viernes, 14 de marzo de 2014

DOS SIMPARES Y FESTEROS VIAJEROS Y UN GATO TROTERO Y FALLERO



Por todos es sabido que poco es el aprecio que los gatos tenemos al agua, no es que no seamos limpios y aseados, bien al contrario, pocas especies son tan dadas a la pulcritud y el acicalamiento como los felinos; la cuestión es que somos como las prendas delicadas que tan solo pueden limpiarse en seco, el agua destrozaría nuestra esencia, sobre todo en demasía. Un baño al año no hace demasiado daño, pero diario, eso ya es vicio.
No así nos ocurre con el fuego, pues allá donde hay una buena chimenea,  hay un “gatejo” bien arrimado y sin temor a los sabañones, pues nuestra piel nos protege de tan dolorosas consecuencias de juntar la piel helada con el ardiente fuego. Si el titán Prometeo robó el fuego para dárselo a los hombres, ocasionando un terrible castigo de Zeus por ello ¿No sería un feo detalle no agradecérselo honrándolo como si se tratara del mayor de los dones divinos? yo lo hago, y a menudo, tanto que en ocasiones pienso que debería llamarme Pyros, en lugar de Trotero, y es que uno es ante todo, agradecido.  




Prometeo robó el fuego de los dioses prendiendo un tallo de cañaheja (y no, no es una muchacha del  pueblo de mis antepasados, Cañada, aunque el nombre nos haga sonreír a los oriundos de tan insigne lugar de la Mancha de cuyo nombre os acabo de hablar), convirtiendo a dicho arbusto en el primer “mártir” de tan noble causa pirómana…hasta que llegamos los valencianos y convertimos a todo aquello que nos estorbaba, molestaba o causaba enojo, en nuestro propio tallo de cañaheja.
Yo, Trotero, de los troteros de toda la vida, me considero embajador del osado y generoso Prometeo, y dedicaré mis siete vidas a honrarlo y difundirlo, in secula seculorum, ”verbum felis”.
Vale, soy muy dramático y bastante teatrero, pero todo esto es para contaros por qué los valencianos nos sentimos tan atraídos por el fuego y sobre todo, algo que casi nadie excepto nosotros entiende, porqué quemamos nuestras fallas entre algarabía y lágrimas.




Subamos a uno de mis lugares favoritos. Un tejado. Pero no un tejado cualquiera, sino un viejo tejado de tejas de barro, sobre techo de paja y madera, en una transitada calle de tierra en una antigua y amurallada  Valencia medieval; se trata de una calle de artesanos, carpinteros para ser exactos. Se acerca la fiesta del patrón, San José, y los carpinteros sacan los trastos viejos e inservibles frente a sus talleres, trastos que han ido acumulando a causa de encargos nunca recogidos, o que no han salido a gusto del cliente y se ha negado a pagar y llevarse; para un gato esa montaña de madera inservible es un mundo nuevo a explorar y una feria en la que curiosear y saciar nuestro afán de meternos dentro de toda caja o cajón, pero para un humano, no es más que un estorbo y basura que entorpece su paso y afea la vista.
Aquí arriba estamos a salvo del tumulto que se está juntando en las calles y plazas cercanas a los talleres, y contamos con un lugar privilegiado desde el que ver el origen de tan llameantes fiestas, Las Fallas. Un artesano tras otro, saca sus viejos enseres, las calles se llenan de montañas de trastos y artilugios inútiles, la gente se arremolina alrededor de los montones de madera, algunos empiezan a beber más vino de la cuenta, otros cantan tradicionales canciones valencianas y todos comienzan a gritar animando al carpintero a prender fuego a esos túmulos callejeros.  Se prende la mecha, los primeros trastos de madera empiezan a arder, los transeúntes se abrazan y hermanan entre vino y cantos, el artesano observa como las llamas ascienden casi hasta el cielo ¡El Infierno invade tan celestial terreno y no se ha cometido pecado alguno con ello ni se ha recibido penitencia alguna!




El frío de la ciudad desaparece durante algunas horas, los talleres y hogares se iluminan como si fuera día en lugar de noche, los artesanos pueden comenzar a trabajar al día siguiente de nuevo porque sus talleres han quedado vacíos. Todos renacen de sus cenizas. Se fue lo malo, lo inútil, ahora ya hay vía libre para que entre lo bueno. El fuego purifica y se lleva con él pesares y dolores, pesadillas y sin sabores, angustias y malhumores. Comienza un nuevo ciclo, mañana la ciudad despertará renovada, se habrán  reconciliado muchos amigos enfrentados y se habrán olvidado rencillas del pasado; buen vino, alegres cantos, calor y luz, el milagro habrán obrado.
Y este gato y otros tantos, en sus llamas antes de morir se habrán calentado. Si. Bendito fuego.




