“Mi amor por ti, que es eterno por su propia esencia, ha llegado a su apogeo, y no puede ni menguar ni crecer. No tiene más causa ni motivo que la voluntad de amar. ¡Dios me libre de que nadie le conozca otro! Cuando vemos que una cosa tiene su causa en sí misma, goza de una existencia que no se extingue jamás; pero si la tiene en algo distinto, cesará cuando cese la causa de que depende.”
(Ibn Hazm, poeta andaluz)
Por fin llegamos a la Mezquita del Cristo de la Luz, bien saben dioses y humanos que la belleza de la ciudad de Toledo, cuestas empedradas a parte, reside en la mezcolanza artística y respetuosa de las tres culturas que convivieron en ella durante tantos siglos. Ver los restos de Tulaytulah, el Toledo musulmán, nos hacía ser conscientes del poder y la grandeza de una ciudad cosmopolita, eje y centro de culturas, religiones, política y comercio, en plena Edad Media. Se henchía el corazón de imaginar lo que fueron aquellas calles, plazas, lugares de oración, mercados, hogares…
La Mezquita es pequeña, al menos más pequeña de lo que yo me imaginaba. La planta es cuadrada, de unos 9 metros cuadrados, y genera, a partir de los cuatro soportes centrales, nueve compartimentos abovedados. El Mihrab se encontraría a la derecha de la entrada, en el muro de qibla orientada al Este. Se supone que el antiguo mihrab sería móvil o una hornacina, ya que no nos han quedado restos arquitectónicos.
El alzado consta de tres cuerpos, excepto el central que es de cuatro cuerpos. Las columnas se encargan de separar las naves que conforman el primer tramo las cuales se relacionan con los arcos de herradura del segundo tramo mediante cuatro capiteles visigodos reaprovechados. El tercer cuerpo lo constituyen las nueve bóvedas de crucería califal, pero la bóveda central se compone de un elemento que eleva el cuadrante central un poco más que el resto creando así una sensación centralizada de la planta.
−Los cristianos reconvierten el pasado de los pueblos, en su propio pasado –dijo una voz tras de mí− aunque hubo un tiempo que era un mismo Pueblo el que acogía a distintos pueblos. Esta maravillosa obra que tiene usted delante de sí, joven, es en realidad la Mezquita de Bab al-Mardum , construida en el año 999 en pleno esplendor del Califato de Córdoba, aunque ya lo habrá leído en el epígrafe de la entrada…
Pero no, yo no me había dado cuenta de dicha inscripción, y por la cara que puso mi simpar compañero de viaje, tampoco él la había visto. Me presenté al erudito turista, musulmán sin duda, su vestimenta, su piel cetrina y su cadencioso acento hablaron por sí mismos. Era un hombre algo mayor, tal vez menos de lo que aparentaba, pero parecía realmente cansado, como si llevara un gran peso sobre sus hombros.
Al mirarle de soslayo, pensé en pateras, en duros días de viaje, en familias separadas, en penas y en tristezas. Pero entonces el visitante habló, y en sus sabias palabras y en su delicado y suave tono de voz, solo vi poesía, canciones, risas y buen vino, y aunque no puedo explicar porqué, hasta mí llegó un suave olor a azahar que lo inundó todo.
Abú Bakr, que así se llamaba el poeta, dijo ser político de profesión, aunque cantor de versos de nacimiento, y el que nace poeta, muere versando. De Barbastro vino un día, y pasando por Tulaytulah marchó a Al-Andalus, para regresar mucho tiempo después a la ciudad que le sirvió de paso y reposo, en busca de lo que nunca perdió, pero que hacía mucho que no encontraba.
Era hipnótico escuchar hablar al poeta musulmán, cada una de sus palabras, aunque fueran dichas tras unos ojos tristes, sonaban a melodía en mis oídos. Después se hizo el silencio durante largo rato, Abú parecía estar muy lejos de allí en esos momentos, sus ojos miraban atentos los restos de un Pantocrátor, pero su mirada en realidad traspasaba aquellos frescos y volaba muy muy lejos de la Mezquita.
−El poder corrompe, la ambición destruye la razón y hasta la palabra –dijo de pronto el poeta, rompiendo el silencio en el que nos encontrábamos desde hacía un buen rato− es el verso el que debe llenar nuestra mente y los amigos los que han de ocupar nuestro corazón. El poder pudre las almas tanto como los amores no correspondidos.
Las palabras seguían sin salir de mi boca, era tan hermoso y tan triste al mismo tiempo lo que nos dijo el poeta…¿Era lo bello condición sine qua non de lo triste? Amor, amistad, ambición, sonaba todo tan poético ¿Cómo un hombre tan espiritual como aquel, podía dedicarse a la política? Amor y amistad, pilares de la socialización humana.
