"Yo la veo en los risueños albores de la aurora, como en los tristes crepúsculos de
la tarde; a la deslumbradora claridad del astro del día, como a los destellos
apacibles de la luna argentada. Tan pronto es la sílfide aérea que hace ondear su
vaporoso manto entre las nubes que coronan los montes; tan pronto la dríada
juguetona triscando por la esmaltada pradera o la sombra de sus queridos
bosques: o bien -con más frecuencia aún- la pálida y melancólica ondina,
dejando sus palacios de líquido zafiro para sonreírme cariñosa en esta orilla
escarpada, oculta entre los arbustos balsámicos que riega cada día con su bella
urna de nácar...
...La luna, próxima al ocaso, acariciaba con sus últimos destellos la pálida frente
de la reina de las ondinas, inclinada sobre un hombro de Gabriel; mientras que
la brisa, jugando a su placer con la profusa cabellera -que se tendía destrenzada
bajo la guirnalda de nenúfar- llegaba a envolver como cendal de oro la hermosa
cabellera del joven músico; cuyos labios cesaron de henchir por un instante el
instrumento sonoro, para beber los hálitos de aquellos otros labios
voluptuosos."
(Fragmento de La Ondina Azul, de Gertrudis Gómez de Avellaneda)
GATO TROTERO: No si se debería empezar
de una forma tan directa, Anamaría, pero tengo que preguntárselo, pues
lleva rondando mi cabeza desde que leí por primera vez el título de su libro
¿Dónde se encuentra Umssola? ¿Se puede llegar hasta allí con un GPS, o
solo unos cuantos elegidos encontrarán el camino? Y ahora sí, porque su libro
bien lo merece. Enhorabuena por tan magnífico trabajo.
ANAMARÍA
TRILLO: Muchas gracias por sus palabras, para un escritor no hay mejor
recompensa que saberse leído y, si la lectura viene seguida de una halago,
entonces ya, en mi caso, llego a las más altas cotas de felicidad. El trabajo
de escritor es muy duro, a menudo no demasiado reconocido como tal, y que,
habitualmente, se compagina con otra profesión, lo que lo hace doblemente duro,
pues el que quiere escribir se ve obligado a hacerlo de madrugada, levantándose
temprano antes de ir a trabajar o en cualquier lugar donde pueda tener un boli
y una libreta.
En
relación a su pregunta, le diré que Umssola es un lugar inventado,
lamentablemente. No existe y por lo tanto no se puede buscar con el GPS, aunque
sería maravilloso, desde luego, poder viajar a un paraje así. La isla de
Umssola y su faro, en realidad, es el lugar donde cada uno de nosotros
encontraríamos el consuelo, por lo que cada persona, dependiendo de las
circunstancias, necesitará encontrar su propio faro, ese que le permite seguir
adelante a pesar de todo. Soy de la creencia de que hay un faro hasta para el
mayor de los desconsuelos, el problema es que no siempre es fácil encontrarlo.
El Faro de Umssola es el primero de cinco relatos y el que da nombre al libro. Un nombre
propio directo y atrayente, con un
apellido −y otros cuentos subterráneos− que no solo acompaña a dicho nombre, sino que dota de carácter al libro
en sí, o al menos esa es la sensación que me ha transmitido. Digo sensación,
que no impresión, porque todos y cada
uno de los relatos que componen su libro, siendo independientes unos de otros,
se complementan perfectamente, como instrumentos de viento y cuerda en una
melodía, no dejando resquicio para una nota discordante en la composición ¿Ha
sido obra de la casualidad, el que estos cinco relatos hayan acabado formando
esta orquesta de cámara, o ha sido una meditada y difícil elección la que ha
tenido que hacer, Anamaría? El resultado no podía haber sido más
armónico.
