Mi primer recuerdo de Cañada, nada entre las aguas del sueño
y de la realidad, naufragando en la memoria
del tiempo pasado y las historias contadas. Ni siquiera estoy segura de
que sea un recuerdo real, podría ser el resultado de hacer propia una historial
mil veces relatada.
Recuerdo entrar en un patio repleto de geranios, en brazos
de mi madre, o tal vez fuera mi tía Antonia, pues entre esos recuerdos creo
verla, a mi madre, andando delante nuestra, mientras alguien me porta entre sus
brazos; hay mucha gente a mi alrededor y todos me miran, hablan muy alto e
intentan cogerme, pero yo no me dejo, me oculta llorosa entre esos brazos que
me llevan y lloro y lloro.
−Siempre está llorando, y
come muy mal. No sé que voy a hacer –dice mi madre.
Me llevan hasta el
corral. Intentan que deje de llorar si veo a los conejos y a las gallinas. Pero
estas últimas me dan miedo, y lloro todavía más que antes.
−Tiene miedo a todo. Siempre
está llorando, siempre –dice de nuevo mi madre, o tal vez fuera mi tía en esta
ocasión, ya he dicho que es un recuerdo muy fútil.
Lo siguiente que recuerdo es a un hombre alto y delgado, con
una boina en la cabeza. Me mira fijamente y me enseña algo que lleva en la mano, hace ruido y suena como
un sonajero. Es una campanilla. Me gusta ese sonido. Estiro la mano y al mismo
tiempo que agarro la campana, sus manos me agarran a mí y me coge en brazos mientras sigue
moviendo la campanilla. Lo siguiente que recuerdo es reír porque tengo varios
conejos pequeñitos entre los brazos.
−¡Dejadlos ya, que no
los va a querer la madre! –dice mi abuela.
−Que no pasa nada,
deja que juegue que mira que contenta está –contestó mi abuelo.
Mi abuelo Juan. Es el primer recuerdo que tengo en Cañada.
Mi abuelo Juan. Desde ese momento cada vez que tenía miedo o me hacía daño, o
me castigaban o simplemente necesitaba estar con alguien, buscaba a mi abuelo.
Daba igual lo mal que me sintiera, él siempre conseguía que me sintiera bien de
nuevo. Siempre.
Las frases “Que no se entere la abuela” o “No le digas nada
a tu madre”, comenzaron a ser habituales entre nosotros; yo hacía, él deshacía,
o al menos cubría. Mi abuelo Juan. Pero sin duda alguna mi frase favorita
siempre fue esta −¡Que se te
va a pegar lo viejo, tira para tu cama! y más me arrimaba yo mientras nos tapábamos
con la colcha. Mi abuelo Juan.
Cañada Juncosa es un pueblo pequeño, siempre lo ha sido y no
creo que a estas alturas se haga más grande. Ni falta que le hace. Cañada se
hace día a día, con los que fueron, los que somos y los que serán; los primeros
llenaron de vida y anécdotas este pequeño pueblo, muchos de ellos quedaron
retratados para la posteridad, otros, pues quedaron en la memoria de sus seres
queridos, vecinos y leyendas populares, pero sobre todo, sembrando en los que
ahora somos el cariño y el respeto por nuestro pequeño pueblo.
Los que somos ahora, con ese amor arraigado en nuestros
corazones, luchamos contra viento y marea como Quijotes frente a molinos de
viento, por ser un día como los que fueron. Aquellos que inculcaron a sus
descendientes el espíritu de Cañada. Espíritu. Porque amar a este pueblo es
fácil, pero amarlo por siempre y luchar contra las adversidades sin dejar de
quererlo, no lo es tanto. Se necesita algo más que genética y buenas
experiencias. Se necesita respirar Cañada, sentir Cañada, vibrar Cañada,
sangrar Cañada…parir Cañada.
De pequeña soñaba o imaginaba despierta, que subía al tejado
de la casa de mi abuelo, tomaba carrerilla y salía volando por todo el pueblo.
Sobrevolaba los tejados de las Garitas, veía a mi abuela Antonia afanada con
los “averíos”, mi abuela Bernarda desplumaba un pollo para hacer arroz ¡Anda,
mi abuelo está arreglándonos otra vez la canasta de baloncesto del corral! ¡Ya
viene por el Camino de la Senda mi abuelo Crispín con las ovejas! es hora de recogerse.
