Siempre he creído que la gastronomía es una ciencia inexacta, y por ello la defino más como arte que como ciencia; porque, precisamente en su inexactitud, en la incapacidad para precisar el gramaje del conocimiento acumulado, de la inspiración etérea, o del talento, radica la magia que trasciende más allá de lo que los sentidos que la sopesan; que deja atrás el necesario fin de la alimentación, algo físico, para alcanzar cotas más elevadas: la mezcla de los sabores, la sorpresa del trenzado de los aromas, la alquimia de las texturas…
Sin embargo, se trata de un arte que no está al alcance de cualquiera, y ésto es fácilmente demostrable: ofrécele a dos personas distintas una cesta con productos idénticos, comprados en el mismo mercado, a la misma hora, servidos por los mismos hombres y mujeres que entregan sus vidas a mejorar día a día el producto que asegura las vidas de los suyos; pon a su disposición la misma cocina, con los mismos pucheros y electrodomésticos, el mismo horno, incluso la misma vajilla… Pídeles que realicen ambos el mismo menú y comprobarás, después de un tiempo necesario (quizá uno necesite algún minuto más u otro alguno menos), que la base es la misma, pero el resultado es completamente diferente. Por eso no todo el mundo puede ser cocinero.
La culminación llega cuando, de entre esos cocineros, destacan algunos que plantean la gastronomía como un ejercicio en el que descubrir y re-descubrir los placeres para los sentidos. La base sigue siendo la misma para todos los cocineros, pero es quizá ese deseo de ir más allá, de lanzarse al vacío aferrado a un producto en el que creen, lo que les hace ser capaces de sorprender, de reinterpretar unos menús con siglos de historia, cargados de tradición y perfeccionamiento. Cuando lo consiguen, lanzan a sus comensales a un lugar más allá de una acción cerebral de pura diferenciación entre el ácido, el salado, el dulce o el amargo. Exploran nuevos caminos, algunos nunca transitados; otros, por el contrario, les devuelven atrás en el tiempo, les retrotraen a su infancia, a aquellos sabores añejos que encontraban en los fogones de sus abuelas… Y así, mediante la sorpresa, alcanzan la emoción, que no es otra cosa que el verbo de las entrañas… Es entonces cuando la pasión se desborda y llevan a éxito el más difícil todavía: que un acto tan trivial como alimentarse, que serán millones a lo largo de una vida, perviva en el recuerdo y se haga eterno.
En la literatura ocurre algo parecido. Todo está escrito y, sin embargo, siempre hay margen para sorprender: dependerá del escritor y de su anhelo por escapar del convencionalismo, por transgredir las normas y desafiarse a sí mismo por ver hasta dónde es capaz de llegar, como si de un funambulista se tratase, sabiendo que, bajo el alambre, no hay red. Sólo quienes están dispuestos a probar el sabor acerado del riesgo serán merecedores de paladear las mieles de un éxito que no es comparable a ningún otro. La novela de Rebeca, el último trabajo de Mikel Alvira publicado por Ediciones B, se erige en un claro ejemplo de ello.
Nos encontramos ante una novela a priori compleja en la forma en la que se presenta la trama, pues estamos ante dos novelas, una dentro de otra, y ambas se van intercalando de manera trenzada en pequeñas entregas y desordenadas en el tiempo.
Por un lado, descubrimos la vida de Simón Lugar, un escritor con talento suficiente para mantener un éxito literario de manera continuada con sus novelas, pero que se siente incompleto porque todavía no ha conseguido alumbrar la novela que él realmente desea, y que quizá no sea la novela que se espera de él. Simón, en un viaje que hizo a Argentina hace algunos años, conoció a dos personas, Luz y Rebeca, sobre todo Rebeca, a quien no puede quitarse de la cabeza y por quién, en esos momentos, se encuentra escribiendo una novela cuya protagonista luce su nombre. Y aquí llegamos a la segunda novela. En ella, Rebeca, una joven con alma de escritora pero que se gana un dinero redactando artículos para una revista de arquitectura de prestigio, asiste, de la mano de un tío suyo que trabaja en el cuerpo de policía autonómico, a la investigación de una serie de asesinatos que se van produciendo de manera encadenada pero sin aparente relación entre ellos, salvo que todos los cadáveres tienen la edad: cuarenta y cuatro años. Su intención es escribir una novela negra basados en hechos reales, y ya se sabe que, quien quiera peces, debe mojarse el trasero. Hasta aquí un pequeño bosquejo para comprender, a grandes rasgos, lo que tenemos entre manos.
