Paco Gómez Escribano
(Fotografía obtenida del Facebook del autor)
EL GATO TROTERO: En su nueva novela, Manguis, el título evidencia sin dejar
lugar a duda lo que en él vamos a encontrar: personajes de baja estofa,
ladronzuelos de poca monta protagonizando una novela a veces sucia, a veces
irónica, a veces cruel, pero siempre real de aquella España de los 70 que tan
lejos parece, a primera vista, de la época actual. ¿Hemos cambiado tanto? ¿Si
acaso algo?
PACO GÓMEZ ESCRIBANO: Hemos cambiado totalmente, como ha
cambiado el paisaje y sobre todo las costumbres. Para mí es un tiempo cercano,
quizás porque dicen que el periodo de la niñez, adolescencia y juventud es el
que se recuerda más intensamente, pero hay que reconocer que han pasado más de
cuarenta años.
E. G. T.: Por aquel entonces, el dictador
todavía se venía arriba y firmaba sentencias de muerte. Aquellos y otros
métodos, siempre arbitrarios y violentos, exentos de toda ética e inocuos al
respeto de la dignidad humana, parecían filtrarse en una sociedad que llevaba
demasiado tiempo aceptándolos y dándolos por buenos. Tal es así que de su
novela se desprende que el sistema garante de la seguridad del país (los hoy
denominados Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado) se hallaba emponzoñado.
Cargos colocados a dedo con el único mérito de la afinidad a los superiores o
el tiempo ocupado en el cuerpo, policías que trapichean con excedentes de
alijos que confiscan, agentes que operan en la frontera de la legalidad… ¿Lobos
cuidando de las gallinas?
P. G. E.: Fue algo más que eso, hacían lo que
les daba la gana porque tenían manga ancha. Y al final de la dictadura estaban
acojonados porque no sabían muy bien qué iban a hacer con ellos. Hay que tener
en cuenta que eran la Policía de un sistema dictatorial y por tanto no sabían
si les iban a echar e incluso a juzgar a muchos de ellos. Yo he ficcionado un
hecho pero basado en casos muy reales, pongamos por ejemplo el del Nani, pero
hubo más. Al final no pasó nada. Reconvirtieron a los de la brigada político
social y punto. Pasaron de hostiar a rojos a hostiar a delincuentes comunes.
Tenían mucha práctica.
E. G. T.: Usted vive en Canillejas, el barrio en el que suceden los hechos de su reciente
trabajo. ¿No le da miedo que le pare por la calle algún vecino que piensa que
deja al barrio en mal lugar?
P. G. E.: Yo retrato la cara B del barrio.
Quien no reconozca los hechos miente. Esto entonces era una pocilga sin ningún
tipo de servicio social. Solo había barro, miseria, tristeza y desesperanza. No
teníamos ni alumbrado público y con los años, cuando pusieron el Metro, lo
pusieron en el campo, algo incomprensible. Todos lo entendimos cuando con el
tiempo edificaron alrededor del Metro el barrio de las Rosas y vendieron los
pisos a precio de oro.
E. G. T.: Su novela recrea con acierto el
mundo del hampa madrileño de los años 70, ese hábitat salvaje en el que todos
saben cuál es el lugar que les corresponde. ¿Qué tiene lo sórdido que tanto nos
gusta?
P. G. E.: Pues tiene algo que nos araña el
alma, eso es indudable. Más que gustarnos lo sórdido yo creo que nos gusta la literatura
y el cine que retrata lo sórdido en clave de novela negra si además conlleva
esa cuota de crítica social, de denuncia. Nos gusta ver cómo unos personajes
planean un atraco o un crimen, pero nos gusta más, a mí por lo menos, estudiar
por qué lo hacen. Por qué unos tipos deciden dar un golpe en vez de intentar
ser ciudadanos modélicos.
E. G. T.: Los personajes de Manguis, en su mayoría, son víctimas de
una sociedad que no les dio una oportunidad. Caídos en desgracia, ahogan sus
pesares en el alcohol, las drogas,... y para sobrevivir, no se hacen demasiadas
preguntas acerca de si es o no lícito el modo en que lo consiguen. Sin embargo,
cuando leemos la novela, a pesar de no ser héroes ni sus hechos siempre dignos,
al lector le queda una sensación de lástima por sus suertes, y de aceptación de
los personajes aún con sus defectos ¿Es este trabajo, de algún modo, un homenaje
que usted quería rendirles a tantos y tantos desheredados?
