Carlos Aurensanz es el primer autor que se sometió a las preguntas de este Gato lector y fisgón. De muy buena gana, casi sin conocerme, y aún con el frío del mes de enero calándonos los huesos, se prestó a contestar sobre todo aquello que mi curiosidad, que no es poca, alumbró tras la lectura de La hora del Califa (título que cerraba su exitosa trilogía de Los Banu Qasi).
Desde entonces, Carlos ha seguido trabajando, robándole tiempo a su tiempo para crear nuevas historias que vuelvan a atraparnos hasta el desvelo. Hoy, una vez más, se sienta junto a nosotros y responde a nuestras preguntas sobre La Puerta Pintada con la misma amabilidad de siempre, sin dejar ninguna pregunta sin responder ni dar rodeos en alguna que pueda resultar incómoda. Haciendo uso del "Se torea como se es" pronunciado por el torero Juan Belmonte, de este autor de estilo cercano y directo se puede decir lo mismo cuando tienes la suerte de charlar unos minutos con él: su cercanía rompe esa barrera que a veces, de manera inconsciente, aparece entre escritor y lector, y consigue que todo resulte más fácil. Las entrevistas salen solas.
Carlos Aurensanz, firmando un ejemplar en Librería Papiro. Alfaro (La Rioja)
La Puerta
Pintada es el título de su nueva novela, y hace referencia al nombre que le
atribuían los vecinos de la ciudad de Tudela en época del medievo a la Puerta
del Juicio de la Catedral de la ciudad. Cuando decidió comenzar a escribir esta
historia ¿Cómo surgió la idea de incluir dentro de la
historia a La Puerta Pintada?
La
Puerta Pintada es una historia que surgió al encajar varias piezas en un
pequeño puzzle mental. La primera era la vivienda de los campaneros en lo alto
de la catedral, un elemento muy literario que al instante nos recuerda a Víctor
Hugo, Nuestra Señora de París y Quasimodo. La segunda era la propia Puerta del
Juicio de la catedral de Tudela, en la que se representan de manera muy gráfica
los pecados más habituales y sus castigos. Y por último está el trasfondo de la
II República y la Guerra Civil, un momento de nuestra historia que siempre me
ha interesado y que conocía bien.
Quizá los lectores nos hayamos acostumbrado a
leer sobre catedrales en épocas ambientadas entre los siglos XIII y XVI. Sin
embargo, su nuevo trabajo se
contextualiza en pleno siglo XX, si bien es verdad que en dos décadas
distintas (socialmente antagónicas). En una de ellas, incluso, se acudía a las
iglesias a quemarlas. ¿Por qué eligió la Catedral para protagonizar una novela de la Guerra Civil, con sus causas y sus
consecuencias?
Al
principio la Guerra Civil iba a ser solo el telón de fondo de una historia que
tiene algo de novela negra y de intriga, de novela gótica y también de novela
costumbrista. A medida que avanzaba en su elaboración, la parte histórica fue
adquiriendo mayor protagonismo. Profundizar en la documentación de la época me
obligó a rescatar a algunos de sus protagonistas, a recordar algunos de
aquellos dramáticos episodios que vivieron nuestros abuelos. Alguno de los
personajes que aparecen en La Puerta Pintada son reales, y están ahí porque he
sentido la obligación ética de rescatarlos del olvido, a modo de homenaje a las
víctimas de aquella barbarie.
Los personajes principales de su novela se sorprenden
del enorme tesoro que les vigila cada vez que entran a la Catedral cuando, un
buen día, alguien comienza a dibujar cada una de las dovelas que componen la
Puerta del Juicio, como si nunca antes hubiesen reparado en una obra tan
rotunda. ¿Les ocurre lo mismo a los ciudadanos de hoy? ¿Son conscientes los
tudelanos del tesoro que tienen en su ciudad, o es que la gente anda tan liada
en sus cosas cotidianas que quizá por desinterés no alzan su mirada para
contemplarla?
Es
lógico que así sea. Si quieres ocultar algo de manera que nadie lo encuentre…
déjalo bien a la vista. A veces no somos capaces de valorar bien lo que
contemplamos a diario, y tienen que ser los que vienen de fuera quienes nos hagan
abrir los ojos. Tuve dificultades para documentar la novela en cuanto al
significado de cada dovela, porque no existía un trabajo global, sino estudios
dispersos o tesis doctorales que fijaban su atención en detalles concretos.