Lo
cierto es que cada uno de ellos nació de un lugar indeterminado de mi alma de
escritora. Cada uno en un espacio, con un tono, en un tiempo concreto. Son
independientes los unos de los otros, al menos durante el largo proceso de su
creación. Cada uno nació de un rincón de mi imaginación y con un deseo de
expresar algo, una idea concreta, pero sin pensar que tendrían que compartir
páginas en algún tiempo futuro, como finalmente ha sido gracias a la editorial
Playa de Ákaba. Para mi sorpresa, cuando los tenía escritos los cinco, descubrí
que había algunos elementos comunes, y eso me sorprendió. Había encontrado un
hilo conductor invisible a primera vista, pero que se manifestó fuertemente
cuando estuvieron juntos. Comprendí entonces cómo viven los sentimientos en
nosotros, cómo nos marcan nuestros miedos y anhelos. Estaba claro que todos
eran textos escritos por la misma mano, puesto que tenían mucho más de mí de lo
que me había dado cuenta cuando los escribí uno a uno. En ellos se repite lo
que soy, lo que siento y lo que temo. Unirlos me ayudó a entenderme a mí misma,
a conocerme y saber de mí. Ponerlos juntos no fue difícil, pues eran hijos de
una misma madre y, siguiendo con el símil de la orquesta, suenan bien juntos,
pues son hermanos.
Leer su libro ha sido como viajar en el
tiempo, a pesar de que todos los relatos son tremendamente actuales. No he
podido evitar sentirme transportada a esas noches bajo las sábanas de mi cama,
con una linterna enorme –de aquellas con pila de petaca− en las que devoraba los relatos de Poe, Becquer, Maupassant, Gertrudis “Tula” Gómez
de Avellaneda de una colección que
mis padres tenían en la librería de casa. Noches fantásticas aquellas y
recuerdos maravillosos. Y al leer su libro ¡Voilà! aquellos años vuelven a mi
mente y entonces me doy cuenta de lo mucho que esos relatos y autores han
influido en mi vida y en mis escritos ¿Y en sus cuentos Anamaría, qué o quién
ha influido en ellos, en usted?
Sin
duda, coincido en su gusto por Poe, Bécquer..., por esos relatos que, en mi adolescencia,
ya me fascinaban, en los rasgos decimonónicos de la literatura, con los que me
encanta jugar: la noche, lo inexplicable, lo real que se mezcla con lo
fantástico, el sabor de las leyendas, los misterios ocultos de las historias que
me contaron.
Soy
una gran apasionada de la historia, me gusta más pensar qué pudo pasar que lo
que pueda depararnos el futuro y creo que eso influye de manera significativa
en lo que escribo. Me siento cómoda interpretando el pasado, recordando hechos
acaecidos en el siglo XIX y también en la primera mitad del XX, lo que me han
contado mis padres, y lo que mis abuelos les contaron a ellos. Me gusta la
historia universal, pero mucho más la microhistoria, esos relatos que pasan
desapercibidos en los libros, los que hay que rebuscar, investigar, indagar e
incluso fabular pues no hay manera de saber qué es realidad y qué ficción.
Influencia o no de la literatura del
siglo XIX, lo que es innegable es su estilo depurado e impecable, un lenguaje
llano y sencillo que construye frases limpias y refinadas, sin florituras, ni
ambigüedades, sin confusiones ¿Cuánto hay de años de estudio, cuanto de horas
de lectura y por supuesto, qué hay de innato en todo ello? Yo tengo una idea
muy clara, la preparación es necesaria pero hay que nacer con un “yo que sé,
que se yo” para que lo escrito sea exactamente lo que poco antes solo estaba en la mente.
Escribir es relativamente fácil, escribir bien es otro cantar y llegar al
lector es más complicado, llegar y quedarse, claro.
