tus versos a las nuves levantaste,
y a tu Valencia tanto sublimaste,
qu'Esmirna y Mantua quedan por el suelo.
Con alta erudición divino zelo,
en tal grado tu Musa aventajaste,
que claro acá en la tierra nos mostraste
la parte que ternás allá en el cielo.
No fue Minerva, no, la que ayudava
a levantar tu stylo sobrehumano,
ni uviste menester al roxo Apollo.
Spíritu divino te inspirava,
el qual assí movió
tu pluma y mano,
que fuiste, entre los hombres, uno solo.”
Tengo
que reconocer que este último viaje que comenzamos, me ponía algo
nerviosa. Santiago se encontraba totalmente emocionado con la
perspectiva de todo el camino que nos quedaba por recorrer y obnubilado
por los primeros pasos que habíamos dado en la ciudad del Turia, el
Antiguo Reino de Valencia, mi ciudad natal y mi hogar. Para él, cada uno
de estos pasos era como adentrarse en un mundo mágico, lleno de
aventuras y sorpresas, le miraba a los ojos tras su objetivo fotográfico
y era como ver a Frodo en busca del Monte del Destino…¿Eso me dejaba a
mí como el servicial Sam? ¡Ay ay ay!, que algo me decía que terminaría
de Gollum.
El caso es que no sabía cómo compartir esa emoción
algo desmesurada suya, no me malinterpreten, adoro mi ciudad más que a
ninguna otra, pero llevo demasiado tiempo formando parte de ella, desde
dentro, llevándola en la sangre, en las entrañas, en cada poro de mi
piel, como para ver lo que él veía, con objetividad; o tal vez, lo que
me hacía falta, era poder verla con los ojos de La Primera Vez. Y no
podía. Lo intentaba, pero no podía. Habíamos visitado uno de los lugares
con más historia y arte de la ciudad y no sabía qué escribir al
respecto, había estado tantas veces dentro, desde que era una niña, que
el factor sorpresa había desaparecido de mis ojos.
Tal vez no
fuera yo la persona adecuada para escribir esta vez, nuestro simpar
viaje. De momento decidí irme a la cama, y dejar que mañana fuera otro
día.
Recién
sonaban las doce de la medianoche, y el sueño comenzaba a vencerme, un
ruido en la ventana de mi cuarto me impedía conciliarlo; era como un
repiqueo de martillo, suave pero constante, aunque por momentos subía de
volumen y parecía transformarse en un “toc-toc ¿hay alguien en casa?”
Acabé desvelándome por completo, y ya totalmente despierta no me quedó
duda al respecto: alguien tocaba a la ventana de mi habitación. Cosa
bastante inquietante, dado que vivo en un tercero, así que si no era
Morfeo que intentaba, sin mucho éxito, sumergirme en un profundo sueño,
la cosa se ponía fea de veras.
−¿Es que no piensas abrir? así no
hay quien duerma –dijo mi gato desperezándose mientras se incorporaba
de los pies de mi cama –puede ser importante. Un asesino no llamaría
anunciándose, un vampiro elegiría una víctima sin tanto colesterol y los
chupacabras hace tiempo que usan el servicio a domicilio. Así que no
temas, abre de una vez.
Parecía lógico todo lo que el
gato me decía. Si fuera lógico que un gato te hable y te de consejos.
Así que ya no tenía la menor duda: nunca más volvería a cenar un
bocadillo de sobrasada con queso y pimientos fritos, algo me decía que
no me había sentado demasiado bien. Eso, o que un Gato te hable y
alguien llame a la ventana de un tercer piso, sea más habitual de lo que
yo pensaba. Pero el caso es que seguí su consejo y abrí mi ventana. Y
allí estaba mi visitante nocturno.
Un Halcón.
Un precioso
halcón que clavaba sus pequeños ojos marrones en los míos, sorprendidos
y atónitos; no dijo nada (claro que de haberlo hecho, mi empacho habría
pasado a locura sin más) tan solo sacudió sus alas, gañó y emprendió un
corto vuelo hacia el árbol de enfrente de mi casa. Y batiendo de nuevo
sus alas, esta vez sin moverse del sitio, graznaba con más intensidad
que antes.
−Quiere que le sigas –dijo de nuevo mi gato.
−Ya
–dije yo−es obvio. Nunca antes había hablado con gatos ni con halcones,
pero a estas alturas ya, no había duda, o seguirle o volver a la cama
para no pegar ojo, después de que el Reino Animal haya decidido
hablarte. Así que le seguí.
Trotero decidió quedarse, dijo que
la noche no estaba demasiado apacible y seguir a un Halcón no estaba en
sus planes de esa semana, así que…me dejó sola. Intenté despertar a
Santiago, pero cuando empecé a hablar sobre gatos parlanchines y
halcones que tocan a las ventanas a medianoche, me dijo tan solo que
procurara cenar menos y más ligero. Y se dio la vuelta en la cama.
Seguí
al Halcón durante un largo trecho, las pocas personas con las que me
cruzaba en la noche me miraban extrañadas al verme andar mirando hacia
la copa de los árboles mientras preguntaba, a vete a saber quien, a
dónde nos dirigíamos. De repente el Halcón desapareció de mi vista al
llegar a la Plaza del Mercado, el dichoso pajarraco había desaparecido
sin dejar rastro, me había hecho cruzarme la ciudad entera y ahora se
marchaba dejándome en mitad del casco antiguo de la ciudad, sin
explicación alguna; vamos, muy hablador no era, pero un movimiento de
ala, de cabeza, un gañido o chillido, lo que fuera que me indicara que
ya habíamos llegado o que me había tomado el pelo como a una boba. Ya
verán como al final soy Gollum, y me quedo compuesta y sin anillo, en
este caso, sin Halcón.
