viernes, 11 de julio de 2014

EL GATO TROTERO EN ESTELLA, LA CIUDAD DEL EGA TERCERA PARTE


Salva de honor al verdadero rey Don Carlos


¡Decir guerra era poco! ¡El cielo cayéndose a pedazos, un mar de truenos rasgando el silencio, el apocalipsis!

Javier salió corriendo del Museo y lo perdí de vista mientras gritaba:

-¡Estoy aquí, reconquistemos el Trono!

Cuando salí a la calle, varias mujeres se asomaban por las ventanas de sus casas buscando el origen de los cañonazos. Decenas de hombres corrían alborotados cargando con viejos fusiles hacia el puente Picudo, donde se estaban haciendo fuertes bajo las órdenes de un oficial. Al otro lado del río, las baterías de los sitiadores seguían disparando.

Decidí que debía salir de allí y ponerme a cubierto, y nada mejor para evitar una desgracia gatuna que tratar de llegar hasta las posiciones de quien disparaba. De ese modo, recorrí la distancia que separaba el puente de la Iglesia del Santo Sepulcro, el lugar elegido por el enemigo para bombardear la ciudad.


 Mando Liberal


Zumalacárregui, el Tigre de las Améscoas

Junto a la puerta de la Iglesia encontré a un ejército de hombres bien pertrechados, todos ellos tocados con una boina roja que los identificaba con facilidad. Eran los soldados carlistas, que se apostaban a las afueras de Estella para tomar la ciudad y sacar de sus muros a los liberales, sus enemigos.

Un grupo de soldados, mientras aguardaban las órdenes de sus superiores, charlaba sin atender mi presencia junto a ellos:

-¡Tomar la ciudad no será fácil, los liberales cuentan con buen armamento francés, y además conocen bien las calles…. El Tigre de las Améscoas debería medir bien nuestros pasos si no nos quiere enviar a una muerte segura…

Carlistas a las afueras de la ciudad del Ega

-¡No tengas miedo, Zacarías, precisamente porque tenemos de nuestro lado al Tigre, al Tío Tomás, no deberías temer nada… ¡Nos conducirá a la victoria y derrotaremos a esos malnacidos!

Hablaba con gesto emocionado un guerrillero casi anciano. No sé qué hacía allí, pero sus más de setenta años, a juzgar por su aspecto, no indicaban que un frente de guerra fuese el mejor lugar para un hombre como él. Sin embargo, y a juzgar por su mirada, era bien seguro que se sentía joven al verse rodeado de jóvenes, que en su fuero interno esa sensación de sentirse válido, y de formar parte de un batallón a punto de tomar una ciudad a las armas, le rejuvenecía de una manera extraordinaria. Mi cabeza felina no acertada a encontrar si no otra explicación…

Los cañones bombardean la ciudad


En el frente, no se entiende de diferencia de sexos


A nuestro lado llegaron varios hombres a caballo. De entre todos ellos, uno destacaba sobre los demás por lo singular de su rostro. De inmediato recordé que había visto esa cara en el Museo del Carlismo en uno de aquellos cuadros de grandes generales, pero no discernía con exactitud de quién se trataba.

-¡Viva Zumalacárregui! – comenzaron a vocear los soldados al paso del general.

-¡Viva el Tigre de las Améscoas! – insistían otros tratando de insuflarse ánimo antes de emprender la toma de la ciudad.

El general, junto al resto de líderes militares que lo acompañaban, observaba la ciudad de Estella con avidez, y sin dejar de estudiarla, hablaba en un tono sostenido mientras indicaba con varios gestos de sus manos los lugares por donde deseaba que sus tropas iniciasen la ofensiva.

Las baterías, cada vez más cerca de Estella

 Los liberales aguardan con tensión la llegada de los carlistas

Unos minutos después, y mientras los cañones seguían bombardeando el interior de la ciudad, los carlistas iniciaron el asalto del puente Picudo, lugar elegido por los defensores para frenar con sus propias vidas la entrada de los tradicionalistas.

