Sebastián Roa.
Imagen extraída de su Perfil de Autor en Facebook
El
ejército de Dios es la novela central de una trilogía que se inició con La loba de Al-Ándalus y de una próxima
que está aún por llegar. Comprende la época histórica de la Edad Media, durante
el último tercio del siglo XII. En ella se narra la re-invasión árabe de la
península ibérica por parte de los Almohades, una dinastía de origen bereber
que, empuñando la espada de la ultraortodoxia en la fe islámica, sometió a
cristianos y andalusíes (árabes de segunda a sus ojos por no ser férreos en el
islam) en el terror. De la unión de los reinos cristianos dependerá el éxito o
el fracaso del ejército califal.
EL GATO TROTERO: Después de escribir una novela
histórica de más de ochocientas páginas, con la labor de documentación tan
enorme que se presupone y el esfuerzo mental que requiere para unificar tramas,
datos, contextos... ¿Cómo se le queda a uno el cuerpo?
SEASTIÁN ROA: Con una
mezcla de sentimientos. Alivio, porque se pone punto y final a un proyecto que
se presentaba complejo y trabajoso. Satisfacción por el resultado, pero
incertidumbre por cómo lo recibirá el lector. Cansancio, desde luego: son años
de documentación, preparativos y escritura. Ganas de afrontar el siguiente
reto, que ya ronda por la cabeza cuando todavía no se ha terminado el anterior.
Vamos: campo abonado para el trastorno mental.
EGT: El
ejército de Dios es una novela histórica coral que recrea los convulsos
años del final del siglo XII en la península ibérica y los territorios del
imperio almohade. Existen varios personajes principales como Yusuf o Yaqub, segundo
y tercer califa almohade, o Alfonso VIII de Castilla y Fernando II de León,
entre otros. Pero también son imprescindibles en la trama Abú Yahyá (maestro de
Yaqub), Ibn Sanadid (guerrero andalusí de fronteras), Safiyya (hija del rey
Lobo y mujer de Yaqub), Pedro de Castro (heredero de un noble linaje
cristiano), Urraca López de Haro (hija y, más tarde, hermana del Señor de
Vizcaya) o también Ordoño de Garcés de Aza (noble castellano). ¿Fue muy
compleja de trabajar esta novela para dar cabida a tantos personajes y definir
la importancia de cada uno de ellos en la novela, así como sus tiempos de
aparición?
SB: Sí que fue
compleja. Diseñar una novela clásica, con una sola trama, exige tener clara la
distribución de puntos clave y la evolución del personaje que la protagoniza.
Cuando se trata de tramas paralelas, el trabajo se multiplica porque existen
varios protagonistas que han de crecer a la par y de forma coherente. La
alternancia de tiempos y los cruces forman parte de esa estructura. Por poner
un ejemplo: Pedro de Castro necesita a Urraca para evolucionar como personaje,
pero también depende de su relación con Fernando II, de los tejemanejes de
Leonor Plantagenet y de la rivalidad entre los Castro y los Lara. Un auténtico
rompecabezas del que uno se hace una idea cuando ve mis esquemas y gráficos
esparcidos por el escritorio.
EGT: En el lado cristiano asistimos al perjuicio que supone la desunión de los reinos cristianos. La pregunta es obligada aunque seguro que la habrá tenido que responder en otras ocasiones ¿De haber existido una unión férrea entre los distintos reyes de la península se hubiese podido derrotar antes a los invasores árabes, o la potencia militar de estos últimos hubiese impedido cualquier tipo de Reconquista anticipada?
SB: Sin duda.
La historia nos demuestra que la dispersión debilita. Ocurrió cuando el
poderoso califato de Córdoba se desmembró en las primeras taifas, y volvió a
ocurrir cuando Alfonso VII dividió su herencia y dejó a los cristianos
separados y mal avenidos. Y viceversa: los movimientos unificadores, como
almorávides y almohades, se mostraban más fuertes que los cristianos al
presentar un solo frente. Y solo hay que recordar las Navas de Tolosa para ver
qué pasó cuando los reinos ibéricos decidieron actuar en común.
