(Fotografía de Santiago Navascués Ladrón)
La armonía es un río transitable.
Cada aurora embarcamos
corriente abajo, en ceremonia inédita.
No recordamos nunca
las estaciones en las que paramos
ayer o antes de ayer o antes de siempre.
En el viaje que a diario se repite
en una barca nunca vista.
Y aunque escribamos cotidianamente
las minuciosas obras del trayecto,
mañana la aventura será virgen.
(Armonía, de David E. Galindo)
La noche envuelve la ciudad. Es una noche fría, sumergida
entre la niebla, nieblina que resulta de la mezcla de la humedad del ambiente y
de los vapores que emergen de todas partes; digo vapores porque el humo de la
contaminación y el que se escapa de las calefacciones de los hogares, se une al
humo de los fumadores que resguardados del frío y la humedad, fuman dando
grandes bocanadas a sus cigarros, como si en cada una de sus exhalaciones buscaran la solución a sus problemas, incluso
yo diría que muchos de ellos miran la roja ceniza prendida y se concentran en
ella como el que pide un deseo ¿Será dejar de fumar, o que ese cigarro no acabe
nunca?
Y hablo del frío de la noche por todos estos indicios que
me voy encontrando en mi camino, pues camino por las calles de mi ciudad sin
sentir ese frío que parece que hace a mi alrededor ¿Será un espejismo? ¿Un
decorado? todo indica que la noche avanza y el invierno quiere ocupar al fin su
trono, demostrando su poder y su magnificencia. Pero o este es más benévolo de
lo que él mismo cree o es mi cuerpo el que domina el clima. Raro, si, muy raro
¿Pero qué más da? solo quiero seguir mi camino disfrutando del mismo hasta que llegue a...¿Dónde iba yo? ¡Vaya!
lo he olvidado. Será la niebla…un gato blanquinegro me observa desde el final
de la calle. Diría que me viene siguiendo, parece realmente interesado en saber
dónde voy ¿Pero para que querría saber un gato a donde dirijo mis pasos? No
sentiré frío, pero la cabeza si la estoy perdiendo un poco.
Empiezo a preocuparme ¿Qué hago aquí y hacia dónde me
dirijo?
Oigo una música deliciosa y por más que busco no encuentro
al músico ni al instrumento, mi cabeza pronto se desenroscará del cuello y
saldrá disparada de seguir girándola de un lado a otro en busca de tan bonita
melodía; el gato blanquinegro maúlla y atrae mi atención hacia una cristalera
iluminada. Dirijo mis pasos hacia allí, aunque bien parece que mis pies
supieran antes que mi cabeza hacia dónde íbamos, pues aceleraron el paso y como
si conocieran el camino me llevaron hasta la cristalera.
Sin embargo allí no había nadie. Un caballete de pintor y
una sábana de seda azul es todo lo que pude ver; pego mi cara al cristal
intentando ver algo, pero no consigo ver nada más allá del azul de la ondulada
seda que cubre el caballete. Es un azul tan intenso que las ondas de la tela se
asemejan a las suaves olas del mar, como pequeños mimos en tu mano cuando en la
orilla de una barca dejas que las mismas acaricien el agua, igual que cuando era
niña y jugaba a escribir palabras en las ondas del mar para dejar mensajes a
las sirenas que vivían en los palacios de coral. Nunca vi a unos ni a otros,
pero por si acaso, les dejé miles de mensajes para que supieran que yo había
estado allí y dónde podían encontrarme si algún día quisieran buscarme. Solo
era una niña.
Y la risa de un niño fue lo que me sacó de mis recuerdos
¡Dichosa seda azul, al igual que el mar intentó atraparme entre sus rizos azules! La risa
infantil cada vez se oía más nítida, y se oían los pasitos de su dueño corriendo de un lado para otro. Me acerqué
hacia la puerta e intenté abrirla, pero el picaporte tan solo subía y bajaba
mostrándome su sonrisa de arabesco pero burlándose de mí al no dejarme
entrar. El violín sonaba dentro y la
risa infantil cada vez se oía más cerca; en seguida no fue una risa de niño lo
que oí, fueron dos, tres… eran ya varias las risas infantiles que se oían al
otro lado de la puerta, eran tan contagiosas que empecé a reír yo también, o es
que me reía de mi misma al verme reflejada en el cristal y sentir que estaba
perdiendo la cabeza.
