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miércoles, 8 de abril de 2020

Arrancad las semillas, fusilad a los niños. Kenzaburo Oé.

Arrancad las semillas,Fusilad a los niños.

Kenzaburo Oé

Por La Pelipequirroja. 



  No se como comenzó mi atracción por la literatura asiática, la japonesa para ser más exactos, pero recuerdo un libro de leyendas orientales (chinas, japonesas, indias) que había en casa de una de mis tías, cuyas estanterías eran mis mayores proveedoras de joyas y tesoros (aunque mi propia tía me confesó que ellos no habían leído ninguno, tan solo los compraban porque hacían juego con la decoración del salón, así que solo tenía en que encontrar un libro similar en colores y tamaño para sustituirlo y podía llevarme a casa el que quisiera)
   El caso es que cada vez que iba a comer a su casa, me pasaba horas leyéndolo, no fue necesario llevármelo a casa porque acabé aprendiéndome las leyendas de memoria, sobre todo una: La mujer que se convirtió en libélula. Me fascinaba ese cuento, era tan hermoso, parecía que podía escuchar las voces de sus protagonistas, oír el rumor de las cañas de arroz, la voz del viento ¡Aquella forma de narrar me enloquecía! incluso intenté emularla, con no muy buen resultado, puede porque mis mujeres se convertían en ovejas y mis paisajes eran manchegos, y claro, no es lo mismo que el Lejano Oriente. 
  Si ahí nació esta pasión mía por la literatura japonesa, se la debo a aquel libro de leyendas, de narraciones espectaculares e imágenes fascinantes. 
  
     Y esta novela era una de mis asignaturas pendientes, recuerdo la película en blanco y negro, subtitulada,  en estos momentos no se ni quien era su director, pero sí ciertas imágenes que me horrorizaron a la par que me sedujeron, misterios de la vida, lo bello y lo triste siempre a la par. Ya no he podido ni querido esperar más tiempo para leerla, y ¡Guauuu! han sido dos intensos días de lectura, con sentimientos encontrados y emociones a flor de piel. Ha sido una experiencia catártica. 
   
   Arrancad las semillas, fusilad a los niños de Kenzaburo Oé, fue publicada en 1957, pero aún tardaría años en llegar a nuestro país. Ambientada en el Japón de la Segunda Guerra Mundial, en un país asediado y bombardeado hasta la extenuación, un grupo de niños de un reformatorio-orfanato, son trasladados a un pequeño pueblo en las montañas cuando en la ciudad la Guerra causa estragos. Cuando llegan a la aldea, los campesinos, incómodos y molestos por verse obligados a convivir con ellos, ven en una epidemia de peste, no solo a los jóvenes detrás de tan horrible infortunio, sino la razón para marcharse de allí dejándolos abandonados y a su suerte. 
   Llegados a este punto, no se vosotros, pero yo no pude evitar ver semejanzas con El señor de las moscas, ya que los jóvenes, al verse solos, deben organizarse para que la convivencia no se convierta en una anarquía absoluta, en la unión reside la fuerza, y esta será la única manera de sobrevivir allí aislados; para ellos necesitarán leyes, alguien que sea capaz de dirigir y establecer límites, en resumidas cuentas, deben llevar a su pequeña comunidad, las leyes y el orden de una vida en sociedad. Y hasta aquí el parecido con el libro de William Golding, pues los muchachos no toman el mismo rumbo ni las directrices que rigen a los jóvenes de Golding ¿Será porque la sociedad japonesa no tiene nada que ver con la occidental? ¿Tal es así que hasta en momentos de precariedad y supervivencia extrema, son capaces de seguir normas y respetar al vecino? 
   No es para nada una novela de las de pasar el rato, es dura, muy dura, terriblemente dura, hay que respirar hondo en varias ocasiones y continuar la lectura con un nudo en el estómago; por el título ya habréis adivinado que no iba a ser fácil, pero también he de deciros que si sois capaces de continuar leyendo descubriréis una historia hermosa en su fealdad, y esto sin duda es mérito de la narración, de la pluma de y del peso de una sociedad y una cultura tan distinta a la nuestra que logra equilibrar la dureza de la historia con su casi casi,  una artística manera de contarla. 
   Los jóvenes, condenados a permanecer solos y abandonados, recluidos en la pequeña aldea, tienen que enfrentarse a dos grandes problemas: el de sobrevivir aislados y el de permanecer vivos, pues los cadáveres sin enterrar han sido tan abandonados como los propios niños. Comienza aquí una de las mejores historias de supervivencia  y convivencia que haya leído jamás en novela alguna, desgarradora y cruel, pero también llena de esperanza y respeto, lo más parecido al amor que estos muchachos, en regresión a un estado casi primitivo, sienten y son capaces de transmitir al resto. Simbología y filosofía en una narración natural, en consonancia con el estado en el que se encuentran los chicos, casi casi de felicidad al ser liberados del yugo de las reglas de los adultos, y crear ellos las suyas propias. Pero nada dura eternamente. La verdadera tragedia de estos jóvenes delincuentes y olvidados por la sociedad, no está en el abandono que han sufrido ni en la posibilidad de enfermar y morir, el drama comienza de verdad cuando los adultos regresan al pueblo y se encuentran con vida a los chicos; los campesinos hacen prevalecer sus derechos sobre las casas, los campos y sobre los mismos niños.
Las normas y el poder vuelven a manos de los de siempre. 

   Una novela que casi parece un cuento para niños, de esos que les meten miedo para no hacer cosas fuera de la norma, para obedecer a los mayores y tener miedo a lo desconocido o lo prohibido, pero que en realidad no pretende aleccionar a los infantes, sino dejar al descubierto la crueldad de una sociedad adulta que sin embargo es la que tiene el poder.   Una historia bellísima creada a partir de un hecho horrible. Maravillosa. Absolutamente maravillosa. Mi amor por la literatura japonesa no deja de crecer. Y con razón.


Esta novela cumple la premisa: Clásico ambientado fuera de Europa. Reto Todos los clásicos grandes y pequeños 2020.


Inquilinas de Netherfield. Gato trotero.

   ARRANCAD LAS SEMILLAS,
FUSILAD A LOS NIÑOS.
Kenzaburo Oé.

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