Pero para mí, era hora de seguir volando y volando y volando.
De las Eras bajaba por la Calle Valencia hasta las escuelas.
¡Hola Justa, buenos días, dame chocolate y luego te lo paga mi abuela Antonia!
¡Buenos días prima monja de mi madre cuyo nombre no recuerdo pero que me da
galletas que saben a gloria! ¡Hola Adriana, soy yo, la hija de la Reme, estoy
volandooooo! ¡Ahí va Venancio con su sombrero de paja, seguro que va a ver a mi
abuelo Juan! ¡Cuidado los de la plaza, que no llevo timón y vuelo como las
locas! ¡Hola tía Sagrario, hola Aurora, buenos días Juliana! ¿Qué hay, Avelina?
¡Marcelina, muy buenas, guárdame una barra de pan que luego viene mi abuela
Bernarda! ¡Paso a los de la calle Empedrada que subo como un tomillo!
Y siento en mi cara la brisa que viene de los pinares, tal
vez sea del Cañavate, o incluso del rumor de las acequias próximas a la
Atalaya. Pero a mí me sabe a campo, a pinar y a monte. Me huele a ganado, a
perros pastores, a galgos flacos y miedosos, bellos y enjutos, como los juncos
de los puentes en el camino de Tébar; me huele a potaje de semana santa, a
pisto con tomate y a gazpachos cociéndose en la sartén sobre unas trébedes.
Sabe a pan de tahona, a madalenas recién sacadas del horno, a alajú y a
torrijas, a chocolate con pan tostado y a arroz con habichuelas. Huele a Cañada
en estado puro.
Por la calle el Príncipe bajo “escopetá” y saludo a mi tía
Petra que está barriendo el patio ¡Muy buenos días para ti también Jose,
recuerdos al tío Flores! No la había visto, Ignacia, buenos días a usted
también ¡No, no quiero acelgas, yo soy nieta de pastores, me gusta la chicha,
pero gracias! ¡Adiós Cleofé! Y enfilo hacia la era de cemento donde aprovecho
para apoyar un poco los pies y descansar de tan “cascante” vuelo. Pero es que
así somos en Cañada. La mitad somos familia, y la otra mitad es familia suya,
dos mitades de familias emparentadas unas con otras. No es endogamia, es que
aquí, independientemente de tu apellido o tu procedencia, encuentras tíos y
primos por todas partes, basta con ser grandes amigos de la infancia, de la
guerra o compañeros de pastoreo y labranza, para tener un pariente para toda la
vida.
Pocos hay que encizañan los senos familiares y de
compañerismo, pocos, pero haberlos haylos, como las Carajainas, las Zudamochas
y los Beltealtos, verlos no los ha visto nadie que haya sobrevivido para
contarlo, pero que están, vaya que si lo sabemos todos. Con estos, las malas simientes, hay que tener
cuidado como con las carajainas, si las ves de lejos, cambia el rumbo; si aún
así se te han echado encima, actúa como con una zudamocha, aprieta el paso y
ponte en guardia. Pero si te han rodeado con sus malas artes y sus viles
mentiras, no olvides lo que harías si te encontraras con el Beltealto…¡Corre
como alma que lleva el diablo y no mires atrás!
Retomo mi paseo a vista de pájaro. Me alejo del pueblo por
el camino Molino hasta los pinares. El Rey del Pinar me espera para postrarme
ante él y ofrecerle de nuevo mi vasallaje, mi
lealtad, mi admiración y hasta mis tierras si las tuviese y mi sangre si
él me lo pidiese. Y es que da igual de
que bando milites en este frente, o con que santo comulgues, pues hasta los
republicanos del 36 se arrodillan ante su Majestad del pinar, El Pino Lorito.
Majestuoso, grandioso, sobrio, augusto, digno, fastuoso,
regio, señorial, imperial y real, como las águilas que habitan su copa, se alza
el Pino bicentenario más hermoso y más imponente de toda la Mancha, y de Cañada
tenía que ser. Su Majestad el Lorito.