La puerta se abrió a penas unos centímetros, el picaporte
pareció adquirir un rictus serio, como un guión de ordenador en lugar del
alegre arabesco del principio, asomé la nariz por el hueco de la puerta y dije
un tímido: ¿Hay alguien ahí? Silencio. Pregunté de nuevo. Otra vez silencio. En
ese momento el gato blanquinegro entró corriendo aprovechando el hueco entre
mis piernas y la puerta y dos segundos después se volvieron a oír las risas de
los niños; esta vez aprovecharía la indiscreción del gato para cometer la mía
propia, si dentro alguien me acusara de intrusa, diría que el minino se ha
escapado y solo quería atraparlo. Una excusa perfecta. A no ser que el gato
fuera de ellos y entonces si estaría metida en un lío.
Entré y cerré la puerta tras de mí. Tal vez debería haber
sido más precavida y dejarla abierta por si tenía que salir corriendo, pero algo
en mi interior me empujó a cerrarla como si no quisiera que el resto del mundo
supiera lo que había encontrado al otro lado de la puerta. Aunque tampoco nadie
encontraría mi cadáver si me pasara algo.
(Imagen galeriapizarro.com)
De perdidos al río. O al mar. Pues enfrente mío vi un
maravilloso cuadro al oleo, aunque perfectamente podía ser una ventana frente
al mar, un mar azul y blanco que parecía querer volar hacia un cielo rosado. Pero
mis ojos me engañaron, era en efecto un precioso cuadro que me recordaba mis
atardeceres en el Mediterráneo, cuando de niña jugaba a la orilla del mar con
mis primos pequeños, todos de la mano adentrándonos en el misterioso universo
salado de Neptuno. Una ola se alzaba en la orilla dejando al descubierto un
tesoro escondido, años y años de civilizaciones que surcaron estos mares y
llegaron a nuestras playas.
Me adelanté unos pasos cuando a mis espaldas se oyó el
revoloteo de unas alas. Me giré tan rápido como pude, algo asustada he de
confesar, pues mi admiración por las aves va a la par que mi miedo hacia ellas;
miré a mi derecha y para mi asombro descubrí que el revolotear del ave era en
realidad el de las páginas de varios libros antiguos, que posados sobre una tela blanca que parecía levitar,
movían sus hojas como si fueran las alas de un pájaro. Y ante mis ojos, las
hojas de uno de ellas comenzaron a transformarse en una paloma blanca, y es que
sus amarillas y rancias hojas maquilladas por el paso del tiempo, parecían
querer permanecer vivas y eternas, alumbrando
desde su más profundo ser a aquella blanca paloma, como diciendo ¡Yo soy las
alas del saber, la libertad del conocimiento, la eterna guardiana de las letras
que jamás deberían perderse! Y un añejo olor a libros antiguos y polvo me envolvió por
completo.
No salí de mi letargo hasta que me sacaron de él las notas de
un violín. De nuevo sonaba esa melodía que me había atraído hasta allí; me
volví para descubrir quién era el artífice de aquella música y vi a un grupo de
niños jugando y riendo, mojados y con restos de arena en sus cuerpos. No repararon en mi hasta que una niña que jugaba un poco más delante con una caja
la cual parecía guardar un gran tesoro, me miró y rió y me tendió su mano. Fue
entonces cuando el resto de niños se dio cuenta de mi presencia y se dirigieron hacia mí
rodeándome como si jugasen al corro.
(Imagen galeriapizarro.com)
−¡Hola! –dije sonriendo tímidamente a la niña
que me miraba atentamente− ¡Que caja tan bonita tienes! ¿Es un
tesoro?
− ¡¡Mucho más bonito que eso!! –contestó− es el Mar.
Y
me mostró su caja llena de agua y espuma, me acerqué hasta ella y metí mi mano
en su cajita de mar y sentí como las olas me golpeaban los dedos primero, la
mano después, el brazo y si no llego a sacarlo, me hubieran arrastrado entera.
Mi brazo olía a sal. Era cierto, aquella niña tenía una caja llena de mar.
Los niños comenzaron a reír de nuevo y a correr por todas
partes, la brisa marina revolvió sus cabellos mojados y humedeció los míos. Mis
pies estaban cubiertos de fina arena. Y no pude evitar reír con ellos. Fue tal el alboroto que armamos que
despertamos a unas jóvenes que al parecer dormían tranquilas hasta ese momento;
una de ellas me miró con ojos somnolientos, llevaba una rosa roja entre sus
manos y tan solo cubría su cuerpo una ligera tela de gasa y encaje. Al
principio me sentí algo turbada y aparté mi mirada de su desnudez, no quería
incomodarla, sin embargo a ella no parecía molestarle, era como si vestir solo su piel fuera innato a ella, tanto, que llegué a pensar que tal vez la que
tenía que sentirse incómoda era yo por esconder la mía bajo la ropa. Una paloma
voló desde la cenefa junto a su cama y se adentró en el espejo de un aguamanil que
vertía agua de mar sobre una palangana; tan tranquilo era este pequeño mar, que hubiera sido necesario que el mismísimo Poseidón me hubiera
dicho que no era ese el mar que albergó mis juegos de infancia, mi
Mediterráneo, mi vida, para hacerme creer que así era.