La
verdad es que no sabría decir con precisión cuál es la fórmula, qué hace que
uno sea escritor. En mi caso, llevo escribiendo desde niña y no sabría decir
qué me impulsó a ello la primera vez. Solo recuerdo que yo misma me di cuenta
de lo que disfruté escribiendo un cuento en concreto que presenté en el colegio
cuando tendría ocho o nueve años. Admito que a la hora de seleccionar mis
estudios, elegí Periodismo precisamente porque leer y escribir eran la base de
la formación que iba a recibir. Quizás verdaderamente haya algo innato en la
escritura, algo que uno lleva dentro y otros no. No obstante, hay escritores
que no sienten esto que estoy diciendo, que empezaron a escribir por una
cuestión práctica o por un encargo en un momento tardío y no por eso son menos
escritores. Escribir se presupone que lo puede hacer todo el mundo, escribir
bien creo que es cuestión de trabajo, empeño, esfuerzo y sobre todo de muchas
horas de lectura. Para mí, todo escritor deber ser primero un buen lector, si
no es tan solo alguien que compone libros con más o menos suerte, y al que no
es buen lector se le nota a la legua. Otro cantar es hablar del éxito o de
llegar al público. Por desgracia, tal y como está configurado el mundo
editorial, eso es algo que no está garantizado para muchos escritores que son
muy buenos, pero no se adaptan a las modas o a los aspectos más mercantiles del
mundo del libro y al que acceden, sin embargo, escritores de peor calidad pero
que se pliegan a las modas y explotan hasta la saciedad las mismas fórmulas
manidas.
El cuento es mi género literario
favorito, da igual que sea victoriano, infantil, decimonónico, tenebroso,
gótico. Si las matemáticas me las hubieran enseñado a través de un cuento, otro
gallo hubiera cantado en mis años estudiantiles ¿Qué significa para usted este
género? Un profesor me dijo en una ocasión que el cuento logra sacar la fuerza
del débil, y aplacar la ira del temperamental.
Hay
mucha gente que lo considera el hermano menor de la novela, incluso hay quien
lo llama muy desacertadamente «género chico». Yo, que me considero por encima
de todo novelista, sin embargo, admiro mucho a los grandes autores del género,
precisamente por lo que supone este género en oposición a la novela. Para mí,
el cuento es una novela condensada, es una historia redonda y completa en un
determinado número de páginas, más bien breve, y en esta historia se recogen un
inicio, un nudo y un desenlace sin dejar que el lector eche de menos ninguna
información o acción relevante. Escribir relato es un ejercicio de concreción y
síntesis, que para mí me es difícil, como digo me cuesta ser breve y concreta,
pero que para algunos grandes novelistas es un imposible. Yo me siento muy
orgullosa de haber conseguido dar forma a estos cinco y otros tantos que están
reposando en el cajón. Creo que es un género difícil, pero que, en mi caso, me
ha parecido ideal para darme a conocer a los lectores que de otro modo, con una
novela larga, por ejemplo podrían haber quedado «empachados» de mí. Hasta la
publicación de El faro de Umssola y otros cuentos subterráneos solo había
publicado en libros colectivos, y como inicio de mi carrera en solitario me ha
parecido una gran forma de presentarme, como a pequeños bocados. Las novelas
vendrán después, cuando quien haya dado oportunidad a mis cuentos considere si
merece la pena o no acompañar a mi prosa durante trescientas o cuatrocientas
páginas.
Encuentro una absoluta satisfacción en los relatos
cortos, tanto para elegir qué leer como para ponerme a escribir, suelen
terminar imponiéndose a otros tipos de narrativa; son grandes historias en un
pequeño espacio o pequeñas novelas, relatos que cuentan historias completas,
bombones en una gran caja de regalo. Pero parece inevitable que tarde o
temprano una persona golosa quiera probar a qué
sabe una gran tarta ¿Es este su caso, son los relatos esos bombones que
dan paso a un gran pastel? ¿Se puede comer bombones sin probar nunca la tarta?
