lunes, 26 de noviembre de 2012

“Curioso cuaderno de viaje de dos simpares viajeros” – 7ª Parada: Laposada de la Hermanda. Exposición: LEONARDO DA VINCI, EL INVENTOR.TOLEDO


©Navascués

Cálido verano este pasado, mucho, no recordaba otro igual. Los archivos de temperatura señalaban que hacía cuarenta y cinco años que un mes de agosto no era tan caluroso ¡Cuarenta y cinco años! ¿Cómo iba a acordarme? ni siquiera había nacido. Y es que cuarenta y cinco años son muchos años, casi medio siglo menos un lustro; y aunque tan solo estoy coquetamente a un trienio de alcanzarlo, años ya son. Claro que hablar de medio siglo en Toledo es hablar de suspiros en un vendaval de vientos.
Y el viento llegó aquel día de finales de agosto, cálido, ardiente, fogoso, lacerante como cuchillo recién afilado; viento que azotaba fuego y arañaba chispas. De África llegó, de las estrechas calles del zoco marroquí y de las cálidas arenas del desierto, calor moruno que olía a té, a cal y a especias, que sabía a leche de cabra y a dátiles recién cogidos, viento cálido que nació al otro lado del estrecho …y que a su casa llegaba, a su casa regresaba. Toledo, cuna y féretro moro ¿Cómo no iba a venir el viento, a llorar ululante a sus antepasados y a abrazar a sus descendientes?

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Toledo, que bulle y chispea, que palpita y resucita, que es y que fue y que siempre será. Y seguía agosto extendiendo su ardiente manto por la ciudad mágica, legendaria, sacra e Imperial, soplando vientos y encendiendo ardores. El viento susurrante me guiaba por sus callejones y callejuelas, como una mano asida a mi brazo, llevándome hasta el horizonte de una ciudad sin límites y con mil fronteras abiertas, allá donde se juntaban cielo y tierra, hasta donde comenzaban y nunca terminaban, las grises baldosas amarillas de la leyenda de la Ciudad: El Puente de Alcántara.
Algo latía y crepitaba por Él y el resto de la ciudad, en la noche que se avecinaba. Los cuerpos se humedecían y las almas susurraban; se derretían los primeros para tornar a tierra lo que tierra fue, y se manifestaban los segundos para formar carne de lo que bruma era, y ambos, llenaban de voces y lamentos un aire que flotaba por doquier en Toledo.
Era la noche de los vivos, el día de los espectros, el momento de unir carne y huesos. Toledo volvía a ser…la que siempre fue.

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Envueltos en la magia toledana, nos dejábamos mi compañero y yo llevar por nuestros neófitos pasos, en una ciudad en la que nunca habíamos estado y a la que sin embargo parecíamos pertenecer desde siempre, como peregrinos que tras comer polvo por tierras lejanas durante años, volvíamos a una casa que casi no recordábamos pero en la que ansiábamos estar. Y como todo peregrino, necesitábamos un alto en el camino, y este no podía ser otro, que una posada; aunque no era este su fin, ni entonces ni ahora, a nosotros nos serviría como refugio, paz y calma, en esa noche que se avecinaba.
A través de la Calle Locum, junto al callejón del Diablo, nos esperaba firme y serena, como un Caballero haciendo guardia, la Posada de la Hermandad. Un enorme portón de madera enmarcado entre dos columnas de piedra, como una enorme boca pintada de pardo carmín; esta parecía sonreír desde un rostro gótico-mudéjar, abriéndose al viajero de hoy y al hermano de ayer, y cerrándose al enemigo ahora y al golfín entonces. Un vestigio del siglo XV, perpetuada para la posteridad a través de Gustave de Beaucorps, cuatro siglos después.

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La que fue casa-cuartel-cárcel, se nos mostraba ahora, actual en su recibidor vetusto, como una muchacha de provincias que vestía de largo por primera en vez en una gran fiesta en la capital. La belleza y tosquedad de sus anchos muros renacentistas, chocaban con la modernidad de un mostrador plagado de folletos de colores, un ordenador y un teléfono que no dejaba de sonar. Poco quedaba ya del paso y desmadres de aquellos Caballeros de la Hermandad, que nacidos para proteger caminos y caminantes, murieron desacreditados entre aquellas mismas paredes, como salvadores de un pueblo que acababan convirtiéndose en crueles dictadores.
Había mucho que ver y debíamos empezar a trabajar, aunque nos sintiéramos en disposición de ocio. Santiago miraba la Posada a través del objetivo de su cámara, y yo comenzaba a tramar una historia por medio de mi vieja pluma y un nuevo cuaderno ¿Cómo no dejarse llevar por la imaginación en un lugar como este? lo contrario sería estar huero, ser un pellejo que ni siente ni padece, las paredes hablaban, solo que aún no entendía sus palabras.

