En ocasiones, los gatos también escuchamos o miramos
el televisor o la radio. Hace poco, pude ver en uno de esos debates nocturnos a
políticos de todos los colores manifestar con enérgico convencimiento propio
que defienden la libertad y la democracia. Pero, en ocasiones, las más para
desgracia general, sus palabras se las lleva el viento, desaparecen en un
etéreo mar de buenas intenciones cuando los tiempos del compromiso se plantan
frente a ellos reclamándoles verdad, justicia, recuerdo. Cuando esto sucede es
porque, hasta entonces, se ha producido una ausencia manifiesta de las mismas, o
lo que es lo mismo, han campado a su libre albedrío la mentira, la injusticia,
el olvido. Y para que estas tres luzcan galas a la vista de cualquiera deben
contar con la connivencia de una sociedad o una clase dirigente que permita sus
paseos con total indiferencia. Dicha sociedad, no me cabe ninguna duda, tiende
a la más absoluta podredumbre, y no sólo moral, si lo consiente.
Los libros de Historia cuentan que, tras la llegada de
la democracia, el gobierno alentó la inspección de los terrenos donde se creía
que existían fosas comunes con muertos de la guerra. Por aquel entonces, los
caminos y cunetas, la tierra misma quedó abierta, las entrañas de España
arrojaban cadáveres maniatados, fusilados, amontonados, abandonados. Y en todo
el país se realizaron multitud de homenajes póstumos para aquellos hombres y
mujeres que murieron en una cruenta e irracional contienda. Lo que no cuentan
esos libros es que todavía hoy, setenta y cinco años después, aún existen
lugares en los que las autoridades se niegan a cualquier tipo de reconocimiento
de las personas que murieron.
Nos encontramos en un pueblo de Navarra:
Buñuel. Sur de la provincia. Tarde de calor soportable y ligera brisa del
norte. Hace 78 años. Las noticias llegan de Pamplona. El ejército se ha
sublevado y está dando órdenes para que toda Navarra se sume al alzamiento. En
los pueblos, apenas hay tiempo de reacción. Los falangistas, bien organizados,
actúan con prontitud y dedican la tarde y buena parte de la noche a recoger a
los simpatizantes del comunismo, al alcalde, al secretario,… en fin, a todas
aquellas personas peligrosísimos a sus ojos. Los reúnen en el ayuntamiento. Los
retienen contra su voluntad. No existe acusación alguna por delitos. Su delito
es pensar malamente. Los montarán en un camión. Los matarán. Algunos tendrán la
suerte de morir de un certero disparo en la cabeza. Otros agonizarán durante
horas. Ver cómo se retuercen y gimen pone en erección a las flechas. ¿Dónde
mueren? Sólo el viento y la tierra que les da cobijo lo sabe…
La Guerra Civil fue el mayor de los desastres, el
enfrentamiento a muerte entre hermanos y vecinos es el hecho más vergonzante de
todos cuantos nuestros antepasados han podido llevar a cabo. Y sin embargo, no
podemos ni debemos olvidar que no todas las muertes se dieron en un campo de
batalla…
Navarra fue uno de los enclaves más importantes, si no
el que más, donde se gestó el golpe de estado que llevaron a cabo los generales
del ejército que vendría a llamarse del bando nacional. Orquestado desde
Pamplona y con el beneplácito de los carlistas (aquellos dispuestos a morir por dios, la patria, los fueros y el
Rey), se creó el cuerpo armado de los requetés. Éstos, de común acuerdo con
los falangistas, dominaron las ciudades y poblaciones de la provincia con
extrema velocidad y acierto. No hubo lugar a enfrentamiento armado. No existió
un choque de fuerzas entre dos concepciones distintas de un mismo mundo. No. En
Navarra, unos asesinaron y otros fueron asesinados. Quizá por ello, por el
pesar que sobre sus conciencias aún hoy recae, exista la inflexible voluntad de
los asesinos y de los descendientes de los asesinos de impedir darles a los
hijos y parientes de los asesinados la merecida limpieza del honor y la
dignidad de sus familiares, hasta entonces siempre silenciada como si fuesen
unos apestados, porque de aquellas cosas
no había que hablar, porque no había que reabrir heridas. No es ilógico
pensar que aquellos hijos que no conocieron padre o madre, según el caso, ante
tanto silencio y tanto gesto duro, llegasen a pensar que sus padres algo
habrían hecho para merecerlo. Quizá por ello, incluso los propios hijos
dejaron de hablar de sus padres, instalándose, sin pretenderlo, en el más
pernicioso de los actos para con la justicia: el silencio.