Cuando creía tener la información suficiente, tuve noticia de la publicación de
un magnífico monográfico de Diego Carasusán y Blanca Aldanondo, periodistas de
Diario de Navarra, que reúnen en su libro toda la información disponible y la
ilustran con las mejores imágenes en las que recrean, incluso, la posible
policromía original de la portada. Tras la publicación de La Puerta Pintada
hemos tenido noticia de la próxima restauración de la Puerta del Juicio, lo que
completará la reforma integral de la catedral.
En el inicio de La Puerta Pintada, asistimos, en el Nuevo Casino de Puente Real, a
una partida de cartas entre Herminio, el Alcalde; mosén Hipólito, el archivero
de la Catedral; el capitán Solís y el médico de la ciudad, Don Manuel Vega.
Cualquiera diría que es una suerte de ilustración poética de los contrapesos
sociales que sostuvieron el franquismo, que sobre el tapete se jugase algo más
que una partida de naipes…
Así
fue durante aquellos años oscuros. La escena inicial puede parecer un fotograma
de una película de época, pero yo he vivido en persona partidas de cartas muy
similares a la que reflejo en la novela, en la que se reunían en torno a la
mesa las “fuerzas vivas” de la ciudad. Desde luego que sobre aquellos tapetes
de fieltro se jugaba mucho más que una partida de naipes. No es la única escena
que he rescatado de mi propia memoria. En una ocasión tuve acceso a los
registros parroquiales de defunciones de un pequeño pueblo cercano a Belchite.
El párroco registraba los fusilamientos de nacionales como “asesinado por los
rojos”. Cuando el pueblo fue tomado por las tropas franquistas los
fusilamientos de republicanos aparecían como “muerto por desgracia de tiro”. Es
un detalle que también aparece en la novela.
En la primera parte de la novela, que discurre a
finales de los años cuarenta, asistimos a una sucesión continuada e inconexa de
asesinatos en una pequeña y tranquila ciudad del sur de Navarra, una tierra de
vital importancia en la planificación y posterior desarrollo del golpe de
Estado. ¿Navarra padeció menos el impacto de la posguerra dada su afinidad
previa al Régimen? ¿El respeto a los Fueros navarros fue un pago a los
servicios prestados? Los Fueros de las provincias vascas, salvo los de Álava,
fueron suprimidos por ser zona leal a la República…
Eso
es algo que está en los libros de historia. El golpe de estado del 36 se gestó
en Navarra y desde el primer día toda la provincia estuvo en manos de los
sublevados, con el general Mola a la cabeza. En ningún momento hubo frentes ni
trincheras, pero eso no quiere decir que se mantuviera al margen del horror de
la contienda, de los bombardeos y de la brutal represión, durante la guerra y
después. La lectura de “Navarra 1936, de la esperanza al terror” es un
recordatorio descarnado de los horrores vividos en aquellos años en que nos
destrozamos con saña unos a otros.
La segunda mitad, por el contrario, conduce al
lector a través de los meses previos al inicio de la Guerra Civil, junto a dos
simpatizantes republicanos, hasta la trágica contienda que enfrentó a un país.
Su suerte pudo ser la de miles de personas que tuvieron que elegir un bando, o
se lo impusieron a la fuerza según cuál fuese su residencia en aquellos días
amargos. Como escritor de un relato que aborda una guerra ¿Es usted de los que
piensan que se debe novelar como un
historiador que narra lo sucedido de un modo aséptico, sin tomar parte de
ningún bando, o cree que el escritor debe dar un paso al frente y posicionarse
en uno de los dos lados?