En
mi opinión, se puede vivir del cuento, como se suele decir. Continuando en el
símil, creo sin ningún tipo de dudas que un escritor se puede pasar la vida
comiendo bombones sin nunca probar un pastel. Hay verdaderos artistas del
cuento que no sienten nunca la necesidad de más, porque para ellos dar el paso
hacia la novela no es un paso necesario y primordial como escritores. En mi
caso, como dije, considero que mi alma es de novelista, de escritora de grandes
novelas, y no me refiero a su calidad, en absoluto, me refiero a grandes
novelas en extensión. Me cuesta ser breve, tengo que confesarlo. Me encanta
analizar hechos, rebuscar sentimientos, describir acciones, situaciones... me
gusta jugar con la sonoridad de las oraciones, con la extensión de las frases,
con las palabras y las personas que las dicen. A veces, cuando estoy en medio
de una historia, se me ocurre un flashback
que me retrotrae al pasado de mis personajes y me entran unas ganas
irrefrenables de ir a ver cómo eran entonces, a buscar por qué son como son hoy,
etc. Esto que visto así parece interesante puede ser peligroso; puede suceder
que la historia se te vaya de las manos, pierda el mensaje, acumule un sinfín
de páginas que realmente no aportan nada sino florituras y hechos pasados que
al lector ni le van ni le vienen. Como digo, tan malo es pecar por exceso como
por defecto. En la justa medida está todo, así que vivo y escribo conteniendo
mi afán de saber más sobre cada persona que creo o sobre cada hecho que narro.
De ahí que admiro a los cuentistas, a los que son capaces de contar tanto con
tan pocas palabras. Mi incursión en el mundo del relato es un deseo de
demostrar que no es sencillo el relato y mucho menos un género menor.
Periodista, escritora, editora…varios
palos de una misma baraja. De nuevo, como en su libro, una perfecta armonía
para comunicar a los demás lo que nace dentro de una misma. No hay por qué
hacerlo, ni por qué separar lo que funciona tan bien en su conjunto, pero si no
quedara más remedio, Anamaría ¿Podría elegir una sola de estas facetas,
hacer que una prevaleciera sobre las otras? no me mate, es que este Gato de
curioso que es, se entromete en todo (risas)
Mi
querido Gato, me encanta su curiosidad, y le confieso que soy una gran amante
de los animales. Ojalá mis perritas supieran leer, o pudieran escuchar cuentos,
que le juro que les leería como he hecho con mis hijos.
El
periodismo es mi formación. Elegí la carrera por vocación, con el deseo
romántico de ser reportera y contar la verdad al mundo. Con los años comprendí
que era tan solo eso: un deseo romántico y, aunque de mi experiencia con el
periodismo me quedo con la radio, a la que algún día me gustaría volver, hace
tiempo que la profesión periodística y yo decidimos que somos incompatibles...
él es demasiado interesado y yo demasiado idealista. Con los años he acabado un
poco enfadada con él, que tanto prometió y del que tanto me creí. Aunque, entre
nosotros, si él me dice ven, seguramente iré, sin dejarlo todo, pero iré. La
edición, por otra parte, es una profesión que viene de mi afición lectora y de
la constante necesidad que tengo de hacer cosas y darle alimento a mi mente, me
encanta aprender. Hacer libros para otros autores es una profesión maravillosa,
una profesión que se convierte en pasión cuando uno ve los resultados reales de
lo que aprende en los cursos para editores, cuando uno tiene la oportunidad de
leer tantas voces, de aprender tanto y sueña con descubrir a alguien que
obtenga el éxito merecido y poder decir «yo fui la primera que leyó esa obra
cuando solo era un archivo de word».
En
cuanto a mi faceta de escritora, la dejo para el final porque creo que es la
que domina a las demás. Es la que propició a las anteriores. Elegí estudiar
periodismo para poder escribir, quise formarme como editora para ver cómo
escribían los demás, cómo se hacían los libros, incluso he aprendido cómo se
hacen a mano de manera artesanal, pero por detrás de todo ese afán de aprender
y regresar al mundo del libro siempre ha estado mi deseo de escribir.
