martes, 16 de diciembre de 2014

STANBROOK, CUANDO LOS VENCIDOS LEVARON ANCLAS

 

Aquella noche, nadie en el puerto de Alicante pudo conocer el semblante de la Luna. Tras un turbio manto de nubes escondió su pena, y en el enjuagó sus lágrimas de plata y amargura. Aquella noche, alguien comenzó a enumerar los rostros desvalidos que subían a un barco hasta que perdió la cuenta... Miradas sin consuelo, empañadas de tristeza, de desgarro, de derrota... Varias generaciones de españoles se apretaron sobre la cubierta de un carbonero de bandera britana. Cuanto más apretados, más vidas se salvarían de un cruel destino que no iba a entender de clemencias o de perdón. El odio no entiende de absoluciones, sólo entiende de venganzas y represión. Y cuanto más cruel, mejor.
Aquella noche de finales de marzo, marcada con el número veintiocho en el calendario del último año de la última guerra civil, la más despiadada de todas, el Stanbrook zarpaba con nocturnidad, al abrigo de la noche fría, hacia las tierras de Orán. Como si de los antiguos moriscos se tratase, esos hombres, mujeres y niños abandonaban su hogar a la fuerza, con prisa y en silencio obligados por el rencor. Pusieron rumbo hacia la tierra de sus antepasados bereberes, donde encontraron cobijo pero no hallaron ni paz ni consuelo. Su mala suerte no había hecho nada más que comenzar...
Entretanto,  la ciudad se preparaba para soportar un nuevo bombardeo que iluminaba la noche de tragedia, muerte y destrucción. Apenas un día antes, Madrid acababa de caer en manos del ejército golpista. La guerra ya estaba ganada, pero los soldados de la última gran cruzada aún seguirían llenando su zurrón de nuevos trofeos para exhibirlos con orgullo ante Dios y por la causa.

"En la mente de todos había sensación de fuga, derrota, hundimiento moral" 
Antonio Vilanova.



Aún hay tiempo. Hasta el 18 de enero de 2.015 se puede visitar en el Centro Cultural La Nau de Valencia la exposición Stanbrook, 1939. El exilio hacia el norte de África. Se trata de un viaje a nuestro pasado más reciente y oscuro, un tránsito hacia atrás en el tiempo que nos conduce a una España en blanco y negro, de extremos; una España castigada y hambrienta devorándose así misma, un mismo cuerpo separado en dos mitades, en dos brazos entregados a abrirse las venas con las uñas si es preciso.
Una vez ubicados, nos hallamos en el puerto de Alicante. Huele a mar, a tristeza, a miedo. En los rostros de las primeras fotografías, apenas una docenas de las más de dos mil seiscientas almas que se subieron a aquel buque de la vergüenza, las miradas de los niños son un océano de desasosiego. Por eso los más valientes, los que soportan mirar en dirección a la cerrada oscuridad, se agarran a los brazos o piernas de sus padres, según su altura, como ya se aferran los más pequeños, los que no miran porque, si lo hacen, saben que encontrarán monstruos. Por eso no miran. Si uno se fija con detenimiento, en las miradas de esos valientes que dirigen sus ojos a la cerrada oscuridad pueden verse las fauces abiertas de los monstruos que imaginan los niños que no miran. Todos buscan la protección del padre pero... ¿Quién salva al padre que también ve monstruos, aún más crecidos y más horripilantes, en el horizonte?


El capitán Archibald Dickson, al mando de la embarcación, decide ayudar a los perdedores de la guerra y ponerlos a salvo de las garras de las tropas de Franco. Comienza entonces un periplo arriesgado, pues se embarcó a más personas de las que el barco podía transportar de manera fiable, y a punto estuvo de zozobrar en mitad del Mediterráneo en más de una ocasión.
Al llegar a las costas africanas, fueron recibidos por los ciudadanos de Orán, en Argelia, protectorado francés. Del mismo modo que hicieron con los exiliados al otro lado de los Pirineos, las autoridades francesas trataron de un modo ingrato y vergonzoso a los españoles. Dada la ideología socialista, comunista, anarquista... de la mayoría del pasaje, los consideraron una amenaza y fueron diseminados en distintos campos de trabajo, verdaderos campos de concentración sobre los que la mirada internacional nunca ha querido detenerse y estudiar con ánimo reparador las condiciones infrahumanas en las que vivieron aquellos hombres por una cuestión de pensamiento diferente.

Con unas excepcionales ilustraciones del reconocido Paco Roca, autor de Los surcos del azar, y a través de murales, fotografías, objetos rescatados y diarios personales de los supervivientes asistimos al drama que padecieron los españoles del Stanbrook, que sirven como icono del sufrimiento de los miles de exiliados repartidos por el mundo y como recuerdo de un daño causado por la sinrazón. Que su dolor permanezca siempre presente y sea divulgado para que nunca más sean necesarios más stanbrooks de salvación, y para que no se vuelvan a perder los mejores años de una generación perdida afanada únicamente en alcanzar la meta última de su propia supervivencia.






Stanbrook, 1939. El exilio hacia el norte de África
Centro Cultural La Nau de Valencia

Del 29 de septiembre al 18 de enero de 2015

Acceso libre
De martes a sábado, de 10 a 14 y de 16 a 20 horas.
Domingos y festivos, de 10 a 14 horas.

Visitas guiadas:
visites.guiades@uv.es
Tel. 963864922- Pilar Pérez

www.uv.es/cultura
www.operaciostanbrook.org


Redacción
Santiago Navascués

©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

4 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Si Karo, lo es. Tuvo que ser terrible para todas esas personas...terrible.

      Un abrazo

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  2. Lamentable suceso pero una exposicion magnifica
    Gracias por compartir Gato

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    1. Si es cierto. De sucesos tan lamentables y execrables parece imposible que surja la belleza y la emoción, pero así es.

      Gracias a ti.

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