P. G. E.: En cierto modo es un homenaje a la
generación de mis padres, que vinieron de pueblos remotos con una mano delante
y otra detrás. También es un homenaje a la segunda generación, muertos a miles
por la heroína. Pero sobre todo es la denuncia de un sistema que no les ofrecía
nada excepto trabajar como mulas por un sueldo de mierda y un piso diminuto. Y
eso el que tenía la suerte de trabajar y vivir en un piso. Los demás tenían que
hacerse una chabola con cuatro cartones y cuatro trozos de uralita.
E. G. T.: ¿Entiende usted la literatura desde
un punto de vista puramente de entretenimiento, en el que el autor no debe
inmiscuirse en los asuntos de los personajes, o piensa que siempre hay que
dejar, en mayor o menor medida, de manera más o menos velada, un poso de
pensamiento o crítica de los hechos narrados?
P. G. E.: Ese es el debate de siempre. Respeto
absolutamente las formas de expresión de cada uno, aunque hay novelas
infumables. Sobre si un escritor debe estar comprometido o no con lo que
escribe, yo creo que sí, porque la palabra tiene mucho poder. En las
dictaduras, lo primero que hacen es quemar los libros, y eso es por algo. Ahora
bien, como he dicho antes, respeto la literatura de entretenimiento. Yo procuro
comprometerme e intento que los lectores vean ese poso de denuncia, que lo que
escribo les haga pensar.
E. G. T.: Aunque sus dos últimas novelas
transitan a través del género negro, usted también se ha atrevido con el thriller
de corte esotérico. ¿Es usted un autor que no busca encasillarse, o simplemente
escribe sobre aquello que le pide el cuerpo?
P. G. E.: Escribo lo que me pide el cuerpo,
sí. Lo del esoterismo tiene su explicación. En el colegio me hicieron odiar la
lectura. Me aburría que me obligaran a leer El Mío Cid, La Casa de Bernarda
Alba, etc., me parecía un rollazo. Sin embargo sí que era adicto a los cómics,
en especial Jabato, Guerrero del Antifaz, Capitán Trueno, las Joyas Literarias
Juveniles de Bruguera, Mortadelo, etc. Un día vi en la biblioteca del barrio un
libro que se llamaba El Tercer Ojo, de Lobsang Rampa. Me lo llevé y lo leí del
tirón descubriendo que la lectura molaba. Me leí toda la serie. Después vino
Carlos Castaneda, Louis Pauwels, Jacques Bergier, Erich von Däniken o
Fulcanelli. El problema con los libros del colegio es que cuando era un crío no
estaba preparado para leerlos. Los autores citados me aficionaron al
esoterismo, por eso escribí mis dos primeras novelas. Pero siempre he sido
lector de género negro. Había un problema con las novelas policiacas: me
enganchaban. Así que después de leer seguidas dos o tres abandonaba el género
premeditadamente para leer otras cosas. Pero volvía. Con el tiempo ya no eran
dos o tres las que leía y finalmente acabé leyendo género negro casi siempre, de
forma que actualmente apenas leo otra cosa.
En mi tercera novela quise hacer una
de género y estuve dándole vueltas la temática bastante tiempo. No sabía si
inventar un policía, un detective o qué. Tras pasear por mi barrio tantos años
me di cuenta de que lo tenía delante. Así que creo que lo que estoy haciendo es
retratar la cara B del barrio en distintas épocas. En el futuro, ya veremos.
Pero de momento no creo que salga del género. Quizás sea por la sociedad
capitalista y corrupta que nos ha tocado vivir.
E. G. T.: Existe en el ámbito literario un
debate soterrado que plantea la duda en torno a la calidad de algunas novelas…
Existen autores que, sometidos al imperio de la mercadotecnia y obligados por
contrato, deben publicar tres o cuatro novelas al año. ¿Se puede escribir
buenas novelas a contrarreloj sin que la calidad se vea mermada, o como dice el
refrán taurino “las prisas son para los
ladrones y para los malos toreros”?
