Los niños de la Estación del Zoo.
Por La pelipequirroja.
1979. Recuerdo perfectamente aquel año, podría deciros lo que hice durante el mismo, y es más, casi mes a mes. Decir esto implica reconocer que una tiene una edad, y dos y tres también, y aunque intente arreglarlo diciendo: pero era una niña, solo tenía 9 años, pues eso, que denota cierta edad (sin repetir lo de una o más de una) y es que echar la vista atrás, a mí concretamente, me gusta. No es por motivos de nostalgia o que ya chocheo (que puede ser) tampoco por aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor, que no es cierto, pero lo que sí lo es es que ese viaje al pasado realizado de vez en cuando, me sienta la mar de bien; nunca olvido y sí, perdono, es otra de las cosas que tiene el paso del tiempo, que todo se relativiza, hasta las ofensas y los pesares. Me recuerda lo que he vivido, todo lo que he vivido, que nada fue en balde y que todo, pasado por el filtro adolescente-juvenil, fue magnificado, hasta los recuerdos.
Os hablaba de 1979 y lo que hice en ese año. Tomé la Comunión. Si, eso fue eso tan importante y digno de ser recordado para el resto de mi vida, tomar la Comunión. A ver, que parece que nadie se ha percatado de la importancia de la efeméride: fuimos los primeros comuniantes de la Democracia, con Constitución y todo ¡Soy parte de la historia de este país! bueno, y los demás niños que la hicieron conmigo, y los de otras parroquias, y otras ciudades...pero historia al fin y al cabo. Fuimos la generación de niños que nació en una dictadura, vivió el cambio de retratos de señores uniformados en las aulas -un día íbamos a la escuela franquista y al otro a un colegio de la Democracia- adolescentes de la movida y jóvenes de un gobierno socialista.
Lo fuimos y vivimos todo. La leche de generación, eso es lo que fuimos. Seguíamos jugando en los descampados por el día y viendo por la noche a la Chamorro con sus pelos fritos en la Edad de Oro, Un manchego apellidado Almodóvar y un madrileño que se hacía llamar Mcnamara, lucían minifalda, tacones y chori rojo, mientras cantaban que iban a ser mamás. En la escuela nos vacunaban en fila india con las mismas jeringuillas, eso si, pasadas a fuego, ese quemazón que luego te dejaba una ampolla como señal de haber pasado la vacunación obligatoria, pero por la tarde los Mods, los primeros Punkys y algún hippy trasnochado paseaban su palmito pinturero por la Avenida del Cid, para escándalo de mayores y ancianos, y regocijo de los más jóvenes, los que ya empezábamos a dejar de ser los niños de los payasos de la tele y se nos vislumbraba como los jóvenes de la apertura, y es que hasta Tierno Galván nos lo decía a gritos ¡El que no esté colocado, que se coloque! y muchos lo siguieron al pie de la letra ¡Aires de libertad! aunque estos a muchos se les tornaron vendavales que arrasaron con todo.Y es que algunos hacíamos la Comunión, con pamela y guantas de raso, y otros se adentraban en mundos de hielo y algún fuego...
Y aquí es donde hace aparición el libro que os traigo. Aunque se publicó en 1979 en Alemania, no fue hasta principios de los 80 cuando llegó a España, y lo hizo primero a modo de película de esas de cine y ensayo, de las subtituladas, y de allí fue de boca en boca hasta que la novela llegó, vio y venció. Fue a mediados de la década cuando por fin tuvimos contacto con él, en plena adolescencia, y a pesar de los tiempos de cambio y modernidades ( Bibi Andersen, un transexual de Tánger, mantenía un tête a tête con el ídolo del cine de postguerra, Paco Martínez Soria, mientras todavía se debatía si el traje de la coronación de la Reina Sofía, fue demasiado chillón cuando todavía media España andaba de luto por el Generalito, lo digo por el tamaño, no por menospreciar su rango) la mojigatería y el doble rasero eran los de siempre.
Fue en clase de Ética donde nos lo dieron a conocer, con una advertencia: era lo más duro y desgarrador con lo que nos habríamos encontrado nunca, tanto, que algunos de nosotros no podríamos siquiera terminar de leer. Hasta se debatió en el claustro si estaríamos preparados para un libro así, pues aunque el cine quinqui ya llevaba un tiempo en las pantallas, ni siquiera el Pico había retratado a niños tan jóvenes en mundos tan sórdidos.
Efectivamente, lejos de ser un revulsivo, aquellas palabras y la polémica que vino tras cada ejemplar que se puso sobre los pupitres fue un acicate para leer como nunca lo habíamos hecho, sin obligarnos, ni amenazarnos y sobre todo, con ganas y pasión. Y vaya si era diferente a todo lo que habíamos leído, oído o visto hasta entonces, al menos para mí. Me dejó marcada de por vida. O al menos durante unos años.
¿De qué trataba el libro que cambiaría nuestras vidas? o mejor dicho ¿De qué manera se nos contaba para que nos marcara de esa manera?
