Soy Lilith que retorna del
calabozo del olvido blanco, leona del señor y diosa de dos noches. Yo reúno aquello
que no puede ser reunido en mi copa y lo bebo, ya que soy la sacerdotisa del
templo. Agoto toda embriaguez para que no se piense que me puedo saciar. Me
hago el amor y me reproduzco para crear un pueblo de mi linaje, ya que mato a
mis amantes para dar paso a los que aún no he conocido.
(Joumana Haddad, El Retorno de Lilith)
Camino por las calles de mi ciudad, choco con decenas de
personas que tienen tanta prisa como yo, y total, para no llegar a ninguna
parte; les soy indiferente, no reparan
en mí pero es que a mí me pasa lo mismo con ellas, solo veo caras,
sin apreciar sus rostros. Marea humana que sube y baja sin tener en cuenta la
luna, solo se mueve por inercia, por temor a convertirse en el centro de
atención, en el punto de mira si se quedan quietos.
Y me gustaría tanto poder moverme bajo el influjo de la
luna. Sentirme etérea, sentir mi cuerpo
levitar, no tocar el suelo, rozar las estrellas con las puntas de mis dedos;
salir de esta marea y convertirme en ola, en espuma, en sal y arena que cubre
la piel de un cuerpo desnudo a la orilla del mar. Ser mar incluso. Ser gaviota.
Ser delfín. Ser Universo. Sentirme mujer
sin tener que sentir vergüenza ni pudor por serlo. Ser Mujer, ser Yo. Y ser
Libre. ¡LIBRE!
Me paro en mitad de una concurrida calle, cierro los ojos,
hasta cierro mis oídos. Dejo caer mis brazos a lo largo de mi cuerpo. Oigo latir a mi corazón, su compás comienza a
marcar un ritmo cadencioso pero firme en mis caderas, estas se mueven de
derecha a izquierda y viceversa, ahora marcan un círculo en el sentido de las
agujas del reloj, aunque no me importa el tiempo ni sé de tiempos más allá de
este preciso momento. Ahora giran
armoniosas hacia el sentido contrario de ese imaginario e innecesario reloj. Mi
cuerpo flota, mi vientre escapa de la prisión de la tradición, no está preso de
la concepción, no es un mero recipiente, no es tabú ni morada de Satán. Es
cobijo de mariposas, nido de alondras, es calor, es fuego, es Vida. Es Amor.
Híncame
tus uñas rojas en el cuello,
no
seas conmigo oveja ni cordero.
Resísteme
con toda tu astucia
cuando
acudo a ti cual volcán encendido.
Los
labios más hermosos son los que se rebelan,
los
más feos los que siempre asienten.
(Nizzar Kabbani)
Ahora mis brazos son alas de palomas, mi vientre es como un gato desperezándose al sol y mis
caderas son dos sirenas surcando el mar. Nado. Corro. Salto. Emprendo el vuelo.
Abro los ojos y veo a la gente mirarme. Unos están
sorprendidos, otros se burlan, algunos incluso me llaman loca, y unos pocos, sonríen
y me aplauden; hay incluso dos jóvenes, que han empezado a mover lentamente sus
caderas. Al final cada cual sigue su
camino, pero todos vuelven la vista atrás, dónde ya somos tres, bailando
Libertad. Tan solo un gato blanquinegro, desde su tejado, sonríe al vernos en
verdad, volar por la ciudad.
BALADY:
Cuando entramos mi compañero y yo la otra mañana en la sala
dónde tendría lugar la charla y el visionado del documental Balady, no teníamos ni idea de lo que en realidad nos
esperaba; habíamos oído hablar de este documental, que iba sobre como la mujer
árabe se rebelaba de sus propias ataduras a través de la danza del vientre, de
lo difícil que era para la mujer musulmana poder expresarse con su cuerpo, de
la intransigencia, de la tradición, de la cultura, la religión…¡Claro! dije yo,
una cultura tan cerrada como la suya, tanto machismo alrededor, misoginia
incluso, vamos, lo típico, nada de libertad y muchas cadenas. Pobres mujeres,
pensé.