Desde
la concepción de esta historia hasta tener entre las manos el primer
manuscrito, hubo una evolución en el modo de enfocarla. El cambio del nombre de
la ciudad de Tudela por un inexistente y anónimo Puente Real respondía a un
deseo de quitar el foco de un lugar concreto, pues quería dejar claro que en
zona nacional se cometieron atrocidades sin fin, pero en el bando republicano
también. Sin embargo, esta consideración no me conduce de ningún modo a la
equidistancia. La Republica gozaba de la legitimidad democrática que
proporciona el triunfo en las urnas, y el bando contrario se alzó en armas
contra la autoridad legítima, llevando al país a un conflicto armado que
provocó un millón de muertos y que no terminó en 1939 como algunos aún
sostienen. Desde un punto de vista más intelectual, será evidente para
cualquier lector que mis simpatías están del lado de una República que hizo un
esfuerzo titánico a favor de la enseñanza y la lucha contra el analfabetismo,
frente a una época posterior que sumergió al país en la penumbra de una
educación y una moral dominada por los sectores más retrógrados de la sociedad.
Creo que con estas consideraciones queda respondida la cuestión: un escritor
debe mojarse, siempre.
En la novela expone la irrefrenable polarización
de las ideas en los últimos meses de la República y cómo los personajes más
sensatos se quejan con enorme pesar de la persecución del clero por parte de la
izquierda o la aviesa instrucción militar a la que sometieron los dirigentes de
la derecha a las gentes simpatizantes. ¿Pudieron evitarse esos tres años de
horror?
Por
supuesto que pudieron evitarse, esos tres años y los cuarenta posteriores, que
nos alejaron de una Europa en plena reconstrucción de sus economías y de sus
democracias. Los excesos durante la República dieron argumentos a los
partidarios del golpe militar, y sus responsables no supieron o no pudieron
parar ni tales excesos ni la respuesta antidemocrática que se estaba gestando
en los cuarteles. Pero es que una vez iniciada la contienda, una participación
decidida de las democracias occidentales hubiera podido detener esa barbarie,
algo que tampoco sucedió.
Hasta el momento, su producción literaria queda
encerrada en el género histórico, tras la publicación de la Trilogía de los Banu Qasi. ¿Ha
encontrado alguna dificultad al cambiar de registro con esta nueva novela?
¿Técnicamente ha tenido que alterar sus métodos de trabajo?
Este
cambio de registro era algo que necesitaba después de siete años dedicado a la
trilogía de los Banu Qasi. La novela histórica es muy exigente en cuando a la
necesidad de mantener el rigor histórico, la documentación de cada detalle debe
ser exhaustiva, y buscaba escribir algo con mayor libertad narrativa, algo más
ligero. Lo he conseguido solo en parte, porque al final la parte histórica de
La Puerta Pintada ha ganado protagonismo sobre la trama de novela negra y de
intriga.
Sabemos que esta novela la escribió en apenas
seis meses, y que dejó a un lado otra de carácter histórico que tenía iniciada
porque el cuerpo le pidió poner todo su empeño en La Puerta Pintada. Desde su editorial, incluso, le indicaron que
salirse del éxito cosechado con sus anteriores trabajos suponía un riesgo del
que debía ser consciente. ¿Volvería a hacerlo? ¿Incluso si no lograse alcanzar
el buen recibimiento que está teniendo la novela en apenas unas semanas?
Escribir
hoy en día no es un modo de vida, salvo para media docena de autores que tienen
el privilegio de vivir de la literatura. El resto escribimos porque disfrutamos
con ello, a pesar de tener que ganarnos la vida con el trabajo diario. Pero
escribir también supone un esfuerzo y un sacrificio, es necesario dedicar
muchas horas del tiempo libre, restar tiempo a la familia e incluso al sueño. Si
no me divirtiera escribiendo, sería incapaz de continuar. Tras el paréntesis de
La Puerta Pintada me siento con energías renovadas para afrontar la siguiente
novela histórica, con la que estoy recuperando las buenas sensaciones de la
anterior trilogía. Siempre he dicho que un lector nunca disfrutará de una
novela si el autor no lo ha hecho al escribirla. Y creo que el entusiasta
recibimiento de La Puerta Pintada por parte de los lectores es el resultado de
los meses en que disfruté a lo grande escribiendo esa historia que se cruzó en
el camino.
Le deseamos lo mejor con su nueva criatura, y esperamos que le traiga una
recompensa bien merecida, pues este Gato Trotero, por encima de todo lo demás,
valora de manera incalculable a todo aquel que es capaz de tener el valor de
escuchar a su corazón (de escritor), y de hacerle caso hasta el final.
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