lunes, 4 de junio de 2012

De Consuegra a Mota del Cuervo



No fue fácil para estos dos simpares viajeros regresar a casa tras varios días de intensas emociones, magia, leyenda y ensoñaciones en la ciudad de Toledo; una primera visita más que emocionante para mi compañero, y una segunda para mí, que no hizo más que acrecentar mi pasión por esta imperial ciudad y llevarse con la niebla espíritus de otros mundos e ideas y recuerdos inexactos  de una memoria adolescente, que solo miró con ojos de ver aquel primer contacto con Toledo.

Regresando a casa por la autovía de los viñedos, con la mirada al frente pero con el corazón aún por las calles y callejas de Toledo,  vimos mi compañero y yo en lo alto de un cerro, como Señor de las Cumbres, un imponente castillo que parecía otear el horizonte desde lo alto de una nube. No hubo que decir nada, una mirada y una sonrisa cómplice bastaron. Los Señores de Consuegra nos esperaban.
Era como si algo nos estuviera diciendo que nuestro viaje estaba incompleto, que algo nos faltaba, que algo nos llamaba…tras dudar unos minutos junto a la entrada del magistral castillo, dudar por la envergadura del mismo y la hora en la que nos encontrábamos en la cual no tardaría la tarde noche en echársenos encima, miré hacia la derecha, y entonces los vi. Enhiestos, firmes, altivos, blancos. Los molinos de viento.


“Ha salido Don Quijote, el caballero cristiano, a luchar contra todos los enemigos de Dios y de la buena raza humana, con Sancho, su amigo y escudero y, llevado por su ardor militante, imagina que los molinos de viento son enemigos que deben combatirse, entablando batalla contra ellos…”

Los ojos de mi compañero, brillaron como nunca antes los había visto hacerlo −¡Los gigantes de viento! gritó. Sin decir nada avanzó sus pasos hacia ellos, cámara en ristre y emoción en alto. Es lo que sucede cuando por primera vez se tienen delante a los Caballeros de la Mancha. La primera y las siguientes, pues esta que les cuenta, manchega en su mitad más sensitiva, no por mucho haberlos visto, deja de emocionarse y respirar hondo cada vez que vuelve a ser damisela frente a sus Caballeros Blancos.


Atrás quedó el Señor de las Cumbres,  sereno e imponente, ante la irremediable atracción de los gigantes de cal y piedra; esta vez, el Águila hubo de esperar a que volaran los halcones. 
Santiago hacía fotos y deshacía entuertos imaginarios, su mente y su palabra iban más rápido que su cámara; no podíamos haber imaginado mejor final para este curioso viaje nuestro que aquel, allí arriba, junto a una decena de enormes gigantes “cuatribrazados” que hechizado tenían a mi compañero y absorta en mis recuerdos a mí misma.
Tan absorta estaba en ellos que no vi un desnivel  entre molino y molino, una especie de balconcillos de piedra que rodeaban cada uno de ellos; un ligero traspiés hizo que cayera al suelo, o más bien rodara por aquellos desniveles  ¿Sería posible que aquel gigante me hubiera puesto la zancadilla? fuera como fuera no me hubiera venido mal el bálsamo de “Fierabrás” para curar mi desollada rodilla. Gemí y lloriqueé durante un rato esperando ser escuchada por mi compañero, guardando la esperanza de que este, cual caballero andante viniera a mi rescate.
Pero que si quieres arroz, Catalina.
No sé si dos tetas tirarán mucho más que dos carretas, pero desde luego no más que cuatro aspas de molino, pues estos pulpos gigantes de cal me ganaron por esta vez la batalla.




−¡Dichosos molinos y dichosos hombres! –me quejé en voz alta. No se para que hemos tenido que venir, si ya estoy harta de verlos ¡Que soy manchega, copón! –dije de nuevo intentado llamar la atención de mi compañero.

