EN UN SOL AMARILLO
Con el corazón encojido y un nudo en la garganta... así abandonamos la trasera del Castillo de Olite los que tuvimos la fortuna de asistir a este montaje imprescindible llegado desde los Andes y que, estrenado por la compañía Teatro de los Andes, lleva removiendo conciencias de manera ininterrumpida desde el año 2004, fecha en el que se estrenó. No será casualidad que siga representándose tantísimos años después...
A pesar de que en el escenario apenas hay elementos decorativos, el inicio de la obra es sencillamente espectacular. Apararecen cogidos de varias cuerdas una mesa, una ventana, una puerta, el marco de algún cuadro que bien podría ilustrar la imagen de una familia feliz... Los actores entran en escena como surgidos de la nada y toman posiciones. Entonces comienzan a contar cómo fue la desgracia. La que ocurrió en Bolivia en el año 1998, cuando la tierra se quebró por completo y decidió tragarse las calles, y los parques, y los vehículos que aguardaban para trasladar a sus dueños cuando quiera que éstos los fueran a necesitar, y también engulló las casas, los enseres personales y centenares de muertos, de cuyos cuerpos se tuvo noticia en su mayoria horas después, de otros días, e incluso semanas...
Fueron tantos los escombros y tan grande la devastación, que el mundo entero se volcó con los damnificados del país, cifrados en mas de 15.000 almas, y la ayuda internacional no tardó en llegar, al igual que los fondos para la reconstrucción de las zonas afectadas. Y aquí, llegó el problema... Aquel dinero pareció caer del cielo para los políticos del país, como si fuera un maná enviado por los dioses, y aquellos, en lugar de repartirlo de la manera más digna y equitativa posible, consideraron que el mejor destino era guardarlo en sus propios bolsillos o, si acaso, en el de sus amigos como método para pagar favores o cobrárselos en el futuro.
Resultó que las gentes de a pie, los campesinos, los trabajadores, todos ellos humildes, apenas vieron resueltos sus problemas. Más bien al contrario. Inicialmente, sus testimonios servieron para cubrir la demanda internacional de titulares con los que abrir portadas y noticieros en los que el llanto y el desconsuelo todo lo protagonizaban. Tiempo después, cuando sucedieron otras cosas que suponían novedad y las noticias llegadas de Aiquile y Totora eran más de lo mismo, el interés desapareció y, con ellos, los periodistas que abestecían a los medios.
Se suele decir que lo que no sale en televisión, no existe. Quizá por eso, cuando la tragedia del terremoto boliviano de 2008 dejó de aparecer en los medios, los políticos comenzaron a mover sus hilos de corrupción. Sin cámaras que enfocasen sus movimientos ni periodistas que hiciesen preguntas acerca de cómo se hacía el reparto o quién controlaba que fuese conforme a lo establecido, los políticos volvieron a perder una oportunidad, una más, de demostrar que se podían hacer las cosas distintas a lo de costumbre, que un mal tan trágico como el que había padecido el país implicaba un cambio de actitud... Ese cambio nunca llegó y, una vez más, el pueblo, pagó las consecuencias.
El trabajo del elenco de actores es brutal, una auténtica clase magistral. Resulta sencillamente increible admirar su puesta en escena, la expresión de sus rostros, la amargura de su voz. Todos ellos van dando vida a distintos personajes, en su mayoría afectados por la catástrofe, en un intento de acercar el dolor y el vacío sufrido por todos ellos. Pero también realizan una crítica afilada de la manera en que los medios de comunicación, el ejército o el poder político afrontaron sus responsabilidades... Sin la intervención cuidada de César Brie, como director y autor del texto, difícilmente se hubiese conseguido una obra tan digna, honesta y cruda, no queda por lo tanto otra cosa que agradecerle todo el trabajo de documentación y recogida de testimonios orales tras la tragedia porque ha levantado con una pasmosa facilidad el mejor momumento a la memoria de todos los fallecidos. Destacar también los efectos en el escenario cargados de simbología, como el instante en el que se reproduce la sacudida del terremoto, o la representación de la pérdida de unos niños. Pura poesía.
El público congregado frente al escenario de La Cava del Castillo de Olite, se entregó como pocas veces en un cerradísimo aplauso y puesto en pie, en una de las mayore ovaciones que se recuerdan en los últimos años de festival. Y es que aquella desgracia que rememoraron los miembros de la compañia Teatro de los Andes le puso rostro boliviano, pero la Desgracia es inmisericorde, no distingue de naciones ni credos, y el público, cuando es inteligente, entiende que está ante una obra universal. Entonces fue un terremoto en Bolivia, ayer fue un volcán en la Palma, pero el sufrimiento, es el mismo.
REPARTO
Lucas Achirico, Gonzalo Callejas, Alice Guimarães y Dario Torres
EQUIPO ARTÍSTICO Y TÉCNICO
Dirección y autoría: César Brie
Música: Cergio Prudencio, Luzmila Carpio, Bolero de Caballería de Sipe Sipe, Himno “Sanos y Fuertes”
Arreglos musicales: Lucas Achirico y Pablo Brie
Escenografía: Lucas Achirico y Gonzalo Callejas
Vestuario: Soledad Ardaya y Danuta Zarzyka
Objetos escénicos: Gonzalo Callejas
Técnico de luces: Ariel Hurtado
Técnico de sonido: Fabiola Mendoza
Asistente de dirección: Mercedes Campos
Producción: Teatro de los Andes
Redacción y fotografía: Santiago Navascués
©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS
Creo que ya te lo dije y lo reitero es un placer gigante ver y leer tus entradas!!!!! Y me sale gratuito.
ResponderEliminarGracias por alimentar mi alma y mis sueños.