Si
pudiera elegir la profesión, aunque sentiría mucho dejar de editar a otros
autores, elegiría escribir porque es lo que siento que me hace más feliz. Yo,
cuando escribo, es cuando me siento yo misma, sin embargo, también soy
consciente de que es muy difícil, o al menos solo está al alcance de unos pocos
vivir de la escritura. Si algún día llega ese momento seré muy feliz, podré
escribir diez, doce, dieciocho horas diarias. Mientras llega ese momento, y por
si acaso nunca llega, seguiré editando diez, doce o dieciocho horas diarias.
Ambas profesiones son profesiones exigentes, de las que no se hace uno
millonario, pero que dan muchas satisfacciones personales.
Pocas veces tengo la oportunidad de tener enfrente a una
escritora y editora al mismo tiempo, así que no puedo dejar de preguntarle
por este complicado mundo que es el
literario. Por todas partes nos encontramos con escritores que luchan por
publicar, tantos, que podríamos preguntarnos si hay tanta demanda como oferta,
si hay mercado para tanta pluma inquieta y ansiosa por ver sus letras impresas
¿Lo hay, Anamaría? ¿Es el futuro de la escritura la autoedición, la
publicación digital? ¿Cuántas veces calidad y oportunidad van unidas? Hace poco
leí en un blog que hay demasiados “rellenapáginas” que se hacen llamar escritores ¿Cualquiera
hoy en día puede escribir y publicar?
El
mundo editorial es muy complicado y terriblemente imperfecto e injusto. Hay
muchas voces de enorme calidad que están mudas por culpa de criterios
mercantilistas y otras, de pésima calidad, que venden millones por cumplir una
serie de criterios que se basan solo en la moda y los dictados de una hoja
excel.
En
mi opinión, hay demasiada gente que desea escribir, pero eso no es malo, al
contrario, creo que el que escribe lee dos veces y eso forma lectores y mentes
capaces de ser libres y pensar por sí mismas. Ahora bien, a nadie de los que
estamos en este negocio editorial se nos escapa que uno de los grandes
problemas es el exceso de oferta que te obliga a trabajar y apostar cada quince
días por una novedad que en breve estará obsoleta y será sustituida por otra,
tuya o de otro editor, pero que será sustituida de las librerías sin remisión.
A mí me gustaría declararme insumisa ante el criterio de la novedad y me gusta
reivindicar el papel de lo que podemos llamar la no-novedad, es decir, libros
que tienen seis meses y a los que mucha gente trata como libros caducados, como
si fueran un yogur. ¿Qué sería entonces de los clásicos si fueran valorados
según los criterios del siglo XXI? ¿Pan mohoso? Los libros no caducan, a un
buen libro se le puede dar mucha vida después de los seis meses de publicación,
el caso es querer hacerlo. Hace tiempo un amigo escritor se lamentaba porque
una radio había rechazado hacerle una entrevista acerca de su libro porque este
ya tenía ¡cuatro meses! Es una locura. Esto es lo que propicia que aparezcan
fenómenos como la autopublicación, no me gusta hablar de autoedición porque alguien
que no es editor no se puede decir que se edite a sí mismo; es como medicarse,
si no eres médico te puede automedicar, pero probablemente lo hagas mal. Sin
embargo, sí puede publicarse a sí mismo a través de los diferentes servicios
que ofrecen las nuevas tecnologías. La autopublicación ha favorecido que muchas
personas vean su obra publicada en un formato digital o incluso que hagan sus
copias en papel, es decir, una democratización de la literatura con un «Usted
también puede ser escritor». Ahora bien, dentro de la marabunta que se ha
formado con este fenómeno muchos trabajos no cumplen con un mínimo de calidad,
están plagados de errores, son meros intentos de novela que no pasarían los
filtros profesionales. Yo reivindico el papel de los editores, es decir, el
filtro de un profesional está ahí porque tiene que estar, porque es alguien con
formación cultural y afán de dar a conocer buena literatura, porque puede
ayudar a los buenos a sacar adelante buenas obras, porque puede pulir esos
errores de los que no tienen suficiente experiencia.