“Cuentan que la infanta mora Galiana era una joven bellísima, de melancólico mirar, cabellos y ojos negros y brillantes como el azabache y cutis aterciopelado. De ella se decía: Galiana de Toledo / muy hermosa a maravilla / la mora más celebrada / de toda la morería.
Vivía en estos palacios de la alcazaba toledana rodeada de todos los refinamientos del lujo, de todas las comodidades y placeres que su padre, el rey Galafre, podía darle; sin embargo, le faltaba lo primordial: el auténtico amor. Una noche de verano, dos sombras se veían sentadas sobre la fresca hierba del jardín de palacio, las dos con blanca túnica flotante. Se trataba de Galiana, que no podía conciliar el sueño, y de su doncella Geloria. La joven princesa, de vez en cuando levantaba sus ojos al cielo cuajado de estrellas y suspiraba. Entonces, la doncella, sentada a su lado, le preguntaba por sus afliciones. ¿Cómo ella, que todo lo poseía, podía estar tan triste? Galiana respondía llena de melancolía que si bien era verdad que nada le faltaba, sentía dentro de su alma como un vacío que le impedía ser totalmente feliz. Geloria, más avezada a las lides de la vida, le respondió que ese vacío sólo podría llenarlo con «amor»; pero, ¿cómo ella que era querida y correspondía a Abenzaide, gobernador de Guadalajara, podía estar falta de amor? A esta reflexión la infanta miró con tristeza al lado contrario de su esclava para que no le viera las lágrimas que empezaban a deslizarse sobre sus mejillas y, al poco, abrió sus labios para sincerarse con su doncella y amiga y declararle que ella no amaba a Abenzaide. Reconocía su poder, fuerza y valentía; reconocía que élla amaba con delirio; pero ella, por el contrario, le aborrecía porque le sabía brusco, altivo y dominante. Y la princesa concluyó: -Sé que mañana llegará, pues ya ha anunciado su venida, y estoy dispuesta a decirle que no vuelva a venir a importunarme con sus halagos…”
Dijo Abú que siempre había amado a su esposa, la delicada Zohra, que le juró su amor una noche rodeados de flor de azahar ¡Cuantos versos habían provocado en él los negros ojos de la dulce Zohra! ¡Y cuanto pesar habían provocado en ellos los versos que él escribió para la bella esclava Nardjis una noche junto a esos mismos azahares!
−Amor, amor, amor, veneno y antídoto de la razón –dijo mirándonos sin vernos− ¿Dónde estáis ahora, ojos negros y canto de ruiseñor? ¿Y dónde vosotros, mis queridos amigos? ¿Dónde están aquellos tiempos que al mismo Tiempo correr hacían? ¡No volverán intactos nunca más, a pesar de que eternos viven en mí!
Santiago me miró y dándome a entender con un gesto de su dedo en la sien, que nuestro poeta musulmán estaba chiflado, cargó su cámara y salimos de la Mezquita pisando con cuidado la antigua calzada romana del exterior. Respiramos un poco de aire fresco sentados en los bancos del pequeño jardín de la Mezquita, a unos pasos estaba Abú Bakr, clavando su mirar en el Puente de Alcántara, corona del Tajo.
“…Aún no se había extinguido el eco de estas palabras cuando, de detrás de unos arbustos, apareció la figura de un caballero vestido con traje cristiano que cayó a los pies de la infanta mora, la cual exhaló un grito de terror, estrechándose contra su esclava que se hallaba tan atemorizada como ella. Se trataba del joven príncipe Carlos, futuro Carlomagno, que hacía pocos días que había llegado a la corte del rey moro de Toledo. Decían que para traer una misión que le había encargado su padre el rey de Francia, Pipino el Breve, aunque él le confesó a Galiana aquella misma noche que había venido movido por la fama de su hermosura y que de ella se había enamorado tan loca como rápidamente. Siguió diciéndole que osaba ahora decirle todo esto, después de escuchar sus palabras, pues mientras él creyó que amaba a Abenzaide no se atrevió a mostrarle sus sentimientos por respeto a ella ya su padre, que tan bien le había acogido. Los fuertes latidos que por temor habían alterado el corazón de Galiana, ahora se trocaron en palpitaciones de gozo, pues ella también se había fijado en el guapo y aguerrido príncipe cristiano y, sin darse demasiada cuenta, el amor había empezado a anidar en su corazón. Pero mayor fue su alegría, que no pudieron disimular sus ojos, cuando éste le propuso cambiar los jardines de Toledo por los de Francia. A esta propuesta, la joven y bella princesa contestó con un débil sí, a la vez que ocultaba su rostro, teñido de rubor, en el pecho de su esclava favorita. Todo lo maravillosa y agradable que fue aquella noche para los