Hace apenas unos días, cuando los medios de comunicación recordaban el setenta aniversario de la liberación de Auschwitz, no pude evitar emocionarme al ver los rostros descarnados de los supervivientes de aquel terrorífico infierno de exterminación. Todos hemos visto las imágenes de esas sombras humanas que deambulaban por las explanadas, caminando con paso torpe y dubitativo entre los edificios construidos para alargar y rentabilizar su agonía.
Autchwitz es el símbolo, pero hubo tantos infiernos como pudieron alentar las desalmadas fuerzas del III Reich alemán y de todos aquellos que le dieron soporte material y moral.
Todavía hoy, después de tantos años, de tanta literatura, de tanto material cinematográfico que se ha puesto a nuestra disposición para conocer las atrocidades que allí se cometieron, aún se elevan algunas voces cuestionando o minusvalorando lo ocurrido.
La vida es muy perra. Tan perra que, a veces, te puede llevar de la guerra a la prisión. De ahí a la libertad. De ésta a las trincheras, y de allí, a Mauthausen, otro de los campos de aniquilación. A veces, tan perra es la vida, que te pone al límite hasta puntos insospechables, pero te concede, en el último momento, el perdón y la indulgencia y consigues esquivar a la muerte. Y cuando al fin alcanzas la pequeña gloria de una familia que te quiere y una vida suficientemente digna como para que no te falte un plato de comida que traer a tu casa, comienzas a pensar que estás viviendo esa parte que se presupone que a todo ser humano le toca disfrutar con merecimiento, y piensas que quizá, esta perra vida tuya, en lugar de ofrecerte claroscuros, intervalos de amarguras y etapas dulces como ocurre de ordinario, ha resultado ser caprichosa y te ha ofrecido la oscuridad cuando menos preparado estabas para ella, pero te premia con su luz cuando ya no tienes la fortaleza vital necesaria para disfrutarla en plenitud. Y sin embargo, y a pesar de todo, a pesar de las pesadillas que te impiden desligarte de un pasado dolorosísimo y atroz, tus nietos apenas te encontrarán mella alguna en el ánimo porque los padecimientos agujerean el alma pero, de sobrevivir, forjan un espíritu fuerte y correoso, y tus nietos pensarán que eres un abuelo más, como los demás abuelos de sus amigos. Y probarás el sabor de la felicidad sabiendo que todo tu dolor pasado les es ajeno.
Es probable que alguna vez se te venga el mundo al suelo; que las imágenes del pasado revivan con más fuerza que nunca; que el sonido de las balas, de los gritos de los guardias, de los quejidos de las noctámbulas pisadas de los que caminan al crematorio mientras tu dormías soñando con dulzura que te morías, las escuches como un estruendo en tu cabeza. Esa vez, a la salida de tu trabajo, en un céntrico edificio de una capital de provincias, no podrás evitar escuchar la conversación de unos jóvenes, de apenas veinte años, universitarios, guapos, con todo su futuro por delante y el del país sobre sus hombros todavía sin ser conscientes de ello. Dialogan sobre la última clase de Historia, sobre el rollo que supone aguantar durante una hora el chorreo de datos, nombres, enclaves e informaciones sobre la Guerra Civil Española y su relación con la Segunda Guerra Mundial. Que "qué tendrá que ver lo uno y lo otro" dirá uno; que "a saber si será cierto eso de los campos de concentración, que "no se podía tener medios para matar a tanta gente como dicen los libros", apunta otro; "Si hubiese sido yo Hitler y voy perdiendo, no dejo uno con vida", sentenciará el último mientras todos ríen. Será entonces cuando el mundo retroceda 70 años en el tiempo, camines hacia ellos balbuceando y con el paso torpe y lento. Y mientras ellos se preguntarán quién diablos eres, tu estarás frente a ellos, remangándote la manga de tu jersey, y dejando que tus lágrimas y la tinta impresa en tu piel narren lo que tu boca se niega a contar, la sucesión de números de tu antebrazo, gastada pero legible, hará que los muchachos desaparezcan, y tu te quedes allí, con los brazos extendidos, detenido junto a un paso de cebra de una céntrica calle de una capital de provincias, maldiciendo a los nazis, a los franquistas, a la desmemoria, a la desidia de un país y a la perra vida que te ha tocado vivir.
