, los dos extremos de una misma soga cuyas posturas son muy interesantes de estudiar y de debatir, pues no siempre se tocan.
Me gustaría hablar de lo que toca directamente al escritor. Fundamentalmente al escritor que empieza y también al escritor que, aún con varios libros publicados, su carrera no termina de levantar el vuelo como él espera.
Imagen original, aquí
La rentabilidad es inherente a todo negocio, pero un negocio como el que hablamos, el de la literatura, que no deja de ser un arte, no puede estar sometido a los dictados de la matemática financiera. Y no puede estarlo porque la literatura, que es la muestra escrita de una danza antigua entre la capacidad intelectual y la belleza, jamás puede estar coartada o privada de su plena libertad en pos de un balance de resultados positivo después de impuestos. Porque puede darse el caso (y hoy se da con más frecuencia que nunca) de encontrarnos con lecturas que engordan las cuentas corrientes de las editoriales pero sumen al lector en un estupor mental. Ello se debe a que el sistema económico en general busca el beneficio de los productos que fabrica, con el añadido de reducir al máximo los tiempos que transcurren desde su fabricación hasta su venta. El sector editorial no permanece ajeno al mundo que le toca vivir, y lejos de convertirse en una suerte de mecenas de la cultura, parece pretender lanzar un producto al mercado con la intención de recuperar lo antes posible la inversión realizada.
Raro es el libro que genera en un lector una necesidad imperiosa de poseerlo el mismo día de su lanzamiento. Existen, pero suelen ser obras que cuya espectación no radica en sí mismas, si no en una obra anterior que la precede, (habitualmente vinculadas en forma de trilogía o derivados) o es una criatura que llega a las librerías de la mano de un escritor consagrado y avalado por el público, lectores fieles a un estilo definido y a una pluma que les satisface. El resto de libros, la gran mayoría, necesitan de otros tiempos, que en ocasiones van de los dos o tres meses hasta sobrepasar incluso el año desde su publicación. Son libros con una evolución lenta, cocida a fuego pausado y aderezado con el boca a boca, cuyas ventas van tomando forma si se les otorga una oportunidad en las librerías y espacios de cultura de los centros comerciales.
Esta mentalidad de lo inmediato, de alcanzar el éxito comercial a corto plazo, se ha ido filtrando en el inconsciente del escritor y hoy más que nunca, muchos nos preguntamos si lo que un autor escribe es lo que su cuerpo le pide escribir, o es lo que su cerebro le recomienda escribir. Da la sensación, en ocasiones, de encontrarnos ante escritores que no buscan tanto que el éxito se produzca de dentro (de ellos) a fuera (al público), sino todo lo contrario: que el éxito, en lugar de ser una consecuencia, sea el leitmotiv que les coloca ante el folio en blanco. Y ésto, como el sueño de la razón de Goya, genera monstruos, algunos de ellos verdaderos asesinos de inabarcable voracidad.
El primero de los monstruos es la frustración. Existen autores que se lanzan a escribir una novela de un género determinado con la justificación de ser ese el que está en boga, al que una ingente cantidad de lectores se entregan de manera coyuntural. Y sin embargo, son rechazados por las editoriales.
Pongamos ejemplos. Imaginemos que hablamos de la novela histórica. ¿Cuántas novelas se han publicado de género histórico en los últimos diez años? Muchísimas. Seguramente representarán una parte muy apetecible de todo el pastel literario ofertado en nuestro país. Y sin embargo ¿cuántos autores que surgieron entonces, en esa década, han conseguido mantenerse con al menos tres novelas históricas que no guarden relación entre ellas? Vaya, seguramente ya no son tantos. Si además le restamos los autores extranjeros, la cifra queda bastante mermada respecto de la incial. Para muchos será difícil alcanzar la docena de autores a enumerar en voz alta.
Con esto quiero decir que es muy difícil alcanzar el éxito, pero mayor aún es repetirlo. La primera vez la suerte juega un papel importante. Para alcanzar el éxito con tu tercera novela la suerte sigue estando ahí, pero ha quedado arrinconada ante el empuje de la experiencia, el esfuerzo y la autoexigencia. Por ello, escribir una novela de un género determinado porque a priori está de moda, quizá te de, en el mejor de los casos, un éxito fugaz, pero si quieres ser un corredor de fondo, lo primero que debes asumir es que incluso escribiendo novelas de moda también puedes fracasar, y cuanto antes lo interiorices, antes dejarás paso a lo que clama dentro de tí para que le des un lugar sobre un papel escrito.
