Cúpula de losÁngeles, recientemente restaurada
“Si durante algún tiempo creí amar, de tal sentimiento, poco conozco ahora en mí. Si me comparo al común de la gente, es verdad que hallo en mí gran amor; mas si recuerdo a alguien de otro tiempo, y lo que Amor puede en buena disposición, ni tan sólo puedo darme el nombre de amador, pues mi pasión no es tanta como debiera…”
“Si durante algún tiempo creí amar, de tal sentimiento, poco conozco ahora en mí. Si me comparo al común de la gente, es verdad que hallo en mí gran amor; mas si recuerdo a alguien de otro tiempo, y lo que Amor puede en buena disposición, ni tan sólo puedo darme el nombre de amador, pues mi pasión no es tanta como debiera…”
De
nuevo en la Plaza de la Virgen dirigimos nuestros pasos hacia la
Catedral. Viéndola hoy, baluarte del cristianismo en el Reino de
Valencia y dedicada desde el siglo XIII a la Asunción de la Virgen, por
el mismísimo Rey Jaume I, cuesta imaginar que anteriormente fuera la
Mezquita de Balansinya (la Valencia árabe), alzada sobre la antigua
Catedral visigótica que a su vez se construyó en el Templo romano
dedicado a Diana. Historia sobre historia, sin que una anule a la
anterior pues como las capas de una cebolla, todas protegen el corazón
del fruto, el Alma del Reino, la Fe; sea cual sea la ideología que hizo
alzar piedra sobre piedra, tenía un mismo fin: darle al pueblo la
seguridad que necesitaba en tiempos convulsos.
En la plaza de la
Almoina, en la parte trasera de la Basílica y lateral de la Catedral, se
pueden apreciar los restos de las edificaciones anteriores a la
Catedral, hoy albergadas en el Museo de la Almoina; una retrospectiva en
la historia de esta ciudad, desde la Valentia romana, hasta la
Balansiya musulmana. De nuevo, la Historia no devora Historia, solo
utiliza sus cimientos para apoyarse y crecer, avanzar, perdurar.
Mossen
Osías enfiló raudo de nuevo hacia la Plaza de la Virgen dejando atrás,
como si fuera alma que lleva el diablo, la Puerta de la Almoina.
−¡Aún no, aún no, he de verlo por última vez! –dijo nervioso mientras daba media vuelta.
De
repente detuvo sus pasos frente a la Puerta de los Apóstoles de la
Catedral. Yo aún seguía embobada en la Capilla de San Jordi, y aún
giraba sin dejar de levantar la cabeza para admirar los arcos de la Obra
Nova, tribuna abierta a la Plaza de la Virgen, y
que siempre me
ha recordado el palco de un teatro, me fascina esta semicircular
balconada, pues esa es la impresión que da, la de un gran balcón que
mira a fieles y curiosos, que puede ver a los que oran y a los que
miran, a los que se santiguan y a los que se admiran. Un ojo que ve sin
juzgar.
Capilla de la Catedral, pequeño museo que alberga joyas artísticas restauradas
Capilla de la Catedral, pequeño museo que alberga joyas artísticas restauradas
Cuando por fin llegué hasta él, parecía absorto, con la
mirada saltando de apóstol en apóstol, para luego saltar por las tres
arquivoltas que encuadran la puerta abocinada y que hacen que el
observador llegue a sentirse algo aturullado entre sus 48 figuras entre
ángeles, santos y profetas. Es como si la entrada en el Reino de los
cielos estuviera copada y el pobre mortal que habita la Tierra tuviera
que pasar por innumerables cribas hasta alcanzarlo. Y arriba del todo,
como si fuera el Sol iluminándolo todo, un soberbio rosetón de seis
puntas, signo inequívoco de Salomón. Su belleza es innegable.
El Tribunal de las Aguas, reunido para solventar los conflictos hídricos
Osías
inclina su cabeza ante la imagen de Santa María con el niño en brazos,
rodeada de ocho ángeles músicos que está situada en el tímpano de la
puerta; sencilla y hermosa reverencia sin duda. Yo me encuentro frente
al Tribunal de las Aguas, en la calle Micalet, tan solo a unos pasos de
mi Halconero, imaginando que es jueves al mediodía y el tribunal está
reunido a sus puertas tratando las quejas y denuncias de los regantes
valencianos ¿Cómo es posible que aún siga viva una tradición tan
antiquísima, tanto que ya siendo Mezquita la Catedral observaba al
tribunal impartir justicia? De nuevo, la Historia manda.
