lunes, 25 de julio de 2016

REINA JUANA - Festival de Teatro Clásico de Olite



El acto de la confesión acostumbra a tener un punto de arrepentimiento. Y es que llega un momento en nuestra vida que sentimos la necesidad de transmitir a alguien todos esos pensamientos, algunos extraviados, otros machaconamente reincidentes llamando a las puertas de nuestro recuerdo, como método para redimirnos y liberarnos del peso que supone cargar con ellos sobre nuestra conciencia.
Para algunos sectarios, buscadores de tinieblas y sabuesos del vicio, serán pecados a catalogar en sus listados de putrefacción conforme a su moral (purulenta desde el inicio y por lo tanto herida de muerte desde su nacimiento). Para los demás, son sólo vivencias del ser humano de las que cada uno sale como buenamente pueden y que han de quedar como lo que son: sucesos a veces trágicos, a veces agradables, de los que siempre hay algo que extraer para aprender.
Cuando una confesión llega de un Rey, la procedencia más elevada de la jerarquía social, no queda sino esperar los más grandes acontecimientos, las anécdotas más envidiadas... pero también, los sucesos más oscuros y los pecados, que los cometen, más siniestros.



No pudo comenzar de un modo mejor la XVI edición del Festival de Teatro Clásico de Olite. La organización, con gran acierto, colocó en parrilla de salida a uno de los animales escénicos del panorama nacional más longevos y enérgicos: Concha Velasco. Con ella sobre las tablas del escenario de La Cava, el cartel de No hay entradas colgaba de las taquillas desde hace varios días, y su presencia, lejos de defraudar, engrandeció más si cabe su legendaria fama de actriz colosal. Y es que la Velasco, a la que le han regalado un caramelo en forma de monólogo escénico, devuelve a la vida con intensa sensibilidad a la Reina Juana de Castilla, la que pasó a la Historia (esa que escriben los vencedores de las guerras más despiadadas pero también de las intrigas cortesanas más descarnadas) con el sobrenombre de Juana La Loca.



Reina Juana es una obra muy bien compuesta por Ernesto Caballero, en la que la protagonista, unas horas antes de su fallecimiento en su encierro de Tordesillas, ofrece un monólogo a modo de última confesión frente a Francisco de Borja, jesuita enviado por Felipe II para detectar en su abuela alguna señal luterana o demoníaca que fuese la causa de la afamada locura de la Reina Juana. Así, aquella reina que jamás reinó y que siempre estuvo a disposición de los intereses de todos cuantos le rodeaban con aviesas intenciones, hace un repaso inconexo por los momentos más importantes de su vida: su niñez, siempre educada en la obediencia dada su condición de Infanta, y en la que ya su madre Isabel la Católica veía algo extraño porque no acostumbraba a acudir a misas ni mostraba afinidad por las Sagradas Escrituras; la soledad de un viaje en el que, siendo una adolescente, fue enviada por sus padres en busca de su destino en la tierra de Felipe, el Hermoso, archiduque de Austria, duque de Borgoña y Bravante y conde de Flandes; el amor carnal al que se entregó al conocer a su marido y la dicha que la llenó durante años al estar a su lado y darle seis hijos; los celos que, a veces, le nublaron la razón al saber de las correrías y juergas de su marido con otras mujeres del reino cuando frecuentaba las innumerables cacerías a las que era aficionado; el duelo por la muerte de la principal figura de su vida, su madre, y el dolor que la embargó hasta el fin de sus días; la negación a encabezar, como así le pedían cientos de nobles, la revolución de Los Comuneros frente a su hijo Carlos V, que quizá hubiese hecho de esa incipiente España un país descentralizado y a la vanguardia de Europa (aquel sueño que llegó demasiado pronto y que, como todo lo que nace antes de tiempo, poco tiempo duró vivo); la declaración de incapacidad de su padre Fernando y de su marido Felipe para apartarla de la corona que legítimamente y por designio testamental de su madre le pertenecía sobre las tierras de Castilla; el internamiento en Tordesillas para tratar su supuesta  enfermedad mental; el inesperado fallecimiento de Felipe y con él, de una parte de su propia vida... La otra, cautiva también por los designios de su nieto, hacía años que se hallaba moribunda sin nada que le sirviese como reclamo para regresar...
Sobre el escenario, Concha Velasco fluye como un torrente de agua: brava y poderosa como agua que escurre sin cauce establecido desde un monte cuando se refiere a los celos; sutil y cristalina al referirse a la pasión que la llenó de vida junto a su marido; descarnada y silenciosa, como un lamento de lluvia cuando muestra sus temores, sus miedos y se enfrenta a las pérdidas de los que ha amado.
A todo ello contribuye una puesta en escena muy acertada en la que, desde dentro de la celda que ocupa Juana I de Castilla, se abren ventanas y puertas que ofrecen la única luz que se cuela sobre el escenario, o la precisa videoescena que se proyecta sobre el fondo y que introduce al espectador en los recuerdos de la protagonista: ora un mar embravecido, ora una guerra sin cuartel, ora los hombres de su vida, ora la lluvia que de niña inundaba de miedos sus sueños.
La Reina Juana, una mujer que por fin puede hablar sin veladuras y que le demuestra al mundo que su locura no es más que el fiel reflejo en un juego de espejos de quienes le rodeaban y manipulaban para que, con las razones de Estado como excusa que todo lo abarca, hacer de una buena mujer un títere al que manejar o intercambiar con el único fin de ensanchar fronteras, establecer acuerdos, usurpar el poder o mantenerlo al precio que fuese. Juana, la primera reina de todos los reinos de lo que tiempo después se llamaría España, que amó a su marido tanto como luego la aborreció, que vivió la vida que los demás esperaban de ella y no la que ella quiso vivir, que conoció de primera mano el efecto que sobre los hombres tiene una Corona y que renunció a ella no por obligación, si no por no ser como ellos, como su sangre, por no ser una más en un nido de cuervos.
 


COMPAÑÍA
Grupo Marquina - Siempre Teatro

DIRECCIÓN
Gerardo Vera 

REPARTO
Concha Velasco

EQUIPO ARTÍSTICO
Autor:  Ernesto Caballero

Escenografía: Alejandro Andújar y Gerardo Vera 
Iluminación: Juanjo Llorens 
Vestuario: Alejandro Andújar 
Videoescena: Álvaro Luna 
Diseño de sonido: Raúl Bustillo 
Fotografía: Sergio Parr
Ayudante dirección: José Luis Collado 
Ayudante escenografía: Laura Ordás Amor 
Construcción escenografía: Mambo & Sfumato 
Realización vestuario: María Calderón y Ángel Domingo 
Regiduría: Fran Martí 
Sastrería: Rosa Castellano 
Electricidad: Mario Díaz 
Maquinaria: Marcos Carazo 
Sonido: Jonay Ferreiro 
Producción ejecutiva: Alberto Closas

 

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Redacción y Fotografía:
Santiago Navascués

©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

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