Por todos es sabido que poco es el aprecio que los gatos tenemos al agua, no es que no seamos limpios y aseados, bien al contrario, pocas especies son tan dadas a la pulcritud y el acicalamiento como los felinos; la cuestión es que somos como las prendas delicadas que tan solo pueden limpiarse en seco, el agua destrozaría nuestra esencia, sobre todo en demasía. Un baño al año no hace demasiado daño, pero diario, eso ya es vicio.
No así nos ocurre con el fuego, pues allá donde hay una
buena chimenea, hay un “gatejo” bien
arrimado y sin temor a los sabañones, pues nuestra piel nos protege de tan
dolorosas consecuencias de juntar la piel helada con el ardiente fuego. Si el
titán Prometeo robó el fuego para dárselo a los hombres, ocasionando un
terrible castigo de Zeus por ello ¿No sería un feo detalle no agradecérselo
honrándolo como si se tratara del mayor de los dones divinos? yo lo hago, y a
menudo, tanto que en ocasiones pienso que debería llamarme Pyros, en lugar de Trotero,
y es que uno es ante todo, agradecido.
Prometeo robó el fuego de los dioses prendiendo un tallo de
cañaheja (y no, no es una muchacha del pueblo de mis antepasados, Cañada, aunque el
nombre nos haga sonreír a los oriundos de tan insigne lugar de la Mancha de
cuyo nombre os acabo de hablar), convirtiendo a dicho arbusto en el primer
“mártir” de tan noble causa pirómana…hasta que llegamos los valencianos y
convertimos a todo aquello que nos estorbaba, molestaba o causaba enojo, en
nuestro propio tallo de cañaheja.
Yo, Trotero, de los troteros de toda la vida, me considero
embajador del osado y generoso Prometeo, y dedicaré mis siete vidas a honrarlo
y difundirlo, in secula seculorum, ”verbum felis”.
Vale, soy muy dramático y bastante teatrero, pero todo esto
es para contaros por qué los valencianos nos sentimos tan atraídos por el fuego
y sobre todo, algo que casi nadie excepto nosotros entiende, porqué quemamos
nuestras fallas entre algarabía y lágrimas.
Subamos a uno de mis lugares favoritos. Un tejado. Pero no
un tejado cualquiera, sino un viejo tejado de tejas de barro, sobre techo de
paja y madera, en una transitada calle de tierra en una antigua y amurallada Valencia medieval; se trata de una calle de
artesanos, carpinteros para ser exactos. Se acerca la fiesta del patrón, San
José, y los carpinteros sacan los trastos viejos e inservibles frente a sus
talleres, trastos que han ido acumulando a causa de encargos nunca recogidos, o
que no han salido a gusto del cliente y se ha negado a pagar y llevarse; para
un gato esa montaña de madera inservible es un mundo nuevo a explorar y una
feria en la que curiosear y saciar nuestro afán de meternos dentro de toda caja
o cajón, pero para un humano, no es más que un estorbo y basura que entorpece
su paso y afea la vista.
Aquí arriba estamos a salvo del tumulto que se está juntando
en las calles y plazas cercanas a los talleres, y contamos con un lugar
privilegiado desde el que ver el origen de tan llameantes fiestas, Las Fallas.
Un artesano tras otro, saca sus viejos enseres, las calles se llenan de
montañas de trastos y artilugios inútiles, la gente se arremolina alrededor de los
montones de madera, algunos empiezan a beber más vino de la cuenta, otros
cantan tradicionales canciones valencianas y todos comienzan a gritar animando
al carpintero a prender fuego a esos túmulos callejeros. Se prende la mecha, los primeros trastos de
madera empiezan a arder, los transeúntes se abrazan y hermanan entre vino y
cantos, el artesano observa como las llamas ascienden casi hasta el cielo ¡El
Infierno invade tan celestial terreno y no se ha cometido pecado alguno con
ello ni se ha recibido penitencia alguna!
El frío de la ciudad desaparece durante algunas horas, los
talleres y hogares se iluminan como si fuera día en lugar de noche, los
artesanos pueden comenzar a trabajar al día siguiente de nuevo porque sus
talleres han quedado vacíos. Todos renacen de sus cenizas. Se fue lo malo, lo
inútil, ahora ya hay vía libre para que entre lo bueno. El fuego purifica y se
lleva con él pesares y dolores, pesadillas y sin sabores, angustias y
malhumores. Comienza un nuevo ciclo, mañana la ciudad despertará renovada, se
habrán reconciliado muchos amigos
enfrentados y se habrán olvidado rencillas del pasado; buen vino, alegres
cantos, calor y luz, el milagro habrán obrado.
Muchas vicisitudes han pasado estas Fallas nuestras − desde que fueron llamadas Fallas en el siglo XVII, hasta llegar a nuestros días− más que un pobre gato
rebuscando en los cubos de basura. A finales del siglo XIX fueron perseguidas y
prohibidas, pero tal fue la presión de los valencianos, que la revista “Traca”
comenzó a premiar los mejores monumentos falleros, dando lugar a la competencia
entre vecinos y calles por conseguir uno de tan ansiados reconocimientos.