Y en
esto estaba cuando vi de nuevo a mi compañero pasar velozmente a mis
espaldas ¿Qué prisas le han entrado a este hombre ahora? tras una
relajada noche ahora se había propuesto llevarme a los pies de los
caballos. Y tuve nuevamente que salir corriendo tras él. Tal era la
velocidad que este aparente anciano llevaba, que al intentar alcanzarle,
cuando giré hacia la Plaza de la Reina, casi me estampo contra el
Micalet, hoy torre de la Catedral, antaño, minarete de la Mezquita
¡Jesús, este hombre parece que tenga azogue!
Nos detenemos frente
a la Puerta de los Hierros, para mí la más hermosa de todas, puede ser
porque recuerda a un retablo cóncavo, como si un pintor necesitado de
plasmar su arte no se hubiera detenido en su intento tan solo por
carecer de madera y pinturas, y con punzón y cincel hubiera “pintado”
sin usar pincel alguno. Y sin dejar de mirar y admirar los tres cuerpos
del “retablo” con sus imágenes, subimos las escaleras y empujamos
levemente las grandiosas puertas de madera, y esta vez sin asombrarnos
tanto, las encontramos de nuevo abiertas.
“…La que tanto
amé, ya murió,
y yo sigo vivo, viéndola morir;
un gran amor no podría
sufrir
que la Muerte de ella me alejara.
Tendría que ir a buscarla a su
camino,
mas no sé qué me impide decidirme:
parezco quererlo, mas no es verdad, pues la Muerte
no se resiste a quien en sí la desea…”
Nada
más entrar, a la izquierda, sobre la pila bautismal, se encuentra uno
de los más celebres cuadros de Vicente Macip, El bautismo de Cristo en
el rio Jordán por Juan Bautista ¿Será esta obra de arte lo último que
quiere Osías volver a ver antes de marcharse? Evidentemente no. Mossen
continua andando rápidamente hacia su izquierda, seguirle cada vez me
cuesta más, juro que me falta el resuello ¿Cómo puede un anciano sacar
fuerzas así de repente y correr como un mozalbete? algo muy fuerte debe
insuflarle esa fuerza. Y a mi casi me da un patatús al verle entrar en
el patio dónde se encuentra la entrada al Micalet, y me dio del todo al
verle subir por las estrechas escaleras sin barandilla que quitan el
sentido a alguien con miedo a las alturas. De perdidos al río.
Subí tras de él los 207 escalones de su mortal escalera de caracol, 207
patatús uno detrás de otro, hasta llegar a lo más alto de sus cuatro
cuerpos, 51 metros, nada más y nada menos. Antes de llegar arriba tuve
el tiempo justo para saludar a “El Vicent”, “L’Andreu” “El Manuel” “El
Jaume” “La Maria” “L`Ursula” “La Violant” “La Caterina” “La Bàrbera” “El
Pau” y “L’Arcis”, las campanas del Micalet.
Desde allá arriba
no solo se contempla toda la ciudad de Valencia, sino que en días claros
se puede ver desde el Montgó hasta el Desierto de las Palmas. Ahí es
ná. Pero en esta noche, una vez recobrado el aliento y la sensibilidad
en las piernas, los tejados y azoteas de la ciudad parecían brindarnos
un colorido campo de sembrados y barbechos, al puro estilo de los
Impresionistas, y es que esa era la palabra. Impresionante. A mi
espalda, silenciosas están la campana de la torre, “El Micalet”
dispuesta a hacer sonar las horas, y en frente, “La Campana dels Quarts”
la que anuncia los cuartos durante el día, y las medias a la noche.
Sin
duda alguna las vistas panorámicas de la Ciudad del Turia a la noche,
sería lo último que Mossen querría ver antes de partir, no había nada
que se le pudiera comparar a aquello, la Ciudad a nuestros pies. Imaginé
que algo así sería lo que veían las almas al ascender tras dejar sus
cuerpos, la que fue su vida a sus pies. De nuevo me equivocaba. No
había terminado de apoyarme en el muro para descansar, cuando Osías
comenzaba a bajar de nuevo los 207 escalones.
De nuevo
en la Catedral, ya más tranquila y serena, las alturas me enervan y
descolocan, miré a mí alrededor de izquierda a derecha, de arriba abajo.
No me asustan las alturas cuando tengo los pies en el suelo y elevo mi
cabeza para ver la grandiosidad de un edificio, y este, era de los más
bellos con los que una persona puede encontrarse en vida, y yo era tan
afortunada que llevaba formando parte de él desde que nací; y no dejaba
de asombrarme y admirarme ni con el trascurrir de las décadas.
−Paseemos
y admiremos esta maravilla del ser Humano consagrada a Dios –me dijo
Mossen ofreciéndome su brazo− así nos gustaba pasear y dialogar a mi
amada Juana y a mí. Contemplando lo humano, hablar de lo divino, y bajo
la mano de Dios, cantar al amor. Mi segunda y amada esposa amaba la
poesía tanto como yo las amaba a las dos, mujer y poesía. De nuevo me
dejó solo el amor una noche, Dios se llevó lo que el Hombre tanto amaba.