El documental fue rodado en Egipto, Túnez, Francia y
España. Dirigido por Emile Vidal y Donia
Maher, nos presenta a base de testimonios de hombres y mujeres, como ven
unos y otros a la mujer en la sociedad actual y el peso que la cultura y la
tradición ejercen sobre ambos, y como les afecta sobre todo a ellas. Diríamos
que tomando la danza del vientre como punto de partida, o como nexo de unión
entre mujeres de diferentes países y culturas, los testimonios nos van
acercando a la forma de pensar y actuar de hombres y mujeres, creando una red invisible pero con la fuerza
de cadenas de acero alrededor de la mujer, dejando a la libertad y a la
tradición en puntos opuestos de dicha red, que cual tela de araña atrapa a sus
víctimas como mariposas que luchan por
zafarse de ese pegajoso abrazo ¿Pero qué pasaría si no fuera una mariposa sola
la que intenta romper esa tela, y si fueran muchas al mismo tiempo las que lo
intentaran, podría la tela resistir la fuerza común de un montón de mariposas
empujando al mismo tiempo? ¿Y si no lo hicieran solas, y si una mano les
ayudase a quebrar ese pegajoso hilo? De eso se trata, de no luchar en soledad.
De no dejarse vencer por ella, por la soledad, por el miedo, por las ideas
inculcadas a base de años de repetirlas hasta convertirlas en Palabra de Dios.
No me encontré en el documental pobres mujeres, no.
Descubrí mujeres fuertes, mujeres valientes, mujeres que de tanto luchar contra
todo y contra todos se han convertido a pesar del miedo que nunca las abandona,
en auténticas Diosas pues ser mortales sin más se ha quedado impreciso para
ellas; mujeres egipcias, tunecinas, españolas y francesas, todas tienen algo en
común a pesar de sus diferencias, todas y cada una de ellas, quieren sentirse libres, poderosas no para
someter a los hombres, no, si no para hundirse ante ellas mismas, pues si la
tradición, la religión y los hombres que
las rodean no ejercieran suficiente peso sobre sus alas, otro lastre, el mayor
de todos, les impide volar. El miedo de querer ser y sentir lo que son,
Mujeres.
Y entonces bailan. Bailan para vencer ese miedo a ellas
mismas, a sus cuerpos, a sus mentes, a sus almas. Miedo con el que no han
nacido ni deberían haberlo hecho, miedo que se las ha inculcado incluso, sin
palabra alguna. No pretenden embaucar,
ni seducir, ni dominar, solo quieren sentir sus cuerpos para sentirse libres,
nada más. No es un pecado, es un derecho.
Es un grito silencioso que se dibuja a golpe de caderas, de
brazos y manos al viento, de vientres que se asoman al mundo lejos de su
cárcel. La mujer no es un demonio, su cuerpo no es una maldición, bailar no es un pecado como no
lo es sonreír, como no lo es respirar, como
no lo es sentir latir el corazón. Balady
es todo eso y mucho más, Balady no
es solo una forma de vivir, es VIVIR.
Nos miramos mi compañero y yo, un hombre y una mujer. Tan
lejos de todas ellas y tan cerca sin embargo en estos momentos. No somos tan
distintos unos de otros, unas de otras, tan solo somos diferentes cuando nos lo hacen sentir. Y
Sentir es una palabra muy bella y muy musical, es pura armonía, toda
sentimiento.
Balady es sentirse Mujer, es sentir a la Mujer.
…Retumban
los frutos al caer,
y
la flor de hibisco, abatida,
detiene
mi pensamiento
de
palma trepadora
entre
espinos de Sherezade
y
piel morada de Sultán…
(La
muchacha del mar rojo, Miriam Jurado)
Proyecto Balady
Documental coproducido por Interarts Y Hassala Films
dirigido por Emile Vidal y Donia Maher
Un artículo de Yolanda T. Villar
©TODOS LOS DERECHOS
RESERVADOS
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