Ese día comprenderás que estabas equivocado; que olvidar un pasado trágico y cruel con la intención de que no sufran los tuyos, no trae consecuencia sana ninguna. Entenderás que el olvido produce consecuencias funestas, pues quien no conoce el resultado de unos comportamientos liberticidas y genocidas, si es temerario, podría caer en la tentación de comprobarlo por sí mismo. Concluirás que nada mejor que la memoria puede impedir que lo que tu sufriste, lo sufran los tuyos; nada mejor que la memoria para salvaguardar de la hoguera del olvido a miles, millones de personas que murieron de una forma trágica por querer vivir de una manera digna.
MI AMIGO EL VIENTO. ESCAPOGRAFÍA DE JESÚS NAVARRO
La primera vez que me encontré con este libro, no pude hacer otra cosa que comprarlo. A decir verdad, esa palabra en mitad de camino del título Escapografía, capturó mi atención y se adueñó de mi curiosidad. ¿Qué quería decir aquello? Tenía la fiabilidad del autor, Pedro José Francés, un hombre de convicciones arraigadas, que escribe con la misma claridad con la que habla. Es un escritor comprometido, cuya obra muestra a un autor que jamás se pondrá de perfil ante los temas tratados, y que entiende la literatura como un medio para transmitir su pensamiento y poner voz a aquellos que las circunstancias de la vida les impidió hablar de un modo u otro. Además, es capaz de novelar la vida de otras personas con acierto, transmisión y fluidez, utilizando un lenguaje accesible y un método amable para con el lector de cualquier edad. Una buena muestra de ello es este libro, Mi amigo el viento.
Jesús Navarro, el protagonista de esta novela, o biografía novelada, fue un hombre nacido en el mismo pueblo del que procede el autor: Buñuel (Navarra). Era un muchacho de 16 años, edad en aquel entonces para trabajar en el campo si eras un joven que, como él, procedía de una familia humilde. Edad, también, para andar fijándose en alguna chica del pueblo, esperarla a la salida de alguna tienda, hablar con ella, e incluso, quién sabe, sacarla a bailar en alguna fiesta señalada pensando en festejar con ella. Pero no, Jesús tuvo la desgracia de nacer en 1920, lo que lo situaba a medio camino entre la adolescencia y la adultez cuando en España un ejército de golpistas atropellaron la democracia y la redujeron a escombros. El joven, en los primeros días del golpe, es encarcelado junto a decenas de hombres del pueblo en los bajos del Ayuntamiento, que morirán poco después en un arrebatado ejercicio de odio y desquite de viejas rencillas entre vecinos y familias.
A él, sin embargo, lo enviaron a luchar a la Guerra Civil, a la primera línea de batalla, con la intención de que encontrase entre obuses y balas perdidas la muerte que no se atrevieron a darle a un menor de edad. Es aquí, desde ese primer día, desde donde toma sentido la palabra Escapografía, pues será el inicio de una fuga constante, de un esquivar a un destino con las únicas armas de su inteligencia y de la fortuna.
Jesús, envuelto en un mar de desgracias, logrará salvar su vida tras la contienda en España, pero tras una serie de carambolas acabará en un campo de concentración francés, luchará contra los alemanes ya en la Segunda Guerra Mundial bajo la bandera de aquellos que lo recibieron como a un perro, y allí se jugó la vida hasta ser capturado por el ejército nazi para acabar en Mauthausen-Gusen, uno de los campos de exterminio más importantes del III Reich.
Estamos ante un libro duro, triste, por momentos cruel, pero a pesar de ello Jesús Navarro supo encontrar, entre tantas penurias, esos momentos que le evadían de la realidad que le tocó vivir, que harán emocionarse a un lector que nunca más podrá olvidarse de un hombre real, de carne y hueso, que bien podría haber sido su vecino, o su hermano, o su amigo; un hombre cuya vida es la vida de miles que, como a él, la vida les puso a prueba del peor modo posible.
Él tuvo la suerte de salir airoso.
Pudo vivir para contarlo.
Y lo hizo.
En memoria de todos aquellos compañeros que quedaron en el camino.
MI AMIGO EL VIENTO. ESCAPOGRAFÍA DE JESÚS NAVARRO
La primera vez que me encontré con este libro, no pude hacer otra cosa que comprarlo. A decir verdad, esa palabra en mitad de camino del título Escapografía, capturó mi atención y se adueñó de mi curiosidad. ¿Qué quería decir aquello? Tenía la fiabilidad del autor, Pedro José Francés, un hombre de convicciones arraigadas, que escribe con la misma claridad con la que habla. Es un escritor comprometido, cuya obra muestra a un autor que jamás se pondrá de perfil ante los temas tratados, y que entiende la literatura como un medio para transmitir su pensamiento y poner voz a aquellos que las circunstancias de la vida les impidió hablar de un modo u otro. Además, es capaz de novelar la vida de otras personas con acierto, transmisión y fluidez, utilizando un lenguaje accesible y un método amable para con el lector de cualquier edad. Una buena muestra de ello es este libro, Mi amigo el viento.
