Niña de mirada dulce
niña de corazón alegre
¿qué fue de tu alegría?
¿por qué ahora te duermes?
No despierta tu ilusión
¿por qué tan triste te tiene
esa agonía traidora
que no deja que tú vueles?
Por esos campos de flores,
con esas nubes alegres,
surcando el mar con tus alas
de sirenita verde
volando con el viento
a donde el viento te lleve,
soñando siempre despierta
entretenida en tus quehaceres.
Niña de mirada dulce
¿Por qué ahora te duermes?
(María M. Crespillo)
Desde el colegio he sentido una poderosa atracción hacia las
artes escénicas. Utilizaba cualquier excusa para declamar, representar o contar
historias delante de mis compañeros: un trabajo de clase, una lectura, incluso
los tanques desfilando por la Avenida del Cid el 23 F me dio la oportunidad de
contar durante días –gestos incluidos−como uno de ellos “se desenroscaba” y apuntaba hacia la
terraza desde donde seguía la macabra procesión armamentística. Fue mi momento
de gloria: aplausos, bises, admiración, envidia, incluso más de una reprimenda
¡Pero nada importaba, solo el espectáculo!
Pero fue en el Instituto cuando se me abrió el cielo.
Actividades extraescolares. Estaba perdiendo la paciencia mirando las opciones:
hogar (puag), electrónica (ni loca) ofimática (¿ordenadores? ¡Eso no sirve para
nada, no tiene futuro. Ejem) manualidades (imposible, mis dedos parecen de
trapo, todo lo que toco, se rompe) música (tengo menos oído que un gato de
yeso) y de repente ahí estaba, al girar la página, como escondido, como si
alguien lo hubiera querido salvaguardar de miradas indiscretas y talentos
mínimos ¡Arte Dramático! Y ahí estaba yo, en mitad de la biblioteca rellenado
mi matrícula ¡A Dios pongo por testigo que jamás volveré a coger una aguja de
coser, no habrá circuitos electrónicos que originen un accidental incendio en
el Instituto, nadie volverá a reírse de mí porque me caigo de bruces por
intentar tocar un acordeón! ¡Voy a ser actriz!
Y aunque mi madre creyó durante tres años que me había
apuntado al laboratorio de idiomas, y que mi alemán era impecable (siempre he sido
buena imitando acentos) yo solo vivía para esos tres días a la semana en los
que nos subíamos al escenario y veíamos
la vida un metro por encima de las butacas del salón de actos; todos sentados
en corro − el profesor, Gonzalo, en el centro− hablábamos, discutíamos, leíamos, representábamos pequeños
diálogos, conocíamos el escenario, el patio de butacas, respirábamos
profundamente, aprendíamos a hablar o recitar sin perder el aire…Y no fui
actriz aquel primer año, ni al segundo. Había que empezar desde cero, decía
Gonzalo, y el teatro dirá para que sirve cada uno. Y al tercer año, tuve mi oportunidad. Fui una
pecosa Jimena en Anillos para una Dama. Inmediatez, nervios a flor de piel,
carreras tras el telón, trajes que no ajustan, un director con un tono de voz
muchas octavas por encima de la media, un regidor atacado de los nervios, un
cuerpo de actores al borde de la extremaunción…se apagaban las luces del patio
de butacas, el corazón se encogía y el estómago giraba sobre sí mismo, los
murmullos daban paso al silencio y subía el Telón.
Ya nada importaba excepto sentir como la sangre corría por
tus venas.Todo lo no relacionado con ese momento, ese lugar, esa obra,
desaparecía, y ya no éramos nosotros, éramos Ellos,los personajes que tomaban
vida, que sentían, que amaban, que lloraban, que reían aunque tuvieras ganas de
hacer todo lo contrario. Una historia en papel, se convertía por obra y gracia
de unas tablas, unos focos, un telón –y un gran
equipo detrás− en Vida. Y una vez sientes eso en tu interior, ya nada
se puede comparar. Si el Teatro te
llama, si lo sientes, si lo vives, serás
Teatro siempre.
Siempre…Taytantos años después, sigo
teniendo el alma de Teatro. Teatral, es mi segundo nombre.
EL LIBRO.
COMO UN VIENTO HELADO de Rafael Herrero, nos presenta a tres personajes al borde del abismo, y ellos ni
siquiera son conscientes de ello; caminan por la cuerda floja y bajo sus pies,
ven el más oscuro de los precipicios. Sin posibilidad de volver atrás ni con
fuerzas de seguir adelante, se mantienen en penoso equilibrio esperando que
algo suceda a su alrededor, ya sea caer sin remedio o correr sin volver la
vista atrás. Pero el miedo puede más que sus ganas de pisar tierra firme.
Un día que parecía igual a los demás, el
azar les lleva a cruzarse unos en el camino de los otros, una casualidad que
tal vez no lo sea, un Destino que une y desune a su antojo y juega con las
personas como si fueran simples marionetas ¿O son las personas las que
pretenden jugar con el Destino? Un juego macabro con unos jugadores
atormentados.
Ana, una bailarina que no ha llegado donde
creyó que llegaría, y que mantiene una extraña relación con su madre y la
comida.
