No es la primera vez que este Gato Trotero asiste a esta función, ni
la primera en que ve una representación de este simpar grupo –dios nos cría y
nosotros nos juntamos− pero si es la primera vez en que Yo personalmente los he
visto y me he propuesto plasmar mis sensaciones tras compartir con ellos una
tarde en el Talía. Me gusta esta frase como título, Una tarde en el Talía con Ron Lalá. Titulado está este artículo
pues.
¡Malandrines que tarde me hicisteis
pasar! y es que si, no puedo evitarlo, ni yo ni nadie que asiste a una puesta
en escena de estos chicos. Que nos “simbiotizamos” sin remisión, y es que desde
que les conocí hace unos días, no dejo de dirigirme a todo el mundo como
“vuesas mercedes”, eso sin contar que obligo a todas mis amistades a llamarme Dulcinea de la Juncosa, que es mi
manchego pueblo, pues ancha es Castilla- La Mancha y no solo del Toboso viven
las mozas con aspiraciones a damisela en apuros.
Mi pareja y compañero de Trotes
no se cansaba de repetir lo buenos que eran estos Ronlaleros, lo mucho que se disfrutaba en sus obras, en especial en
esta tan Quijotescamente peculiar, y bla bla bla bla. Y no se le ocurre otra
cosa que regalarme para nuestro aniversario unas entradas para ver la
representación aquí en Valencia, mi otra oriunda mitad, que es lo bueno que
tiene ser valenciano-manchega, pues se disfruta de doble nacionalidad para
tirar hacia la parte que más te interese dado el caso. Yo esperaba algo con al
menos un diamante, pero en fin, si son tan buenos como dice…(y aquí puse cara
de jooooo, yo quería un diamante). Pero como soy una mujer sin prejuicios,
bueno, casi sin ninguno, bueno, unos pocos, vale, muchos, pues me senté a
verlas venir pero ante todo y eso sí, disfrutar de la representación y no
pensar más en la supuesta piedra preciosa, bueno, casi no pensar, vale, pensar
un poco, bueno, pensar todo el rato.
Lo primero que me encuentro es
un extraño escenario repleto de libros gigantes, papeles tirados por todas
partes, instrumentos musicales y un ventilador; pero no un ventilador del siglo
XVII, sobre todo porque no existían, o tirabas de abanico o de molino ¡Eso es,
molinos de viento! y sonreí, pues de pequeña jugaba a moler grano de cebada
fingiendo que el ventilador de mi abuela era un molino de viento. Que listillos
estos mozos. Viento que desperdiga las palabras por el cielo, ruedas que muelen
granos para convertirlos en harina, de igual manera que la intransigencia, las
obsoletas normas y el qué dirán, muelen los sueños para convertirlos en polvo
¡Gigantes que pisotean y menoscaban las ilusiones! Molinos de viento, de polvo,
de humo, de briznas, de cenizas, de pavisas…
Y entonces, ante nosotros,
aparece el mismísimo Cervantes,
Capitán al frente de su batallón de personajes y su lugarteniente el señor Quijano, hombre de confianza del
Oficial de papel y pluma, prolongación de sí mismo, ”Sí Mismo “ a través del espejo, Uno y Otro cuando el Otro es Uno; Miguel, el hacedor de historias, Don
Miguel, el creador de la Gran Historia, Quijote, desfacedor de
entuertos, Don Alonso, el polvo que
queda en el aire cuando un molino ha
triturado el corazón del grano del Caballero
de la Triste Figura.
Don Miguel de
Quijote, alma, corazón y mente, Caballero
andante y escribiente.
