La mujer es un ser fascinante dotado no sólo de la capacidad de engendrar futuro en sus entrañas, sino de alcanzar las cimas más altas que se pongan ante sí, pues posee una capacidad de sufrimiento y lucha envidiable, una férrea voluntad entregada al esfuerzo y una inteligencia tal que le han permitido, en un mundo de hombres, con abundantes lágrimas y no pocas derrotas, equipararse e incluso superar a la representación masculina del ser humano.
Existe un dicho tramposo que nos regala la Historia (escrita por hombres) que nos dice que detrás de un gran Hombre, siempre hay una gran Mujer. No podemos estar de acuerdo con el enunciado. Afortunadamente, la visibilidad de las capacidades femeninas nos obligan a modificar el texto y alterar el inicio que lo determina: Junto a un gran Hombre, siempre hay una gran Mujer. Puede parecer baladí, pero en ese cambio de palabras da voz a millones de llantos arrinconados, mira a los ojos de innumerables mujeres en todo el mundo y en todos los tiempos, encierra una lucha de miles de años por la igualdad.
Hacía mucho tiempo que sobre el escenario de La Cava de Olite no pasaba una propuesta con tan claro mensaje a favor de la mujer que el que llegó de la mano del director Quino Falero, que pone en escena una adaptación realizada por Fernando J. López de la novela del autor barroco Alonso de Castillo Solórzano. Con Las harpías en Madrid, asistimos a una representación teatralizada de la genuina picaresca española protagonizada de manera original para la época por un trío de heroínas, una madre viuda y sus dos vástagas, que se desplazan desde su Andalucía natal hasta la villa y corte de Madrid para satisfacer sus aspiraciones, que no son otras que las de sobrevivir y llenar su bolsa a costa de la superioridad bobalicona de los hombres que caen en sus redes.
Alonso de Castillo Solórzano fue uno de los seguidores de Lope de Vega, que trató de emular a su maestro con la pluma y que formó parte del ejército intelectual que las tuvo con los culteranistas de la época. Fue un hombre que viajó por toda España, y que conoció tierras extranjeras, llegando a vivir varios años en Italia. El triunfo le fue esquivo con sus composiciones para teatro, pero algunas de sus obras de novela gozaron de cierta popularidad, como es el caso de la protagonizada por la viuda Teodora (Nuria González) y sus dos hijas Lucia y Feliciana (Marta Aledo y Natalia Hernández, respectivamente).
En esta adaptación libre, el autor adapta el texto para centrarse en los enredos, muy del gusto del espectador barroco español de la época, que las tres mantienen para engatusar a dos hombres: un comerciante venido de Génova y con ínfulas de dramaturgo, y un noble español que busca mostrarse como el más puro de entre los suyos siendo de moral distraída. Para ello, hacen un alarde de picardía e inteligencia que echa por tierra la supuesta superioridad de los galanes a los que seducen, mostrando las miserias de ambos y arrojándolos al espectador como dos mentecatos ineptos, escaso de talento el uno y lenguaraz el otro.
El elenco de actores, capitaneado por la veterana Nuria González, representan sus papeles con soltura, haciendo cada uno de ellos énfasis en las dotes, positivas o negativas de sus personajes, haciéndolos creíbles y consiguiendo, gracias a la agilidad de las escenas, momentos hilarantes que conectaron con el público.
Destaca el uso de la iluminación, muy cuidado y estudiado en todos los instantes, y un curioso uso de varios muebles de época como decorado activo, escenario y paisaje de fondo de los acontecimientos que se van sucediendo.
Entre escena y escena, la viuda lanza reflexiones al público respecto de su condición de mujer, de su sacrificio, de su inteligencia, de su desigualdad... Es quizá esta idea un arma de doble filo, pues muchos la pueden entender como lo que es: pequeñas anotaciones a modo de aclaración... Sin embargo, hay quien gusta de encontrarse con un teatro orientado de un modo más indirecto al reto de la duda para con el espectador, que busca que éste llegue a la misma reflexión sin que se la cuenten, únicamente con los hechos que acontecen sobre las tablas... Sea como fuere, es de agradecer el regalo de Las harpías en Madrid, una propuesta que no se sostiene sobre el pilar que representan los grandes autores del siglo de Oro y que ofrecen solemnidad y garantía de éxito, que se atreve a cruzar el alambre sin red, con una clara apuesta por la mujer como contrapeso para caminar hacia el otro extremo, ese que encontraron al final del espectáculo en forma de caluroso aplauso de reconocimiento de un público, el que se congregó en Olite, puesto en pie.
Existe un dicho tramposo que nos regala la Historia (escrita por hombres) que nos dice que detrás de un gran Hombre, siempre hay una gran Mujer. No podemos estar de acuerdo con el enunciado. Afortunadamente, la visibilidad de las capacidades femeninas nos obligan a modificar el texto y alterar el inicio que lo determina: Junto a un gran Hombre, siempre hay una gran Mujer. Puede parecer baladí, pero en ese cambio de palabras da voz a millones de llantos arrinconados, mira a los ojos de innumerables mujeres en todo el mundo y en todos los tiempos, encierra una lucha de miles de años por la igualdad.