Hay
que admitir, también es verdad, que el mercado editorial, tal y como está
configurado no permite apostar más que por unos pocos, que las editoriales
corren muchos riesgos por cada autor que sacan del anonimato, incluso con los
que no son anónimos se corren ciertos riesgos. A mí me gustaría poder publicar
a mucha gente que se lo merece, y que el criterio del editor fuera un filtro,
pero no un cuello de botella.
Y si rizamos el rizo ¿Hay diferencia
entre escritores y escritoras a la hora de encontrar trabas o facilidades para
publicar? ¿La mujer, al igual que aún pasa en muchos sectores y profesiones,
sigue por detrás del hombre también en el mundillo (o universo, según se
mire) literario?
Pues
para contestar a esta pregunta, creo que me voy a meter en un jardín, por no
decir en un berenjenal, pero sí, estoy convencida de que la mujer también
sufre, como escritora y como editora, las consecuencias de vivir en un mundo de
hombres.
Como
editora, estoy rodeada de hombres editores y, sin embargo, no hay nadie como
una mujer para acompañar a un autor en el proceso de edición de su obra; somos
más empáticas, más sensibles, somos multitarea, editoras, madres, esposas... Nos
vemos obligadas a ser luchadoras, a trabajar el doble para obtener la mitad de
reconocimiento. Trabajo codo con codo con Noemí Trujillo, editora y fundadora
de Playa de Ákaba, y como trabajo con ella sé que no trabajaría con un editor
hombre.
Como
escritora, creo que mis compañeras mujeres están menos reconocidas, si no
recuerdo mal solo trece han ganado el Nobel de literatura, y creo que cinco o
seis el Príncipe de Asturias de las Letras. Yo creo que la mujer aún tiene que
luchar contra muchos prejuicios, contra la imagen que tienen de nosotras como
personas que abandonamos nuestras carreras y hasta nuestros sueños por nuestros
hijos o incluso a favor de las de nuestros compañeros. Ya estamos en el siglo
XXI y aún debemos escuchar verdaderas barbaridades sobre la vida laboral y la
familiar en el ámbito de la mujer trabajadora y yo, como vengo diciendo en esta
entrevista, considero que escribir es un trabajo, y muy duro, por lo que
tampoco se libra de estos problemas. Además de todo esto, la escritora mujer se
ve frente a un prejuicio también muy extendido en cuanto a su obra, aún hay
mucha gente que piensa que las escritoras escriben para mujeres y los
escritores, para hombres y mujeres. Esto me parece un despropósito monumental.
Sin ir más lejos, mis cinco relatos están protagonizados por hombres. ¿Por qué
creen que escribo para mujeres? Cuando yo escribo lo hago para los lectores de
ambos géneros, salvo cuando lo hago para uno de esos dos géneros de manera
consciente. En realidad, todavía hay mucha gente que considera que la obra del
escritor es sesuda y profunda y la de la mujer sensible y superficial, yo sin
embargo, me voy a mojar, aunque me eche encima alguna voces críticas, creo que
la obra de la mujer tiene más calidad, ¿sabe por qué? Porque el hombre lleva
siglos pudiendo decir lo que le apetezca, y la mujer que ha vivido callada,
escribiendo para sí, a escondidas, ahora que puede hablar dice cosas que merece
la pena leer.
Cierre los ojos, tome aire, tómese su
tiempo si es necesario y dígame ¿Cómo ve el futuro de los escritores? ¿Los
jóvenes vienen empujando fuerte o se han perdido entre tanto Smartphone? aún
con riesgo a que no se cumpla, pida un deseo en voz alta, y nos encomendaremos
a los hados para que por una vez, nos sean favorables.