Escrito por los periodistas Kai Hermann y Horst Rieck en colaboración con Christiane F., es la autobiografía de la adolescencia de Christiane Vera Felscherinow más conocida como Christiane F., nacida en Hamburgo en 1962.
Siendo niña se traslada a Berlín con sus padres y su hermana pequeña, a la barriada de Gropiusstadt, un deprimente monstruo de hormigón con capacidad para 45000 familias, todas ellas trabajadoras y con muchos niños a su cargo; se trata de un lugar gris, semejante a una cárcel con miles de celdas oscuras y pequeñas que albergan tantos sueños como frustraciones, un lugar al que llegan muchos pero del que parece que nadie puede salir. Pronto empiezan las desavenencias entre los padres de Christiane, un padre propenso a la ira, al maltrato y a hacer castillos en el aire, gastando el poco dinero del que disponen en vicios, negocios absurdos y caprichos que no se pueden permitir; tras el divorcio, Christiane se siente más perdida que nunca, no quiere ser como sus padres pero tampoco tiene otro referente, no hay ninguna otra familia en el barrio que se libre de la pobreza, la violencia o la desilusión.
Los chavales del Gropiusstadt solo tienen una manera, hasta ese momento, de escapar de sus vidas cotidianas, y es crear su propio grupo con sus propias normas, un mundo aparte del de los adultos en el que no tiene cabida el NO a sus sueños, a sus ilusiones, a su amistad, casi una hermandad. Kessi es su primera y mejor amiga, juntas y en el Club social evangélico, conocerán al resto de la pandilla, su auténtica familia, según Christiane, que queda prendada y seducida por ese grupo de chavales que le abren las puertas a un mundo maravilloso lejos de su casa y su familia; con solo 12 años conoce a Detlev, un chico algo mayor que ella y del que se enamora perdidamente, desde ese momento todo en su vida cambiará a ritmo de vértigo, no solo por su novio y sus amigos, sino por todo lo que descubrirá en "El Sound", la discoteca de moda de Berlín. Doce años, tan solo doce años, muchos sueños, muchas más ganas aún de evadirse de su mundo y mucho mucho mucho maquillaje y altos tacones la harán creer que ya es mayor y puede con todo, el mundo no tiene límites para ninguno de ellos, la vida es suya, de todos ellos: Babsi, Stella, Atze...una vida que no será tan suya como creen, sino del Demonio.
La caída en picado no tardará en llegar. Un demonio de varias cabezas llamadas drogas, prostitución, proxenetismo, violaciones, violencia...demasiadas cabezas y brazos para unos niños perdidos y sin ilusiones. Demasiado sufrimiento, demasiada sordidez, demasiadas sombras y un solo y oscuro agujero.
¿Merece la pena adentrarse en este sórdido mundo, hacemos parada en al estación del Zoo de Berlín? ¿Está recomendada para todo el mundo?
No puedo ni quiero contaros nada más, es una historia hecha de muchas historias y un solo destino ¿O tal vez no? ¿Puede haber salida para un laberinto con varios minotauros y un solo Dédalo sin hilo ni brújula? Sinceramente, es complicado.
Para mi generación y la posterior, los que vimos como las drogas se apoderaban de los jóvenes, los aprisionaba y esclavizaba, los que despertamos a una nueva forma de ver la vida, una juventud que por primera vez se sentía libre en mayúsculas (incluso más que ahora, con menos jueces y menos ofendidos por todo, menos burbujas y más calle...) la novela nos sacudió con fuerza inusitada ¿De verdad hay niños que no tienen opciones? ¿Qué es la libertad entonces, cuándo se han roto las alas y se han convertido en cadenas? una historia muy dura, muy explícita, no hay hueco para lo políticamente correcto, para negar lo evidente, para esas burbujas en las que metemos a nuestros niños para protegerles del mundo pero que jamás podrá mantenerlos a salvo de ellos mismos, niños sobreprotegidos que tarde o temprano también buscaran su "Sound" su Bowie, su Led Zeppelin, sus alas.
Si te animas a leerlo (no es fácil encontrarlo hoy en día, habrá que recurrir a la segunda mano o ediciones perdidas en librerías y bibliotecas) si no te importa que te sacudan duro y lleguen a sangrarte las heridas no te arrepentirás. pues la emoción llegado el final te embargará de tal manera que será como un bálsamo para esas heridas del principio, un bálsamo que escuece y mucho, pero te cambiará por dentro.
Te recomiendo la serie de Prime Video, y lo hago encarecidamente a pesar de que las críticas decían que los amantes del libro se sentirían defraudados. Pues no, ni los amantes de la novela, ni los de las buenas historias, duras, pero ya lo escribió Kawabata: Lo bello y lo triste. Y es muy triste. Y no tan bello. Pero al igual que la novela, te embargará la historia, te emocionará y te sacudirá a partes iguales.
Atreveos, no tengáis miedo a vivir, a veces duele, pero de eso se trata. De superarlo.
Los niños de la estación del Zoo
Christiane F.
Editorial Argos Vergara.
Año de edición 1981
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