Que la complejidad del ser humano es tan amplia como la gama de colores que va del blanco al negro es cosa sabida y estudiada por el hombre desde el principio de los tiempos. Tal es así, que un mismo hombre puede encerrar a la vez en sus entrañas el bien y el mal (¿qué son realmente éstas cualidades humanas, son acaso absolutas?), la avaricia y la generosidad, la solidaridad y la apatía. El enfrentamiento entre unas y otras es más vivo cuando las situaciones llegan al extremo y son los líderes de los hombres, o quienes aspiran a sucederlos, quienes deben elegir el camino a seguir más apropiado: el del corazón, el de la razón... Entonces, cuando el límite obliga a la selección, cada líder dejará su impronta en la Historia a través de sus acciones y de las consecuencias que de éstas se deriven, y ya sólo quedará regresar al recuerdo escrito para saber si aquel fue un hombre movido por cuestiones de honor, un ser vil dedicado al enaltecimiento de sí mismo, o una mezcla con proporciones dispares de las dos anteriores.
Por todos es conocido que Julio César fue asesinado por quienes más cerca estuvieron de él. Por encima de todos los demás, su sobrino Bruto.
Asistimos pues a la representación de unos hechos que no por conocerse
su final pierden atracción sobre el espectador, puesto que al final lo
que se muestra no es si no la traición motivada por la usurpación del
poder, por las enemistades y rencillas personales... Y, al mismo tiempo,
el debate entre el obrar bien mirando hacia dentro de uno mismo o hacia
los demás, el dilema de elegir entre el bien o el mal cuando ni
siquiera dos personas que charlan en torno a una mesa no se ponen de
acuerdo para definir ambos conceptos. Son cuestiones que se reflejan en
el comportamiento de unos personajes que marcaron la Historia de la
civilización europea y condicionaron todo lo que, tras sus actos, derivó
desde entonces. Quizá el mundo que vivimos fuese distinto si aquellos
malos augurios anunciados por un anciano no se hubiesen materializado en
los idus de marzo. Sea como fuere, Brutos y Julio Césares existieron, existen y existirán siempre porque la atracción que el hombre siente hacia el poder es demasiado fuerte para quedar al margen de su condición humana.
El Julio César de Shakespeare es una de esas obras rotundas que impactan al público hacer uso de unos diálogos directos y certeros, sin ambages ni medias tintas que sirvan como adorno poético de la acción que se produce sobre el escenario. Es probable que se trate de la obra con más carga de testosterona del dramaturgo inglés, pues el peso recae sobre las figuras de Bruto, Casio, Marco Antonio y, por supuesto, Julio César. Las interpretaciones de los conspiradores encabezados por Casio están repletas de agresividad, de odio incluso ante quien ven como un dictador que amenaza con acabar con la República. Bruto se debate entre unirse a los conspiradores porque cree que haciendo desaparecer a César ganará Roma, y mantenerse al margen de la conspiración para no manchar sus manos con la sangre de alguien al que hasta hace bien poco valoraba al extremo. Marco Antonio, por su parte, cobrará protagonismo en el tercer acto de la representación, cuando, muerto Julio César, descubre las malas intenciones de quienes asesinaron a su amado líder e incendiará los corazones de las masas romanas con uno de los discursos de exhaltación más recordados de Shakespeare.
El montaje llevado a cabo por Pentación Espectáculos de la mano de Paco Azorín ha incidido más si cabe en el simbolismo de la virilidad de la composición de Shakespeare, y buena muestra de ello es el papel central que ocupa, como un silencioso pero omnipresente personaje principal, un enorme obelisco de varios metros de altura que representa el poder de Roma, el vigor masculino, la fuerza, la potencia,...Como un enorme falo todopoderoso, domina la escena en todo momento y ejerce de imán de los que ansían el poder, pues a él se acercan hasta tocarlo, como si ya tocasen, de manera inconsciente, sus propios anhelos. Cuando César muere, el obelisco cae, Roma toca suelo. Sobre los restos se alzarán en cruenta batalla los dos bandos resultantes: traidores y defensores del traicionado, regarán con su sangre el suelo romano pero el obelisco, la Roma conocida, quedará definitivamente quebrado, y ya nada volverá a ser igual.