Y allí me quedé sentada, frente al Mercado
Central, en un frío banco, mirando las luces de la ciudad y las pocas
personas que pasaban en ese momento…
“…Qui no és trist de mos dictats no cur
No cure de mis versos, ni los lea
quien no fuere muy triste, o lo aya sido;
y quien lo es, para que más lo sea
lugar no pida escuro, ni escondido.
Mis dichos puede oýr, y en ellos vea
cómo sin arte alguna me han salido
del alma, y la razón de mi querella
muy bien la sabe Amor qu'es causa d'ella…”
De
repente escuché el gañido del Halcón de nuevo; me levanté del frío
banco y busqué por el cielo a mi reciente compañero de trote y mi
visitador nocturno particular, sin mucho éxito. Su agudo chillido se
oía cada vez más cercano, pero de su imponente presencia, ni rastro.
Entonces vi frente a mí a un extraño tipo, que calzaba medias y lucía un
ostentoso abrigo, sin botón alguno, pero con un cuello de piel que bien
podría ser una camada entera de pobres zorros; el hombre levantó
ligeramente su brazo y el Halcón, salido aparentemente de la nada, se
posó diligente y amistoso sobre él. El extraño cetrero acarició la
cabeza de la rapaz y esta pareció devolverle la caricia pasando su ala
por la mejilla del hombre. Entonces ambos repararon en mí. El hombre,
con el Halcón en su brazo, se aproximó hasta mí, no sin provocarme
cierta inquietud y temor, pues eso de que un extraño de
extravagante vestimenta, en mitad de la noche, se acercase a una, pues
inquietaba y bastante, la verdad. Por mucho Halcón que llevase en su
brazo, o tal vez por eso mismo.
−Buenas noches, gentil
Dama –dijo el Caballero inclinando su cabeza al hablarme−ando algo
perdido en esta ciudad que se me asemeja distinta a la que yo conocí
antaño; no sé dónde me hallo, ni dónde dirigirme, pues estas calles me
son extrañas y estos grandiosos edificios, desconocidos. Dice mi Halcón
que vos podéis ayudarme, pues habéis estado hace poco en el lugar el
cual busco con ansia y deseo.
−¿Y cuál es ese lugar tan ansiado,
Caballero? –dije tan cortésmente como supe. Nací y vivo aquí desde hace
ya…bueno, que soy ya dos veces veintañera y me conozco bastante bien mi
ciudad. Dígame usted qué lugar es ese, Señor.
−Mi morada
–contestó−estoy demasiado cansado ya para andar por ahí vagando, nunca
debí volver a recorrer estas calles, pues hace tanto tiempo de la última
vez que soy incapaz de orientarme por ellas. No nací aquí, pero viví
largo tiempo en este mi segundo hogar. Yo nací en Beniarjó, pero mi
profesión, mi deber, mi pasión y mi devoción, me trajeron a Valencia.
Hace tanto ya de aquello. A mi esposa Isabel le encantaba esta ciudad
¡Que felices fuimos aquí Juana y yo!
Pobre hombre, la
verdad es que además de raro y noctámbulo, chocheaba un poco, el pobre
no era capaz ni de recordar el nombre de su mujer ¿O sería un don Juan y
tenía una amante? vaya, vaya, esto se ponía interesante.
−Pero
si no me dice usted, Caballero, el lugar al que se dirige, no podré
ayudarle a encontrarlo –dije rompiendo mis propias divagaciones.
−¡Disculpad
, mi Señora! ¡Ni siquiera me he presentado! ¿Cómo he podido ser tan mal
educado y descortés? soy Mossen Osías Marco, o así es como me conocen
fuera del Reino de Valencia, Corona de Aragón –y se inclinó ante mí.
Perdone mi torpeza, se lo ruego. Si fuera tan amable de indicarme cómo
llegar a…
−¿Quiénes sois, que hacen aquí? ¿Por qué
perturbáis el sueño de los que descansan y el trabajo de los que crean?
–dijo una voz tras nosotros−los artistas necesitamos silencio para crear
nuestras obras y los peones descanso para llevarlas a cabo.
Al
otro lado de la calle, otro tipo tan extraño como el portador del
Halcón, Mossen Marco, voceaba y gesticulaba realmente enfadado. Nos hizo
una seña para callar, y otra más para que le siguiéramos. Y desapareció
ante nuestros ojos al meterse por una calle trasversal. No sabía por
qué, pero le seguí por aquella estrecha y empinada calle lateral de la
Lonja, esta noche estaba siendo la mar de extraña y yo en ese momento,
la estaba convirtiendo además, en arriesgada.
Mi nuevo amigo Mossen Marco, me siguió sin decir palabra alguna. El Halcón emprendió de nuevo el vuelo.
(continuará)
©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS
FOTOGRAFÍAS: Santiago Navascués Ladrón.
TEXTO: Yolanda T. Villar.
Deseando conocer ya las nuevas aventuras de estos dos viajeros y este gato sin igual, y ahora un halcón que augura una buena historia.
ResponderEliminarSaludos troteros