“Hace algunos meses que visitando la célebre abadía de Fitero y ocupándome en revolver algunos volúmenes en su abandonada biblioteca, descubrí en uno de sus rincones dos o tres cuadernos de música bastante antiguos, cubiertos de polvo y hasta comenzados a roer por los ratones.Era un Miserere.Yo no sé la música; pero le tengo tanta afición, que, aun sin entenderla, suelo coger a veces la partitura de una ópera, y me paso las horas muertas hojeando sus páginas, mirando los grupos de notas más o menos apiñadas, las rayas, los semicírculos, los triángulos y las especies de etcéteras, que llaman llaves, y todo esto sin comprender una jota ni sacar maldito el provecho.(…)Esto fue sin duda lo que me llamó la atención primeramente; pero luego que me fijé un poco en las hojas de música, me chocó más aún el observar que en vez de esas palabras italianas que ponen en todas, como maestoso, allegro, ritardando, piú vivo, a piacere, había unos renglones escritos con letra muy menuda y en alemán, de los cuales algunos servían para advertir cosas tan difíciles de hacer como esto: Crujen… crujen los huesos, y de sus médulas han de parecer que salen los alaridos; o esta otra: La cuerda aúlla sin discordar, el metal atruena sin ensordecer; por eso suena todo, y no se confunde nada, y todo esla Humanidadque solloza y gime; o la más original de todas, sin duda, recomendaba al pie del último versículo: Las notas son huesos cubiertos de carne; lumbre inextinguible, los cielos y su armonía… ¡fuerza!… fuerza y dulzura.”Extracto de El Miserere, de Gustavo Adolfo Bécquer.
Cada vez que un año natural alcanza su intermedio, las cumbres del Monte Yerga (La Rioja) lucen sobrias y majestuosas para rememorar, envueltas en oscuridad y brillo de estrellas, la genial leyenda que alumbró el poeta romántico Bécquer a finales del segundo tercio del siglo XIX.
Allí, en un claro natural que se abre en las entrañas de un bosque colmado de pinos y carrascas, junto a las ruinas del monasterio de Niencebas (el primero erigido en España porla Ordendel Císter a partir del año 1136) la Cofradíadel Santo Sacramento del cercano pueblo de Autol representa (de forma teatralizada y con un guión adaptado por Anabel Jiménez Fuentes) con un derroche de medios tanto técnicos como humanos el Miserere dela Montaña.
La escenificación de la obra corre a cargo de personas que son, en su mayoría, voluntarios, pero su experiencia (son ya 18 los años transcurridos desde que iniciaron esta bonita andadura), les permite salir con buena nota en la cuestión interpretativa. Así mismo, merece hacer hincapié en el altísimo nivel de iluminación y sonorización, que permite a los casi dos mil asistentes al espectáculo meterse de lleno en la historia y sentirse un peregrino más que acude curioso hasta el monasterio abandonado para reencontrarse con lo sobrenatural.
Por todos es conocido que las famosas “Leyendas” de Bécquer fueron inspiradas luego de múltiples viajes que el autor llevó a cabo por diferentes lugares de España. La del Miserere, a la que nos referimos, fue gestada durante los días que Bécquer se alojó en la abadía de Fitero, a escasos kilómetros del enclave original donde transcurre la obra.
La leyenda nos aproxima hasta dicha abadía, donde el narrador (el propio Bécquer), encuentra, entre los muchos libros que ojea para entretener el tiempo de descanso, una rara partitura inacabada que contiene una extraña partitura desconocida. Llevado por su curiosidad, pregunta entonces a un anciano que, a su vez, le remite a una leyenda que circula por la zona.
Dicha leyenda hablaba de un peregrino que llegó a la abadía pidiendo lecho y pan en una noche negra y lluviosa. Los monjes que allí habitaban tuvieron a bien concederle sus súplicas y compartieron mesa con él junto a unos pastores. A la luz de la lumbre, el hombre relató que era músico y que, debido a su vida de excesos y pecados, buscaba expiarlos componiendo el más grande y sublime miserere jamás compuesto para el Altísimo.