Pero esta novela es mucho más. Su autor, deliberadamente o no, desnuda al escritor y lo muestra ante el lector tal cual es, sin parches que cubran sus carencias ni piezas que adornen sus cualidades. Nos acerca a un hombre rayano en lo obsesivo por el orden en su entorno, el método en su trabajo, y el celo con el que se guarda del contacto con otros humanos. Es probable que muchos piensen que ser un escritor de éxito sea una de las cosas que todos sueñan con que les suceda: éxito, fans, firmas de libros, eventos, entrevistas, cócteles… Lo que no saben es que, quizá, casi todos sueñan eso, salvo los escritores de éxito, a los que, en su mayoría, les parece un coñazo, un alejarles de su hábitat de soledad y teclas desgastadas. Cuanto menos, a Simón Lugar le ocurre eso.
También nos muestra cómo le afecta a un escritor sus miedos, sus inseguridades o las experiencias que vive en su día a día, y cómo influyen éstas en su trabajo de manera definitiva. Y, además, nos enseña el control al que se ve sometido el escritor por parte del negocio literario a través de su agente, una mujer que cuida de Simón como de un preciado bien, sabedora de la potencial fortuna que le puede reportar, pero que no sabemos si lo hace realmente porque su relación es únicamente profesional o ha traspasado esa barrera y lo ve como un amigo al que realmente aprecia. Plazos de entrega de los primeros capítulos, correcciones, escribir lo que se espera de él… Demasiada presión para quien únicamente desea escribir esa idea que emerge en su cabeza por encima de las demás, sin arneses ni bocados.
En esta novela, Mikel Alvira nos habla de la profunda huella que dejan en nosotros algunas personas que nunca hubiésemos imaginado antes que lo harían, de la oscuridad que cubre de sombras algunas almas humanas, de la frialdad con la que opera la venganza, de lo desconcertante que resulta encontrar en tu camino a alguien que te atrae sin sentir la necesidad de que te atraiga… Y además, lo hace con un estilo muy cuidado, meciendo palabras en un mar calmo de pensamientos en los que Mikel, o Simón, los deja expuestos de un modo lírico, a veces metafórico, otras melancólicas, siempre precisos para conectar con ese lector que disfruta leyendo una buena historia, pero también con el que encuentra placer en pasajes trabajados con la urdimbre de la reflexión y lo bello.
Y como toda novela que busca sorprender, su final debe estar a la altura. Nada de lo anterior tiene sentido si el cierre no resiste la potencia que le precede. Aquí el escritor hace gala de sus dotes de orfebre como narrador, desvela el desenlace de las tramas agilizando el texto e impulsando al lector a volar sin motor, empujado por los acontecimientos, y dejándole disfrutar del momento, de un cierre que... ¿son dos, que son tres…? Que es magia.
La novela de Rebeca, un gran descubrimiento donde calidad y entretenimiento van de la mano de manera magistral; una novela que no debería probar quién no acostumbre a leer, porque corre el riesgo de pecar y ser condenado a vagar hasta el fin de sus días en la tierra de la Literatura.
Bendita condena.
LA NOVELA DE REBECA
de Mikel Alvira
ISBN 978-84-9746-984-5
Una reseña de Santiago Navascués
©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS
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No conocía al autor, ahora he indagado sobre él y me apetece mucho leerle y si me atrevo, reseñarle.
ResponderEliminarMe encantáis siempre, vuestras reseñas son fabulosas, sin duda alguna en cuanto saque mi primera novela en unos meses, me pondré en contacto con vosotras.
Abrazos
Pues ahora ya no puedes decir que no le conoces, así que estamos deseando que leas su novela y hagas la reseña. Y por supuesto, sabes que cuentas con nosotros Eli para lo que quieras.
EliminarUn abrazo.