"¡Cántame, oh Sulaimán,
y llena de vino mi copa!
¿No ves que apareció al alba
bajo sus tenues velos?
Cuando te llegue la jarra
agárrala y sírveme:
Quiero que ella te distraiga
de la llamada del almuédano.
Sírveme el vino sin tregua,
a la vista de todo el mundo,
y hagamos como los de Sodoma."
(Abu Nuwas. Cantar al vino, LXIV)
Nunca me he sentido especialmente atraída por el vino, consumo algunos rosados, pocos blancos y se me resiste el tinto; sin embargo he crecido entre viñas, bodegas y en la mesa nunca ha faltado una buena botella de vino, o un buen porrón, como le gustaba beber a mi abuelo.
De pequeña, cuando llegaba la festividad de la Virgen, coincidiendo con las fiestas del pueblo, mi abuelo siempre nos ponía a los nietos un vaso de "vino cosquillas", que no era más que un vaso lleno de gaseosa "Maripili" y unas gotas de vino tinto; apenas se rosaba la espumosa con aquellas gotas de vino, pero era bastante para que nosotros nos sintiéramos especiales y distinguidos por aquel detalle del vino cosquillas, el cual bebíamos casi de un trago y aquellas burbujas de la gaseosa nos hacían estornudar. ¡Campeón! gritaba el primero que lo conseguía sin que le picaran la nariz o el paladar.
Pero en una ocasión, una de mis primas fue más lejos y agarró una jarra de barro y la metió en una de las tinajas de vino de la bodega y ¡Campeona! se la bebió casi de un trago. Sobra decir que hubo que llevarla al médico, aunque los mayores pensaban que se había desmayado por algún golpe jugando, no tardó mucho Don Paco en sacarlos de su error: la niña está borracha, dijo. La memoria es selectiva con el paso de los años, y no logro recordar lo que pasó a continuación con mi prima y por extensión con el resto de "bandoleros", como nos llamaba mi abuela, tan solo ha quedado en mi mente aquel momento etílico y una severa amenaza: ¡Al que se acerque por la bodega sin permiso y sin supervisión, acabará metido dentro de una de las tinajas para que se harte de vino!
Tal vez fuera eso, tal vez fuera que no sentí nunca el espíritu del vino en mi sangre o tal vez que de todo el trabajo del campo, aquel fuera el que menos me atrajera, pero nunca puse interés ni en su elaboración ni en su cata y disfrute; y a pesar de todo eso, cada vez que mis pasos me llevan hasta las viñas del abuelo -aunque en ellas ya no hay rastros de cepas y en su lugar reinan trigos o girasoles a años alternos- sigo sintiendo el rumor del viento acariciar las hojas de las vides y las voces de mis abuelos y tíos vendimiando.
Parece que después de todo,algo de ese espíritu si quedó en mí...
EL LIBRO.
¿Que tienen en común un ex monje benedictino, una escritora alemana con fama de bruja, dos jóvenes del Bierzo, una financiera bancaria y un restaurador gallego? una pasión. Una gran pasión: el vino. Jean Bernard y Anne Sophie se descubren así mismos en su madurez, en la áspera y bella tierra extremeña, la que esconde tras las grietas de su piel un interior que destila regios caldos afrutados y especiados, rojos rubí y cereza. Pedro y Paulina se conocen desde niños, pero sus pasos los han llevado por caminos distintos hasta que el Bierzo que los vio nacer, los une de nuevo; dos jóvenes que sienten de manera distinta el vino y la tierra hasta que estos se juntan con la sangre y ya es imposible no dejarlos fluir; jóvenes que no olvidan sus raíces pero que luchan por crear las suyas propias, como la uva mencía que crece en las duras montañas de la hoya berciana, joven pero fuerte.
Neréa y Raúl, tan distintos entre sí como diferentes son sus trabajos y aspiraciones, casi han llegado a la cima de sus respectivas profesiones, pero algo dentro de ellos fermenta hacia otra dirección, aunque se resisten a despalillar la raspa que les une al camino ya andado; como los vinos gallegos, la ligereza y la acidez, embargarán sus sentidos y regarán su pasión.
Cuando el pasado se asemeja a un retorcido y viejo tronco de vid, la vida explota con la fuerza y el aroma de un racimo de uvas, sin importar su color, tan solo, la pasión que despierta en cada uno de nosotros.
LA OPINIÓN DEL GATO.