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Una tos seca, corta y grave, atrajo nuestra atención hacia el fondo de la sala. El sonido parecía provenir de algo más abajo de donde nos encontrábamos nosotros, pues sonaba a eco y a humedad, como una barrica de vino que es golpeada sin querer en una bodega, un sonar a profundidad, lejanía y agua estancada. No fue difícil averiguar de dónde provenía la tos. Giramos a la derecha y bajando a penas unos peldaños, nos encontramos con la frescura y la humedad de los sótanos ¿Cómo no toser? el cambio de temperatura del exterior al interior de las mazmorras era considerable. Me uní a esa tos con un par de estornudos y un erizar del vello de los brazos, ya no sé si provocados por la temperatura o la sensación de estar en las viejas salas de tortura de la Hermandad.
En la mazmorra del fondo a la derecha, la más húmeda y fría a mi entender, había un hombre de espesa barba y largo cabello, que parecía estar en trance mirando aquellas paredes y un antiguo y morboso cepo de tortura que había en el centro de la celda; ausente a lo que pasaba a su alrededor, murmuraba inteligibles palabras, como si se tratase de una letanía monótona. Santiago disparaba su cámara como si se tratase de un colt de repetición, pues todo lo que pasa desapercibido para el resto de los mortales, mi compañero lo atrapa en un pixel y lo convierte en singular imagen.

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En ese momento, el extraño turista se giró y nos miró fijamente, como si en ese instante se hubiera dado cuenta de nuestra presencia y la suya propia; no pareció contento de haber sido interrumpido y pasó brioso por nuestro lado marchándose de los sótanos, dejando tras de sí, una fuerte tos y un tufo a rancio y sudor.


−He de llegar a tiempo, me están esperando –dijo al pasar por nuestro lado.


Salimos de aquellas mazmorras, Santiago incitado por las ansias de ver la exposición de Leonardo Da Vinci, y una servidora, además, por el escalofrío que le supuso aquel individuo y aquellos sótanos. Subimos al primer piso de la Posada, donde varios artefactos voladores nos miraban desde todos los ángulos, artefactos surgidos de la imaginación, el talento y los sueños de Da Vinci. Unas alas enormes parecían surcar el techo de la sala, cubriendo la misma y a los visitantes como lo harían las de una madre águila con sus polluelos. Impresionante y fascinante.

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Nos sorprendió ver a una mujer joven, no podría decir que era bellísima, pero si irradiaba una hermosura serena que te atrapaba tras sus brillantes y pequeños ojos, y sobre todo, tras su sutil sonrisa. Miraba emocionada, casi extasiada, los inventos del gran Leonardo, como si intentara retener en su memoria y retina todo lo que veía. Lo que de verdad nos sorprendió, fue cuando vimos a la joven que sin miramiento alguno, pasó de mirar los objetos a acariciarlos con sus manos, y aún llegó más lejos al sentarse, como lo haría Perico por su casa, en una barca impulsada por el movimiento de los pies, como si de un patín de playa se tratase.
Poco parecía importarle que todos los allá presentes la miráramos como se mira a una loca, pensé que no solo se trataba de una falta de respeto a la obra, sino también que podía dañarla y tirar por tierra la pieza expuesta…me acerqué con la excusa de que íbamos a fotografiarla y le pedí que si podía hacer el favor de levantarse, además, en cualquier momento llegaría un responsable de la exposición y podría molestarse mucho al verla allí.

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−¿Eso que lleváis en la mano, es también obra suya? –nos dijo señalando la cámara de Santiago y obviando por completo el aviso que acabábamos de darle− Leonardo es maravilloso, su capacidad de invención es más rápida que la capacidad del mundo para comprender lo que ha inventado ¿No os parece?


