Nunca podremos conocer realmente lo que somos si no somos capaces de descubrir quiénes fuimos. Hoy, echar la vista atrás y acudir a las fuentes de hace veinte, cincuenta, cien años, es relativamente fácil. Apenas a unos clicks de distancia digital, alguno de los buscadores de internet nos ofrecerán infinitos resultados en los que se nos vuelca un sin fin de información relativa a esos años, bien en forma de ensayos, libros, copias digitales de periódicos de las épocas... Si además queremos retrotraernos algunos siglos en el tiempo, es posible que algunos medios desaparezcan, pero siguen abundando los estudios realizados por personas que investigaron los primeros escritos que dejaron unos pocos para acercarnos, lo más asépticamente posible, la vida, los usos y las costumbres de los hombres y mujeres que nos atraen. Sin embargo, existen pueblos que hunden su cultura en la noche de los tiempos que no acostumbraban a escribir en algún soporte lo que les importaba, lo que les atemorizaba... su vida. Su único lenguaje era su voz, y ésta, el cauce de transmisión de su pasado y su memoria. Es por ello que mucho se perdió cuando se desvanecieron los recuerdos, y si no había quién recordase, muchas cosas que exisieron, dejaron de ser.... Todo lo que deja de recordarse, muere.
Cuando hace 3 años reseñábamos Enda, la primera novela acerca de la mitología vasca en la que Toti Martínez de Lezea trataba de adentrarnos, ya expusimos que se trataba de una historia potente y que podría dar para mucho más, ya que estamos hablando de un universo muy amplio, nutrido de innumerables criaturas extraordinarias. Si bien es cierto que la nula costumbre de los vascos por la transmisión escrita de su mitología impidió que aquellas historias llegasen hasta nosotros de un modo fácilmente reconocible y reconocido por todos (como es el caso de los dioses griegos o los egipcios), al menos sí que ha llegado gracias al hábito de contar historias en familia en torno a un fuego común que calentaba los estómagos, así como la curiosidad y la imaginación de quienes escuchaban contar a los más ancianos unas increíbles historias de lamias, dragones, gigantes...
Llegados a este punto, y para hacer justicia a una incansable labor que duró una dilatada vida entregada al estudio y la investigación, es necesario mencionar al padre José Miguel Barandiarán, un hombre dedicado plenamente al estudio de la cultura vasca y que trató de recuperar, del recuerdo de los más ancianos, decenas de leyendas, anécdotas, hechos o cuentos que devolvían a la vida a las criaturas fantásticas que moraban los arroyos, las montañas, los valles, las encrucijadas de caminos vascos. Barandiarán rescató del olvido el contacto de los primeros vascos con su entorno, hasta el punto de divinizarlo.
Toti Martínez de Lezea, una enamorada de su tierra vasca y de las gentes que la moran, decidió hace unos años componer un relato que recogiese el legado de sus ancestros, y acercarlo al gran público actual hilvanando una novela que fuese presentando una mitología de manera atractiva, mezclada con unos hombres rudos y valientes, que veneraban a la diosa Amari, enemistados por pastos u ofensas entre familias de distintos clanes, pero que deben unirse para combatir como un sólo pueblo al enemigo externo. Decidió que sería un trabajo extenso, y que deberían ser varias las novelas que comprendiesen tan ambicioso proyecto; concretamente siete, pues este era el número de moradas (montañas sagradas) en las que la diosa madre vivía a lo largo y ancho de la tierra de los vascos.
Y así, llega ahora la segunda novela, Ittun, que nos lleva hasta la Sierra del Dragón y Roca del Águila (Sierra de Aralar y monte Txindoki, respectivamente si los buscamos en un mapa, entre Guipuzkoa y Navarra). Si en la primera novela la amenaza provenía del norte bajo el rostro del temible ejército Frei, en esta ocasión los hombres y mujeres de Enda deben prepararse para combatir a los Gauta, llegado desde las tierras del sur. Son tiempos convulsos, y en ellos asistiremos a un doble enfrentamiento: el que mantienen los mortales por conquistar nuevos territorios, o tratar de mantener la tierra heredada; y el que mantienen los seres sobrenaturales, la diosa Amari, madre, creadora y protectora de Enda, y su hijo Inguma El tenebroso, señor de la Oscuridad y corruptor de corazones.
