Salva de honor al verdadero rey Don Carlos
¡Decir
guerra era poco! ¡El cielo cayéndose a pedazos, un mar de truenos rasgando el
silencio, el apocalipsis!
Javier
salió corriendo del Museo y lo perdí de vista mientras gritaba:
-¡Estoy
aquí, reconquistemos el Trono!
Cuando
salí a la calle, varias mujeres se asomaban por las ventanas de sus casas
buscando el origen de los cañonazos. Decenas de hombres corrían alborotados
cargando con viejos fusiles hacia el puente Picudo, donde se estaban haciendo
fuertes bajo las órdenes de un oficial. Al otro lado del río, las baterías de
los sitiadores seguían disparando.
Decidí
que debía salir de allí y ponerme a cubierto, y nada mejor para evitar una
desgracia gatuna que tratar de llegar hasta las posiciones de quien disparaba.
De ese modo, recorrí la distancia que separaba el puente de la Iglesia del
Santo Sepulcro, el lugar elegido por el enemigo para bombardear la ciudad.
Mando Liberal
Zumalacárregui, el Tigre de las Améscoas
Junto a la puerta de la Iglesia encontré a un ejército de hombres bien pertrechados, todos ellos tocados con una boina roja que los identificaba con facilidad. Eran los soldados carlistas, que se apostaban a las afueras de Estella para tomar la ciudad y sacar de sus muros a los liberales, sus enemigos.
Un
grupo de soldados, mientras aguardaban las órdenes de sus superiores, charlaba
sin atender mi presencia junto a ellos:
-¡Tomar
la ciudad no será fácil, los liberales cuentan con buen armamento francés, y
además conocen bien las calles…. El Tigre de las Améscoas debería medir bien nuestros
pasos si no nos quiere enviar a una muerte segura…
Carlistas a las afueras de la ciudad del Ega
-¡No tengas miedo, Zacarías, precisamente porque tenemos de nuestro lado al Tigre, al Tío Tomás, no deberías temer nada… ¡Nos conducirá a la victoria y derrotaremos a esos malnacidos!
Hablaba
con gesto emocionado un guerrillero casi anciano. No sé qué hacía allí, pero
sus más de setenta años, a juzgar por su aspecto, no indicaban que un frente de
guerra fuese el mejor lugar para un hombre como él. Sin embargo, y a juzgar por
su mirada, era bien seguro que se sentía joven al verse rodeado de jóvenes, que
en su fuero interno esa sensación de sentirse válido, y de formar parte de un
batallón a punto de tomar una ciudad a las armas, le rejuvenecía de una manera
extraordinaria. Mi cabeza felina no acertada a encontrar si no otra
explicación…
Los cañones bombardean la ciudad
En el frente, no se entiende de diferencia de sexos
A
nuestro lado llegaron varios hombres a caballo. De entre todos ellos, uno
destacaba sobre los demás por lo singular de su rostro. De inmediato recordé
que había visto esa cara en el Museo del Carlismo en uno de aquellos cuadros de
grandes generales, pero no discernía con exactitud de quién se trataba.
-¡Viva
Zumalacárregui! – comenzaron a vocear los soldados al paso del general.
-¡Viva
el Tigre de las Améscoas! – insistían otros tratando de insuflarse ánimo antes
de emprender la toma de la ciudad.
El
general, junto al resto de líderes militares que lo acompañaban, observaba la
ciudad de Estella con avidez, y sin dejar de estudiarla, hablaba en un tono
sostenido mientras indicaba con varios gestos de sus manos los lugares por
donde deseaba que sus tropas iniciasen la ofensiva.
Las baterías, cada vez más cerca de Estella
Los liberales aguardan con tensión la llegada de los carlistas
Unos minutos después, y mientras los cañones seguían bombardeando el interior de la ciudad, los carlistas iniciaron el asalto del puente Picudo, lugar elegido por los defensores para frenar con sus propias vidas la entrada de los tradicionalistas.
La
batalla fue larga y cruenta. Sobre el puente, tras un intenso intercambio de
disparos, los liberales entregaron las vidas de sus mejores hombres de
vanguardia. El avance carlista, con el apoyo de los cañones, fue inevitable. A
pesar de que aguantaron heroicamente durante algo más de una hora el asedio,
decidieron retirarse al interior de la ciudad y esperar al enemigo escondidos
en los edificios más altos, desde donde pretendían sorprenderlos y diezmar sus
tropas.
