ASESINOS INOCENTES, de José Javier Abasolo

En un ecosistema hasta los buitres, esas bestias aladas, oscuras y de retorcido pico, tienen su función. Y no es precisamente menor, si no todo lo contrario. A simple vista son unos seres abominables, pues los vemos siempre pendientes del hedor de la muerte; alimentándose de cadáveres y hundiendo sus retorcidos picos entre vísceras y huesos quebrados; sobrevolando a los moribundos mientras aguardan a que éstos escupan su último hálito final... Y sin embargo, son esenciales para que la corrupción de esos cuerpos no perturbe la salubridad del entorno y no se extiendan enfermedades no deseadas a los miles de individuos que componen su entorno natural.

Del mismo modo que existen buitres en el reino animal, también existen humanos extrapolables en la sociedad; personas odiosas por su comportamiento, de ese tipo de hombres o mujeres con quien nunca tomarías un café porque nada tienen que aportarte, porque sabes que nada bueno les rodea ni con nada digno se ganan la vida. Dicen que únicamente nos resultan de fiar aquellas personas a las que dejaríamos a su cuidado a nuestros niños... Pues bien, las personas buitre (se podría definir incluso como vampiros) jamás serían unas de ellas. Nunca confiaremos en personas que se nos acercan por interés, que sólo muestran inquietud hacia nosotros cuando pueden sacar algo para su beneficio, y que se olvidan de tí con la misma facilidad con que se te acercaron cuando ya no perciben ni rastro de la más tímida gota de sangre aún fresca que nos puedan absorber.

Por perversos que nos puedan parecer, son necesarios que estén entre nosotros, pues nos recuerdan que en este mundo, que tanto nos puede dar, también existen unos seres alados que siempre sobrevolarán nuestras cabezas, obligándonos así a no perder de vista el rumbo y a evitar la caída, y en caso de ocurrir un accidente, a levantarnos con brío antes de que con sus amplias y oscuras sombras eclipsen nuestras figuras, pues siempre estarán ahí para alimentarse de nuestras desgracias.

Hace apenas unos meses que ha regresado José Javier Abasolo a las librerías con una nueva novela (negra, ¿cómo si no?) y ya la tenemos aquí para contaros nuestras impresiones. Pero antes de meternos en harina, me gustaría destacar el buen trabajo realizado por el equipo de diseño de la portada de Erein, pues ese querubín armado con una pistola de pequeño calibre es pura poesía de lo que nos espera al cruzar la puerta (portada) hacia las primeras páginas de la novela.

Asesinos inocentes es el antitético título de una novela que se aleja de las andaduras de ese personaje, el singular detective Goiko, que tantas alegrías le ha dado al autor (puedes encontrar la reseña a la última de sus aventuras, Demasiado ruido, haciendo clic aquí). En ocasiones algunos autores, que consiguen levantar el vuelo gracias al impulso que le da tal o cual protagonista en una saga, se ven incapaces de despegarse de ellos por miedo a salirse del camino y dibujar otras tramas con otros personajes que puedan no resultar tan atractivos para sus lectores. De esta manera, inician un conjunto de historias cuyo protagonista repite en todas ellas y al que le van sucediendo acontecimientos mientras se van resolviendo cada una de las tramas individuales. El riesgo que esto aporta para el autor es el encasillamiento no ya por parte del público, si no por sí mismo. Y es que a veces, es mejor navegar por un mar calmo conocido que por un proceloso océano prometedor pero a la vez desconocido. No es el caso del bilbaíno, ya que en otras ocasiones le hemos visto salirse, y con acierto, de su zona de confort. Con Una del Oeste, también publicada por Erein dentro de su serie Cosecha Roja, nos descubrió al Abasolo más disparatado y atrevido.