Solo de nuevo. Solo con mis recuerdos y mis letras.
Guardó
entonces silencio Osías. No supe ni quise decirle nada, me limité a
seguirle en nuestro paseo por la Catedral, que el silencio hablase por
ambos. Comenzamos nuestro recorrido por la Capilla de San Vicente,
continuamos por las de San Luis Obispo y San Vicente Ferrer, Inmaculada
Concepción, Santa Catalina de Alejandría, Virgen del Pilar, Cristo de la
Buena Muerte, la de la Virgen del Rosario, San Pascual Bailón, para
acabar en la Capilla de San Pedro Apóstol.
No quiso mi compañero
detenerse en las capillas de la Puerta de la Almoina, tirando de mi
brazo insistió en que todavía no era el momento de partir, aún no podía
marchar sin verlo por última vez. Nada más me decía al respecto, tan
solo se negaba a marchar sin ver aquello que tanto deseaba; pensé que
tal vez ver la Sala Capitular, El Relicario o la Sacristía Mayor, fuera
eso que tanto ansiaba, erré de nuevo. Nos dejamos cautivar por el
soberbio y magnífico Altar Mayor y sus frescos sin parangón, por la
cúpula y el Cimborrio, por el Coro y la Capilla Mayor; dejamos que la
magia nos envolviera, que la paz del recinto nos atrapara, que nuestros
pensamientos se acallaran, y tan solo observamos nuestro alrededor, como
se observa lo que se ve por primera vez y tal vez nunca se vuelva a
ver.
−Ha llegado la hora –me dijo− he de verlo por última vez. Mi partida ya no puede ser demorada, mi Señora ¿Me acompañáis?
Nada
deseaba más que ver al fin ese ansiado objeto, el motivo por el cual
habíamos recorrido la Ciutat Vella entera, de noche y en tan peculiar
compañía, el motivo por el cual un Halcón me despertó tocando con su ala
en mi ventana, el mismo por el que un Gato me había incitado a
seguirle, aquel por el cual decidí sin saber cual era, seguir a un
completo desconocido y sentirme unida a él. Por supuesto que quería
acompañarle.
Dejamos atrás el Altar Mayor, las capillas
laterales, las tres puertas, las Capillas de San Miguel Arcángel y San
Sebastián, y entramos en el Sancta Sanctorum de la Catedral. Por
supuesto, no podría haber sido de otra manera ¿Cómo no lo había
adivinado? ningún visitante de la Catedral puede marcharse sin verlo,
más aún, un amante de la Ciudad y la Historia. Entramos en la Capilla
del Santo Cáliz.
“…Claro está que mi vida no terminó,
cuando vi cómo la muerte se le acercaba,
y llorando decía: -¡No me
dejéis,
sentid el dolor que el dolor causa en mí!
- ¡Oh malvado corazón
de quien en tal trance
no queda despedazado y sin sangre!
Un poco de
piedad, un poco de amor
bastaría para mostrar un gran dolor.
¿Quién
será aquél que llegue a dolerse
la bastante de los piadosos males que la
Muerte trae?
¡Oh mal cruel, que la juventud arrebatáis
y hacéis que la
carne se pudra en la fosa!...”
El recogimiento en
la Capilla era absoluto, en el Altar, el Santo Cáliz de la Cena Del
Señor, a pesar de su pequeño tamaño, lo iluminaba todo, cada una de sus
piedras, sus vetustos y pétreos asientos, sus toscas paredes, las
cadenas que lucen en las mismas y que antaño cerraban el Puerto de
Marsella, la misma tumba del arzobispo Menéndez Conde y sobre todo, el
imponente Retablo de Alabastro. La Paz más absoluta. Y sin duda eso era
lo que sentía Mossen en la Capilla. Se acercó hasta el Altar, reclinó su
cabeza, oró en silencio y cerró los ojos durante largo tiempo. Se puso
en pie y ofreciéndome su brazo salimos de nuevo.
Andaba
Mossen por el pasillo derecho de la Catedral, mirando las capillas que
anteriormente pasamos de largo, sin apenas detenernos por el ansia de
llegar cuanto antes al Tesoro de Osías, cuando me detuve a disfrutar de
las maravillosas obras de Goya y dejarme atrapar una vez más, por el
bello oscurantismo del dulce Barroco. En ello estaba cuando escuché un
fuerte golpe no lejos de mí, como si una pesada puerta se cerrara; el
eco retumbó en toda la Catedral, haciéndome dar un respingo y
sobresaltándome. Una vez recompuesta del susto inicial anduve hacia el
lugar del cual creí provenía el estrépito, llamé en voz alta a Mossen y
no obtuve respuesta de él. Una y otra vez dije su nombre en voz alta,
pero nada, no hubo señal alguna de su presencia.