La muchacha de la rosa roja se incorporó y dos pétalos de
la flor cayeron sobre la sábana azul que cubría su cama, los miró un segundo y
luego acarició su rosa para ver que no había sufrido daño alguno, pues no le
faltaba ningún pétalo. Seguro que esos dos pétalos caídos no estaban muertos,
pensé, seguro que solo duermen esperando una flor que les necesite de nuevo. Y
me acordé de cuando mi madre guardaba los pétalos caídos de las rosas dentro un
papel de seda, para que duraran eternamente aunque no tuvieran rosa a la que
proteger.
Todos, al igual que los pétalos, esperamos nuestro momento
de despertar y Ser de nuevo.
Otra joven que portaba un libro entre sus manos, despertó y
apretó este contra su pecho desnudo, sonrió y acarició una florecilla amarilla
que le servía de marcapáginas, era como si el despertar no le hubiera apartado
de los sueños que el pequeño libro le produjo durante su dormir. Ambas chicas,
la de la rosa y la del libro, miraron a otras dos jóvenes a las cuales les
costaba más despertar. Me acerqué hasta ellas, despacio, sin hacer ruido, casi
sin respirar, solo quería comprobar que estaban bien, que su quietud solo se
debía a un profundo sueño; una de ellas dormía de espaldas, apoyada sobre un
respaldo de olas azules y cielo rosado, la tela roja de su cama dibujaba
dobleces de tal manera que si hubiera sido azul en lugar de carmesí, parecería
que la muchacha dormía sobre las olas del mar. Tan solo suspiró un momento,
abrió los ojos y se giró para mirar al resto de chicas que al igual que bellas
durmientes, despertaban de sus siestas.
Y sentí que la única
que soñaba despierta allí era yo.
Una chica que cubría su cuerpo con una delicada gasa rosa
despertó al igual que sus compañeras y tampoco pareció sentirse molesta por
verme allí, parada, frente a ellas, observándolas; yo diría que tampoco reparó
en mí. A lo mejor yo no soñaba con ellas, si no que yo salía en sus sueños. La
chica de la gasa rosa se levantó, caminó unos pasos y volvió a tumbarse junto a
un violín, que sujeto por delicadas cintas de raso dejaba ver su tripa
abierta; dentro dormían los sueños de la joven que sin pensarlo dos veces, se
tumbó junto a él y cerró sus ojos de nuevo, no se muy bien si para recuperarlos
o para llenar esa tripa de violín con más ensoñaciones.
(Imagen galeriapizarro.com)
Entonces caí en la cuenta. Si el violín estaba roto ¿De
dónde provenía la música que no dejaba de oír? ¿De esa panza abierta y unas
cuerdas inexistentes?
El gato blanquinegro cruzó de nuevo la habitación para
subirse ágilmente hasta una barca, que tan solo tripulada por una enorme
mariposa con las alas en llamas, se adentraba en la mar guiada por raíles de
tren; ni una ni otro, ni mariposa ni gato, cogieron el equipaje que se quedó abandonado
y abierto en la orilla de aquella singular playa. No fue la mariposa quien
emprendió el vuelo al sentir sus alas arder, no. Fue el gato el que saltó y
trepó por la escalerilla de un Dirigible que partía hacia la luna, la cual se
reflejó en sus ojos, Creciente en su pupila izquierda, Decreciente en la
derecha.
Las olas mojaron mis pies.
-El velo de una noche fría
aleja más tu corazón del mío,
lo envuelve en una dulce melodía
que va encendiendo sus latidos..
Te enamora suavemente
esa música de ensueño,
en ella te pierdes lentamente
y vas amándola en silencio…
Una susurrante voz, envuelta en una
bella melodía sonó tras de mí. Una rubia muchacha, de piel clara y tersa,
apenas cubierta por una bata de seda de colores, reposando sobre un sofá
cubierto de blanca seda y gasa rosa, acariciaba un violín con los rizos de su
cabello; parecía un sueño, pues solo con el roce de su pelo conseguía que el
violín sonara y tocara una dulce, dulcísima melodía ¡Era esa, si, esa era la
melodía que había escuchado en la calle y que me había atraído hasta allí! era
deliciosa, adorable, hechizante, armoniosa, ensoñadora…las notas comenzaron a
flotar por la habitación, rodeándome e invitándome a danzar a su son. Los niños
volvieron a reír y a bailar cogidos de la mano, las jóvenes durmientes
envueltas en sus gasas semi transparentes se unieron a aquellos infantiles
danzarines, ¡hasta los libros comenzaron a mover sus hojas bajo aquella música
que nos tenía a todos embrujados!.
