Nos acercábamos al Imperial Monasterio de San Clemente para ver la exposición de los Templarios, el día llegaba a su fin y no tardarían en cerrarlo, pero estábamos demasiado embebidos en la historia y la magia de Toledo como para dejarlo para otro día. Impensable. Nos sentíamos como el niño que llega por primera vez a Disneyland, sabedores de que a nuestro alcance se encontraba un mundo con el que llevábamos mucho tiempo soñando y no estábamos dispuestos a perdernos nada, aún sabiendo que hay más días que aceitunas.
No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy.
Todo el día caminando por las empedradas y empinadas calles toledanas habían hecho mella en nosotros, sobre todo en esta que les cuenta, a la que el calor y el cansancio le hacían repetir cada diez minutos ¡No puedo dar un paso más, me planto! pero sabedora de que algo muy especial nos esperaba, las quejas llevaban siempre a un paso más. Algo bullía en la ciudad de Toledo, y se adentraba en nosotros haciéndonos bullir con la ciudad, era difícil de explicar pero se metía en ti y te empujaba a seguir y seguir y buscar…o encontrar.
Cuando vimos la fachada del Imperial Monasterio, lo primero que se nos vino a la cabeza , o mejor dicho, al paladar, fue el delicado sabor de los mazapanes toledanos ¿No dice la historia que fue en este convento donde se elaboró el primer mazapán? la boca se me hacía agua y la mente fantasía.
La exposición de los Templarios era magnífica, ya nada más entrar, una reproducción a tamaño natural de un Pobre Caballero de Cristo montado a caballo, nos recibía y nos dejaba sin aliento; resultaba tan noble, imponente y amenazador, debió ser tremendo lo que los soldados musulmanes sintieron al ver las tropas cristianas llegar ante sus murallas, a estos monjes guerreros, que en nombre de Dios, exigían rendición ¿Y que sintieron estos caballeros del Templo de Salomón al llegar a territorio musulmán y ver a los soldados sarracenos, legendarios, míticos, proverbiales, quiméricos y utópicos para el Medievo occidental, defender su territorio en nombre de Alá? Lo mirara como lo mirara, yo solo veía un mismo guerrero con distinto estandarte, una sola divinidad con distinto nombre. Dos culturas con más similitudes que diferencias. Pero claro, esta era una vez más, mi mente elucubrando.
Estaba observando con atención tres paneles verticales donde se explicaban detalladamente los preceptos de Guerra Justa y Guerra Santa, La Regla y la Admisión en la Orden, cuando vi por el rabillo del ojo que alguien se aproximaba por detrás; me di la vuelta y casi no salía de mi asombro al ver a dos pasos de mi, al extraño personaje que vi por primera vez en los sótanos de la Posada de la Hermandad.
Miraba atentamente los maniquíes que vestían uniformes templarios, a mi me parecían de una veracidad pasmosa, pero aquel hombre barbudo y algo zarrapastroso no parecía en absoluto sorprendido en demasía por ninguno de ellos.
−Bajo el nombre de Dios, fueron muchas las órdenes religioso-militares que procuraban un camino seguro a los peregrinos y que dieron sus vidas por reconquistar territorios musulmanes –dijo como para sí el hombre− dar la vida por quien no se preocupaba del resto de vidas. Tantas ilusiones perdidas en manos de poderosos ambiciosos y fulleros…
Orden de Calatrava, de Alcántara, de Malta, de Montesa, de Santiago, del Santo Sepulcro, Teutónica…todas ellas con un mismo fin, la Gloria y la Inmortalidad. Miraba yo con atención a estos monjes guerreros, y las armas que portaban, imaginando lo terrible que debieron ser aquellas batallas, enfrentamientos cuerpo a cuerpo, sangre y vísceras, guerreros arrebatando vidas con sus propias manos. De nuevo, sin apenas oírlo llegar, el barbudo visitante se colocó a mi lado y como leyéndome el pensamiento comenzó a hablar sin mirarme, como si yo no existiese, o como si fuera él quien no existía en realidad. Dos personas en distintos planos, eso era lo que parecíamos.
−Los Cruzados hubieron de modificar las tácticas de combate cristianas para adaptarlas al modo de combatir del enemigo turco. Sus arqueros eran auténticos prodigios, portaban un potente arco de rapidísimo ritmo de tiro, desde lo alto de sus caballos desencadenaban una lluvia de flechas para después huir de la pesada carga enemiga. Esa táctica era desmoralizante para los cristianos, tan acostumbrados al enfrentamiento directo, como en un torneo. Eran unos guerreros admirables...se aprendió tanto de ellos.
Mi compañero y yo estábamos fascinados escuchando al barbudo de largo pelo cano hablar, cada una de sus frases parecía una sentencia más que una reflexión, como el que habla con conocimiento de causa pero con nostalgia. El hombre recorría sala por sala, objeto por objeto, dando la impresión de hacerse más pesados sus hombros conforme pasaban los minutos, como si pasaran años o siglos con cada paso que daba por el museo.
−Los templarios se agrupaban en escuadrones al mando de su comendador, con la bandera blanca y negra de la orden al frente –me contaba mi simpar compañero Santiago, amante y admirador de la historia templaria− la bandera, el Beauseant, era un objeto considerado santo, y era protegido por una élite de caballeros. Era un imán para mantener firme el empuje de los cristianos en el fragor de la batalla.
Por primera vez, el cano personaje pareció darse cuenta de nuestra presencia, mirándonos fijamente mientras Santiago me contaba la forma de batallar de los templarios, y acercándose a tan solo dos palmos de nuestras narices.