Siempre me ha costado mucho
diferenciar a uno de otro, ya desde esas obligadas lecturas de instituto, a
pesar de la insistencia de mis profesores de que me ciñera al tema y no viera
cosas dónde no las había ¿Gigantes por molinos? preguntaba ¡Ceros por pesada!
me contestaban; pero me costaba tanto imaginar que un autor, un padre, no sintiera
amor por su hijo ¿Cómo iba a permitir Cervantes
que todo el mundo se riera de ese loco larguirucho y enjuto, así sin más? ¿Quién echaría a los leones a su
criatura para que fuera devorado sin remisión? No, ni lo concebía entonces ni
lo concibo hoy. Y entonces, en ese escenario, con un Miguel más humano que
nunca y menos escritor que de costumbre, lo vi claro. Ama tanto a su
primogénito, heredero de sí mismo, que no duda en enviar en su busca al resto
de su estirpe literaria para hacerle entrar en razón muy a pesar del díscolo
hijo mayor que tan solo quiere vivir una vida que la propia Vida le niega.
Aciagos tiempos en los que el
Hombre no es más que un títere en manos de otros hombres y el devenir de los
días, una sucesión de actos programados por los autoproclamados Dioses en la
tierra.
La representación iba avanzando,
el Quijote pasaba sus páginas, el
público estaba dentro de la obra y Yo, una manchega fuera de su lugar, me
adentraba en los ojos de cada uno de los actores pensando que no lo eran, pues
tan grande era lo que sentía al verlos declamar y actuar que en verdad pensé
que en Un lugar del Quijote, había
sitio hasta para mí.
No podía haber habido mejor Don
Miguel, que un Cervantino Juan Cañas
¡amén del más que nunca quijotesco Don Alonso, que decían se llamaba en verdad Íñigo Echevarría, pues nadie diría que
son dos distintos cuando yo solo veía uno! Daniel
Rovalher no disimuló en ningún momento su verdadero Yo, ese Panza de nombre
Sancho que de no haber existido, él le había dado vida con su cuerpo y
pensamiento con su mente; El Caballero de la Blanca Luna y otros personajes que
van todos a una, encarnados magistralmente por Álvaro Tato ¿Quién dijo que no puede un actor ser tantos personajes
como quiera y no volverse loco en el intento? es fácil, un buen actor, por
supuesto. Me van a permitir una mención
especial a Miguel Magdalena, el que
además de una lección magistral de buen hacer en las tablas, entre otras cosas,
nos enseñó a los allí presentes, que bailar y a los nacionalismos importancia
restar, todo es empezar. Yayo Cáceres, el auténtico Cervantes de este peculiar
Quijote ¡Bravo maestro!
Despliegue de música, letras,
talento, diversión, reflexión, nostalgia y…mucho RON ¡oh Lalá! Espero veros
pronto chicos, ahora que ya sé que tengo un hueco en ese Lugar del Quijote.
¿Quién necesita ahora un
pedrusco en su anillo, pudiendo llevar cinco Diamantes y un Záfiro en su
corazón?
EN UN LUGAR DEL QUIJOTE
Ron Lalá
Yayo Cáceres
Juan Cañas
Íñigo Echevarría
Miguel Magdalena
Daniel Rovalher
Álvaro Tato
Un Sentir de Yolanda T. Villar
©TODOS LOS DERECHOS
RESERVADOS
¡Que bueno! Que bonita reseña o sentimiento o como quieras llamarlo. Les he visto actuar y son increíbles. Muero por verles de nuevo en un escenario!
ResponderEliminar¡Oh si, Libi! Son buenísimos. Mi compañero me hablaba continuamente de ellos y su buen hacer, pero no fue hasta que los vi personalmente actuar cuando todas esas palabras cobraron sentido.
EliminarCon ellos el Teatro se convierte en un mundo mágico.
No se si has tenido la oportunidad de verles en Almagro, un marco incomparable y a la medida de En un lugar del Quijote.
Creí que ya había comentado en su momento. ¡Me encanta! lo cuentas de una manera...espero que el diamante llegara también.
ResponderEliminarBesis
No hay diamante que supere lo que una gran obra de teatro te transmite y lo que sus actores te hacen sentir.
EliminarPara diamantes, los que había sobre el escenario. Sin olvidar al genio detrás de la obra, Yayo.