En el principio de los tiempos humanos, el comportamiento de los hombres, recién erguidos sobre sus piernas y todavía con un cerebro animal, se regía conforme a la ley que imponía el más fuerte. Puro proceso entregado a a las teorías del britano Darwin. Sin embargo, a medida que fueron tomando conciencia de sí mismos, de los demás, de pertenencia a un grupo, su psique fue evolucionando ampliamente, y lo que antes era ley basada en los impulsos, desembocó en una ley de los procesos, y con ella, los códigos de conducta. Y pronto, en una búsqueda por interpretar el origen de sí mismos, apareció la paternal figura de los dioses.
¿Cuál de las dos leyes, la humana o la divina, debía prevalecer?
La noche del pasado domingo 26 fue quizá la más apacible de cuantas llevamos de Festival. Apenas sí hubo una lucha de brisas que pugnaban por encima de nuestras cabezas y se enfrentaban en un duelo etéreo por someterse la una a la otra. Fue, quién sabe, un prolegómeno de lo que iba a suceder sobre las tablas del escenario de La Cava de Olite, pues en ellas se representaba Antígona, de Sófocles.
En esta tragedia griega, el dramaturgo heleno situa al espectador ante la siguiente situación: Tras la muerte de Edipo, rey de Tebas, queda al cargo de la ciudad su hermano Creonte. Sin embargo, los hijos de Edipo, Polínices y Eteocles, se disputan el trono al entenerse cada uno como legítimo heredero. Polinices ataca Tebas con un ejército extranjero y Eteocles defiende desde dentro de las murallas tebanas hasta que se enfrentan cara a cara. De aquel funesto combate resultan muertos ambos hermanos y Creonte, en un intento por resolver tan trágica situación y hacer imperar las leyes de Tebas, decide dar tierra a Eteocles y condenar a muerte a quien trate de hacer lo propio con Polinices, pues se alzó en armas y atacó a la ciudad.
Miguel del Arco, director en sazón y responsable del montaje y de la adaptación, traslada en esta propuesta varios mensajes. El primero de ellos tiene que ver con el discurso de Creonte para recuperar el ánimo de los tebanos después de enfrentamientos, crisis y desgracias: se acabó el tiempo de los que ostentan el poder para corromperse, para llenar sus arcas con el dinero de los habitantes de la ciudad, de perpetuarse en el poder para mantener los privilegios adquiridos. Un mensaje, éste, que lanzó el rey de Tebas hace más de dos mil años, pero que podría servir perfectamente al próximo presidente que suceda a Rajoy en la Moncloa. Un disurso vivísimo, encendido, cargado de razones que buscan mitigar el dolor de los gobernados, su padecimiento, su empobrecimiento...
El segundo mensaje es el mismo que plantea Sófocles acerca del eterno debate entre los grandes principios morales: los que dimanan de la razón o los que se asientan sobre la sólida base de la fe. En esta tragedia, la representación de ambas cae sobre los dos protagonistas principales: Antígona, que quiere darle sepultura a su hermano conforme a la tradición de los dioses, pues es su hermano al fin y al cabo; y Creonte, tío del traidor a Tebas, rey de la ciudad, que se enroca en la Ley para justificar su decisión y reivindicar su figura de líder.
Antígona contacta con su hermana Ismene para darle tierra, a escondidas, a su hermano caído en la batalla, pero la más joven se muestra temerosa de las consecuencias de tal acción y renuncia a actuar contra la ley impuesta por el rey de Tebas. Cuando Antígona es sorprendida dando sepultura al cuerpo de Polinices, es llevada ante Creonte, y frente a él, y tras reivindicar que ninguna ley humana está por encima de la de los dioses, es condenada a ser encerrada en vida en una tumba de roca. Enterado de tal sentencia, Hemón, hijo de Creonte y prometido de Antígona, se enfrenta a su padre para evitar la muerte de su amada, pero éste insiste en ser fiel a la Ley, la única que puede devolverle a Tebas el esplendor de antaño.
El Creonte de Miguel del Arco es autoritario, implacable, nada flexible y excesivamente parcial. Y además, es una mujer. Carmen Machi le da vida. La actriz madrileña se enfrenta a un personaje áspero y duro con suma inteligencia, fruto de su talento y del director para el que ya es una musa. Tal es así que podemos comprobar una evolución desde la frialdad absoluta de quien es rey de Tebas, hasta, sin cambiar de vestuario, la calidez de quien podría ser la mujer de este al final de la obra.
