Trotaba hoy por mi ciudad, y mis patas me han llevado casi
sin darme cuenta hasta una plaza en la cual, algunas tardes a la semana y los
domingos por la mañana, se representan cuentos infantiles con títeres y
marionetas; recuerdo que de pequeño me pasaba horas entres los arbustos del
parque, escuchando y observando con atención a esos simpares muñecos que
parecían hablar solos y sobre todo, parecían tener vida propia.
Poco han
cambiado las cosas desde entonces en este mundo de polichinelas, pues los
cuentos de ayer siguen siendo prácticamente los mismos de hoy, con la
diferencia que en lugar de ser Caperucita quien va a casa de la abuelita, es
esta quien va a visitarla porque la nieta no levanta la mirada de la consola y casi es devorada por un lobo guerrero que
salía de la pantalla del videojuego; pero las historias a contar y la moraleja
final, no han sufrido a penas variación en siglos de historias y cuentos,
siempre ha habido enseñanzas que impartir y mensajes que transmitir.
¿Qué mejor manera de enseñarnos una lección que hacerlo sin
que parezca que nos están aleccionando? Un cuento,sin lugar a dudas. Y nada mejor
que contarnos las cosas a través de divertidos, bonachones, tontorrones y por supuesto, ladinos animales; personajes
que simbolicen grandezas o defectos humanos, sin que nadie se sienta ofendido y
por ende, aludido. Si, a todos nos encantan las fábulas.
Y a mí, a pesar de
ser Gato, no iban a gustarme menos. Gatos que representan la astucia, la
sagacidad, el misterio, la sabiduría. Zorros espabilados y bellacos que con
gran picardía engañan o lo intentan, al honesto perro, al ambicioso cuervo, al
pedante Gallo, a la bobalicona gallina, al avaro topo. Cabritillos que salen
airosos de fauces de temibles lobos, liebres que escapan veloces de sus
perseguidores pero que sus Egos las hacen caer en ridículo ante lentas pero
sabias tortugas. Ratas, ratas maliciosas que roban, que engañan, que mienten, que
se ríen de los incautos que caen como corderitos en sus trampas y tejemanejes
¿No es cierto, que poco o nada ha cambiado el cuento? Nada ha cambiado este y
algo si han cambiado los cuentistas, cada hay más y todos quieren para sí el
papel de Zorro con final de León, Rey de la Selva, aunque esta sea de asfalto,
cemento, hormigón y se llame Paraíso fiscal. Demasiados Reyezuelos para tan
pocos Reinos.
¡Ay qué sería de los humanos sin nosotros, los animales!
pues bien conocido es el dicho que reza así: que suerte tener animales o niños
a los que echar las culpas. Y a los que poner en sus bocas sin
lenguaje, palabras humanas.
Pero sigamos con esta representación de títeres y marionetas,
que todo aquel que quiere mucho decir, es porque tiene mucho más que callar…como
una zorra. O como cierto loro…
EL MISTERIO DEL LORO de Ramón Hernández de Ávila
Cuando le eché el ojo por primera vez a la novela de Ramón Hernández, fue porque me
atrajeron a partes iguales tanto su título como su portada. El Misterio del loro. Un perro blanco
frente a un loro negro, y un fondo verde chillón que sin duda se escapó del
plumaje del loro y dejó a este sin plumas y sin color –no pensarán que
iba a meter la pata poniendo lo de cacareando, pues si bien queda chistoso, no
viene al caso, al menos en lo que a la portada se refiere, pues una vez en las
entrañas de la novela, cacarear, cacarea hasta el más pintado, aunque ni plumas
ni pico tenga. Eso podría haber sido todo y haber elegido el libro por
su portada, sin más. Pero hubo algo que terminó de convencerme. Al nombre de la
novela, le seguía un apellido la mar de misterioso: Una parábola municipal. Y
es que hasta ese momento nunca me había encontrado con nada igual ¿Parábola?
¿Municipal? era como si un nombre fuera la antítesis del otro ¿Qué me puede enseñar a mí, algo referente a un municipio? matizo ¿Qué me puede enseñar
sin aburrirme como una ostra? pues el segundo apellido del libro. Novela
picaresca actual.
Ya estaba claro, ese libro estaba gritando mi nombre, y por
mis apellidos, Curiosidad y Picardía, que se vino conmigo a casa, pues ya no podía dejar de pensar en lo que
esos dos, Loro y Perro, tendrían que contarme. Y tal y como yo imaginé, entres
sus páginas encontré todo un despliegue de personajes, racionales unos e irracionales
otros, y es que tras sumergirme en su
lectura, la línea que separa a unos de otros es tan fina que cuesta asegurar
sin miedo a equivocarse, quien es quien.
Leer El
Misterio del loro es como volver a esos teatros de marionetas, o esos
cuentos en los que astutos zorros quieren hacer creer a las gallinas de un
corral que en breve el cielo caerá sobre sus cabezas y que por su propio bien
deberán correr tanto y tan lejos como puedan, pues bien sabido es que a río
revuelto, ganancia de pescadores, o alimento gratis para raposas; a ver si me
explico como debiera.