P. G. E.: Pues mira, no lo sé. Yo tengo la
suerte de que nadie me obliga a escribir, así que escribo lo que me da la gana
cuando y como quiero. Aunque entiendo que si alguien vive de esto trague con
ciertos temas. Yo vivo de otra cosa y esto lo hago porque quiero. Intento mantener
un ritmo porque en este mundillo si pasa mucho tiempo sin que publiques te
olvidan. ¿Que si me gustaría vivir de esto? Claro, pero es complicado. De todas
formas si me obligaran a escribir ciertas cosas, si pasaran mis novelas por la
censura o si me dijeran esto y lo otro, seguramente escribir perdería la gracia
y pasaría de ello.
E. G. T.: Una de las cualidades de su novela
es que hace gala del uso de un lenguaje muy de la calle, creíble, con un estilo
sencillo y eficaz. ¿De qué manera entiende el estilo literario: debe
mimetizarse con las diferentes narraciones y el contexto en el que éstas
ocurren, o el escritor debe imponer su propio estilo literario que le permita
ser identificado por un lector que no haya visto la portada del libro?
P. G. E.: Alguien dijo por ahí que la ficción
debe ser verosímil, algo que no le hace falta a la vida real. Si se escribe
sobre delincuentes hay que respetar sus códigos y los personajes deben hablar
como ellos porque si no la novela no resulta creíble. Hay novelas sobre
delincuentes en las que los personajes parece que han ido estudiar a los
Maristas. Incluso hay novelas en las que el narrador es el propio delincuente,
pero en vez de un mangui parece filólogo. Sin duda cada escritor tiene su
estilo, pero el estilo es ese cabrón que llevamos muy dentro y hay que sacarlo
a barrenazos porque es tímido y no se hace notar hasta que has escrito más de
una novela. Un escritor debe ser fiel a su estilo, pero también a sus
personajes, al paisaje geográfico y social de su novela, y sobre todo a la historia
que está contando. Por desgracia hay muchas novelas que no se publican porque
vivimos en la era de lo políticamente correcto y muchas editoriales no se
pringan. En este sentido, si Julián Ibáñez o Carlos Pérez Merinero hubieran
sido americanos serían best sellers internacionales, pero son españoles. Hay
editores y lectores que creen que si escribes algo crudo o violento, o
historias relacionadas con la delincuencia, estás faltando al respeto al
lector. Se ve que no han leído a Jim Thompson, a Bukowski o a Lemaitre, por
citar a alguno de los actuales. Este país es diferente. La cultura está de capa
caída y desde las instituciones no es
que no la fomenten sino que se la acosa y se la intenta meter en un pozo muy
hondo. Si hay pocos lectores, comparándonos con los países de nuestro entorno,
y además hay estos prejuicios propios de mentes muy retrógradas, apaga y
vámonos. Pero es lo que hay. El discurso de Valle Inclán en cuanto al país que
tenemos sigue muy vigente.
E. G. T.: Quizá muchas personas puedan pensar que
la droga, en los 70, era cosa del extrarradio, de lugares marginales, de
descampados abandonados y rincones oscuros apartados de las miradas. Sin
embargo, hoy en día, la droga, hoy de diseño, se mueve en las altas esferas
económicas, sociales y políticas. ¿Se produjo una evolución? ¿Es la
democratización del vicio? No somos ná…
P. G. E.: Bueno, hay que decir que entonces la
heroína llegó primero a los ricos, aunque luego se expandió y se generalizó por
la periferia, por los barrios de clase obrera. En cuanto a las drogas, sí, es
cierto, se ha producido una evolución. Ahora se le pega más a la coca y a las
drogas de diseño. Pero el concepto es el mismo: pegarte un viaje porque
generalmente es difícil aguantar una vida de mierda. Y no me refiero solo a la
de los marginados. Las vidas de muchos ejecutivos, de muchos ricos, también son
una mierda, aunque a otro nivel. Así que la gente opta por un viaje instantáneo
para tomarse un descanso de la realidad.
E. G. T.: Es todo. Desde aquí le deseamos la
mejor de las trayectorias para su novela y para sus futuros trabajos, a los que
les auguramos una gran acogida si son tan interesantes como Manguis.
P. G. E.: Muchísimas gracias. Un fuerte
abrazo.
Un placer conocer más de cerca al autor gracias a vosotros.
ResponderEliminarEres un hombre muy sincero,Paco Gómez Escribano, un lujo de amigo, señor escritor.
Cuando una tiene la suerte de conocer a un gran escritor y descubrir una gran persona además, no puede más que dar las gracias por ello.
EliminarAmbos sois para este Gato dos Gatroteros de honor.
Gracias por contar con nosotros.
Un abrazo.