EL REY TAHUR, de Carlos Aurensanz
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Portada de el Rey Tahur |
Que las crónicas de las grandes batallas que se suceden en el mundo las escriben los que las ganan, no es algo que suponga un descubrimiento. Desde que el mundo es mundo, cuando los primeros hombres se dividieron en dos bandos por la posesión de unas tierras en las que sobrevivir, los enfrentamientos entre dos facciones han marcado la prosperidad de unos y el decaimiento de otros. Para que las grandes civilizaciones se alzasen tan alto, tuvieron que encaramarse sobre los torsos caídos de sus enemigos, a quienes conquistaban, saqueaban y violaban. Una de las leyes no escritas, pero que se dan en todos los continentes, consistía en que los vencedores trataban en lo posible de borrar todo signo de cultura o fe anterior a sus conquistas, y si las permitían, quienes se aferraban a su mantenimiento tenían unas leyes mucho más punibles que al resto, además de pagar muchos más tributos que aquellos que decidían pasarse al bando legítimo. Y es que el poder, no admite alternativas.
Lo que no cuentan las crónicas, o si lo hacen es de una manera sesgada o loada, es acerca de la vida personal de quienes dictaban las crónicas, es decir, de los reyes victoriosos de cada momento. A menudo, como era el Rey quien pagaba, lo que de él se decía en los textos era su buen hacer en los campos de batalla, su acierto en la gestión de las cuentas del reino, su destreza en el manejo de las armas. El problema de esta clase de textos viene cuando uno quiere conocer la personalidad de un Rey, ya que no lo encontrará en las crónicas oficiales. ¿Quién pagaría por la confección de unas crónicas cuya encomienda fuese reflejar los propios desaciertos o infortunios vividos? Lo más interesante de una gran figura no radica tanto en la pátina de grandeza que lo envuelve y que nos deslumbra, si no en su condición más humana, aquella que le acerca al resto de los mortales, a sus siervos y a aquellos que entregaron sus vidas de manera anónima para que todos ellos pasasen a la Historia.
Para su sexta novela, el escritor navarro Carlos Aurensanz, ha vuelto una vez más a la Tudela de sus orígenes, viajando a la ciudad medieval de finales del siglo XII, apenas unos décadas después de la reconquista hispana en aquellas tierras navarras. Si por algo se caracteriza este novelista es, entre otras cosas, por realizar con cada uno de sus trabajos un homenaje a su ciudad natal.
Con este nuevo trabajo, el autor parece cerrar su particular círculo medieval, pues ya nos descubrió el pasado árabe con su Trilogía de los Banu Qasi, y rescató a Hasday, el médico del Califa, para acercarnos a la cultura judía de la época. Por ello, con El rey tahúr que hoy nos ocupa, termina su periplo medieval fijando nuestra perspectiva desde el punto de vista cristiano que, si bien creemos conocido, a medida que vayamos adentrándonos en la lectura, hallaremos muchas sorpresas que muchos de nosotros desconocíamos hasta entonces.
La novela toma vuelo ya en las primeras páginas cuando uno de sus protagonistas principales, un joven llamado Nicolás, de ascendencia francesa, descubre un misterioso cofre árabe durante las tareas de derribo de la antigua mezquita de la ciudad para erigir sobre esos restos una portentosa colegiata dedicada al culto de los reconquistadores cristianos. En su interior encuentra un pergamino escrito con extraños símbolos arábigos, y decide llevárselo a su maestro de cantería Ismail, un escultor árabe, para que le indique qué significa. El maestro, enterado de su contenido, decide entregarle unas monedas a cambio para quedárselo. A partir de entonces, la posesión del pergamino se convertirá en el objetivo de todo aquel con poder en el momento: del obispado, del imán de la ciudad, del rey Sancho de Navarra o incluso del califa Miramamolín.
