Soy poseedora de una de las mayores colecciones de cicatrices corporales sin haber estado nunca en un conflicto bélico ni haberme criado en las calles de un barrio conflictivo; tengo otras muchas cicatrices que no se ven, que solo yo siento y algunos pocos observadores descubren en mis ojos y mi actitud hacia los demás. El torso se lleva la palma: una cicatriz de dos dedos de ancho que me llega desde cuatro dedos por debajo del cuello hasta un dedo por encima del ombligo; es mi Gran Cicatriz. Lejos de ocultarla a la vista propia y ajena, podría dibujarla con los ojos cerrados, pues conozco cada punto blanco enfrentado uno al otro a los lados de mi Valle del Rift, como yo misma llamo a mi peculiar "muesca"; se dónde exactamente termina el color sepia pincelado por el sol y el aire, en qué costura empieza el color rosado, el que no suele ver el sol, el que más costó curar en su momento y el que de vez en cuando aún me ocasiona pinchazos y un picor insoportable, y de ahí al ombligo, un color marrón rojizo le da un aspecto de serpiente la mar de curioso, el roce de la ropa ha sido esta vez el pintor. Me gusta verla cuando me visto y desvisto, la acaricio suavemente cuando me ducho y procuro que el aceite de rosa mosqueta no le falte. Acompañando la Gran Cicatriz, hay tres más en el cuello, se hicieron casi al mismo tiempo, una iba cosida con grapas y las otras servían de alacena a tubos y agujas. A penas se ven con el pelo y la ropa, la verdad es que ya son difíciles de apreciar. Otra más sobre mi pecho izquierdo, y a esta le tengo manía ¡Dichoso neumotórax que me hizo entrar en shock, y dichosa doctora que introdujo sus cuatro dedos para abrirlo como si fuera una bolsa de patatas fritas! siguen nueve más bajo el pecho, como si fueran huellas de gato, otra más justo debajo de estas y una pequeña cerrando la boca de la "serpìente". Y estas solas en mi tórax. Pero unas cuantas más se distribuyen por mi tobillo, brazos y muslo ¡Niñez feliz la mía, si señor!
No voy a negar que me sentía rara al principio, que me veía como un monstruo de Frankenstein, recosida de arriba a abajo. Hubo un tiempo que lloraba al verme así, después comenzaron las miradas al espejo, una y otra vez, recorriendo cada una de ellas con ojos y dedo, para cerciorarme que eran mías, que en verdad si era mi cuerpo quién las portaba. Luego vino el reconocimiento a un buen trabajo por parte de los cirujanos, muy buen trabajo, y de ahí pasé al orgullo de verlas y respetarlas. Si no lucieran en mi cuerpo, simplemente...no estaría aquí contando todo esto.
Son mi orgullo y mi prueba de que tengo otra oportunidad.
No pienso deshacerme de ninguna de ellas, ni siquiera de la antipática "cicatriz-sobre de correos" (por la forma en que fue cosida) pues esa también permitió que por segunda vez en cuarenta y ocho horas, me salvaran la vida. Son mías y me siento muy muy orgullosa de ellas. Mucho.
Mi madre vivió traumatizada por las cicatrices que el cáncer de mama le había dejado. No soportaba mirarse al espejo y me repetía que parecía una prisionera en un campo de concentración; de haber tenido yo por entonces estas cicatrices creo que le hubiera sido más fácil superar las suyas, aunque bien pensado no creo que hubiera podido soportar verme pasando por una operación a vida o muerte a corazón abierto. No se. Pero está claro que la unión hace la fuerza, y tener cerca a personas que han pasado por lo mismo que tú y se enfrentan de manera positiva a la enfermedad te da impulso para seguir luchando.
El fotógrafo David Jay, siempre enseñándonos la parte oculta de la luna -el ser humano- nos presenta esta vez una colección fotográfica sobre mujeres que han sufrido cáncer de mama y enseñan sin pudor ni traumas, sus cuerpos llenos de cicatrices. Personalmente, junto con su colección de mutilados de guerra, creo que este es su mejor trabajo, mostrando lo que no se ve tras los bonitos lazos rosas solidarios. como una mujer no deja de serlo, ni deja de ser hermoso por lucir cicatrices en lugar de senos.
Tras el dolor, siempre nos queda la Vida.
Fuentes: web oficial de Davil Jay
UN ARTÍCULO DE YOLANDA T. VILLAR
Las cicatrices no son más que recuerdos que a pesar de los golpes, seguimos en pie.
ResponderEliminarQué mujeres más admirables.
besos
Son la muestra de nuestra lucha y nuestro logro.
Eliminar