Un pastor, interesado por el propósito del músico, le indicó que podría acabar sumiserere si acudía a las ruinas de un antiguo monasterio abandonado tras ser asaltado, expoliado y reducido a cenizas por unos bandidos. Añadió que los monjes que en el dicho monasterio moraban fueron asesinados cuando se disponían a entonar el miserere en el coro de la iglesia y que, desde aquella noche, que se correspondía con la de Jueves Santo, se venía repitiendo año tras año, a la misma hora, un coro de voces erráticas prodecentes de ninguna parte. Concluyó que aquellas voces de ultratumba pertenecían a los propios monjes muertos que suplicaban así a Dios su misericordia para que los sacase de purgatorio.
El músico, extasiado por tal historia, y apercibido de que justo aquel día era Jueves Santo, decidió acudir a las ruinas para dar término almiserere perfecto que ansiaba acabar encontrando la inspiración en tan insólito acontecimiento. Así las cosas, al aproximarse la hora undécima, y estando junto a las ruinas del antiguo monasterio, aquel aventurado hombre escuchó en la inmensidad de la noche once tañidos de campanas; los mismos once tañidos que indicaban el comienzo del miserere de Jueves Santo. En ese instante el peregrino asistió con gesto incrédulo a un suceso fuera de todo entendimiento: las ruinas resplandecían en la oscuridad sin nada que las alumbrase; las piedras se amontonaban, los muros se recrecían por sí solos y, ante el músico, el templo volvió a lucir como antaño; de entre las rocas y bajo las aguas, aparecieron esqueletos cubiertos con hábitos y capuchas oscuras que hacían resaltar el blanco de sus calaveras, y comenzaron a entonar, con voz desgarradora y sepulcral,¡Miserere mei, Deus, secundum magnam misericordiam tuam!
Atónito, el músico anotaba en su cabeza las estrofas con las que tanto tiempo había soñado. Sin embargo, hubo un instante en el que una luz cegadora estalló en el cielo, asoló la negritud y derribó al hombre, que perdió el conocimiento. Al día siguiente, aún atolondrado y con mal aspecto, el peregrino regresó a la abadía y solicitó asilo sine die hasta que hubiese dado término a su magistral composición. Escribió decenas, centenares de copias, pero ninguna de ellas le satisfizo. En todos y cada uno de los intentos, al llegar a la estrofa que escuchó instantes antes de la luz cegadora, su memoria no fue capaz de recordar cómo proseguía. Llevado por su inquietud dedicó todo su tiempo a finalizar su trabajo, y fue tanto su abandono que enloqueció y dejó de alimentarse, llegándole la muerte poco tiempo después, dejando su obra, finalmente, inacabada.
©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS
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Uno no puede escribir así sin sentirlo realmente. Un texto impresionante y unas fotos magníficas.
ResponderEliminar¡Menuda leyenda y menudo artículo!. Lástima no haberlo leído antes para haberme inspirado en un cuento infantil para el día de difuntos.
ResponderEliminarA mí también me gusta la música y te aconsejo que en lugar de perder el tiempo mirando las partituras , la estudies. Seguro que la disfrutas mucho más.
Me dejáis asombrada con vuestros artículos. Son muy elaborados y concienzudos.
¿De dónde sacáis tanto tiempo para escribirlos y viajarlos?
Un abrazo.
Hola Conchita!!
EliminarPues no es nada fácil, ahí radica la clave de este blog, que sacamos tiempo de dónde no lo hay y dinero de debajo de las piedras, jajajaja. Este artículo es de Santiago, un gran escritor y conocedor de las leyendas y mitos de su tierra y alrededores. La cuestión está en mirar con los ojos que no ven, y que hable el alma....
Muchas gracias Conchita, eres fantástica!!
Un beso