amantes, lo fue de desgraciado y penoso el día siguiente. En ese día llegó Abenzaide, quien había venido con el único propósito de escuchar de Galiana y de su padre Galafre la fecha definitiva de su casamiento, pues con anterioridad sólo había recibido evasivas. Cuando Abenzaide quiso ver a la princesa, sólo se presentó ante él su esclava Geloria, quien le comunicó que su ama no deseaba verle y que le rogaba no volviera a molestarla ni a turbar la calma de sus jardines y aposentos, pues no le amaba. Mudo de sorpresa quedó el orgulloso gobernador de Guadalajara al escuchar aquellas palabras. No era posible, no podía creer que fueran dirigidas a él. Geloria desapareció en las habitaciones de la infanta mora cerrando la puerta tras de sí y Abenzaide quedó paralizado, permaneciendo largo rato en la misma posición, sombrío y pensativo. Mas de pronto, se rehízo, volvió en sí y lanzando un imponente grito de rabia y dolor, se alejó. Pasó a ver a Galafre a quien le dio sus quejas y después montó en su yegua y, acompañado de su lugarteniente Hassam, partió, iracundo y con grandes deseos de venganza, hacia Guadalajara…”
El poeta miraba a un lado y a otro, subía y bajaba las escalinatas desde el jardín de la Mezquita hasta la calle Cristo de la Luz, su nerviosismo parecía crecer por momentos, pero su rostro no lo aparentaba, seguía sereno, tranquilo, moreno…de repente su expresión cambió radicalmente. Por primera vez parecía realmente humano. Abrió sus brazos de par, como si se tratara del mismísimo Cristo, y espero no caer en herejía con su pueblo por decir esto, pero tal era la impresión que el poeta daba con sus brazos extendidos.
Desde donde estábamos sentados mi simpar compañero y yo no podíamos ver a quien dirigía su efusivo saludo, pero Abú parecía realmente emocionado. De repente cayó de
rodillas al suelo, y vimos como una mano morena y grande le agarraba del brazo y le ayudaba a incorporarse; unos brazos le rodearon los hombros y le dieron un fuerte abrazo. El poeta parecía tan feliz…
−¡Dichosos los ojos, Salam malecum mi amigo, mi hermano, mi alma gemela! –dijo Abú a su interlocutor, y la curiosidad pudo más que mi dolor de pies, me levanté del banco de piedra y fui hacia donde se encontraba el poeta− ¡Tantos años pensando en mi querido amigo, deseando verle de nuevo! ¡Aciagos tiempos aquellos del sitio a Barbastro, pero hermosos con el paso de los tiempos, pues ellos me trajeron a mi amado hermano! ¿No extrañáis los versos, el vino y las risas, junto a los amigos en las noches de espera en Tulaytulah? y dime mi querido amigo, mi hermano ¿Le habéis visto ya, le habéis visto? ¿Se encuentra en la ciudad buscando a sus hermanos de camino, al igual que los hermanos le buscan a él? ¿Se han olvidado las diferencias y todos añoramos las semejanzas? Decidme, alma gemela, decidme…
“Cuando Galafre se halló con dos peticiones de boda para su hija, una de Abenzaide y otra de Carlomagno, se encontró con un grave dilema. Por una parte le era provechoso estar a bien con el poderoso rey de Francia y por otra no le convenía desairar al orgulloso gobernador de Guadalajara, quien además de ser de su raza, era vecino y con el matrimonio se podían ensanchar los límites del reino de Toledo y evitar enfrentamientos fronterizos. Consultó a los astrólogos y muftíes, los cuales, mirando las leyes antiguas, le aconsejaron que lo más conveniente era que los dos rivales se enfrentaran en un torneo a muerte, donde se disputarían la mano de su hija. Galafre se vio favorecido con esta solución, pues los dos enamorados de su hija también se lo pidieron así, ya que cada uno confiaba en su habilidad y destreza. En una explanada a las afueras de Toledo se preparó el campo. Se dispuso una tribuna para albergar a Galafre, su hija y los principales de la corte agarena y, en una una calurosa mañana del mes de julio, se produjo el enfrentamiento. La multitud ocupaba los alrededores desde muy temprano, llena de emoción, animación y alegría y, contra lo esperado, todas las simpatías estaban con el caballero cristiano. Abenzaide era aborrecido por cuantos le conocían, por su crueldad. Su feroz carácter le había granjeado el odio de sus vecinos y vasallos. Por el contrario, Carlos era joven, hermoso y, lo más importante, todos sabían que Galiana lo amaba y la princesa era muy querida en Toledo por su belleza y bondad, lo que hacía que todos deseasen el triunfo del príncipe francés. Subieron al estrado padre e hija. Ésta reflejaba en sus ojos el dolor y el miedo que le producía la posible muerte