Antígona, por su parte, interpretada por Manuela Paso, posee una voz dulce y serena, pero alejada al mismo tiempo de la candidez de quien se envuelve en la timidez o la duda. Más bien al contrario, la Antígona de Manuela es una mujer de aspecto angelical pero de verbo consistente e indomable, capaz reivindicar aquello en lo que cree con la misma fiereza con la que un soldado heleno se emplea en el campo de batalla. Tal es su determinación que llegará hasta las últimas consecuencias por mantener su libertad.
Mientras Hemón trata de rescatar a Antígona, Creonte recibe la visita del vidente Tiresia, que le aconseja dar solución al castigo de Antígona si no quiere verse de frente con la tragedia. Creonte, temeroso, así lo hace y va en busca de la tumba donde yace la condenada. Al llegar allí descubre a su hijo con el cuerpo sin vida de Antígona entre sus brazos. Hemón, destrozado por el dolor, trata de cargar contra su padre, pero yerra y decide quitarse la vida.
Para llegar aquí, Miguel del Arco ha mantenido un nivel dramático muy alto, sin apenas tiempo de descanso para el espectador, sometiéndolo ininterrumpidamente a un punteo continuado de encuentros, desencuentros, discursos, castigos, enfrentamientos entre los personajes. Pero es en este instante, con el cuerpo de Antígona abandonado de vida, con el hijo inerte de Creonte en los brazos de este, cuando llega el colofón final. Creonte ya no es un ser frío, insondable, impenetrable; Creonte sufre la pérdida de Hemón como sólo una madre puede sufrirla: desbordado por el dolor, como si le hubiesen arrancado una parte de sí mismo. Creonte golpea y araña el pecho acartonado de su hijo, llora desconsolado, grita lamentos descarnados, martinetes flamencos de rabia y de pena. Carmen Machi nos regala aquí, en los últimos minutos, a su Creonte, un Creonte frágil y arrepentido, un Creonte que pierde los principios cuando la sangre de su sangre pierde la vida y no existe Ley alguna que lo impida.
Los dioses, una vez más, vuelven a ganar la partida.
COMPAÑÍA
Teatro de la Ciudad/ Teatro de la Abadía
REPARTO
Carmen Machi, Manuela Paso, Ángela Cremonte, Cristóbal Suárez, Raúl Prieto, José Luis Martínez, Silvia Álvarez
EQUIPO ARTÍSTICO
Dirección y adaptación: Miguel del Arco
Música: Arnau Vilà
Diseño de Escenografía: Alejandro Andújar, Eduardo Moreno y Beatriz San Juan
Diseño de Iluminación: Juanjo Llorens
Diseño de Sonido: Sandra Vicente y Enrique Mingo
Equipo Técnico: Javier Almela (sonido), Francisco Manuel Ruiz (iluminación), Juanma Pérez (maquinaria)
Diseño de Vestuario: Beatriz San Juan
Vídeo: Eduardo Moreno
Coreografía: Antonio Ruz
Ayudante de Dirección: Israel Elejalde
Producción: Aitor Tejada y Jordi Buxó
Producción Ejecutiva: Elisa Fernández
Coordinación Técnica: Eduardo Moreno y Pau Fullana
Construcción de Escenografía: Scenik, Cledin, Sfumato, Mekitron
Promoción y Comunicación: elNorte Comunicación y Cultura
Producción: Teatro de la Ciudad en coproducción con Teatro de La Abadía
teatrodelaciudad.es
teatroabadia.com
teatroabadia.com
Redacción y Fotografía:
Santiago Navascués
©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS
Santiago Navascués
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¡Bravoooo! hacéis que apetezca ir al teatro ya, sin más tardanza. Me encanta lo que habéis hecho toda esta semana.
ResponderEliminarLas fotos fa-bu-lo-sas!!
Besis
Apetece ir al teatro siempre, mi querida Sabrina, en nuestro caso, somos unos gatos muy teatreros...no hay nada como una buena función teatral para relajarse, divertirse y aprender. Lo siento mucho por el Séptimo Arte, pero ante el embrujo de unas tablas y un telón, la gran pantalla tiene que esperar,
ResponderEliminarLas fotos no podían ser menos, el fotógrafo es de Categoría..
Un abrazo