DIAS SIN SOL, DE FELIX GARCIA HERNAN
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Portada de Félix García Hernán |
Hubo un tiempo en el que viví muy de cerca la burbuja del sector inmobiliario. Fueron unos años locos, de crecimientos interanuales del valor de la vivienda de un 20% del total. Aquel piso que costaba cien mil euros, al año siguiente su valor era de ciento veinte mil. Y si andabas buscando vivienda y no te decidías pronto, ya podías estar avispado para no verder el tiempo dudando, o venía otro comprador como tu y te birlaba la joya. ¡Menuda cara de tonto se te quedaba! Todo se vendía: lo bueno, lo decente y lo indecente también. Y sus valores aumentaban al mismo ritmo, sin nadie que advirtiese que un corral de ovejas, por mucho que pudiese incrementar su coste, nunca podría alcanzar al de una mansión en la montaña.
Recuerdo una anécdota que me sucedió al hilo de una una conversación con el director de una entidad bancaria respecto de una venta de un piso que se vendía un cuarenta por ciento por encima del precio que el sentido común establecería si este hubiese sido utilizado en aquella época. El comprador era un inmigrante sin trabajo, que llevaba cobrando el paro desde hacía cuatro meses, casado y padre de dos hijos, con uno en camino. Mi ingenuidad me hizo preguntarle al director que si iba a concederle la hipoteca, a todas luces con una probabilidad de morosidad elevada (siempre he pensado que, si tuviese que elegir entre pagarle a un banco o darle de comer a mis hijos porque no tengo ingresos que me permitan cumplir con ambas obligaciones, antepondría en cualquier caso la perpetuidad de mi sangre). Aquel hombre, con unos cincuenta años, al abrigo de unos resultados de su oficina cada año más abultado que el anterior y un atisbo de pesar ante una situación que se le escapaba de las manos, arqueó las cejas al tiempo que suspiraba antes de confesarme, resignado: "¿Y qué quieres que haga? Si no se la concedo yo, lo hará el del banco de enfrente." Fue entonces cuando descubrí la podredumbre del sistema, al constatar que de aquello todos sacaban tajada aún a sabiendas de que no era ni sensato ni cabal seguir engordando ese globo que no tardaría mucho en explotar.
Resulta sorprenderte toparte con una novela como la que hoy os acercamos hasta este blog. Sorprende por la trama, porque nos habla de una época brillante para unos pocos, en la que se lucraron tan rápido como nunca antes había sucedido; sorprende por los personajes, algunos de ellos conocidos para quienes hayan leído las dos novelas anteriores del autor, pero a los que encontramos en una fase temporal diferente, por lo que no deben leerse del tirón para seguir una línea argumental global; y sorprende porque, siendo esta la tercera novela de Felix García Hernán, da la sensación que fuese la número diez o doce, pues su arquitectura está más que asentada, como si el escritor llevase ya un bagaje literario a sus espaldas tan amplio que sólo gracias a esa experiencia acumulada previa suena creíble edificar con facilidad inaudita una novela como la que nos regala.
Días sin sol nos acerca a la vida de tres triunfadores que cayeron en el olvido; dos hombres y una mujer que gozaron de todos los privilegios de los que se beneficiaron personajes vinculados con la justicia, la banca o los despachos de los departamentos de Urbanismo de los ayuntamientos. Cuando descubren el envés de la moneda que hasta entonces conocían, alivian sus frustraciones en los foros de un conocido diario digital. Un día, cegados por el anhelo de venganza personal y el deseo de demostrarle al sistema y a sí mismos que su rechazo fue una equivocación, deciden formar un equipo para llevar a cabo un plan tan descabellado como siniestro.
César, que se erige como el autor intelectual de la venganza, trabajaba en un prestigioso club de golf marbellí, donde tras años de ganar dinero a espuertas gracias a los contactos que tejió con los más influyentes socios del club, fue despedido por intento de agresión a un antiguo amigo, inversor en bolsa, que le hizo perder todo su dinero en una de esas escaramuzas bursátiles.
Eduardo es un funcionario de urbanismo detestado por su jefe que acusa enormemente la pérdida de su mujer, víctima de una enfermedad letal que acabó con su vida, probablemente agravada por las dificultades económicas que atravesaron cuando comenzaron los problemas laborales y no pudieron pagar la hipoteca de la vivienda que siempre habían soñado.
María es una directora de banco acosada por decenas de clientes enfurecidos que se sienten estafados por ella tras la venta de unos productos financieros opacos, y que además se acaba de separar de su marido, un juez prestigioso de oscuro comportamiento. Al bochorno que le supone saber que le han dejado por otra, se une la incertidumbre de sospechar que su ex en cualquier momento le reclamará la custodia de su hijo Enrique, a quien no soportaría perder por nada del mundo.