Tuvieron que pasar muchos años para que al fin, los
nietos de aquellos hombres dieran voz al aliento quebrado de sus padres y
decidieran honrar la memoria de los abuelos. Y hete aquí que un hombre comenzó
a investigar por el pueblo, a transitar de casa en casa, de familia en familia,
en busca de la Memoria. Y cuando al principio las memorias parecían encaladas,
hubo una que lucía escrita con claridad, y fue leída en voz alta y anotada en
cuartillas. Y cuando otras memorias se enteraron que una primera había sido
recobrada, comenzaron ellas a desprenderse de la cal como quien se desprende de
un antifaz para que al fin se pueda conocer quién es en realidad. Y de esta
forma, aparecieron nombres y apellidos, de asesinados y asesinos, de los que se
salvaron y de los que fueron compinches de las matanzas. Y arrojaron luz sobre
la zanja de recuerdos clausurados, y la oscuridad retrocedió herida de muerte.
Y desapareció. Y con ella la autorepresión. Y el miedo.
“La Canalla del 36.
El terror que escardó la esperanza” es un libro que debería figurar en todas
las estanterías de las casas del pueblo de Buñuel. Sólo así sus hijos tendrán conocimiento de un
pasado trágico y espeluznante, difícil de mirar según la casa en la que se
viva, pero de obligada lectura para, si no comprender, cuestión harto difícil,
sí al menos ser consciente de él para no permitir que nunca jamás se alcance
tales cotas de bajeza moral, tan incontrolable impunidad.
Se trata de una obra
que arroja luz sobre la primera mitad de los años 30, desde el triunfo de la Segunda
República hasta su asesinato a manos de los golpistas de 1.936. Y lo hace a
varios niveles: nacional, regional y local. Así, analiza los cambios sociales
que las nuevas ideas republicanas, acertadas o no, producen en la sociedad
española, así como en la navarra y en el pueblo de Buñuel. Una nueva concepción
de resolver los problemas del mundo que rápidamente replantea el rumbo de una sociedad
definida y estructurada bajo un orden antiquísimo en el que unos pocos son los
dueños de la tierra y el poder, y la gran mayoría ni siquiera lo es casi de su
propia voluntad.
Pero es además la
segunda parte de su anterior publicación “Verano de 1936. De la esperanza al
terror”, y sirve como complemento y ampliación de los hechos que sucedieron en
Buñuel en las trágicas semanas tras el golpe militar y el posterior asesinato
de 52 vecinos de la localidad. Narrado desde las entrañas, pero sin perder de
vista la objetividad al relatar lo acontecido, el autor realiza un alegato en
favor de unos hombres que murieron por tener la valentía de querer ser libres y
obrar en libertad. Es también un arriesgado ejercicio de denuncia directa
contra todos los hombres que, de manera contrastada, Pedro José Francés puede
afirmar sin titubeos que fueron cómplices y que participaron de una manera más
o menos directa o indirecta en el asesinato de sus convecinos. En definitiva,
un libro duro pero necesario, un título que, denunciando aquella injusticia, hace
justicia.
La Canalla del 36. El terror que escardó la esperanza
Pedro José Francés
Editorial Ciudadano
Blog del autor
http://notidentendete.blogspot.com.es/
Una Reseña de
Santiago Navascués
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