−¡No se altere vos, bella dama! presto voy a avisar a mi Señor, Caballero andante desfacedor de entuertos, que el pobre ha quedado batallando contra unos gigantes mil veces más grandes y terroríficos que este que a vos ha hecho caer al suelo –dijo un hombrecillo orondo y corto de talle que a lomos de su borrico pasaba junto a mí.
−No se preocupe caballero, no es nada, tan solo es un rasguño insignificante y algo de polvo en el ojo –dije yo algo avergonzada al descubrir que aquel hombre me había visto en semejante trance.
−No soy Caballero, mi Señora, tan solo cabalgo rucio y calzo zapatillas. Es mi Señor el Caballero y cuando sepa de su desgracia, presto y raudo vendrá a reparar ofensa y daño, para él no hay rasguño insignificante ni lágrimas sin importancia, cuando de una dama se trata.




Dicho y hecho. El hombrecillo de tosca apariencia y dulces palabras, montó de nuevo en su borriquillo y al trote salió disparado en busca de su señor, haciéndome prometer que esperaría la llegada del Caballero rescatador de damiselas en apuros. Damisela yo. Creo que era lo más bello que alguien me había dicho hasta entonces.

−¿Qué te ha pasado, quién era ese? –dijo Santiago llegando en ese momento junto a mí.
−Un caballero aunque él diga que no –dije con acritud.



“…En esto descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo, y así como Don Quijote los vio, dijo a su escudero:
-- La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o poco más desaforados gigantes con quien pienso hacer batalla, y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer: que esta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.
--¿Qué gigantes? dijo Sancho Panza.
-- Aquellos que allí ves, respondió su amo, de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas.
-- Mire vuestra merced, respondió Sancho, que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que volteadas del viento hacen andar la piedra del molino.
-- Bien parece, respondió Don Quijote, que no estás cursado en esto de las aventuras; ellos son gigantes, y si tienes miedo quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla…”




Le conté a mi compañero lo sucedido, desde el momento en que resbalé hasta cuando el amable hombre subió de nuevo a lomos de su burro. Y de nuevo lo supimos. Aquello no era un hecho más. Demasiadas cosas extrañas vividas en los últimos días como para dejar pasar aquel suceso como si tal cosa. Así que subimos de nuevo al coche y seguimos a aquel personajillo que iba al encuentro de su señor.
Un buen rato estuvimos siguiendo al cabalgador de rucios, y no fue fácil. Tras largo trecho de andar y desandar por caminos y campos, por fin llegamos a una carretera en la cual vimos que habíamos dejado atrás hacia rato, Toledo y estábamos de nuevo en casa, Cuenca…o casi. Nos encontrábamos en Mota del Cuervo, tierra de molinos, lugar donde vi por primera vez en mi vida, con tan solo unos añitos de edad, tierna edad, a Los Gigantes de Cal.


Subimos por la empinada y estrecha carretera hasta el cerro donde se hallaban  los molinos, siguiendo al hombrecillo que como alma que llevaba el diablo subió hasta ellos con una velocidad más digna de un alazán que de un borrico. El hombre desapareció tras uno de los gigantes, y al ir en su busca, tan solo vimos unos cuantos turistas que entraban en ese momento a visitar el molino. E hicimos lo propio, entrar también nosotros.
¡Oh monstruo malvado, escupid ahora mismo a esta delicada dama si no queréis que os abra las entrañas con mi espada y os clave mi lanza en vuestros negros ojos! ¡No temáis señora, aquí está vuestro Caballero Andante, repararé el daño que este bribón os ha causado y yo mismo curaré vuestra dolorida rodilla! gritó fuera alguien mientras Santiago y yo entrábamos a visitar el molino.