La batalla fue larga y cruenta. Sobre el puente, tras un intenso intercambio de disparos, los liberales entregaron las vidas de sus mejores hombres de vanguardia. El avance carlista, con el apoyo de los cañones, fue inevitable. A pesar de que aguantaron heroicamente durante algo más de una hora el asedio, decidieron retirarse al interior de la ciudad y esperar al enemigo escondidos en los edificios más altos, desde donde pretendían sorprenderlos y diezmar sus tropas.

La defensa del Puente Picudo

 Se acercan los carlistas...

Dos horas después, tras mantener continuos enfrentamientos en distintas calles, unas decenas de liberales se hicieron fuertes en el Ayuntamiento. Desde allí, símbolo de la libertad y de la voluntad popular, disparaban a los carlistas en un intento desesperado por mantener la ciudad de su lado. Sin embargo, el ejército tradicionalista, a pesar de las consecuentes bajas que había sufrido, seguía siendo mucho más numeroso y su líder, Zumalacárregui, pronto ordenó detener el fuego para parlamentar con los liberales, tratando de buscar una rendición de los ocupantes del consistorio. Ante la negativa de éstos, decidió acabar de una manera rápida. Colocó a sus hombres frente al ayuntamiento, ordenó que los cañones apuntasen hacia el emblemático edificio, y cuando a punto estaba de dispararlos, los liberales salieron corriendo de él, unos enfrentándose sin fortuna a las tropas asaltantes, y los menos buscando la salida de la ciudad remontando el río Ega.

                                Ya han tomado el puente... la resistencia se complica
 Se retiran a defender el Ayuntamiento
Los carlistas habían conquistado al fin Estella, y los soldados lo celebraron cantando:

-¡Por Dios, por la Patria y el Rey, Lucharemos todos juntos, Por Dios, por la Patria y el Rey, Lucharemos nosotros también!

A las tres de la tarde, con un sol de justicia cayendo inmisericorde sobre la ciudad del Ega, decidí regresar al albergue de peregrinos en busca de Javier. ¿Qué había sido de él? Cuando llegué a la plaza de San Martín, encontré la última sopresa: Los soldados carlistas y los soldados liberales, los que habían caído en combate y los que habían conseguido sobrevivir, comían hermanados en torno a una misma y vasta mesa. Juntos reían y contaban los recuerdos de la mañana, lo divertido de la recreación de la batalla, el buen ambiente que se había generado, la camaradería que generaba unificar la cultura y la historia de los pueblos con el turismo de calidad.
 La última carga desesperada de los liberales

El ejército carlista apagando el ímpetu del progreso


¡Así que era eso!, me dije. Todo había sido fingido por un grupo de hombres y mujeres perfectamente vestidos e instruidos para simular una batalla sin cuartel… A decir verdad, preferí que así fuese, pues si algo aprendí de todo aquello es que la sangre no resuelve los problemas, y que sólo genera tristeza en las familias de los que mueren, y dolor perpetuo en los que sobreviven. Yo, que soy gato de paz y disfruto con todas las gentes, no comprendo cómo es posible que el Hombre, que se dice por encima de las bestias, se comporta con sus semejantes peor que éstas…. Por eso rechazo las guerras, la violencia y cualquier acto que implique el derramamiento de sangre para imponer una visión del mundo, sea el que sea. Pensé en Javier, y en su deseo de reconquistar su trono… Creo que aquel hombre, abrazado a un ideal quizá justo, en lo más hondo de su corazón, también reniega de ese trono que tanto anhela si el modo de conseguirlo es a través de las armas. Quizá por eso se disipó aquella mañana en la ciudad…
Zumalacárregui entra en Estella


Mujer carlista

Allí me quedé a comer con ellos. Una amable combatiente, a la que en la mañana había visto entre los carlistas sacando brillo a sus pistolas, me ofreció una enorme sardina asada, fresca y recién hecha. Después de una jornada tan intensa como aquella, nada mejor que un buen bocado de tierno pescado para apaciguar las emociones y recomponer las fuerzas que iba a necesitar para abandonar Estella y proseguir mi camino. Atrás quedaría una ciudad que me engatusó y que juré volver a pisar con más detenimiento en otra ocasión. Estella me debía una visita en tiempos de paz y la tendría. Y a buen seguro, no tardaría en llegar.
  
www.turismotierraestella.com

Redacción y Fotografía:
Santiago Navascués

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