Desde la rama más alta, compartiendo lugar y respetando
espacio, las águilas y yo oteamos el horizonte. Hinchados los pulmones de aire
fresco y henchido el corazón de brisa pinar, veo por el camino como regresan a
casa los tractoristas; un ligero picor en los ojos me recuerda que el verano no
es festivo para el hombre de campo, las alpacas en los remolques me hacen
estornudar y frotarme los ojos. Me gusta
lo que Cañada me hace sentir. Viva.
Es hora de regresar, el reloj del ayuntamiento me recuerda
que la cena se aproxima, ya está bien de tanto y tanto volar, hay que volver a
casa. En el camino, pasadas las olivas de “Casetas” me encuentro con mi tío
Carlos que regresa con su ganado ¡Pero si también está mi tío Demetrio que
regresa con su tractor! ¡Buenas tardes Don Ramón, no le había visto, como vuelo
tan alto y rápido…! Adiós a todos, que mi abuelo Juan me espera para hacer
patatas revueltas con huevo.
Y aún con los ojos abiertos y el tiempo transcurrido como
suspiros en el pecho, vuelvo a ser la niña que fui, la que volaba por los
campos y la que lloraba cuando llegó aquella primera vez. Soy la que no temía
que se le pegara lo viejo, y la que metía en capazos a los gazapos para jugar
con ellos, mientras huía de los temibles
gallos y se metía en las cuevas buscando tesoros y escondiendo animales
huérfanos. Soy la que disfrutaba con el cuento de las Cigüeñas que por más
veces que me contara mi abuelo Juan, para mí siempre parecía nuevo. Soy la que
guarda en un pequeño rincón de su corazón, la grandeza de este pueblo, que si
chiquito es en apariencia, enorme es en su trascendencia.
Gracias a los que fueron, por hacerme como soy. Gracias a los que por aquí ya pasaron para cimentar
lo que hoy es nuestro suelo y paso. Gracias Cañada, por hacernos tan grandes, a
los que te conocemos tan pequeño. Gracias por ser nuestro HOGAR.
MI ABUELO FUE CAPITÁN
“Mi
abuelo fue capitán
de
un navío sin velas ni remos,
por
timón, un arado, dos mulas por tripulación
y
las olas que mecen su embarcación,
los
surcos en la tierra labrados.
Era
su navío un carro,
una
bota de pellica su bodega
y
su cayado, apoyo y cañón,
tabaco
de liar su ron
y
su pólvora un misto y un cordón.
Era
mi abuelo almirante y grumete, pirata y bucanero,
el
que guiaba la nave a buen puerto
el
que navegaba de frente,
capitán,
astillero y cocinero.
Tres
gaviotas de secano sobrevolaban su barco,
un
gavilán, una alondra y un cuervo,
Así
era mi capitán manchego,
alto,
enjuto y quijotesco,
curtido
en mil batallas
y
una sola guerra;
por
galones sus manos cortadas
y
sus medallas su piel de arrugas surcada.
No
hubo capitán más bravío
que
aquel que vestía con boina,
faja
y alpargatas, el que llevaba unas alforjas
por
petate, compaña y armas,
el
que comandaba un carro
como
a un invencible navío.
Mi
abuelo fue capitán,
vivió
sin ni siquiera saber que lo fue,
y
un buen día, el Almirante de rastrojo y barbecho,
marchó
sin saber siquiera…sin saber siquiera quien fue.”
(Yolanda
Toledo Villar)
(En memoria de mis abuelos y mi Madre, Reme, cuya ausencia
siempre estará presente en estas tierras)
Ayuntamiento de Cañada Juncosa
Plaza Hipólito Álvarez, 1
16720, CAÑADA JUNCOSA (Cuenca)
Tel:969381003
Fax:969381003
crecio.can@dipucuenca.es
©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS
FOTOGRAFÍAS: Santiago Navascués Ladrón.
TEXTO: Yolanda T. Villar.
No están presentes en el apartado "Valoraciones" las casillas pertinentes, Yolanda Toledo Villar, faltan algunas en las que inexcusablemente señalaría tras leer lo que escribes y después de ver las bellas fotografías:
ResponderEliminarME EMOCIONÉ
LLORÉ
SENTÍ UNA GRAN NOSTALGIA.
ME DESLUMBRÓ LA NATURALEZA.
ME CONMOVIÓ EL POEMA.
Abrazos, queridos viajeros.
Muchísimas gracias, Vicenteta, de verdad, muchísimas gracias.