Valencia era fuego y traca, y ya no había gobierno capaz de apagarlo.
Fue en 1901 cuando el ayuntamiento de la ciudad otorgó los
primeros premios municipales a los mejores monumentos. Nacían oficialmente las
Fallas.
Bajemos de este viejo tejado y con mucho cuidado subamos a
la cornisa del Ayuntamiento, para poder
disfrutar de la primera mascletá de este año. El que tenga miedo de los
petardos solo puede hacer dos cosas,
echarle valor y disfrutar del olor a pólvora y el atronador sonido, o
dejar la ciudad, aquí no hay sitio para los cobardes, y cada rincón de esta
ciudad, suena y huele a fallas. No hay dónde esconderse.
Es 1 de marzo, la
gente se acerca hasta la Plaça de
l’Ajuntament, decenas, centenas, millares, hasta que no cabe un alma, ni un
suspiro; la mascletà esta lista para
ser disparada, el maestro pirotécnico ultima los preparativos para prender la
mecha, la gente comienza a impacientarse, el balcón se llena del color y el
brillo de los trajes de las Falleras mayores y sus cortes de honor. Este gato
sube un poco más arriba para poder observar el ambiente sin ser apretujado, hoy
ni los petardos logran asustarme. Imposible, soy Trotero, valenciano y fallero.
A la señal de las Falleras Mayores, a las dos de la tarde,
el maestro pirotécnico enciende la mecha, la suerte está echada. Los corazones
se aceleran, se retienen los suspiros, el humo entra hasta por la piel, cada
disparo es un latido, cada silbido de un petardo subiendo al cielo es una
oración, un terremoto final, el “Terratremol”, hace temblar los cuerpos desde
los dedos de los pies hasta las puntas del pelo. Un griterío final acompañado
de un fuerte aplauso invade la plaza, la ciudad entera; se aplaude al maestro
que nos ha hecho vibrar, se le alaba como a santo en procesión, sale a hombros
como los toreros ¡su montera un pañuelo de cuadros, su muleta una cerilla, su
capote un blusón fallero, su trofeo sabe a pólvora y no a sangre! El olor a
traca ya no dejará Valencia en todo el mes de marzo.
Demasiada gente ya para este gato, que curioso lo es tanto
como solitario, y en los tejados y cornisas y alguna que otra jardinera,
encuentro yo mi sitio entre tanta jarana fallera.
Observo la inmensidad
de los monumentos falleros, auténticas obras de arte en cartón piedra. Da igual
verlas por primera vez que año tras año, da igual ser extranjero que paisano,
las Fallas enamoran siempre y para siempre. Cuando las has sentido en cada poro
de tu piel, ya no las dejarás de sentir jamás.
Titanes que como Prometeo roban el fuego para dárnoslo a los hombres,
para abrazarnos con su calor, llenarnos de su luz, inundar de llamas las calles
que más tarde quedarán cubiertas de ceniza, y con el soplo del viento, se
llevará con ellas los pesares, los malestares, las tragaderas, las
frustraciones, las palabras calladas, las ilusiones rotas, los sueños truncados,
los arañazos y los bocados, los empujones y las zancadillas, las lágrimas y la
sal de las heridas. Lo que fue, pasó, y lo que será lo esperamos con ansiedad.
Marcha ya este Gato camino de su callejón a descansar, que
mañana será otro día y muchos días han quedado atrás en buena compañía y sin
dejar de trotar. Cuidado pongo al atravesar las calles plagadas de bellas
falleras que llevan en sus brazos claveles a la Maredeuta, flores y no cañahejas, pues el fuego que hoy prende en
sus corazones, es el de la entrega y devoción a la más bella y boniqueta que
venerar en un altar.
Tan solo soy un Gato, amante del buen trotar y un cálido
fuego donde poderme arrimar, en mi humilde y profundo sentir he intentado
transmitir lo que un valenciano siente al ver la obra de todo un año por las
llamas consumir; no pretendo ser entendido pues se que fácil no es, pero si por un momento al verlas arder como Yo,
como Nosotros os pudieras sentir, ya me doy por satisfecho.
Disfruten y no olviden que no es lo mismo quemarse…que el
fuego sentir.
FOTOGRAFÍAS: Santiago Navascués Ladrón
TEXTO: Yolanda T. Villar
©TODOS LOS DERECHOS
RESERVADOS
Un artículo fantástico y original, como siempre. Enhorabuena chicos. La verdad es que es dificil para los que no son valencianos el entender el porqué de la quema de las fallas, pero es tan hermoso verlas arder.
ResponderEliminarUn abrazo
Muchas gracias!! Esperamos que este año disfrutes tanto con ellas como siempre.
EliminarY si, es hermoso y emocionante verlas arder, al mismo tiempo que un nudo se te hace en el estómago...
Un abrazo