Los tres personajes sobre los que gira la trama son visceralmente humanos, y a pesar del comportamiento que desarrollan en la novela, el lector puede llegar a entender que las acciones que llevan a cabo son como las de un animal que se siente acorralado: quizá por miedo o puede que viendo su final cerca, se revuelven con fuerza. El resultado es que no se plantean dilemas morales de ningún tipo, por eso no les tiembla el pulso para materializar su venganza.
Cuando se produce la primera de las muertes, la investigación es llevada por Fernando Luengo y Raúl Olaya, dos inspectores de policía avispados que no consiguen encontrar una pista que les haga sospechar de alguien en concreto. Sin embargo, al aparecer el segundo muerto y llevados por la presión mediática y de las altas instancias gubernamentales, acabarán solicitando la ayuda de su antiguo jefe, el comisario Javier Gallardo, apartado de la primera línea por los jerifaltes de la policía por excesos procedimentales, pero de cuya sagacidad y capacidad analítica saben que no pueden prescindir si quieren dar con los culpables. A partir de entonces, se abren dos líneas argumentales, las que protagonizan estos últimos, siguiendo las escasas pistas que van encontrando después de cada muerte, y las de los vengadores del foro, que sabiendo que actúan bajo un plan perfecto, lo llevan a cabo con una frialdad pasmosa. Cuando sucede algo que ninguno esperaba, la distancia que separa a unos de otros se va estrechando cada vez más, y el ritmo de la novela se acrecienta hasta conseguir un desenlace brutal y apoteósico.
De nuevo Félix García Hernán lo consigue de nuevo: compone una novela ágil, con unos tempos narrativos perfectamente ajustados, algo más pausados al inicio para introducirnos en los pesares de los protagonistas, y mucho más acelerado a medida que se van sucediendo los asesinatos y las investigaciones; recrea unas personalidades complejas, llenas de claroscuros, con unas intenciones claras de supervivencia; el estilo es fílmico, abundan las transiciones rápidas, la acción constante, los diálogos fluidos y directos. No hay artificios en el lenguaje de Félix, no los necesita, como nunca los necesitaron los grandes escritores de novela negra americanos. Es la propia trama, el desnudar a una sociedad que falla, a un sistema que tiene pérdidas en forma de corrupción, tráfico de influencias o mercadeo de ilusiones ajenas, lo que se erige en sí misma como el gran efecto que atrae al lector y lo conduce, sin solución de continuidad, hasta el fin de una novela, Días sin sol, que os recomendamos encarecidamente que la leáis, pues no saldréis defraudados. Quién sabe, pero seguramente en un tiempo, podríamos verla en pantalla. Mimbres no le faltan.
Una reseña de Santiago Navascués
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¡Hola! Me gustan este estilo de lecturas, en donde conocemos las historias de personas con las que muchos se podrán identificar. No he leído nada del autor, pero me gusta todo lo que nos cuentas, por lo que me lo llevo apuntado. Muchas gracias por la reseña. ¡Un beso!
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo contigo. Desde que descubrí a Félix García Hernán con Cava dos fosas supe que tenía muchas más alegrías que darnos. Y estos Días sin sol y la anterior novela, Pastores del mal, lo demuestran con creces.
ResponderEliminarUn beso.
Desde que leyera "En la orilla" del desaparecido Chirbes supe que la crisis del ladrillo o de las hipotecas subprime habían generado una tendencia literaria que en mi blog la elevé a categoría con la etiqueta "novelas de la crisis". Veo que sigue dando lugar a nuevas producciones y eso que ya estamos en otra crisis, la del COVID.
ResponderEliminarNada he leído de este escritor pero veo que a pesar de tener en su haber sólo tres títulos maneja con gran soltura todos los hilos y procedimientos de la narrativa. Tendré que darle una oportunidad. Me lo apunto.
Muchas gracias, Yolanda, por esta reseña de Santiago Navascués. Hacía tiempo que yo no pasaba por aquí, un blog que siempre me ha encantado.
Un fuerte abrazo para Santiago y un beso para ti, Yolanda.
Gracias por la reseña, pero ahora no me apetece una novela de esta temática. Besos.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo en todo contigo, ha crecido como autor y el tema te pone frente al espejo, duro.
ResponderEliminarBesos
Anécdota curiosa la del sector inmobiliario. Esa era la realidad hace años atrás. Pero también sigue siendo la realidad para venta a extranjeros potentados en según qué zonas.
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