Hacía mucho tiempo que sobre el escenario de La Cava de Olite no pasaba una propuesta con tan claro mensaje a favor de la mujer que el que llegó de la mano del director Quino Falero, que pone en escena una adaptación realizada por Fernando J. López de la novela del autor barroco Alonso de Castillo Solórzano. Con Las harpías en Madrid, asistimos a una representación teatralizada de la genuina picaresca española protagonizada de manera original para la época por un trío de heroínas, una madre viuda y sus dos vástagas, que se desplazan desde su Andalucía natal hasta la villa y corte de Madrid para satisfacer sus aspiraciones, que no son otras que las de sobrevivir y llenar su bolsa a costa de la superioridad bobalicona de los hombres que caen en sus redes.
Alonso de Castillo Solórzano fue uno de los seguidores de Lope de Vega, que trató de emular a su maestro con la pluma y que formó parte del ejército intelectual que las tuvo con los culteranistas de la época. Fue un hombre que viajó por toda España, y que conoció tierras extranjeras, llegando a vivir varios años en Italia. El triunfo le fue esquivo con sus composiciones para teatro, pero algunas de sus obras de novela gozaron de cierta popularidad, como es el caso de la protagonizada por la viuda Teodora (Nuria González) y sus dos hijas Lucia y Feliciana (Marta Aledo y Natalia Hernández, respectivamente).
En esta adaptación libre, el autor adapta el texto para centrarse en los enredos, muy del gusto del espectador barroco español de la época, que las tres mantienen para engatusar a dos hombres: un comerciante venido de Génova y con ínfulas de dramaturgo, y un noble español que busca mostrarse como el más puro de entre los suyos siendo de moral distraída. Para ello, hacen un alarde de picardía e inteligencia que echa por tierra la supuesta superioridad de los galanes a los que seducen, mostrando las miserias de ambos y arrojándolos al espectador como dos mentecatos ineptos, escaso de talento el uno y lenguaraz el otro.
El elenco de actores, capitaneado por la veterana Nuria González, representan sus papeles con soltura, haciendo cada uno de ellos énfasis en las dotes, positivas o negativas de sus personajes, haciéndolos creíbles y consiguiendo, gracias a la agilidad de las escenas, momentos hilarantes que conectaron con el público.
Destaca el uso de la iluminación, muy cuidado y estudiado en todos los instantes, y un curioso uso de varios muebles de época como decorado activo, escenario y paisaje de fondo de los acontecimientos que se van sucediendo.
Entre escena y escena, la viuda lanza reflexiones al público respecto de su condición de mujer, de su sacrificio, de su inteligencia, de su desigualdad... Es quizá esta idea un arma de doble filo, pues muchos la pueden entender como lo que es: pequeñas anotaciones a modo de aclaración... Sin embargo, hay quien gusta de encontrarse con un teatro orientado de un modo más indirecto al reto de la duda para con el espectador, que busca que éste llegue a la misma reflexión sin que se la cuenten, únicamente con los hechos que acontecen sobre las tablas... Sea como fuere, es de agradecer el regalo de Las harpías en Madrid, una propuesta que no se sostiene sobre el pilar que representan los grandes autores del siglo de Oro y que ofrecen solemnidad y garantía de éxito, que se atreve a cruzar el alambre sin red, con una clara apuesta por la mujer como contrapeso para caminar hacia el otro extremo, ese que encontraron al final del espectáculo en forma de caluroso aplauso de reconocimiento de un público, el que se congregó en Olite, puesto en pie.
COMPAÑÍA
REPARTO
Teodora: Nuria González
Luisa: Marta Aledo
Feliciana: Natalia Hernández
Horacio: Juanan Lumbreras
César: Paco Déniz
Teodora: Nuria González
Luisa: Marta Aledo
Feliciana: Natalia Hernández
Horacio: Juanan Lumbreras
César: Paco Déniz
EQUIPO ARTÍSTICO/ TÉCNICO
Autor: Fernando J. López, a partir de de la novela de Castillo Solórzano
Versión: Fernando J. López
Escenografía: Mónica Boromello
Vestuario: Lupe Valero
Diseño de iluminación: Toño M. Camacho
Espacio sonoro: Ana Villa y Juanjo Valmorisco
Producción: Chácena, Flower Power, De Gira
Diseño gráfico y fotografía: Javier Naval
Dirección de producción: Nadia Corral
Ayudante de dirección y producción: Rocío Vidal
Distribución: Clara Pérez
Producción: Chácena
Autor: Fernando J. López, a partir de de la novela de Castillo Solórzano
Versión: Fernando J. López
Escenografía: Mónica Boromello
Vestuario: Lupe Valero
Diseño de iluminación: Toño M. Camacho
Espacio sonoro: Ana Villa y Juanjo Valmorisco
Producción: Chácena, Flower Power, De Gira
Diseño gráfico y fotografía: Javier Naval
Dirección de producción: Nadia Corral
Ayudante de dirección y producción: Rocío Vidal
Distribución: Clara Pérez
Producción: Chácena
Redacción y Fotografía:
Santiago Navascués
©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS
Santiago Navascués
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