Pasamos así unos minutos, o tal vez
fueran horas, incluso pudimos estar así días pues ya no recordaba qué había
hecho antes de ponerme a bailar aquella deliciosa melodía, rodeada por mis
risueños amigos ¿Y que importaba el tiempo transcurrido si podría vivir y soñar
eternamente? Giré y giré sobre mi misma
como poseída por una fuerza sobrenatural, no sentía mi cuerpo, no notaba mis
pies tocar el suelo, solo oía la música y los latidos de mi corazón.
Una brisa se levantó de golpe, en
apenas unos segundos se transformó en niebla, la música apenas se oía y las
risas de los niños se iban apagando; una paloma voló hacia un jarrón de flores
secas, haciéndolas tambalear al batir sus alas tan cerca. Un reloj parado
comenzó a girar sus manecillas sin control alguno y la nieblina se convirtió en
niebla espesa. Ya no se oía la música. Ya no había risas de niños. Ni siquiera
el gato hizo acto de presencia.
La niebla desapareció de la misma
forma que había aparecido. Súbitamente. Y entonces me di cuenta de que
estaba en una Galería de Arte, no había
niños, ni jóvenes danzarinas, ni sonidos de violines, solo bellos cuadros que
por alguna extraña razón me habían hecho creer que estaba en un sueño. Y fue
tan bonito que me dolió despertar. La puerta de la Galería se abrió y un hombre
de pelo blanco con destellos dorados y unos ojos tan azules como el mar pintado
en aquellos cuadros, entró y asombrado se me quedó mirando.
(Imagen galeriapizarro.com)
−¿Qué hace aquí? ¿Cómo ha entrado? –me preguntó. No puede estar aquí y menos a estas horas, mujer.
−No se, estaba la puerta abierta y escuché una melodía y vi a unos niños
que…
−balbucée, mientras el hombre me miraba incrédulo.
El hombre de ojos color Mediterráneo, y que dijo llamarse Àlex, me acompañó
a la salida y se aseguró que me marchaba haciéndome prometer que me tomaría
algo caliente al llegar a casa y me metería en la cama a descansar, y que tal vez
debería ir al médico…Si, creo que tal vez hubiera tenido que ir, pero en su
lugar me marché a casa sin más y me metí en la cama estando segura que no lo
había soñado, aunque pronto el sueño me venció y la melodía y las risas de los
niños se fueron con la vigilia.
−¡Venga, cada uno a su sitio! y no volváis hacerlo que un
día...nos descubrirán a todos –dijo el hombre de ojos color mar. Y
sonrió cuando cerró con llave la puerta de la Galería.
En el tejado un gato blanquinegro miraba la luna que se reflejaba creciente
en uno de sus ojos, decreciente en el otro.
…Bajo
el arrullo de un cómplice violín inspirado
hoy enciendo en tu cuerpo mi canto más querido
sintiendo el fuerte rítmo de tu latir enamorado
en magistral sinfonía...¡te amo dulce amor mío!
hoy enciendo en tu cuerpo mi canto más querido
sintiendo el fuerte rítmo de tu latir enamorado
en magistral sinfonía...¡te amo dulce amor mío!
(Fragmento
de El Violín, de Tato Ospina)
(Fotografía de Santiago Navascués)
ÀLEX ALEMANY
ARMONÍAS
Del 28 de Noviembre de 2014 al 3 de Enero de 2015
Galería Pizarro
C/ Pizarro, 8. 46004 Valencia
De martes a sábado, de 11 a 14 horas y de
17.30 a 20.30 horas
Festivos y Lunes cerrado.
(Poema "La melodía de un violin" de Soñadora Peregrina, Poemas del alma)
Una Locura de Yolanda T. Villar
©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS
¡Realmente impresionante el artículo! A la genialidad del artista se une un relato magistral. Un duo inigualable.
ResponderEliminarEnhorabuena Àlex y buen trabajo Yolanda T. Villar.
Bendita locura la vuestra.
A la genialidad del Artista poco se puede añadir, pero la locura de quien escribe este artículo tan solo pretende hacer más mágico si fuera posible, su Arte.
EliminarGracias María.