Marta, cuya obsesión por la muerte es tan
fuerte como su obsesión por los números; contar, contar y contar, como el niño
que cuenta entre trueno y trueno para sentir como al fin se aleja la tormenta.
Dani, ¿un delincuente, un alma caritativa, un
soñador, una marioneta sin más, de sus propias decisiones?
Cristina, la Rebecca de la
obra, tan omnipresente como ausente.
Todos tienen en común un pasado que marca
su presente y rige su futuro, y una larga noche en la cual una bala y una
azotea, les separa de la redención o de la caída final.
LA OPINIÓN DEL GATO.
Es muy difícil hoy en día dar con un buen
libro pensado y escrito para ser Teatro. Obras teatrales hay muchas, y
afortunadamente, en este país contamos con grandísimos actores y obras
teatrales fantásticas, ya sean clásicas, adaptaciones, o de la más rabiosa
actualidad –sin ir más lejos, a tan solo unos kilómetros de donde me hallo,
tenemos en pleno apogeo el Teatro Clásico de Almagro, mi pasión, mi referente,
mi sancta sanctorum−, pero otra cosa bien distinta es encontrar un buen libro
que además es una buena obra de teatro.
Rafael Herrero nos lo pone fácil y nos
lo brinda en bandeja de plata con Como
un viento helado.
Para los que sentimos el teatro en lo más
profundo de nuestro ser, ya sea sobre un escenario, tras un telón o sentado
cómodamente en el patio de butacas, nada puede igualarse a ese hormigueo que
te corre por las piernas, minutos antes de comenzar la función; ese corazón que va a salir disparado de un momento a otro, esas manos que se frotan una
contra la otra sin saber muy bien si orar al juntarlas o morderte los nudillos
para que se afloje la tensión de tu cuerpo. Es la sangre corriendo por tus
venas, ni más ni menos. Sentir al público aún sin verlo, sentir a los actores y
olvidarte que estás rodeado de mucha más gente, ser parte de la escena de tal manera que es como si se representara
para ti, incluso como si tú fueras parte de esa historia, que de repente se
está desarrollando delante de ti ¡Teatro, así es el teatro en estado puro, y no
puro teatro sin más!
Pero cuando encuentras una obra escrita, aún sin
representar, virgen para tus ojos y tus oídos, entonces, en mi caso, el éxtasis
es total. Rafael, nos presenta una
escenografía sencilla, sin utilizar demasiadas palabras no solo sitúa a los
personajes en escena sino al propio lector en esa misma escena; es ver la
función desde la fila cero ¡Brutal!; va perfilando los personajes escena a
escena, monólogo a monólogo primero, de tal manera que no solo los vas
conociendo, los comienzas a sentir, puedes verles, casi tocarles, estar a su
lado mirándoles a los ojos como si sus palabras fueran dichas para que solo tú
puedas oírlas, y entonces, los tres personajes se sitúan juntos en escena. Se
hablan, se miran, se tocan, sienten miedo unos de otros, desconfianza, empatía,
sonríen, incluso ríen, recuerdan, sueñan, mil sentimientos y emociones que
traspasan el papel −el escenario que se
ha creado en la mente del lector− y llegan a ti; ya no hay duda, eres parte de
la historia, eres el quinto personaje, pues el cuarto, Cristina, también está
en tu escena.
Ya eres irremediablemente Teatro. Y lo ha
conseguido en tan solo 91 páginas, las tablas y el saber hacer de Rafael Herrero.
Ya solo queda ponerse en pie y aplaudir
durante unos cuantos minutos a unos actores y a un autor, que saludan cogidos
de la mano mientras el telón sube y baja varias veces porque los aplausos no
cesan ¡Bravo, bravo, bravo!
Como un viento helado, te envuelve
en la tibia brisa del TEATRO, con
mayúsculas. Y ya siempre, siempre, serás parte de él.
COMO UN VIENTO HELADO
Rafael Herrero
ISBN:978-84-15906-75-9
Una Reseña de Yolanda T. Villar
©TODOS LOS DERECHOS
RESERVADOS
Acabo de leer tu reseña... Y creo que esos "personajes al borde del abismo", han tenido suerte al caer en tus manos... Les has dado vida al leer su historia, sus miedos, sus sueños rotos... sus secretos, y les has comprendido, y has sufrido con ellos, y te has divertido... Has estado con ellos en esa azotea que les invita a vivir y también a morir... Y tus comentarios seguro que despertarán la curiosidad de otros lectores que querrán saber por qué, a veces, el viento es tan helado... Te agradezco tu opinión de enamorada del teatro... encima de los escenarios, y escondido entre las páginas de un libro... "El teatro también se lee".
ResponderEliminarImpresionante el amor por el teatro de la comentarista. Con ansia lectora de la obra de Herrero.
ResponderEliminarRafael Herrero es uno de los grandes dramaturgos actuales de nuestro país, y la escritora ha captado perfectamente el alma de la obra. Sin duda la pasión por el Teatro ha unido a dos almas gemelas.
ResponderEliminarEnhorabuena Rafael y Felicidades por un blog de tanta calidad.
Un abrazo