La defensa del Puente Picudo
Se acercan los carlistas...
Dos horas después, tras mantener continuos enfrentamientos en distintas calles, unas decenas de liberales se hicieron fuertes en el Ayuntamiento. Desde allí, símbolo de la libertad y de la voluntad popular, disparaban a los carlistas en un intento desesperado por mantener la ciudad de su lado. Sin embargo, el ejército tradicionalista, a pesar de las consecuentes bajas que había sufrido, seguía siendo mucho más numeroso y su líder, Zumalacárregui, pronto ordenó detener el fuego para parlamentar con los liberales, tratando de buscar una rendición de los ocupantes del consistorio. Ante la negativa de éstos, decidió acabar de una manera rápida. Colocó a sus hombres frente al ayuntamiento, ordenó que los cañones apuntasen hacia el emblemático edificio, y cuando a punto estaba de dispararlos, los liberales salieron corriendo de él, unos enfrentándose sin fortuna a las tropas asaltantes, y los menos buscando la salida de la ciudad remontando el río Ega.
Ya han tomado el puente... la resistencia se complica
Se retiran a defender el Ayuntamiento
Los carlistas habían conquistado al
fin Estella, y los soldados lo celebraron cantando:
-¡Por
Dios, por la Patria y el Rey, Lucharemos todos juntos, Por Dios, por la Patria
y el Rey, Lucharemos nosotros también!
A
las tres de la tarde, con un sol de justicia cayendo inmisericorde sobre la
ciudad del Ega, decidí regresar al albergue de peregrinos en busca de Javier.
¿Qué había sido de él? Cuando llegué a la plaza de San Martín, encontré la
última sopresa: Los soldados carlistas y los soldados liberales, los que habían
caído en combate y los que habían conseguido sobrevivir, comían hermanados en
torno a una misma y vasta mesa. Juntos reían y contaban los recuerdos de la
mañana, lo divertido de la recreación de la batalla, el buen ambiente que se
había generado, la camaradería que generaba unificar la cultura y la historia
de los pueblos con el turismo de calidad.
La última carga desesperada de los liberales
El ejército carlista apagando el ímpetu del progreso
¡Así
que era eso!, me dije. Todo había sido fingido por un grupo de hombres y
mujeres perfectamente vestidos e instruidos para simular una batalla sin
cuartel… A decir verdad, preferí que así fuese, pues si algo aprendí de todo
aquello es que la sangre no resuelve los problemas, y que sólo genera tristeza
en las familias de los que mueren, y dolor perpetuo en los que sobreviven. Yo,
que soy gato de paz y disfruto con todas las gentes, no comprendo cómo es
posible que el Hombre, que se dice por encima de las bestias, se comporta con
sus semejantes peor que éstas…. Por eso rechazo las guerras, la violencia y cualquier
acto que implique el derramamiento de sangre para imponer una visión del mundo,
sea el que sea. Pensé en Javier, y en su deseo de reconquistar su trono… Creo
que aquel hombre, abrazado a un ideal quizá justo, en lo más hondo de su
corazón, también reniega de ese trono que tanto anhela si el modo de
conseguirlo es a través de las armas. Quizá por eso se disipó aquella mañana en
la ciudad…
Mujer carlista
Allí me quedé a comer con ellos. Una amable combatiente, a la que en la mañana había visto entre los carlistas sacando brillo a sus pistolas, me ofreció una enorme sardina asada, fresca y recién hecha. Después de una jornada tan intensa como aquella, nada mejor que un buen bocado de tierno pescado para apaciguar las emociones y recomponer las fuerzas que iba a necesitar para abandonar Estella y proseguir mi camino. Atrás quedaría una ciudad que me engatusó y que juré volver a pisar con más detenimiento en otra ocasión. Estella me debía una visita en tiempos de paz y la tendría. Y a buen seguro, no tardaría en llegar.
www.turismotierraestella.com
Redacción y Fotografía:
Santiago Navascués
©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS
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