sábado, 23 de marzo de 2013

“Curioso cuaderno de viaje de dos simpares viajeros” – 12ª Parada: LAS TRES CULTURAS; Sinagoga del Tránsito, Museo Sefardí (Toledo)


“Desde el ahora denominado "paseo del Miradero”, se puede contemplar un breve paraje abandonado entre numerosas casas, entre la Puerta Nueva de Bisagra y lo que se conoce como Barrio de la Antequeruela. Allí hubo un gran palacio, pocos años antes de que los Reyes Católicos expulsaran al pueblo Judío de sus territorios. Era un edificio inmenso y rico, con grandes escalinatas y caras columnas de mármol extraídas de viejas villas romanas que acompañaban el transcurrir del río Tajo por las tierras próximas a Toledo. En el patio central, se habían dispuesto unas colosales estatuas en actitudes feroces, que intimidaban a las pocas personas que accedían al interior del recinto, y bajo ellas unas extrañas inscripciones que sólo los iniciados acertarían a traducir.
Los toledanos de la época otorgaron al enclave fama de lugar infernal, dando al dueño del lugar como tratante con espíritus y con el maligno, pues sólo este sería capaz de dar a tal persona las suficientes riquezas para construir semejante palacio. Muchos sabían que el propietario era un viejo judío, que allí vivía con su hija, de espectacular belleza, y a los que rara vez se veía en público…”


Yunus fue siempre un hombre cabal, poco dado a fantasías, leyendas y mucho menos aún a supersticiones. Yunus era un hombre de ciencia; el estudio y la dedicación a su trabajo, aunque él lo consideraba su Destino en realidad, junto a su familia, lo eran todo para él. Por su familia, daría la vida, nunca pensó que pudiera ser capaz de arrebatársela a nadie, ni siquiera para vengar un daño ocasionado a los que más quería; dar la vida, siempre, quitarla…tal vez nunca. Ser médico, era no solo su Destino, sino también su pasión. Ser el médico más reputado de la ciudad, un honor, pero no un motivo para seguir haciendo lo que siempre había hecho: salvar vidas. De quien fuera. Sin importar su procedencia, su nivel adquisitivo, su color y lo más importante, su religión.
Ser médico implicaba no ver detalles distintivos en las personas, sino personas en las que había que fijarse en todos los detalles para poder salvarles la vida. Yunus siempre había hecho su trabajo, fijándose tan solo en la vida que tenía en sus manos, no en la persona en sí.
Ahora vagaba meditabundo y algo emocionado por las salas del Museo Sefardí.



− ¡ Sefarad no es una nostalgia, sino un hogar... Un verdadero lugar de encuentro, para las generaciones venideras .Paz para todos. Salom! –pensaba Yunus mientras recorría el Museo.

Yo le vi junto a la cortina que tapaba la Toráh, en el Gran Salón de Oración. Estaba sentada en el banco de azulejos a la derecha de donde se encontraba Yunus, tomando notas de todo aquello que veía. Es difícil describir como me sentía en ese momento, en ese lugar…saber que estaba en la que fue una de las Sinagogas más importantes del Toldoth judío de la Edad Media, me hacía sentir pequeñita e insignificante ¿Cuántas personas antes que yo habían estado allí, orando, reflexionando, meditando, entregando sus pensamientos más íntimos a Yavéh? una paz interior − antecedida minutos antes de llegar a la Sinagoga por una inquietud enorme, más cerca de la emoción que del nerviosismo− se apoderó de mí.




A mis oídos llegaban voces lejanas, arcaicas, eternas. Miles de oraciones se superponían las unas a las otras, sin taparse entre ellas, peticiones, quejas, exigencias, agradecimientos…expresadas en voces de hombres, de mujeres, de niños, voces que traían palabras que no entendía pero que allí sentada, con los ojos cerrados, me parecía comprender. Lo sé, una vez más, mi ávida imaginación estaba convirtiendo las voces de los turistas en voces del pasado ¿O era mi razón la que intentaba obviar esas voces, haciéndolas llamar, voces de visitantes actuales? vayan ustedes a saber.