El segundo de los monstruos surgidos por alcanzar el éxito viene de la mano de la autopublicación. Se trata de una modalidad surgida hace escasos años que coloca en el mercado las obras de aquellos autores que no han conseguido ubicar sus manuscritos a través de los cauces tradicionales. Tiene un lado muy positivo, que es el de dar a conocer, generalmente a través del boca a boca, a distintos autores con capacidad para tener un hueco en el ámbito literario pero al que no le habían dado una oportunidad las editoriales. Suelen ser tiradas pequeñas, que se venden mayoritariamente a amigos, conocidos y familiares en un alto porcentaje, y que luego se colocan en las librerías del barrio o de la ciudad del autor correspondiente. Pero tiene al menos dos vertientes negativas: la primera de ella es la de aumentar desorbitadamente los egos de una manera irreal, ya que del mismo modo que tener un piano no te convierte en pianista, no tenerlo no significa no serlo; la segunda se caracteriza por la ausencia de una valoración externa, profesional y crítica de la obra, lo que conlleva que casi "cualquier cosa", dinero mediante, conseguirá un ISBN con el que salir al mercado. Huelga decir que en muchos casos la calidad del producto no alcanza el mínimo deseado, lo que deriva en que a medio y largo plazo el perjuicio es mayor que la ganancia obtenida a corto, y no pasarán de vender muchas más copias que las que puedan colocar entre sus círculos más o menos cercanos.
El tercero de los monstruos, el más enorme, voraz y despiadado, es el que nace del encuentro, nocturno y alevoso, entre el primero y el segundo, entre la frustracion y la autopublicación. Es el más peligroso de todos, el que atenta contra la dignidad del escritor, contra el valor de su trabajo y contra el futuro de la escritura como profesión. Hablo, por supuesto, de pagar por publicar.
Cuando un escritor no alcanza a vender lo esperado autopublicando, y ve que es muy difícil colocar su obra más allá de las amistades, acaba frustrado. Es entonces cuando la pequeña llama de ilusión que le queda dentro de sí se muestra más menuda y reprimida. Sucede últimamente en esos casos que el escritor decide optar por la opción menos digna: pagar para que una editorial con una capacidad media de distribución le publique. ¿Qué se consigue con ésto?
¿Paga el abogado por defender a un acusado? ¿Quizá lo hace el pintor por pintar una vivienda? ¿Paga el médico por diagnosticar una enfermedad o el fontanero por arreglar una fuga de agua?
Todo aquel que decide pagar por trabajar en lugar de cobrar por un trabajo digno realizado, está condenando su futuro en la profesión, y el del resto de sus compañeros. Porque puede que a uno le nieguen la publicación, puede que uno no alcance el éxito con el que siempre soñó, pero nadie debería vender su dignidad, que es el valor de su esfuerzo.
Imaginad, sí, imaginad, vosotros que os quejáis de un sector que cierra sus puertas a nuevos valores. ¿Qué harán las editoriales: arriesgar su dinero, aunque no sea el que debieran, en descubrir nuevos escritores... o ceder la asunción de ese riesgo y dejarlo en manos de los ingénuos escritores dispuestos a vender su alma literaria al mejor postor con tal de publicar? Por supuesto tampoco se preocuparán en corregir el manuscrito ¿para qué, si tu les salvas los muebles?
Tu, que pagas la edición de tu libro, eres el único que asume el riesgo del fracaso de tu novela. Tu, que pagas la edición del libro, sólo ganarás dinero cuando tu novela de beneficios, y para entonces, si los da, tendrás un contrato que ni siquiera por asumir ese coste, que debería tomar quién es profesional de la edición, te rendirá mejores condiciones contractuales que las obtenidas de un modo tradicional. Quizá al contrario.
