Tanto trotar por caminos y campos, por calles y vías, por ciudades
y pueblos, uno no puede evitar pensar en todos aquellos que antes que él han
pasado por esos lugares. Algunos dejaron huellas, otros han sido olvidados sin
más y muchos viven en el recuerdo de muy pocos, solo en aquellos que muchos les
amaron y no pueden ni quieren olvidarles…pero el olvido llega, cuando también
se van los que te recuerdan ¿Qué queda de todo lo que fuimos e hicimos? ¿A
nadie le importará ya? ¿Qué tengo que hacer para no ser olvidado del todo? Ser
olvidado es morir dos veces, no ser recordado es vivir muriendo.
Me gustaría vivir en la piel de mi amada, que ella viviese a
través de la mía, que respirásemos el oxígeno que desprenden las hojas verdes
que trepan nuestras bocas y nos alimentáramos de la salvia hecha néctar que
resbala por nuestros labios. Solo el amor y no las grandes gestas, pueda hacernos vivir eternamente. Y es que el
amor que tengo parece sombra, cuanto más alejado, más cuerpo toma. La ausencia
es aire que apaga el fuego corto y enciende el grande.
El poeta dice que es la poesía, vestida de emoción, erotismo
o melancolía, la que con su mirada nos lleva al misterio de la ausencia y es
que los ojos de la poesía son dos lunas, con sendas caras ocultas.
Tal vez esa sea la fuente de la eterna juventud, el bálsamo
de la inmortalidad, no morir mientras exista la poesía, la piedra filosofal del
amor. Sergio Arrieta lo tiene claro, no solo se muere por perder la vida, se
muere un poco cada día de tanto vivirla…
“ Sergio Arrieta nos presenta,
vestidas de versos, sus más íntimas emociones, sus dudas y sus delirios, algún
quebranto y muchas esperanzas, mil dolores pequeños y uno grande, el de las
ausencias anunciadas y el de la inesperada. Con La luz negra de tu ausencia, quiere el poeta aferrarse al recuerdo
inconsciente de aquellos a los que amamos y un día se marcharon, dejando tras
de sí una estela de luz negra, que brilla a través de las estrellas de los ojos
que les vieron partir; pero también recurre al recuerdo consciente, aquel que
aparece cuando cerramos los ojos y pellizcamos el alma, atrayendo de nuevo a
nosotros los momentos pasados y las sensaciones vividas ¡Aunque naciendo
comenzamos a morir, no por ellos debemos dejarnos marchitar antes de florecer!
nos dice Arrieta.
Desearía el poeta que la soledad
fuera como el invierno, y la nieve se derritiera al calentar el sol, de esta
manera, cuando dos soledades llegaran a juntarse, se creara un solo ser, nunca
más solo, siempre complementado. Sergio Arrieta habla de estaciones invisibles
del amor, aquellas que deben pasar una tras otra para conformar un ciclo ¿Qué nos
aportaría siempre una primavera, si no hubiera un otoño que hiciera caer las
hojas para evitar que mueran heladas en invierno? Solo puede vivir el amor y el
recuerdo, si tras un cálido verano, le dejamos descansar y asentarse,
renaciendo con más fuerza en una nueva estación, como la parra que se poda
antes del frío para que brote sana y poderosa al llegar el calor.
Treinta y tres poemas, como
treinta y tres edades de un Cristo que ha nacido para morir, convirtiéndose en eterno al hacerlo,
tatuado en las almas como flor de lis en la piel; poemas que hablan de
presentes ausencias y de ausentes presencias, pero tan vivas como el primer día
al usar el verso, como su sangre y su cuerpo. Arrieta no se cansa de repetirnos
que de mucho amar, también muere el amor, de tanto acariciar, se desgasta la
piel y de tanto besar, el dulce sabor se
torna amargo para morir insípido.
Es el poeta un Dante que de
cornisa en cornisa recorre el purgatorio, en el cual las ausencias no le dejan
alcanzar el cielo, y no le permiten descender al infierno, ausencias que
despiertan sentidos y aletargan su razón.
Cuando el tiempo es un segundo o toda una eternidad.
La ausencia disminuye las pequeñas
pasiones y aumenta las grandes, lo mismo que el viento apaga las velas y aviva
el fuego…
Soberbio Arrieta e impecable
este su poemario, dónde ante todo nos enseña que se ama con tanta intensidad
como se deja de hacerlo, pero olvidar un amor, JAMÁS. “
LA COLINA DE LA LLUVIA
Juegan en la colina de lluvia.
Una niña, un niño, de blanco van,
como en un antiguo domingo.
Canta, baila, ella, hada, sin saber
que no crecen, ellas.
Corre, grita, él, príncipe, la protege,
así como su país de ensueño…
(Fragmento, Sergio Arrieta)
Una reseña de Yolanda T. Villar
©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS
Una reseña tan poetica como la obra reseñada. Felicidades al autor.
ResponderEliminarMe encantó sobremanera contestar a las preguntas de Yolanda. He aquí el resultado de su entrevista: una reseña que brilla como un poema lumínico. Muchas gracias por haberme abierto la acogedora guarida de este Gato Trotero, al que deseo más de 7 vidas. Sergio Arrieta
ResponderEliminar