Cada vez que tengo entre mis manos un libro de Esther Llul, algo entre las cosquillas y el ansia se apodera de mí; empieza en el estómago, es la primera de las sensaciones que un nuevo libro me provoca nada más cogerlo entre las manos, continúa con un nerviosismo que me impide cogerlo a la primera, pero que hace que lo observe detenidamente hasta que, al fin, extiendo mi mano izquierda -siempre cojo las cosas por primera vez con esta mano, a pesar de no ser zurda, pero si ambidiestra- lo giro tras deleitarme con la portada (si de normal las portadas me atraen como mosca a la miel, las de Esther Llul me hipnotizan) y me dejo engatusar por la sinopsis. Es difícil que pueda resistirme a leer sus libros una vez han llegado a mi y me han poseído, una vez los tengo, no puedo quitármelos de la cabeza.
Cuando tuve entre mis manos El amor está en el vino, sentí como una especie de corriente eléctrica, cosa habitual cuando toco a otras personas o acaricio largo rato a mi gata -la pobre termina huyendo como alma que lleva el diablo tras un rato de deleitarme sintiendo su suave pelo entre mis dedos y soltando chispas sobre su lomo- pero rara vez me ocurre cuando toco cosas; sin embargo el "chispazo" fue tan fuerte que tuve que soltar el libro sobre la cama, pocas, poquísimas veces me ha pasado esto con objetos, pero cuando ha ocurrido, luego, algo bueno me ha pasado.
Los primeros capítulos me resultaron algo "durillos" de leer, reconozco que me encontraba algo perdida con lo que la autora me contaba ¡Yo no se nada de vinos! era como si me estuvieran hablando en un idioma desconocido, ni si quiera comprendía lo que significaban muchas palabras. Pero entonces cerré el libro durante un instante, respiré hondo y miré al cielo, y lo que vi fue la parra que cubre todo el patio trasero de mi casa; un destello dorado y verde lo cubrió todo, cerré los ojos y respiré profundamente de nuevo. Subí a la escalera, cogí un racimo de uvas, y comencé a comerme uno a uno sus dorados, dulces y prietos granos.
Abrí otra vez el libro y comencé de nuevo su lectura. Dejé de fijarme tanto en aquellos términos que desconocía y me dejé llevar tan solo por la narración, y fue esta, con un estilo íntimo, elegante, delicado, detallado, exhaustivo y bello, muy bello, la que palabra a palabra, capítulo a capítulo, me desentrañó una historia apasionante y apasionada en la que el vino se convierte en el hilo conductor de la novela y en el lazo que une a sus protagonistas.
La pasión con la que la autora habla del vino, traspasa las barricas y contagia a sus personajes de ese frenesí -incluso al lector- convirtiendo una cepa de gruesas raíces y enroscado tronco, que por muchas veces podada siempre renace más brava y fuerte, en una metáfora de la propia vida. Y es que es esa poda o corte tajante de sus ramas empobrecidas tras el alumbramiento, la que las hace resistentes para una nueva cosecha; es el cuidado, la entrega, la búsqueda de mejorar el fruto de la manera más natural posible, lo que convierte un simple tronco en fruto de dioses. Amar la vid, es como amar al prójimo, si tú das lo mejor de ti, ella -ellos- te dan lo mejor de sí.
Una novela que no solo nos llegará al corazón, nos enseñará a apasionarnos con aquello que nos rodea y hacer de las pequeñas cosas, una gran Pasión.
Una vez más, Esther Llul, cubre de magia nuestra simple humanidad.
Un vaso de vino entre las flores:
bebo solo, sin amigo que me acompañe-
Levanto el vaso e invito la luna:
con ella y con mi sombra seremos tres.
Pero la luna no acostumbra beber vino,
y mi perezosa sombra sólo sabe seguirme.
Festejemos, con mi amiga luna y mi sombra esclava
mientras aún es primavera.
En las canciones que entono vibran rayos lunares;
en la danza que ensayo mi sombra se aferra y deshace.
Los tres juntos, antes de beber, holgábamos;
ahora, ebrios, cada cual va por su lado.
¡Regocijémonos muchas horas todavía,
en nuestro festín inanimado,
para encontrarnos al fin el Río de las Nubes!
bebo solo, sin amigo que me acompañe-
Levanto el vaso e invito la luna:
con ella y con mi sombra seremos tres.
Pero la luna no acostumbra beber vino,
y mi perezosa sombra sólo sabe seguirme.
Festejemos, con mi amiga luna y mi sombra esclava
mientras aún es primavera.