“…A esta oscura fama se añadía los comentarios de los vecinos más próximos al palacio que afirmaban que durante las oscuras noches se oían a través de las paredes extraños rumores, fuertes gemidos de la bella hija del judío y en ocasiones el chirriar de extraños instrumentos… Mientras esto sucedía, unas inmensas columnas de humo asomaban por las chimeneas del palacio…
¿Quién era capaz de trabajar de esta forma todas las noches del año sino una persona con tratos diabólicos? ¿De dónde procedían los gritos y terribles ruidos que rompían el silencio de la noche toledana?
Estas y otras muchas preguntas se hacían los vigías de las murallas durante una fría noche de noviembre, mientras miraban con cierto temor las chimeneas del palacio que una noche más emitían espesas columnas de humo.
En su interior, en una gran estancia subterránea, al lado de un inmenso fuego, se encontraba un anciano de barbas blancas, consultando unos viejos pergaminos que recientemente ha encontrado en cierta cueva del interior de Toledo (pagando unas monedas a chavales que bajan hasta esos oscuros y amplios parajes olvidados por el tiempo a recuperar los preciados escritos, tesoros para el judío, con milenarios secretos escondidos entre sus renglones), en los que figuran en caracteres extraños, olvidados ya, que pocos pueden leer en la actualidad, una interminable serie de fórmulas y cálculos, acompañados de nítidos dibujos representando seres y formas infernales…”


Sea como fuere, fue entonces, al abrir los ojos, cuando vi a Yunus frente a las cortinas que guardaban la Toráh. No fue esa emoción contenida frente a las cortinas la que me llamó la atención hacia su persona. Tampoco lo fue esa devoción que mostraba con sus
manos en el pecho, orando para sus adentros y moviendo ligeramente los labios. Menos aún lo fue su mirada pérdida y su sonrisa discreta.
Fue su vestimenta, preciosa, tradicional o antigua, más bien arcaica, y su actitud discreta y misteriosa, lo que llamó mi atención sobre él. Portaba una túnica larga, azul oscuro y bordada en oro por todo el borde de las mangas y la abotonadura frontal; era realmente maravillosa, cuando me acerqué hasta él, pude apreciar que eran ropas de una calidad sin igual, terciopelo e hilo de oro ¿De dónde había salido este hombre? ¿Quién era? No sé si fue mi proximidad, su buena educación, nuestro cruce de miradas o mi insistencia cansina en hablar con él, lo que hizo que me mirara fijamente, esbozara una pequeñísima sonrisa y me dijera que se llamaba Yunus y era médico.




Me habló de su lugar favorito de Toledo, Toldoth, como él lo nombraba, El Puente de Alcántara, siempre sin quitar importancia a la maravillosa Sinagoga en la que nos encontrábamos. Yunus me habló de la familia, del deber, del Destino y de los amigos, tan importantes para un hombre como sus propios consanguíneos. Y aquí asentí efusivamente, hay amigos que ni los tiempos ni las edades pueden alejar de una. Y aquí fue donde Yunus asintió mis palabras.
Creo que en ese momento ambos nos consideramos amigos. Amigos recientes y con fecha de caducidad, pero amigos en ese preciso momento, que era el que nos ocupaba entonces ¿Qué más requisitos pedir a un amigo? Continuamos recorriendo juntos el Museo, aunque mi reciente amigo se empeñaba una y otra vez en llamarlo simplemente Sinagoga, pues según él, es impensable hacer de un lugar de culto, un lugar de visitas, aunque bello, seguía siendo muy bello.



Extraño este amigo mío, pero no esperaba menos de él. Santiago, enfrascado en sus fotografías del artesonado y el muro de Hejal de la Gran Sala de Oración, nos vio marchar hacia las siguientes salas sin inmutarse siquiera de verme partir con un desconocido; a estas alturas, creo que ambos ya no nos sorprendíamos por casi nada. Casi nada, que aún es algo.
Cruzamos la puerta de Acceso a la Sacristía, preciosa puerta de estilo plateresco, sobre el Friso lucían orgullosos dos escudos de los Caballeros de Calatrava, y una inscripción que me llamó poderosamente la atención sobre el Vano: “Xtroval de Palacio me fecit”

−Nos dice quien fue su padre, su creador –me dijo Yunus− Cristóbal de Palacio me hizo. Es sencillo ¿No sabe usted latín?