En esta ocasión, nos encontramos con un protagonista totalmente diferente, Markel Zugasti, un exitoso abogado mercantil al frente de un histórico bufete de la capital del Nervión del que es heredero. A diferencia de sus antecesores, profesionales de pulcra actividad y personalidad reconocidos en todo el país, Zugasti es un abogado dispuesto a mancharse las manos para ganar sus casos, sin importarle el cómo ni el por qué. Pagado de sí mismo, sibilino y carente de escrúpulos, es un hombre amoral que engorda los resultados económicos de su bufete y se dedica a vivir la vida con fruición, entregándose a todos los placeres que rodean a la gente con dinero: lujos, sexo, más dinero. Markel tendrá que enfrentarse a un caso que nada tiene que ver con su experiencia. Acostumbrado a las deudas societarias y a los problemas económicos ajenos, se da de bruces casi sin quererlo con el asesinato de un hombre con un lado turbio, Dominique Le Ferrand, a manos de un antiguo cliente del protagonista: Aurelio Mentxaka, un jubilado sin antecedentes cuyo máximo problema en la vida es que estuvo a punto de ser deshauciado de su vivienda con la llegada de la maldita crisis si el protagonista no lo hubiese impedido.
¿Qué lleva a un hombre aparentemente incapaz de matar a una mosca, a acabar con la vida de alguien a quien no conoce de nada ni le une ningún tipo de vínculo, pero que sin embargo confiesa en una declaración jurada que él es el asesino de la víctima? Esa es la pregunta que abre la veda de la novela, la misma que se hace Karmele, la hija del asesino y amiga de la infancia del abogado. Ambos formarán una pareja inseparable con la única intención de resolver el misterio, pues ella no puede entender cómo su padre ha llegado a cometer algo así sin que su padre no le contase nada, ni Markel quiere despegarse del lado de la mujer que un día fue su amor truncado de juventud estival... por si cae algo. Él sabe que el caso tiene poco recorrido pues, aunque no es un experto, concluye que un asesinato con confesión directa del asesino da lugar a pocas alternativas para evitar que el viejo muera en la cárcel. Sin embargo, cuando, tras entrevistarse con Aurelio en la prisión, el protagonista se entera al día siguiente de que el padre de Karmele se ha suicidado y de que custodiaba en su casa unos boletos premiados de lotería y sellados días antes en dos ciudades en las que nunca estuvo, toma conciencia de la verdadera magnitud del caso, y de que tendrá que poner sus cinco sentidos y algunos extra que tendrá que pedir prestados en los estamentos de justicia, si realmente quiere desentrañar la clave de tan sorprendentes sucesos.
Formado en derecho, Abasolo nos coloca, haciendo uso de la primera persona, en el pellejo de un auténtico mal nacido, entendiendo esta expresión como la única alternativa que describa con fidelidad el carácter, la conducta y los hechos del protagonista sin mentar a su santa madre. A través de sus propios pensamientos, el lector descubre a un hombre que produce la náusea más sonora y atragantada, revelándolo como un antihéroe indeseable y canalla, pero con un lado, apenas visible, por el que se cuela unas gotas de humanidad cuando su escamada piel de serpiente se expande al sentir de cerca el aliento de la mujer deseada. Con el sarcasmo siempre empapado en el filo de su lengua trata de desenvolverse donde la investigación le lleve, y allí donde no llega aquel, llega su cuenta corriente para adquirir en el turbio mercado del menudeo de información judicial el material necesario para tratar de esclarecer el caso. Como contrapunto al protagonista, encontraremos a Karmele Mentxaka, hija y huérfana del asesino confeso, mujer valiente y fría cuyos actos son la consecuencia de un pasado del que supo tener la sagacidad de aprender, aún a costa de perder por el camino su ingenuidad.
Con Asesinos inocentes, José Javier Abasolo consigue una novela diferente de otros de sus registros anteriores, hilvanando una trama original en la que los personajes, todos ellos con unas personalidades bien definidas y que no dejan lectores indiferentes, se mueven a lo largo de la acción con una calculada precisión, demostrando el autor un buen dominio de los tiempos literarios que siempre deben prevalecer en las novelas negras para mantener la tensión, así como de la crítica ácida de la profesión de abogado, de la judicatura y de los estamentos públicos de justicia, mostrando las vergüenzas de un sistema que supuestamente se sustenta sobre la intención escrupulosa de procesar, juzgar y sentenciar para conseguir una sociedad más limpia y segura. Sin embargo, a medida que vas entrando en sus inmensos salones de piedra, descubres un extraño olor a descomposición cuyo origen es incierto, pero que lo envuelve todo como esa densa neblina de una fría mañana de invierno que se pega al asfalto, que nos permite ver a la altura de nuestras cabezas pero que nos impide poner sobre seguro cada paso que damos sobre el suelo. Todo ello, construído sobre la base de un lenguaje directo y cercano, aderezado con un humor que se hace mucho más presente que en otros trabajos previos y que ya identifica al autor sin que necesitemos comprobar su nombre en la portada.
En resumen, una buena novela que permite mantener su destacada posición a Abasolo como uno de los autores de novela negra vasca más interesantes de la actualidad, pues ha creado una historia atractiva para el lector ocasional pero también al asiduo del género, que invita a reflexionar acerca del asesinato y de si existe alguna circunstancia que haga posible su indulgencia, y que además ha dado vida a un personaje que, quién sabe, quizá vuelva a recuperarla más allá de la última página de esta novela. ¿Podría ser en otra? Al menos a mí me gustaría.

ASESINOS INOCENTES

José Javier Abasolo

Editorial Erein

ISBN: 978-84-9109-248-3

SBN digital (ePUB): 978-84-9109-253-7

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Una Reseña de

Santiago Navascués

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