Aparecerán nuevos personajes, y regresarán algunos de la primera novela (cuarenta inviernos después) que servirán como nexo de unión entre ambas, creando un hilo común que transciende a cada novela en sí misma, y permite imaginar una gran trama por encima de todas las demás que fluyan en cada uno de los volúmenes. De este modo, la escritora consigue que esta segunda novela pueda leerse por separado sin necesidad de haber leído previamente la anterior, pero al mismo tiempo, por los datos que ofrece de boca de sus personajes, se nos abra el apetito literario de introducirnos en esa primera novela con la que comenzó todo.
El estilo literario es el estilo Toti, sobradamente conocido por su fiel y cada vez más amplio grupo de lectores, que auna agilidad en la narración, vocabulario accesible, control de los tiempos para mantener la atención del lector, y algunas dosis de un peculiar humor marca de la casa.
Nos encontramos, pues, ante una novela que atraerá la atención de los lectores (o espectadores) de fantasía épica, y a todo aquel que quiera descubrir que aquí cerca, mucho más que Invernalia o La Comarca, existió un pueblo que entregó generaciones enteras por la defensa de su forma de vida y sus costumbres, y que lo hizo gracias al amparo de los dioses, con ayuda de gigantes y dragones; por su libertad. Conseguir que la mitología interese no es tarea fácil, nunca lo ha sido, pero Erein ha sabido apostar a caballo ganador. Sólo el tiempo sabe si este proyecto se convierte en algo mucho más trascendente a nivel cultural, más allá de la matemática financiera. Ojalá que así sea.
Santiago Navascués Ladrón.
Toti Martínez de Lezea, una enamorada de su tierra vasca y de las gentes que la moran, decidió hace unos años componer un relato que recogiese el legado de sus ancestros, y acercarlo al gran público actual hilvanando una novela que fuese presentando una mitología de manera atractiva, mezclada con unos hombres rudos y valientes, que veneraban a la diosa Amari, enemistados por pastos u ofensas entre familias de distintos clanes, pero que deben unirse para combatir como un sólo pueblo al enemigo externo. Decidió que sería un trabajo extenso, y que deberían ser varias las novelas que comprendiesen tan ambicioso proyecto; concretamente siete, pues este era el número de moradas (montañas sagradas) en las que la diosa madre vivía a lo largo y ancho de la tierra de los vascos.
Y así, llega ahora la segunda novela, Ittun, que nos lleva hasta la Sierra del Dragón y Roca del Águila (Sierra de Aralar y monte Txindoki, respectivamente si los buscamos en un mapa, entre Guipuzkoa y Navarra). Si en la primera novela la amenaza provenía del norte bajo el rostro del temible ejército Frei, en esta ocasión los hombres y mujeres de Enda deben prepararse para combatir a los Gauta, llegado desde las tierras del sur. Son tiempos convulsos, y en ellos asistiremos a un doble enfrentamiento: el que mantienen los mortales por conquistar nuevos territorios, o tratar de mantener la tierra heredada; y el que mantienen los seres sobrenaturales, la diosa Amari, madre, creadora y protectora de Enda, y su hijo Inguma El tenebroso, señor de la Oscuridad y corruptor de corazones.
Aparecerán nuevos personajes, y regresarán algunos de la primera novela (cuarenta inviernos después) que servirán como nexo de unión entre ambas, creando un hilo común que transciende a cada novela en sí misma, y permite imaginar una gran trama por encima de todas las demás que fluyan en cada uno de los volúmenes. De este modo, la escritora consigue que esta segunda novela pueda leerse por separado sin necesidad de haber leído previamente la anterior, pero al mismo tiempo, por los datos que ofrece de boca de sus personajes, se nos abra el apetito literario de introducirnos en esa primera novela con la que comenzó todo.
El estilo literario es el estilo Toti, sobradamente conocido por su fiel y cada vez más amplio grupo de lectores, que auna agilidad en la narración, vocabulario accesible, control de los tiempos para mantener la atención del lector, y algunas dosis de un peculiar humor marca de la casa.
Nos encontramos, pues, ante una novela que atraerá la atención de los lectores (o espectadores) de fantasía épica, y a todo aquel que quiera descubrir que aquí cerca, mucho más que Invernalia o La Comarca, existió un pueblo que entregó generaciones enteras por la defensa de su forma de vida y sus costumbres, y que lo hizo gracias al amparo de los dioses, con ayuda de gigantes y dragones; por su libertad. Conseguir que la mitología interese no es tarea fácil, nunca lo ha sido, pero Erein ha sabido apostar a caballo ganador. Sólo el tiempo sabe si este proyecto se convierte en algo mucho más trascendente a nivel cultural, más allá de la matemática financiera. Ojalá que así sea.
Santiago Navascués Ladrón.
ITTUN
Toti Martínez de Lezea
ISBN: 978-84-9109-236-0
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