Sergio Peris-Mencheta, con dificultades técnicas de sonido, interpretó con enérgica entrega a Marco Antonio, elaborando un discurso vivo, violento, creíble. Tristán Ulloa y Jose Luis Alcobendas, con el poso de la madurez de su lado, dan vida a Bruto y Casio, asesinos ambos, uno en busca del honor perdido y de la limpieza de Roma, y por disputas personales, envidia, odio... hacia César el otro. Ambos juegan con maestría y dotan de matices unas personalidades difíciles de dominar. Y si de maestría se trata, destaca por encima de los demás Mario Gas, que regresaba a las tablas después de arrasar en los pasados premios Max siendo director del Teatro Español. El veterano actor logra, en apenas tres apariciones, un Julio César amplio, profundo, un hombre de estado, un señor de la guerra, respetable, respetado. El resto del reparto se beneficia de su presencia y demuestran una cuidada y estudiada interpretación, como las de Agus Ruiz o Pau Cólera.
El público que agotó las entradas y el aforo de La Cava de Olite disfrutó de la obra y recompensó merecidamente el trabajo de una compañía que lleva años compartiendo con el público español un teatro comprometido. Ojalá el año que viene puedan recabar algunas de las obras que en la actualidad están en cartel, como la afamada Hécuba, de José Carlos Plaza, con Concha Velasco de protagonista. Seguro que los organizadores han tomado nota. Todo se andará.
Sergio Peris-Mencheta, con dificultades técnicas de sonido, interpretó con enérgica entrega a Marco Antonio, elaborando un discurso vivo, violento, creíble. Tristán Ulloa y Jose Luis Alcobendas, con el poso de la madurez de su lado, dan vida a Bruto y Casio, asesinos ambos, uno en busca del honor perdido y de la limpieza de Roma, y por disputas personales, envidia, odio... hacia César el otro. Ambos juegan con maestría y dotan de matices unas personalidades difíciles de dominar. Y si de maestría se trata, destaca por encima de los demás Mario Gas, que regresaba a las tablas después de arrasar en los pasados premios Max siendo director del Teatro Español. El veterano actor logra, en apenas tres apariciones, un Julio César amplio, profundo, un hombre de estado, un señor de la guerra, respetable, respetado. El resto del reparto se beneficia de su presencia y demuestran una cuidada y estudiada interpretación, como las de Agus Ruiz o Pau Cólera.
El público que agotó las entradas y el aforo de La Cava de Olite disfrutó de la obra y recompensó merecidamente el trabajo de una compañía que lleva años compartiendo con el público español un teatro comprometido. Ojalá el año que viene puedan recabar algunas de las obras que en la actualidad están en cartel, como la afamada Hécuba, de José Carlos Plaza, con Concha Velasco de protagonista. Seguro que los organizadores han tomado nota. Todo se andará.
JULIO CÉSAR
Autor
WILLIAM SHAKESPEARE
Dirección
PACO AZORÍN
Reparto
MARIO GAS (Julio César)
SERGIO PERIS-MENCHETA (Marco Antonio)
TRISTAN ULLOA (Bruto)
JOSÉ LUIS ALCOBENDAS (Bruto)
AGUS RUIZ (Casca)
PAU CÓLERA (Decio)
CARLOS MARTOS (Metelo)
PEDRO CHAMIZO (Octavio)
Compañía
PENTACION TEATRO
Más información
TEXTO E IMÁGENES: Santiago Navascués
©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS
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ResponderEliminarGracias Vicenta, eres un sol!
EliminarMil besos
Shakespeare fue tan grande, que siglos después sigue reinventándose. Las fotografías son increibles
ResponderEliminarUn autor atemporal e intemporal, siempre vivo en sus obras. El Gato tiene la suerte de contar con un gran fotógrafo.
EliminarGracias