−El templario no podía rendirse ni dar cuartel al enemigo; si caía prisionero, no debía esperar ser rescatado por la orden−nos contaba el anciano de larga barba− los Sarracenos decapitaban a los enemigos capturados. Tras el desastre de los Cuernos de Hattin, Saladino hizo decapitar a 230 guerreros cristianos que se negaron a apostatar y seguir la media luna. Eran guerreros implacables, sanguinarios, firmes e íntegros. Lástima que no fueran cristianos.
La firmeza y seguridad con la que hablaba el hombre nos tenía a mi compañero y a mí totalmente fascinados. Tal vez lo había juzgado mal, y no se trataba de ningún loco zarrapastroso, si no de un viejo profesor de historia al que la jubilación había envejecido físicamente cien años , pero que no había podido con su lucidez y talento.
Me encontraba frente al documento que más me había impactado durante toda la visita a la exposición, una fiel reproducción de los pergaminos originales conservados en el archivo secreto vaticano, sobre el proceso a los Templarios. Había algo en esos pergaminos que me ponía los pelos de punta, como la resolución de un caso sin juicio justo, solo por la palabra de quien se consideraba más juez que parte. Los templarios, aquellos que estuvieron en lo más alto durante siglos, siendo estandarte, icono y baluarte de las reglas divinas hechas materia, los auténticos centinelas del Occidente medieval, como el ocaso de los dioses, habían acabado representando ante el pueblo aquello contra lo que luchaban: el enemigo.
−Demasiadas envidias, demasiadas ansias de poder, demasiadas avaricias –decía el viejo hombre− aniquilados como perros, peor que aquellos sarracenos contra los que luchábamos, ni siquiera ellos hubieran sido capaces de semejante tropelía e injusticia. Los que un día nos encumbraron a lo más alto, ahora nos pisaban la cabeza como a viles serpientes. Malditos ambiciosos. Y ni siquiera sé que hago aquí, que conjuro, que plan diabólico o que bienaventuranza divina llevó mis pasos hasta Toledo, pero heme aquí, y no puedo ni quiero partir de esta tierra tan santa como hereje, tan cristiana como mora, tan grande como diminuta.
Solo recuerdo una espesa humareda, aquel olor a carne quemada, el griterío de la gente, las falsas acusaciones, mis compañeros atados y asados como cerdos, y ese Dios por el que todo lo dimos, y que parecía nos había olvidado para siempre. Poco más recuerdo de aquel París que ardía como Roma en manos de Nerón. Y después la oscuridad más absoluta hasta que llegué aquí; el Puente de Alcántara me recibió entre nieblas, y de repente me creí vivo de nuevo, vivo y libre otra vez. Toledo me dio lo que ni Jerusalem ni Paris pudo, conciencia de que fuimos Historia. Somos. Siempre seremos.
Yo, que fui el último Maestre de la Orden del Temple, ahora soy un simple viejo que vaga en busca de lo que fue y no dejaron ser. Yo, Caballero Hospitalario de la Orden del Temple, ayer, un ánima en pena hoy. Pero Libre, al fin Libre.
Ni siquiera vimos en qué momento desapareció de nuestra vista, estábamos totalmente absortos escuchando sus palabras, que nuestros ojos miraban sin ver, tanto fue así que el anciano barbudo, el Último Maestre de la Orden del Temple se desvaneció ante nosotros y no fuimos conscientes de ello.
Una vez más, nos quedamos sin palabras, atónitos y maravillados. Toledo era todo un compendio de magia, leyenda y misterio. Nuestro simpar viaje estaba resultando inolvidable, y difícil de explicar, no solo a los demás, sino a nosotros mismos.
Salimos del Imperial Monasterio, ahora sí, agotados y en silencio, hablar de cualquier cosa ahora sería absurdo. Mejor caminar despacio, arrullados por el rumor de la noche toledana, la que trae voces de leyendas y susurros de almas.
Mañana, sería otro día. El de hoy, nos había dejado sin palabras.
“ El 18 de marzo de 1314, Jacques de Molay, y otros 36 templarios, fueron ejecutados en la hoguera delante de la catedral de París, en la isla del Sena. Antes de morir, Molay proclamó que las herejías imputadas a los templarios eran completamente falsas y que la orden del Temple era santa, justa y católica. Cuando el Gran Maestre vio la hoguera dispuesta, se desnudó sin titubear quedándose en camisa; maniatado lo llevaron al poste. Él dijo a sus verdugos: Al menos dejadme que junte las manos para orar a Dios, ya que voy a morir, él sabe que muero injustamente, y vengará nuestra muerte.
El Papa Clemente V falleció apenas transcurrido un mes de la muerte del Gran Maestre; ocho meses más tarde, lo hizo Felipe IV el Hermoso. La misma suerte corrió el canciller Nogaret, ejecutor del turbio proceso a los templarios. El traidor, Esquieu de Floyran, murió apulado poco después.
Comenzaba la leyenda de la maldición de Jacques de Molay, último Gran Maestre de la Orden del Temple.”
(Órdenes militares en la Edad Media, Carlos Ayala Martínez. El Juicio de los Templarios, Malcolm Barber)
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TEMPLARIOS Y OTRAS ÓRDENES MILITARES. EXPOSICIÓN PERMANENTE
Imperial Monasterio de San Clemente
C/San Clemente 1.
Toledo
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Abierto todos los días de 10 a 21h.
FOTOGRAFÍAS: Santiago Navascués Ladrón.
TEXTO: Yolanda T. Villar.
Perdona por el retraso, ahora si ya te tengo agregada, todo lo que acabo de ver y leer me ha dejado sorprendido, hermosa exposición.
ResponderEliminarGracias Erick, nos alegra que te haya gustado...este gato y sus vagamundos viajan de una manera totalmente distinta...
EliminarBesos.