Es cómo esos cuentos en los que todos los pecados humanos y unas pocas virtudes son puestas ante nuestras narices para recordarnos lo que ya sabemos, pero que por el hastío y la ceguera que da la rutina y el pan de cada día, se nos suele olvidar con facilidad que no solo existen, si no que nos pican las pantorrillas como pulgas o chinches hambrientas, que si bien no nos hacen sangrar y gritar de dolor, no nos dejan parar con tanto rascar y rascar ¡Siempre tiene que venir alguien a joder la marrana! −con perdón de la cochina que aparte de fama de poco aseada, tiene más virtudes y aprovechamientos que cualquier virtuoso o Excelentísimo Señor, al que tarde o temprano acabaremos tildando de Cerdo.
Es cómo esos cuentos en los que todos los pecados humanos y unas pocas virtudes son puestas ante nuestras narices para recordarnos lo que ya sabemos, pero que por el hastío y la ceguera que da la rutina y el pan de cada día, se nos suele olvidar con facilidad que no solo existen, si no que nos pican las pantorrillas como pulgas o chinches hambrientas, que si bien no nos hacen sangrar y gritar de dolor, no nos dejan parar con tanto rascar y rascar ¡Siempre tiene que venir alguien a joder la marrana! −con perdón de la cochina que aparte de fama de poco aseada, tiene más virtudes y aprovechamientos que cualquier virtuoso o Excelentísimo Señor, al que tarde o temprano acabaremos tildando de Cerdo.
No. No ha cambiado nada el cuento, ese de nunca acabar,
pues de ello se encargan los avispados cuentistas que con cada generación, más
espabilados y con menos vergüenza nacen; esos que igual les da vender un traje
nuevo al emperador, aunque le dejen en cueros, si con ellos sacan beneficio y
consiguen hacernos creer que en verdad se trata de un traje, solo que fino y
ligero. Cuentos que antes nos contaban los hermanos Grimm , y ahora lo hacen telediarios y periódicos, aunque con una
gran diferencia entre aquellos cuentos y estos. Antes eran para prevenirnos si
mal actuábamos, y ahora es para restregarnos que mal, ya hemos actuado, o mejor
dicho, que una vez más, mal hemos votado. Pero ni antes aprendíamos de las moralejas, ni ahora
de votar una y otra vez a aquellos, cuya
única Moraleja que conocen es la de
Alcobendas. De moral, ni hablamos.
“Nos cuenta Ramón
Hernández en esta novela, la picaresca de la alcaldía de Chozas de la Sierra, un pequeño pueblo serrano, para sacar provecho de un suceso sin igual. La
misteriosa muerte de un loro. Alcalde, concejales, oposición, empresarios,
iglesia −los “poderes fácticos” como los denomina el maestro del pueblo, ya
jubilado− todos, quieren sacar tajada del loro muerto y la atracción que dicho
suceso ha despertado tanto dentro como fuera del pueblo. Un pueblo hasta
entonces modesto, sencillo, sin grandes pretensiones, que ahora sin embargo, se
ha convertido en centro de la atención mediática, y que ve en ello, la gran
oportunidad de situarse en los “mapas sociales y políticos”, la manera más
práctica y rápida de llenarse los bolsillos. Eso sí, excusándose en que todo es
para el bien del pueblo. Todo para el pueblo, pero sin el pueblo, como debe ser
si uno quiere enriquecerse. Adoradores de Becerros de Oro, ni más ni menos,
pues si de dinero se trata, hasta un
loro, bien vale una misa.
Y en medio de
todo, un Coronel “de los de antes”, dueño del famoso Loro y una joven
veraneante dueña de un astuto perro. Tradición y modernidad. Mano dura y
libertad absoluta. Pero ambos con algo en común, proteger y defender a los que
quieren, aunque el fin no siempre justifique
los medios.
Costumbres
enraizadas, mentes retrógradas, supercherías, creencias obsoletas, tradiciones
antiquísimas, santos a los que rogar y fiestas en las que disfrutar. Un pueblo
cualquiera de un lugar cualquiera de este país nuestro tan dado a vivir del
cuento, fábula y por supuesto, parábola.”
Una novela sorprendente, actual y tan cargada de razón como
de vergüenza, propia y ajena. Solo que no se escarmienta en cabeza vecina.
Novela con moraleja y aunque parezca imposible de conseguir, sin moralina
alguna. Mérito de Ramón Hernández de Ávila…y el Loro Quito.
Una reseña de Yolanda T. Villar
©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS
La verdad es que tengo muchas ganas de leerlo!! Es actualidad omnipresente: aunque pasen los años, aunque se traté de diferentes lugares, el argumento es de actualidad.
ResponderEliminarGracias por esta, como siempre, genial reseña
Hola Karo! La verdad es que cuando supe de su existencia, pudo más la curiosidad que otra cosa, y es que lo de Novela picaresca actual, me atrajo sin remedio.
EliminarHa superado mis expectativas, la novela es increíblemente buena, más de lo que pensé inicialmente.
Un abrazo!!!
Gracias por vuestras opiniones y me alegro de haberos hecho pasar un rato agradable y a la vez crítico por todo lo que nos viene cayendo encima. Seguiré escribiendo novelas, aunque cada semana me podéis encontrar en mi columna de nuevatribuna.es donde hago comentarios y reportajes de todo tipo. Gracias por leer. Tendréis larga vida
ResponderEliminarGracias por vuestras opiniones y me alegro de haberos hecho pasar un rato agradable y a la vez crítico por todo lo que nos viene cayendo encima. Seguiré escribiendo novelas, aunque cada semana me podéis encontrar en mi columna de nuevatribuna.es donde hago comentarios y reportajes de todo tipo. Gracias por leer. Tendréis larga vida
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