Me
gustaría que el futuro fuera dulce, como a todo el mundo. Me gustaría que
hubiera una edad de oro de las letras,
pero admito que hay muchas posibilidades de que eso nunca se produzca. En la
actualidad, los jóvenes viven inmersos en un mundo lleno de estímulos, de
formas de ocio y entretenimiento que los alejan de la literatura. Sin embargo,
eso propiciará que muchos jóvenes puedan destacar en el cine, la música, los
videojuegos, y eso es bueno, porque también son cultura. Aquellos que sí se
sumerjan en el mundo de las letras sé que nos sorprenderán. El mundo actual es
un caldo de cultivo para miles de buenas historias y muchos jóvenes harán
grandes cosas, hay voces muy buenas esperando para dar el salto. Y eso me
alegra. Como lectores, la cosa cambia, creo que actualmente se fomenta poco el
acceso a la lectura, los poderes públicos están obcecados en su «crisis» y no
atiende nada más que a sus propios ombligos, no atienden a la crisis que vive
la gente de a pie, ni a los problemas sociales, ¿cómo les va a preocupar la
crisis cultural? Al contrario, se deja de dotar a las bibliotecas, se sube el
IVA de ciertos productos y servicios culturales, se recorta en educación... a
veces parece que no quieren que la gente sepa pensar por sí misma, algo que me
recuerda tiempos que quisiera que se quedaran en blanco y negro. También es
cierto que el exceso de oferta y la creencia de que la cultura debe ser «gratis
total» están
degradando el mundo de la cultura y el valor que el lector le da a las cosas,
sea un libro de papel, un archivo epub, un mp3 o una película. Aquello que no
cuesta conseguirlo no se valora y eso le está pasando a la cultura. El día de
mañana habrá grandes escritores, pero no sé qué oportunidad tendrán de
demostrarlo. ¿Un deseo en voz alta? Que esos escritores tengan la posibilidad
de hacerlo, quiero pasar el resto de mi vida leyendo esas grandes voces de las
generaciones que siguen a la mía, y que el libro vuelva a ser un objeto de
valor.
Para acabar, y es difícil porque de
seguro nos quedan cosas en el tintero. Pero lo dejaremos para una próxima vez
¿Qué ronda ya por esa cabeza pensante suya? ¿Relato, novela, ensayo, reflexión? ¿Un cuento con un astuto y blanquinegro gato como protagonista?
(risas)
Ahora
mismo estoy trabajando en una novela que espero que sea mi primera novela en
ver la luz. Estoy emocionada, la vivo y la respiro aunque solo puedo trabajar
en ella cuando no soy editora, madre trabajadora, etc., vamos, lo que viene a
ser de noche. También estoy remangada con un proyecto muy interesante, un libro
de relatos perteneciente a la Generación
Subway, en que participo como antóloga, prologuista y autora y que se
publicará en diciembre. Generación Subway
es un movimiento literario que estamos tratando de dar a conocer a través de la
editorial Playa de Ákaba y que hará posible que muchas voces inéditas vean la
luz y que otras sin suficiente difusión se puedan oír con contundencia. ¿Un cuento
de un gato? Pues seguramente algún día lo haga, los gatos son animales
fascinantes.
Gracias por su tiempo y sobre todo, por
este maravilloso libro que sabe a poco, una que no se conforma así como así cuando tiene delante un manjar
tan exquisito. Solo decirle que al igual
que usted, yo también he cogido el bolígrafo siempre de una manera muy
peculiar…nos vemos por su blog hasta su próximo libro.
Muchas
gracias, querido Gato, por leerme, y por atender estas reflexiones de
escritora-editora. Es un placer saber que hay quien valora los libros y que
está dispuesto a que los libros sigan teniendo el papel en nuestra sociedad que
se merecen. En cuanto a lo de coger el boli, pues sí, de niña me reprendían por
mi forma de cogerlo... y no sabían que regañaban a una futura escritora. En
definitiva, no cuenta tanto la forma como el fondo. Mi letra es fea, al menos eso
creo yo, porque escribo tan rápido como me dicta mi cabeza, pero creo que lo
importante es lo que mi letra cuenta.
Una entrevista de Yolanda T. Villar
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