Si las editoriales cada vez ponen más trabas para publicar de manera tradicional es, entre otros motivos, porque existís personas como vosotros, que les cargáis de armas para no cambiar el sentido de su estrategia de negocio. Vosotros conseguís que las condiciones de remuneración de los escritores sean cada vez más bajas y que los márgenes de beneficios para quien debiera ser el mayor beneficiado por la venta de una novela, que no es otro que su creador, mermen con cada generación. No os quepa duda que sois la última y más potente enfermedad que está atacando al oficio de escribir. Si verdaderamente sentís amor por la literatura, hacéos a un lado y no sigáis carcomiendo.
Recobrad la dignidad que os quede. Levantad del suelo. Dejad de llorar y comenzad a creer en vuestro trabajo. Trabajadlo. Corregidlo. Repasadlo. Volved a leerlo. Corregidlo una vez más. Buscáos a varias voces experimentadas que sepan de literatura, y a otros que lean habitualmente, que tengan criterio y a ser posible, o no sean amigos vuestros, o sean amigos verdaderos, pues sólo en esos casos os diran la verdad. Cededles vuestros manuscritos. Pedidles que no os busquen vuestras fortalezas, si no que señalen todas vuestras debilidades, que serán muchas. Estad dispuestos a escucharlas con ánimo de aprender, dejando vuestros egos, inexplicablemente crecidos, en el rincón de pensar. Rehaced vuestra novela conforme a los errores detectados que sean susceptibles de mejorar vuestro trabajo. Corregid una vez más. Leed de nuevo. Volved a enseñarle el resultado a aquellos... Entonces, y sólo entonces, probad suerte mediante la publicación tradicional.
Y si al final el resultado no es el esperado: deshazte de esa novela y empieza una de nuevo. Y si crees que hacerlo de este modo serían semanas, meses, años perdidos, y no estás dispuesto a asumirlo porque piensas que tu esfuerzo siempre tiene que tener una recompensa... No te quepa duda: jamás vivirás de ésto ni serás un escritor. Un escritor trabaja hasta la extenuación sus sueños, nunca los compra porque siente un profundo respeto por todos los que le precedieron, ama apasionadamente la literatura y, en último término, su conciencia de lector siempre le acaba recomendando que una retirada a tiempo también es una victoria, que un buen argumento para una novela bien pudiera ser el que narre cómo un hombre llegó a descubrir y aceptar sus propias limitaciones, y llegó a ser feliz.
Imagen original, Sebastien Wiertz
Una reflexión de Santiago Navascués
©TODOS LOS DERECHOS
RESERVADOS
Me ha encantado esta entrada!! Quizás porque tardé algo como 7 años en escribir y atreverme finalmente, después de muchos cambios, a publicar algo que NO está de moda o porque simplemente ni se me había pasado por la mente el tema de la editorial con la capacidad media de distribución...
ResponderEliminarPersonalmente, creo que la autocrítica es uno de los mejores aliados que pueda tener un escritor, o sencillamente, alguien a quien le gusta escribir, tal y como lo es de un músico, pintor,...
Efectivamente Karo, si uno no sabe mirarse en un espejo y aceptar lo que ve, de nada sirve que mire dos veces a los demás, el resultado será el mismo: no ves lo que en realidad tienes delante.
EliminarCuando mi compañero propuso escribir este artículo, nos miramos un segundo y tras tomar aire nos dijimos ¡Adelante! hay que decir lo que hay que decir y no regalar los oídos a nadie sin más, no ofender gratuitamente, por supuesto, pero hablar claro.
Me alegra que te haya gustado y ante todo, que tengas esa capacidad de autocrítica que todo buen escritor necesita, pues si careces de ella, la mediocridad te ronda...
Un abrazo!
Pasaba por aquí desde Google+ y, tras leer con atención todo lo dicho por Santiago Navascués/ Vaga Mundos, quiero añadir otro motivo de frustración a lo ya expresado por él: Piratería informática.
ResponderEliminarParece que pagar menos de dos euros es un precio anonadante y asumirlo por la descarga de un e-book, portadas incluidas, resulta impensable.
Los granujas son una especie sin patria, se dan en cualquier lugar, ahora, querido amigo Trotero, se puede añadir también este desencanto a los expresados por ti.
Saludos muy cordiales.
Totalmente de acuerdo Vicenta. Es realmente indignante el abuso al que se somete al sector y en concreto al escritor, al fin y al cabo el mayor perjudicado siempre.
ResponderEliminarGracias por tu aportación!
Un saludo!