No quise entrar en detalles con mi curioso amigo, pero fui una de las primeras de la clase de clásicas y semíticas…si me viera ahora mi profesora, me daba en la cabeza con la Guerra de las Galias.




Nos encontrábamos en la sala superior, desde donde la Gran Sala de Oración se veía más inmensa y hermosa si cabía que desde abajo, cuando entramos en la Sala de Mujeres. Yunus parecía algo atorado cuando entramos en la sala, creí ver un pequeño
rubor en su rostro al ver ciertas prendas y objetos femeninos de la época; sin duda este amigo mío era todo un Caballero, o un romántico, o simplemente, un tímido de mucho cuidado.
Yunus me mostraba con gran entusiasmo cada una de las prendas que había en cada vitrina, contándome con todo tipo de detalles su uso y utilidad. Vimos la ropa que se utilizaba durante el Ciclo Vital de todo judío, desde el nacimiento hasta la muerte; los ropajes utilizados en el Ciclo Festivo, desde Yom kipur, Sukot, hasta Hanuka y Ros Ha-Sanah. Me habló intensamente del Cuerno Ritual o Shofar, cuyo sonido musical era bellísimo, según Yunus.




Me llamaron poderosamente la atención, una chaquetilla verde y roja y una casaca corta negra de terciopelo, fina y ricamente bordada en oro, toda una obra de arte. Yunus me explicó que eran delicados ropajes destinados al hijo predilecto, al más amado, al primogénito, al que ha de llevar tu honor y tu apellido por bandera. Yunus suspiró al decir esto y su mirada y razón parecieron perderse muy lejos de allí durante largo tiempo. Una lágrima que apenas llegó a nacer en el lagrimal, le devolvió a mi lado.

−¿Tiene usted hijos, mi querida amiga? –me decía mientras yo negaba con la cabeza− son el mayor de los tesoros y el apoyo de todo anciano en su decrépita vejez. Yo tengo dos hijas adoptivas, Sarwa y Karina, mis dos pequeños tesoros, pues aunque doy mi vida por ellas, un hijo varón hubiera sido mi gran Tesoro. Y yo tuve un gran amigo que fue como mi hijo, mi hijo…pero eso es otro asunto, no quiero molestar a mi reciente buena amiga.

¡Quien me diera las uñas de un gavilane, desde que se ha muerto mi hijo, yo viviendo en pesare!, rezaba una oración en un pequeño libro tras la vitrina. Miré a mi amigo médico y vi una pequeña sombra de tristeza en su mirar. Lo sentí mucho por él, sin saber siquiera que era lo que tanto le pesaba.


“…El anciano gasta gran parte de las riquezas que durante toda su vida ha logrado (trabajando honradamente en el comercio con lejanas tierras), en realizar misteriosos conjuros y pactos con el diablo. Aunque sus artes de inspiración diabólica, el fin de sus desvelos es descubrir la fórmula secreta que devuelva la salud de su hija, aquejada de una grave enfermedad que ningún médico árabe (los más reconocidos en este tiempo) es capaz de curar.
En la noche oscura de noviembre en la que los vigías miran hacia las chimeneas del palacio, el anciano padre, preocupado, mezcla extraños brebajes en el extenso laboratorio alquímico improvisado en los sótanos… Queda poco tiempo, pues su hija empeora con los días, y hoy es la noche en la que ha logrado reunir todos los ingredientes para una importante prueba…”


Se acercaba el final de nuestra visita al Museo Sefardí, Santiago se unió a nosotros y ambos hombres, médico y fotógrafo, se saludaron cortésmente. Vi enseguida que en los ojos de mi simpar compañero de viaje, asomaba un brillo más de emoción que de sorpresa, ante nuestro nuevo amigo. Era lo que Yunus despertaba en quien le rodeaba, no me cabía la menor duda, en mí lo había hecho desde el primer momento en que le vi.
Estábamos de nuevo en la planta baja, en la sala 1, la que nos hablaba de Los Judíos en el Antiguo Oriente. Era una sala pequeña, pero cargada tras sus vitrinas de magníficos y preciosos objetos, cuya mayoría, yo desconocía por completo, y no hablemos de sus nombres. Pero Yunus no tuvo ningún reparo en mostrarnos todos y cada uno de ellos y en hablarnos de la historia y uso de tan preciados objetos: Jarras, hachas, amuletos, brazaletes, vasos, copas, figuras femenimas, una lámpara o Hanukiya ritual, perfumador, Mezuzá, cuerno litúrgico, la Meguila, la Biblia Hebraica, Astarté, la Menora, y sobre todo, con respeto infinito, el Talmud.
El collar y la caja para la Torah, me dejaron sin respiración. Tal era su hermosura.