Ni siquiera supimos qué contestarle ¿Leonardo habría inventado la cámara de fotos, mucho antes de que los Chevalier siquiera crearan su primitiva cámara de madera? todo era posible, no había más que ver los objetos que nos rodeaban, no faltaba de nada: aparatos para volar, para navegar, para hacer submarinismo, para hacer más cómodos y seguros trabajos y oficios, para el hogar, para soñar, para facilitar la realidad, para la guerra…para la paz. Para un mundo mejor. No me había dado cuenta hasta ese momento, de lo que en realidad teníamos a nuestro alrededor y lo que significaban todos aquellos inventos. Un mundo mejor. Avances puestos al servicio de la humanidad, para convertir al hombre en el auténtico centro del universo, creador absoluto y modesto, del universo en el que vive, y sobre todo, en el que dejará como legado a los que vengan después. Más que una mente prolífica o un visionario, Leonardo fue un Altruista, nos legó una vida mejor.

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La joven corría entre los objetos como la niña que corre entre los muebles de su casa, con ligereza y precisión, como si de hacerlo tantas veces, se hubiera aprendido la ubicación exacta de cada uno de ellos. Pero no era tan niña, así que solo cabía una explicación, le faltaba un tornillo a la pobre; sin embargo debía reconocer que me gustaba estar a su lado, ese énfasis en mostrarnos cada objeto como si se tratase de una auténtica joya, como si a pesar de haberlos visto mil veces, cada vez que los miraba, fuese como la primera. Y parecía saber cosas que nadie más sabía, o al menos, que yo no había leído nunca antes, así que la seguí de sala en sala, objeto tras objeto, haciendo que Santiago no perdiera ni un solo detalle con su cámara.


−Leonardo soñaba con extraños animales y seres de otros mundos que lo visitaban al cerrar los ojos –nos dijo la muchacha− pero era al abrirlos, cuando los transformaba en objetos. Él miraba aquellos personajes, pero solo veía artefactos ¿Qué curioso verdad? mirad esto –dijo señalándonos un tornillo helicoidal hecho en madera y tela− ¿No podría haber sido un hada o una ninfa moviendo sus alas como si fuera un torbellino, y ascendiendo verticalmente hasta llegar a las estrellas?...

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Vale, me encantaba escucharla, pero estaba como un cencerro. Como un cencerro contagioso, pues yo misma comencé a ver monstruos tras cada invento, y tenía que reconocer, que era muy liberador dejar volar así la imaginación. Las poleas, empezaron a ser en mi mente maravillosas cadenas de trabajo de hormigas pasándose de unas a otros los granos de trigo hasta conseguirlos subirlos a lo más alto del hormiguero, para dejarlos caer después sin esfuerzo, rodando.

Mi amiga-cencerro se quedó embelesada mirando un extraño artilugio, que a mí me recordaba a una pequeña nave espacial, un OVNI de madera en cuya parte baja sobresalían una treintena de cañones. Una vez puesto en funcionamiento el mecanismo de tan extraña nave, los cañones girarían 360º disparando munición. No me gustaba imaginarme a Da Vinci creando armas para destruir el mundo que con tanto ingenio estaba construyendo para todos los que vendríamos detrás. Me puso muy triste, no era justo que obligaran a los grandes genios a trabajar en contra de sus semejantes.

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−Leonardo era más listo que todo eso –dijo la joven− la máquina era imperfecta, sus planos eran incorrectos y jamás podría haberse construido. Y Leonardo no cometía errores así.


Y rió ligeramente tras su delicada sonrisa. Me convenció. Esos extraterrestres que vinieron con su nave a perturbar el sueño de Da Vinci −¿Y por qué no podía haber sido así? – no lograron que el Genio transformara esa imagen en un arma destructiva ¿Qué tal una bombonera?

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Dejamos atrás la firme mirada del Hombre de Vitruvio y seguimos escaleras abajo a la joven, que se empeñaba en enseñarnos algo “realmente prodigioso”; se paró en seco en el pequeño rellano que daba a las escaleras, frente a un marco sin cuadro que parecía presidir dicho lugar, pero en el cual no había lienzo, estaba vacío y ligeramente torcido, como si alguien se hubiera apoyado en él. Nos miró y sonrió y bajó corriendo las escaleras ¡Que muchacha más extraña!
Entramos en la sala de la planta baja, y la joven fue directa a un prototipo de vehículo, que en realidad era maravilloso. Engranajes, manivela, ruedas dentadas ¿No hubiera sido realmente fabuloso que hubiera sido un éxito y el progreso hubiera llegado a nosotros mucho antes? tal vez ahora el hombre, el mundo, los países, fueran auténticas maravillas tecnológicas y todo el mundo tuviera a mano los avances de la ciencia para su provecho y desarrollo?