EliminarPara mi, este pueblo es mucho más que el lugar de donde proviene mi familia, toda mi familia, materna y paterna; es mi Casa, mi vida, mi aire, mi tierra, mi cielo, todo, lo es todo. Y es difícil decirlo solo con palabras, pues es algo que llevamos más adentro que la sangre, lo llevamos en el alma.
Me alegra muchísimo que te haya gustado, es un sitio realmente pequeño, pero para mi, el mejor del mundo...allí tengo para siempre a mis abuelos y a mi madre, que es como decir que tengo la vida misma.
El poema fue el primero que escribí, o al menos que tuve valor de presentar a concurso...y para mi siempre será Mi Poema.
Muchas gracias y mil besos!
P.D. : La cuarta fotografía, la de la lápida, ¿qué inscripción tiene?
ResponderEliminar^_^
Gracias.
Pues mira, es de un chico que murió joven, en un accidente de tractor, a finales de los años sesenta, Vicente Martinez Navarro. Es difícil de encontrar ahora pues la vegetación y el olvido la han sepultado casi por completo, pero gracias a mi padre que se conoce el campo y el monte palmo a palmo, la encontramos este verano y no pude resistir enseñársela a Santiago, ya sabes, la cámara no dejó de fotografiarla, no incluirla era imposible.
EliminarMil besos
Muy bello... sin duda,tanto el texto como las imagenes. He volado con vosotros y viajado a recuerdos de mi infancia... y hasta compartido al entrañable abuelo Juan!!! grande y hermoso pues yo tambien formo parte de esa tierra, ese olor,ese aire,esa vida...
ResponderEliminarEntonces sobran más explicaciones, pues todos los que llevamos esta tierra roja y seca en nuestras venas nos sentimos igual: unidos a ella.
EliminarMe alegra que mi abuelo Juan, forme parte de tus recuerdos, pues para mi, no solo es el primero, es el más grande que tengo.
Miles y miles de besos, Cañaeja...
Nunca imagine el pueblo retratado tan magnificamente, convertido en un cuento, es precioso y me he emocionado mucho. Las fotos son espectaculares. Habeis hecho un gran trabajo, gracias por compartir el enlace.
ResponderEliminarMe alegra muchísimo que nuestro pueblo signifique tanto para nosotros, pues soy del parecer que aquel que no ama su tierra no ama a su gente, y poder comprobar que no es nuestro caso, me hace muy muy feliz.
EliminarGracias a ti por compartir con nosotros este viaje..
Espero que Cañada siga siendo punto de encuentro de muchas generaciones.
PRECIOSOOOOOOO!!. Mi pueblito chuli, donde más he disfrutado (las fiestas en casa del Iaio, las confidencias nocturnas en las eras, ...) y sufrido ( jolines, que enamoramientos he tenido allí!). Cañada siempre estará en mi corazón, por años que pasen sin que vaya, o que vaya y vuelva el mismo dia... Cañada es parte de mi, porque un trocito de mí es parte de Cañada.. Ainsss, que bonito el texto, que bonitas las fotos... Ainsss, Mi Cañada! <3
ResponderEliminarMi querida hermana ¿que falta por decir de este nuestro pueblo?
EliminarSi es que a pesar de los pesares y muchos pesados, lo llevamos tatuado a fuego en la piel y en el alma...olvidarlo es imposible, todos guardamos un primer recuerdo muy adentro ¿verdad? yo recuerdo perfectamente la primera vez que entraste por la puerta del patio de la abuela, ibas de la mano del tete Jose...
mil besitos, Pitu!
Siempre es una gozada entrar a leeros, chicos, pero en esta ocasión además ha sido muy emotivo viajar de la mano de esta loca trotera que tiene un corazón inmenso. Tu abuelo Juan debió ser un gran hombre, así como tu madre una gran mujer, pues para inculcar este amor por su pueblo se ha de amar mucho primero ¡ay lo que me he emocionado en esta ocasión chicos!
ResponderEliminarLas fotos IM-PREZIONANTES, y el relato, aún me tiene con un nudo en la garganta.
Un beso y hasta la proxima parada
La que estoy emocionada soy yo, en serio. Para mi este texto guarda más de lo que dice, y aún así ver que os ha llegado a todos, me tiene emocionada a más no poder.
EliminarMuchas gracias por estar ahí y por volar conmigo.
Mil besos.