Yunus no parecía cansarse nunca de darnos explicaciones a todo aquello que veíamos, ya fuera un pequeño objeto, o una historia que contar. Y había muchas entre aquellas paredes del Museo, muchas y buenas. Oírlas de boca de nuestro médico judío era toda una delicia para los sentidos, su voz era embrujadora y su tono cansado, hechicero.
Nos sentamos a descansar unos minutos en el Jardín de la Memoria, donde descansan eternamente los cuerpos de ciudadanos ilustres de aquel Toldoth medieval del que tan bien y tan prolíficamente nos hablaba Yunus. Pero nosotros no podíamos descansar para toda la eternidad, no todavía, cuando había tanto que ver aún.


Llegó el momento de despedirnos, mi simpar compañero de viaje y yo aún teníamos que visitar la Mezquita y la Catedral, y en honor a Yunus, y a mi profesora de latín, Tempus fugit.
Yunus nos dijo que él también tenía mucho que hacer todavía, pues había realizado un largo viaje desde Al-andalús para reencontrarse con sus orígenes, y sus buenos amigos. Se despidió de nosotros y nos aventuró que el Destino nos uniría de nuevo en aquella mágica ciudad de Toldoth…y marchó despacio por la Calle San Juan de Dios.

Al-Andalús…curiosa forma de denominar en nuestros tiempos a la siempre grande y legendaria Andalucía. De todas formas no me imaginaba a mi nuevo llamándola de otra manera. Yunus pertenecía a un tiempo fuera de estos tiempos.
Y marchamos Santiago y yo hacia la Mezquita del Cristo de la Luz.


“…Pero la fatalidad persigue al anciano, pues cuando en el preciso momento en que dos guardias miraban los tejados del palacio, se escuchó un prolongado rumor, similar al que precede a un terremoto, al tiempo que una intensa llamarada iluminó la noche de Toledo y al poco, una terrible explosión hizo desaparecer el palacio envolviéndolo todo en llamas.
Tras una dura noche en la que numerosos vecinos se aproximaron a ayudar en las tareas de extinción, para evitar que las llamas arrasaran todo el barrio, y con las primeras luces del día, las autoridades de la ciudad, incluyendo el Obispo, se acercaron hasta los rescoldos humeantes del palacio, y tras bendecir los restos, los presentes vieron cómo de entre las ruinas se recuperaban los cuerpos de sus dos habitantes, prácticamente carbonizados.
Todos interpretaron sus muertes como una intervención del maligno, o como un castigo por los rumores que habían oído de los habitantes del palacio. Nadie supo jamás que un padre intentaba salvar la vida de su hija, con catastróficas consecuencias. Tal vez no fuera el camino más acertado, pero la superstición y la desesperación llevan a veces a caminos prohibidos.
Hasta hoy, en el solar que ocupó el palacio incendiado, nadie se ha atrevido nunca a edificar, y se sigue observando alguna ruina que allí asoma desde el paseo del Miradero.”
( El Diablo Judío, Leyendas de Toledo)



SINAGOGA DEL TRÁNSITO
 MUSEO SEFARDÍ

Calle Samuel Leví s/n
45002 Toledo (España)
Teléfono: (34) 925 22 36 65
Fax: (34) 925 21 58 31

Información y Reservas de grupo:
reservas.msefardi@mecd.es


TEXTO: Yolanda T. Villar
FOTOGRAFÍAS: Santiago Navascués Ladrón


©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

2 comentarios:

  1. Madre mia, que bonito!

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    1. Hola Anna!!

      Este gato está encantadísimo de que te haya gustado esta parada. Es un placer tenerte siempre por aquí.
      Maullidos simpares.

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