de su amado, que iba a combatir por librarla del aborrecido Abenzaide. Galafre, que conocía la inclinación de su hija, también se hallaba tremendamente preocupado. Todo estaba preparado y en orden. Los dos adversarios vestidos con sus más ricas armaduras, colocados uno frente al otro, montados en sus briosos corceles que caracoleaban nerviosos y blandiendo sus armas. A una señal de Galafre el combate dio comienzo a la vez que Galiana cerraba los ojos para no ver la feroz pelea. El primer choque fue tremendo. Las lanzas quedaron partidas y caballos y caballeros, fundidos en una masa, desaparecieron entre una espesa nube de polvo, mientras los gritos de ánimo de los espectadores atronaba el ambiente. Tras un período de tiempo que se hizo eterno, comenzó a disiparse la polvareda y se vislumbró la figura de uno de los contendientes de pie, portando una espada en su mano derecha. Era Carlos, que había vencido a su enemigo, que yacía a sus pies, al haberle atravesado, con un certero golpe, el corazón…”
Bajé las escaleras tan rápido como pude, a pesar de los grupos de turistas que empezaban a llegar a la Mezquita del Cristo de la Luz. Tuve que esperar unos segundos a que una guía turística rubia platino y tan metida en carnes como ceñida en telas, les explicaba a un grupo de ingleses los distintos elementos, principalmente un ábside, que se añadieron en el siglo XII, tras la conquista cristiana de la ciudad, cuando Alfonso VI cedió el edificio a los caballeros de la orden de San Juan, que establecieron allí una ermita bajo la advocación de la Santa Cruz. Se considera esta ampliación la más antigua muestra de arte mudéjar de que se tiene constancia. El nombre que terminó llevando como templo cristiano proviene de la sustitución del cristo crucificado que se colocó cuando fue consagrada como ermita, por una imagen de la Virgen de la Luz posteriormente desaparecida. En la actualidad es un espacio desacralizado.
Y mi poeta había desaparecido cuando quise llegar hasta él. Nunca te puedes fiar de una rubia platino. Ni de la velocidad de unos pies cansados en plena canícula toledana. Miré hacia ambos lados de la calle pero no había ni rastro de Abú. Tan solo, un suave aroma a azahar.
Hice una seña a Santiago, y marchamos, cuesta arriba de nuevo, hacia la Catedral Primada. Un nuevo día llegaba a su fin, y el tiempo nuevamente, apremiaba. Sentí mucho no poder despedirme del poeta ¿Con quién hablaría, encontraría lo que andaba buscando y que nunca perdió? ¿Amor, amistad, poder? y siguiendo el rastro del azahar, nos encaminamos hacia la Catedral, como en un viacrucis.
"…Galiana, que permanecía con los ojos tapados, los abrió, al tiempo que su rostro reflejaba una gran alegría, cuando oyó ala multitud que aplaudía y coreaba el nombre de su amado, como señal de victoria. Pocos días después partieron hacia las Galias los dos enamorados, acompañados por el obispo Cixila, quien sería el que bautizase a la princesa mora, que se convirtió al cristianismo, y después celebraría los esponsales entre Carlomagno y Galiana en territorio francés. Cuando Pipino el Breve murió, heredó el trono su hijo Carlomagno, casado con la princesa toledana Galiana, los cuales tuvieron cinco hijos, fueron los fundadores del Imperio de Occidente y los primeros monarcas de la dinastía carolingia. Entre sus hijos, el más célebre fue Ludovico Pío, fundador del condado de Cataluña y heredero de la corona a la muerte de su padre. Algunos autores apuntan el final de esta leyenda de corte histórico a que una vez, Alfonso VI, antes de conquistar Toledo, visitó los palacios de Galiana y, dando paseos por el patio se le vió en compañía del fantasma de Abenzaide, que le sugirió cómo conquistar la ciudad... Esta fue la venganza del Gobernador de Guadalajara.”
MEZQUITA DEL CRISTO DE LA LUZ
Cristo de la Luz, 22 45002 Toledo
925 25 41 91
FOTOGRAFÍAS: Santiago Navascués Ladrón.
TEXTO: Yolanda T. Villar
©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS
©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS
Muchísimas gracias a los dos, amigos.
ResponderEliminarLas fotografías son de premio, Santiago.
Los textos, Yolanda, me han llenado de gozo en esta mañana luminosa y llena de olorcillo de pólvora.
Una pareja genial con un "Gato Trotero" de lujo.
Un abrazo.
Muchísimas gracias a tí, Aurea, es un inmenso placer para este Gato contar con tu visita, tu amistad y tus bellas palabras.
ResponderEliminarPara nosotros, vosotros sois nuestro acicate a seguir trotando y contando historias.
Mil maullidos Amiga.