La genialidad oscura de Goya
Recorrí de nuevo
la planta entera, desde la Puerta de los Hierros, hasta el patio del
Micalet; fui de capilla en capilla buscando a mi compañero, incluso
volví a la Capilla del Santo Cáliz. Nada, absolutamente nada. Di la
vuelta al Altar, parándome en la Capilla de la Resurrección y mirando de
izquierda a derecha sin dejar de llamar a mi Halconero. Nada. Nada.
Comencé a dar de nuevo la vuelta y fue entonces cuando lo vi. En la
Puerta de la Almoina , sobre la misma entrada, estaba el Halcón que
perturbó mi sueño al comienzo de aquella noche. Abrió sus alas y emprendió el vuelo soltando un suave gañido al sobrevolar mi cabeza.
Casi
me hace perder el equilibrio y caer al suelo, y justo cuando estaba a
punto de hacerlo, una pluma del ave cayó antes que yo sobre una lápida
de oscuro mármol. Me quedé sin voz y casi sin aliento. Sobre la lápida,
rezaba esta inscripción:
“Yo soc aquest qui en la mort
delit prenc, puix que no tolc la causa perquè em ve (Yo soy este quien
disfruto de la muerte, por)”que no rehuyo la causa por la que me viene.”
Y un nombre. Ausiàs March. Y una imagen. La de un
Caballero con espada, calzas y capa. Mi Halconero. Mi Mossen. Mi
Compañero de ruta nocturna. Y me agaché a tocar su lápida. Me llevé la
pluma que el Halcón dejó caer y en silencio me marché. Cerré tras de mí
la Puerta de los Hierros y me encaminé hacia la Plaza de la Reina,
cuando el alba comenzaba a romper. No recuerdo si me subí al autobús que
pasaba en aquel momento, o si caminé de nuevo por las calles de
Valencia, tal vez volé como el Halcón, todo pudo haber ocurrido en
aquella noche, pues tampoco recuerdo el trayecto, ni el cansancio, ni
las caras de la gente, tan solo, la voz de Mossen recitándome su última
poesía.
“…Todos mis amigos me compadecerán
así que vean
mi pasión;
el falso compañero se alegrará,
y el envidioso, que disfruta
con el mal,
¡pues, tanto como puedo, sufro y sufrir quiero,
y si no
padezco, siento fuerte disgusto,
pues deseo no volver a sentir placer
y
que jamás cese el llanto de mis ojos!
No amo tan poco como para que no
mojen mi cara
las lágrimas, al pensar en su vida y en su muerte;
rememorando su vida, vivo en la tristeza,
y su muerte lamento tanto como
puedo.
No logro más, nada más puedo hacer,
sino obedecer lo que mi
dolor ordena;
antes quisiera perder la razón que no el dolor,
y de poco
amor me acuso, puesto que no muero.
No se excuse el amador de amar poco
si sigue vivo, estando muerta su amada;
que viva por lo menos apartado del mundo,
y que tan sólo tenga el nombre de cautivo.”
( Canto Sexto de Muerte, Ausiàs March)
Llegué
a casa y me metí en la cama. Santiago se quejó de que no dejé de
moverme en toda la noche. Mi Gato no hablaba, solo ronroneaba mientras
dormía plácidamente. No podía recordar cómo había llegado hasta allí.
Tal vez, solo tal vez, la cena si fue en realidad pesada. Y me dormí.
Al
despertar por la mañana todo parecía un sueño. Mi cabeza estaba llena
de imágenes borrosas, de voces turbias, de sonidos confusos, sin duda
alguna había pasado muy mala noche, tanto, que confundí sueño con
realidad. Pero fue tan hermoso. Al abrir la ventana, un rayo de sol
entró en la habitación y sobre la mesita se veía claramente lo que no
era una ilusión, ni una alucinación, sobre mi mesita había una pluma de
Halcón.
El gato me miró y dijo, Miauuuu. Solo Miau. Y un gañido de Halcón se oyó al otro lado de la ventana.
CATEDRAL SANTA MARÍA DE VALENCIA
c/ Almoina s/n
46003 Valencia
telf. 96 391 81 27/ 96 392 43 02
©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS
FOTOGRAFÍAS: Santiago Navascués Ladrón.
TEXTO: Yolanda T. Villar.
Fantástica manera de relatar un viaje y una visita a la catedral. Este gato trorero es muy bueno, felicidades.
ResponderEliminarSaludos