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−Corres mucho, las cosas llegan cuando tienen que hacerlo –me dijo la muchacha− si te adelantas al momento, ni inventor ni población estarán preparados para ello, y este fracasará, y si lo haces demasiado tarde, otro se te habrá adelantado y solo podrás mejorar lo ya inventado. Leonardo lo decía siempre. Además, esto no era lo que quería enseñaros. He dicho algo prodigioso. Que tu amigo el del chisme que hace retratos, esté atento. ¡Mirad, ahí está el prodigio!


Se situó al lado de una enorme Bicicleta . Era impactante, hermosa, magnífica ¡Y de madera! ¡Fabulosa se mirase por donde se mirase! Llevaba una cadena con piñón fijo que debería mover la rueda trasera, rueda, ruedas que no llevaban radios, sino barrotes. Ruedas de madera, ni más ni menos. Era demasiado grande, demasiado pesada, imperfecta, pero tan hermosa. Presidía la sala de exposición y no me extrañaba, entre tanto invento espectacular, pasos gigantes para el avance de la humanidad, una simple bicicleta destacaba como el invento más prodigioso y bello de cuantos había en todo el museo. Era soberbia.

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−¿Qué pudo haber sugerido en Da Vinci, la creación de una bicicleta? –dijo Santiago mirándonos a ambas.

Pero ninguna de las dos supo que contestar. Y es que hay cosas que superan cualquier desbordante imaginación, se necesita talento y genialidad para hacerlo. Ser un Genio va más allá de una gran inteligencia y una imaginación sin límites. Da Vinci es, fue y será único. Personas así solo se dan un par de veces en la vida.

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Maravillados por la impresionante exposición, nos costaba decir adiós a la Posada de la Hermandad para proseguir el camino, pero había llegado el momento y nos esperaba la Exposición de Antiguos Instrumentos de Tortura, que aunque pertenecía a la Posada, estaba sito en otra calle. Pero la joven se marchó a toda prisa, despidiéndose a lo lejos, con un escueto, adiós. Fue una lástima no poder despedirnos de ella, hay personas, o personajes, que una vez que los has conocido, se quedan en tu vida y en tu recuerdo para siempre.

La ruta continuaba y los Instrumentos de Tortura nos esperaban. Dejamos atrás la Posada y pusimos rumbo a la Sala de Exposiciones de Alfonso XII. De nuevo en la Calle Locum, tomando aire para continuar con la visita, nos encontramos de nuevo con el tipo de la tos que estaba en las mazmorras, pasó por nuestro lado y esta vez nos rozó dejando en nuestra piel una extraña sensación, como si nos hubieran rozado con un cubito de hielo. Y salió a toda prisa calle arriba.

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En la posada, desde el rellano que separaba las salas del primer piso, un cuadro de La Gioconda presidía el lugar, seguía ligeramente torcido y su sonrisa parecía algo más picarona de lo normal.

Alguien con mucha imaginación incluso diría que guiñaba un ojo.

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©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS




Fotografías: Santiago Navascués Ladrón.

Texto: Yolanda T. Villar





EXPOSICIÓN: LEONARDO DA VINCI, EL INVENTOR
Posada de La Hermandad (Junto a la Catedral)
Abierto todos los días hasta el 12 de diciembre de 2012
Posibilidad de concertar visitas para grupos y pases privados
Más información: culturaentretenida.com

4 comentarios:

  1. Estoy probando si funcionan los comentarios

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  2. Geniales las fotos. Y preciosa y divertida la crónica, con esa especie de "Hada Madrina da Vinci". Me recuerda mucho a mi misma, que soy otra loca perdida de Leonardo. Gracias por compartir. Un abrazo, gran blog.
    https://www.facebook.com/media/set/?set=oa.612805302143191&type=1

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    1. Gracias a ti, Diana, y ya ves, Locas de Leonardo somos muchas, afortunadamente...

      Un abrazo.

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