Aurensanz nos adentra en una época en la que los sarracenos siguen perdiendo terreno ante el empuje cristiano, si bien es cierto que entre tanto, los propios reinos cristianos competían, guerreaban y se debilitaban entre ellos; lo único que les aglutinaba era la profesión de una fe y un enemigo común: el cristianismo y el islam, respectivamente. En un tiempo en el que se hace necesario afianzarse en los nuevos territorios recuperados e imponer los usos y costumbres de los vencedores, los reinos repueblan con habitantes de las tierras del norte las poblaciones arrebatadas a los sarracenos. Además, erigen iglesias para demostrar la fuerza y la grandeza de su Dios, el verdadero, y para su construcción llegan gentes del sur de Francia especializados en grandes construcciones. Así se presenta nuestro protagonista en Tudela, pues está pensado que su colegiata deberá ser una causa de admiración para todo aquel que se acerque a la ciudad.
Esta novela nos permite conocer una parte importante de la vida de Nicolás, desde que siendo un niño se asienta con su familia en la ciudad, hasta que forma parte del equipo de trabajo de la Colegiata. Asistiremos al desarrollo de su personalidad a medida que van transcurriendo los años inicialmente siendo un muchacho, luego un adolescente apasionado por labrar la piedra, su enamoramiento de una joven prohibida para los de su clase, su afición al juego de tablas en las tafurerías (antiguos locales donde se practicaban distintos tipos de juegos)...
Será en una tafurería donde tomará contacto con el otro gran protagonista de la novela, el rey Sancho VII, que acabará siendo recordado como El Fuerte. Hijo de Sancho VI El Sabio, nació y murió en Tudela, gobernó el reino hasta que murió diez días antes de haber cumplido los ochenta años, y pasó a la historia como el rey que, en la victoria cristiana de las Navas de Tolosa, logró hacerse con las cadenas con las que la guardia personal del Califa guardaba la vida de éste. Con una altura que sobrepasaba holgadamente los dos metros de altura, el escritor tudelano nos muestra el lado más desconocido de un rey históricamente muy aplaudido, cuya personalidad, sin ser dual, muestra en ocasiones a un soberano preocupado por mantener y acrecentar el bienestar de sus gobernados, pero también a un hombre acostumbrado a que la reverberancia de su voz jamás encontrase obstáculo alguno.
El estilo del escritor tudelano es fiel al de sus otras obras del mismo género, en el que acostumbra a deternerse con un ritmo más pausado en las descripciones de lugares, trabajos o costumbres, y a veces en la propia trama (puede que peque un poco en este último punto), al tiempo que le da mayor ritmo cuando la acción se hace dueña de algunos capítulos de la novela. Es por lo tanto, como ese río Ebro al que tan bien se acerca en la novela y que además tendrá un protagonismo, cuyas aguas en ocasiones fluyen calmas y en otras lo hacen con un ritmo vertiginoso.
Con la construcción de la Colegiata de Santa María (hoy catedral) y con las intrigas cortesanas y religiosas acechando en cada esquina, Carlos Aurensanz erige una novela con la que busca no sólo retratar una época, sino desnudar a aquellos que la marcaron y cuyos nombres pasaron a la historia; de cómo los hombres buscan acercarse a Dios cada uno a su manera: a través de su esfuerzo artesano, influyendo en las almas de sus semejantes, o derramando su sangre para expandir el nombre del dios verdadero en tierras donde campa el infiel; de cómo la lucha por el poder marca y marcará el sino de los hombres, de los conflictos que surgen entre el poder terrenal y la representación del poder divino en la tierra, y de cómo mueven sus fichas ambos contrincantes en una partida crucial del juego de tablas.
Con El rey tahur, el escritor tudelano demuestra, una vez más, que se mueve como pez en el agua en la Edad Media y que controla perfectamente todos los entresijos técnicos de la novela histórica, que pocos escritores del género son tan solventes como él. Esto ya no supone una novedad. Es por ello que, desde este modesto lugar, le animamos a que se lance a la aventura creativa, que nos plantee un reto y nos sorprenda. Será nuestro propósito para este año nuevo que acabamos de inaugurar.
EL REY TAHUR
Carlos Aurensanz
Ediciones B
ISBN: 9788466663526
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Una reseña de Santiago Navascués
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