Ambos salimos rápidamente para ver de qué se trataba y nos quedamos sin palabras al ver al amable hombre de nuevo junto a su Señor, sin duda. Se trataba de un hombre entrado en años aunque no en carnes, era enjuto y altivo, vestía armadura y portaba lanza en astillero sobre un jamelgo blanco y tan enjuto como su dueño. Santiago y yo nos estremecimos ante semejante imagen. No cabía duda de la identidad de ambos personajes. Y sus cabalgaduras.
El Hidalgo Caballero tomó carrerilla sobre su blanco corcel, y bajando la lanza horizontalmente a la altura de su pecho, se lanzó sin vacilación alguna ni resto de temor, sobre el gran molino que en aquel momento giraba sus aspas, como si ante él pusiera un escudo de madera y viento. El golpe era inminente. Santiago cerró los ojos y yo me di la vuelta mientras gritaba, como si este desesperado chillido pudiera parar lo que estaba a punto de suceder.


Cuando abrimos los ojos, delante nuestra no había más que polvo. Ni rastro del caballero y su cabalgadura, ni del escudero y la suya. Allí no había nadie. Nadie. Tan solo tierra levantada y ligeramente removida.
Alguien gritó desde lo alto del molino. Se oyeron voces mezclándose y pasos correr de un lado a otro. Santiago y yo subimos tan rápido como pudimos presas de la curiosidad y todo sea dicho…de cierto temor.
¡Don Quijote y Sancho, Don Quijote y Sancho! gritaba un hombre llamando la atención de unos niños que estaban con él ¡Mirad hijos, son Don Quijote y Sancho Panza, asomaros y los veréis!


Tan nerviosos e impacientes como esos niños, mi compañero y yo nos asomamos por una de las pequeñas ventanas que daban al lateral del molino y en efecto aquel hombre tenía razón. Eran Don Quijote y Sancho Panza.
Estos nos miraban desde abajo impertérritos, firmes, recios, estáticos. Dos figuras de hierro representando a los dos personajes más insignes que jamás pisaran tierra manchega, ya sea de forma real y literaria. Mi Caballero Andante y mi fiel hombrecillo orondo, Sancho Panza.
Lo que tal vez nadie vio, fueron a un burro y un rocín blanco que en la lejanía pastaban tranquilos, levantando de vez en cuando sus cabezas rebuznando al viento uno y relinchando a los molinos el otro, llamando calmados a sus dueños ausentes.


Ahora sí. El viaje había acabado. Ya estábamos en casa. Pero no quise despertar del todo, por si al recordar la cordura, perdiera la vida en ello.


“…Y diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que sin duda alguna eran molinos de viento, y no gigantes aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho, ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran; antes iba diciendo en voces altas:
-- Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete.
Levantóse en esto un poco de viento y las grandes aspas comenzaron a moverse, lo cual visto por Don Quijote, dijo
--Pues aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo, me lo habéis de pagar.
Y en diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en ristre, arremetió a todo el galope de Rocinante, y embistió con el primer molino que estaba delante; y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudió Sancho Panza a socorrerle a todo el correr de su asno, y cuando llegó, halló que no se podía menear, tal fue el golpe que dio con él Rocinante.
-- ¡Válame Dios! dijo Sancho; ¿no le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no los podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza?
-- Calla, amigo Sancho, respondió Don Quijote, que las cosas de la guerra, más que otras, están sujetas a continua mudanza, cuanto más que yo pienso, y es así verdad, que aquel sabio Frestón, que me robó el aposento y los libros, ha vuelto estos gigantes en molinos por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas al cabo al cabo han de poder poco sus malas artes contra la voluntad de mi espada. Dios lo haga como puede, respondió Sancho Panza.”






©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS


FOTOGRAFÍAS: Santiago Navascués Ladrón.
TEXTO: Yolanda T. Villar.

2 comentarios:

  1. ¡Me ha encantado,queridos Troteros!

    Este viaje es estupendo, dan ganas de coger la maleta y marcharse ahora mismo.
    Las fotos geniales y el texto cada vez mejor.
    Besos

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  2. Me ha encantado, la manera en que lo habéis enfocado , la historia mezclada con las anécdotas en tiempo real y el humor, ese humor que derrochan tus letras escritora. Las fotos son espectaculares , entiendo que Santi se quedará anonadado, es una pasada, es como entrar en el libro. Gracias por traerlo, he disfrutado con vuestro cuarderno.Besos

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