Jesús Navarro, el protagonista de esta novela, o biografía novelada, fue un hombre nacido en el mismo pueblo del que procede el autor: Buñuel (Navarra). Era un muchacho de 16 años, edad en aquel entonces para trabajar en el campo si eras un joven que, como él, procedía de una familia humilde. Edad, también, para andar fijándose en alguna chica del pueblo, esperarla a la salida de alguna tienda, hablar con ella, e incluso, quién sabe, sacarla a bailar en alguna fiesta señalada pensando en festejar con ella. Pero no, Jesús tuvo la desgracia de nacer en 1920, lo que lo situaba a medio camino entre la adolescencia y la adultez cuando en España un ejército de golpistas atropellaron la democracia y la redujeron a escombros. El joven, en los primeros días del golpe, es encarcelado junto a decenas de hombres del pueblo en los bajos del Ayuntamiento, que morirán poco después en un arrebatado ejercicio de odio y desquite de viejas rencillas entre vecinos y familias.
A él, sin embargo, lo enviaron a luchar a la Guerra Civil, a la primera línea de batalla, con la intención de que encontrase entre obuses y balas perdidas la muerte que no se atrevieron a darle a un menor de edad. Es aquí, desde ese primer día, desde donde toma sentido la palabra Escapografía, pues será el inicio de una fuga constante, de un esquivar a un destino con las únicas armas de su inteligencia y de la fortuna.
Jesús, envuelto en un mar de desgracias, logrará salvar su vida tras la contienda en España, pero tras una serie de carambolas acabará en un campo de concentración francés, luchará contra los alemanes ya en la Segunda Guerra Mundial bajo la bandera de aquellos que lo recibieron como a un perro, y allí se jugó la vida hasta ser capturado por el ejército nazi para acabar en Mauthausen-Gusen, uno de los campos de exterminio más importantes del III Reich.
Estamos ante un libro duro, triste, por momentos cruel, pero a pesar de ello Jesús Navarro supo encontrar, entre tantas penurias, esos momentos que le evadían de la realidad que le tocó vivir, que harán emocionarse a un lector que nunca más podrá olvidarse de un hombre real, de carne y hueso, que bien podría haber sido su vecino, o su hermano, o su amigo; un hombre cuya vida es la vida de miles que, como a él, la vida les puso a prueba del peor modo posible.
Él tuvo la suerte de salir airoso.
Pudo vivir para contarlo.
Y lo hizo.
En memoria de todos aquellos compañeros que quedaron en el camino.
Mi amigo el Viento. Escapografía de Jesús Navarro
Pedro José Francés
Editorial Ciudadano
Blog del autor
Puedes adquirirlo, aquí
Una Reseña de
Santiago Navascués
©TODOS LOS DERECHOS
RESERVADOS
Parece que a veces las vidas se cruzan con el tiempo, curiosamente tengo un conocido, Oscar Luengo, que ha escrito un libro basado en la cautividad de su tío FERMIN ARCE que fue prisionero nº 4.051 en Mauthausen. el libro revela hechos verídicos ocurridos durante los 5 años que permaneció cautivo.
ResponderEliminarQue vidas tan perras aquellas que les tocó vivir a mucha gente María, menos mal que siempre hay alguien dispuesto a contarlas.
EliminarEl libro de Luengo debe ser estupendo, habrá que leerlo e incluirlo en nuestra familia gatrotera.
Un beso María
Años muy duros, oscuros, nefastos, bochornosos. Pocos son los que hoy en día aún pueden contar de primera mano tan vergonzosos actos, es un consuelo saber que todavía hay autores que están dispuestos a alzar la voz por aquellos que nunca la tuvieron y con el paso de los años, ni el rumor del viento la arrastra.
ResponderEliminarGracias al autor por no dejar que muera la memoria
Totalmente de acuerdo contigo. Gracias a Pedro José y otros pocos autores como él que no están dispuestos a dejar las voces dormidas por siempre y alzan no solo su voz, si no su corazón.
EliminarUn abrazo