En las canciones que entono vibran rayos lunares;
en la danza que ensayo mi sombra se aferra y deshace.
Los tres juntos, antes de beber, holgábamos;
ahora, ebrios, cada cual va por su lado.
¡Regocijémonos muchas horas todavía,
en nuestro festín inanimado,
para encontrarnos al fin el Río de las Nubes!
(Mientras bebo solo a la luz de la luna. Li Po)
EL AMOR ESTÁ EN EL VINO
Esther Llul
Colecciones literarias Esther Llul©
Facebook de la autora
Para obtener el libro pinchad aquí
Una reseña de Yolanda T. Villar
©TODOS LOS DERECHOS
RESERVADOS
Estupenda reseña, Yolanda T. Villar <3 Mil felicitaciones a nuestra cultísima Esther Llull <3
ResponderEliminarComparto en Google+ y os dejo aquí un gran abrazo y un beso a ambas.
Gracias por tu apoyo una vez más! Gran escritora y lectora!
EliminarMil besos Hada Madrina!
Mil gracias, por la estupenda reseña, siempre agradecida a vosotras, que os preocupáis de resaltar vuestra incondicional devoción literaria, tanto Aurea Vicenta como tú Yolanda.
ResponderEliminarNo sabía que te sentías tan cercana al mundo del vino, ahora lo descubro, con la pasión que sentía tu familia, y la forma tan viva y sentida con la que nos lo narras, con lujo de detalles y un lenguaje tan colorista. Me gustaría sentirme también allí, al lado de esos vinos manchegos.
Precisamente la Mancha es una zona, quizás la que más vendimia de toda España, pero mucha de esa uva se transporta al norte, la Rioja, para la elaboración de otros caldos.
La Mancha en realidad se está incorporando cada vez más a los nuevos adelantos, hay cooperativas, pero todavía el vino manchego está algo subestimado dentro de lo que son las mejores calidades. Tal vez porque se ha dedicado a vendimiar más que a hacer el vino. Pero ahora están llegando nuevos proyectos por esa zona, como la bodega Villagarcía y Mano a mano, que desde mi conocimiento son las que están haciendo mejores vinos manchegos, aunque todavía podemos seguir descubriendo el vino y nuevas bodegas.
Si te fijas en mi novela no es casualidad que haya puesto como modelo zonas de viticultura un poco autóctonas, con microclimas especiales, como es la zona de los vinos atlánticos y también el Priorato, son zonas privilegiadas del cultivo. Pero Tierra de Castilla y la Mancha, que estaría fuera de la denominación Ribera de Duero y La Mancha, creo que están dando a conocerse con grandes innovaciones, como Abadía Retuerta. Aunque en el lilbro no cito ningún vino, ninguna marca, solamente me gusta citar las apelaciones y zonas de terroir originales de ellos y las costumbres que tienen. Son costumbres transmitidas desde muy antiguo, con los Cartujos.
Muhas gracias por estar ahí y por hacerte eco de esta pasión. Abrazos!!!!!
Las uvas manchegas están presentes en los vinos riojanos, es cierto, de aquí mismo salen toneladas hacia alla.Yo vivo en plena zona vitivinícola de Teatinos y Haro, los mejores vinos conquenses y muy cerca de Villarrobledo, cuna de Estola. Cerca de mi casa está la vieja bodega de mi pueblo, donde tantas y tantas veces he visto descargar remolques repletos de uvas.
EliminarGracias por este libro, ha sido maravilloso leerlo.
Lo que el vino ha unido que no lo separe el agua! Dicen aquí.
Mil besos y millones de gracias!
Muchas gracias a ti. Sería interesante probar esos vinos, que además, son reservas muchos de ellos, los reservas hacen al vino más suave, los taninos más suaves. Haro me suena a Haro Lopez de Heredia (un gran vino), a lo mejor son familia, no sé. Hacer una corrección: antes dije Abadía Retuerta, pero este vino es Tierra de Castilla y Leon. Me refería a Pago del vicario que este es Tierra de Castilla y la Mancha. Estola debe ser también un buen vino. Habrá que probarlo!!!! Aunque no creas, ahora estoy abstemia y no estoy bebiendo, de vez en cuando el agua es lo mejor. Abrazos!!!!
ResponderEliminarPues no se hable más, te espero por esta tierra de La Mancha, buenos quesos, grandes vinos y sabrosos llantares!!!
EliminarMil besos!!!