Muchas vicisitudes han pasado estas Fallas nuestras − desde que fueron llamadas Fallas en el siglo XVII,  hasta llegar a nuestros días−  más que un pobre gato rebuscando en los cubos de basura. A finales del siglo XIX fueron perseguidas y prohibidas, pero tal fue la presión de los valencianos, que la revista “Traca” comenzó a premiar los mejores monumentos falleros, dando lugar a la competencia entre vecinos y calles por conseguir uno de tan ansiados reconocimientos. Valencia era fuego y traca, y ya no había gobierno capaz de apagarlo.
Fue en 1901 cuando el ayuntamiento de la ciudad otorgó los primeros premios municipales a los mejores monumentos. Nacían oficialmente las Fallas.




Bajemos de este viejo tejado y con mucho cuidado subamos a la cornisa del  Ayuntamiento, para poder disfrutar de la primera mascletá  de este año. El que tenga miedo de los petardos solo puede hacer dos cosas,  echarle valor y disfrutar del olor a pólvora y el atronador sonido, o dejar la ciudad, aquí no hay sitio para los cobardes, y cada rincón de esta ciudad, suena y huele a fallas. No hay dónde esconderse.
Bienvenidos a las Fallas 2014.




Es  1 de marzo, la gente se acerca hasta la Plaça de l’Ajuntament, decenas, centenas, millares, hasta que no cabe un alma, ni un suspiro; la mascletà esta lista para ser disparada, el maestro pirotécnico ultima los preparativos para prender la mecha, la gente comienza a impacientarse, el balcón se llena del color y el brillo de los trajes de las Falleras mayores y sus cortes de honor. Este gato sube un poco más arriba para poder observar el ambiente sin ser apretujado, hoy ni los petardos logran asustarme. Imposible, soy Trotero, valenciano y fallero.
A la señal de las Falleras Mayores, a las dos de la tarde, el maestro pirotécnico enciende la mecha, la suerte está echada. Los corazones se aceleran, se retienen los suspiros, el humo entra hasta por la piel, cada disparo es un latido, cada silbido de un petardo subiendo al cielo es una oración, un terremoto final, el “Terratremol”, hace temblar los cuerpos desde los dedos de los pies hasta las puntas del pelo. Un griterío final acompañado de un fuerte aplauso invade la plaza, la ciudad entera; se aplaude al maestro que nos ha hecho vibrar, se le alaba como a santo en procesión, sale a hombros como los toreros ¡su montera un pañuelo de cuadros, su muleta una cerilla, su capote un blusón fallero, su trofeo sabe a pólvora y no a sangre! El olor a traca ya no dejará Valencia en todo el mes de marzo.




Demasiada gente ya para este gato, que curioso lo es tanto como solitario, y en los tejados y cornisas y alguna que otra jardinera, encuentro yo mi sitio entre tanta jarana fallera.
Observo la  inmensidad de los monumentos falleros, auténticas obras de arte en cartón piedra. Da igual verlas por primera vez que año tras año, da igual ser extranjero que paisano, las Fallas enamoran siempre y para siempre. Cuando las has sentido en cada poro de tu piel, ya no las dejarás de sentir jamás.  Titanes que como Prometeo roban el fuego para dárnoslo a los hombres, para abrazarnos con su calor, llenarnos de su luz, inundar de llamas las calles que más tarde quedarán cubiertas de ceniza, y con el soplo del viento, se llevará con ellas los pesares, los malestares, las tragaderas, las frustraciones, las palabras calladas, las ilusiones rotas, los sueños truncados, los arañazos y los bocados, los empujones y las zancadillas, las lágrimas y la sal de las heridas. Lo que fue, pasó, y lo que será lo esperamos con ansiedad.




Marcha ya este Gato camino de su callejón a descansar, que mañana será otro día y muchos días han quedado atrás en buena compañía y sin dejar de trotar. Cuidado pongo al atravesar las calles plagadas de bellas falleras que llevan en sus brazos claveles a la Maredeuta, flores y no cañahejas, pues el fuego que hoy prende en sus corazones, es el de la entrega y devoción a la más bella y boniqueta que venerar en un altar.





Tan solo soy un Gato, amante del buen trotar y un cálido fuego donde poderme arrimar, en mi humilde y profundo sentir he intentado transmitir lo que un valenciano siente al ver la obra de todo un año por las llamas consumir; no pretendo ser entendido pues se que fácil no es, pero  si por un momento al verlas arder como Yo, como Nosotros os pudieras sentir, ya me doy por satisfecho.
Disfruten y no olviden que no es lo mismo quemarse…que el fuego sentir.




FOTOGRAFÍAS: Santiago Navascués Ladrón
TEXTO: Yolanda T. Villar
©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

2 comentarios:

  1. Un artículo fantástico y original, como siempre. Enhorabuena chicos. La verdad es que es dificil para los que no son valencianos el entender el porqué de la quema de las fallas, pero es tan hermoso verlas arder.
    Un abrazo

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    1. Muchas gracias!! Esperamos que este año disfrutes tanto con ellas como siempre.
      Y si, es hermoso y emocionante verlas arder, al mismo tiempo que un nudo se te hace en el estómago...

      Un abrazo

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