EGT: Del lado árabe podemos encontrar la forja y evolución de un gran líder guerrero: Yaqub Al Mansur, que se convertirá en tercer califa del imperio almohade. Criado bajo la bandera de la fe y de la guerra, pasa la mitad de su vida empleado en apagar fuegos y revueltas desatados en los confines de su imperio, bien al Oeste, bien en Al-Ándalus, que exprimían las arcas almohades y empobrecían a su gente. Conociendo la historia de otros imperios anteriores como el romano, que había sucumbido por las mismas causas (la incapacidad para apaciguar y controlar tan extensos dominios) ¿Qué le lleva a un hombre a querer triunfar con el mismo método y las mismas herramientas allí donde otros fracasaron?
SB: La
convicción de que ejecuta una misión impuesta por un ente superior e infalible
y, por lo tanto, destinada al triunfo. Curiosamente, y a pesar de nuestra
capacidad para conservar la memoria histórica, adolecemos de una enorme
tendencia a abandonar la reflexión, prestar oídos a salvapatrias y dar rienda
suelta a emociones primarias. Así, cometemos los mismos errores generación tras
generación. Y si algún iluminado nos convence de que nuestro dios ha de
prevalecer sobre los otros, de que nuestra nación es diferente y mejor o de que
nuestra raza es superior, tenderemos a recrearnos en la sublime belleza de
nuestro ombligo y caeremos en la vieja trampa. Los griegos tenían razón: todo
este rollo es cíclico.
EGT: La religión juega un papel fundamental en la historia y, por consiguiente, en su novela. En Al-Ándalus, antes de la llegada de los almohades, los árabes que allí vivían practicaban un islam más permisivo, más abierto, fruto, quizá, del intercambio cultural que se produjo tras su invasión de la península ibérica. Leían y traducían textos grecolatinos, admiraban el arte, permitían el vino.... Una manera de vivir conforme a una fe mucho más tolerante que lo que vino después por imposición de la espada. ¿Qué motivó su caída?
SB: Los
andalusíes eran militarmente ineptos, no me cabe duda. A lo largo de la
Reconquista, esa ineptitud fue siempre la principal causa de sus muchas caídas.
El califato de Córdoba cayó por la abundancia de mercenarios bereberes que
llegaron para suplir el inexistente ardor guerrero de los hispano-musulmanes.
Las primeras, segundas y terceras taifas sucumbieron a la superioridad militar
de, respectivamente, almorávides, almohades y reinos cristianos. Y el reino
nazarí de Granada también se vio superado por la potencia de una España que ya
apuntaba tercios. ¿Es posible que el laxo concepto andalusí de yihad tuviera algo que ver con esta
debilidad? Tal vez. Lo que está claro es que los andalusíes no concebían la
guerra santa al estilo almohade o, para entendernos, al estilo del actual
Daesh.
EGT: Al mismo tiempo, la presión de Roma consiguió la unión de los reinos peninsulares no tanto como un modo de apaciguar sus disputas, sino como el único método posible para combatir al infiel dado que en Tierra Santa la amenaza árabe era cada vez mayor. Creonte, rey de Tebas en la tragedia de Sófocles adaptada por Miguel del Arco, dice “Nómbrame una guerra que no haya sido patrocinada por un dios”. ¿Es la religión la madre de todos los grandes conflictos entre reinos o imperios?
SB: Pues lo
cierto es que, tras analizar la historia, se da uno cuenta de que la religión es,
junto con el nacionalismo, el principal motor de las guerras. Incluso cuando el
motivo latente (el dinero) sea asumido por la parte espabilada de la población,
el resto (la carne de cañón) se lanza al ataque convencido de que Dios está de
su parte o de que su país merece triunfar. Es decir: el legionario que pelea
contra los cartagineses en la Segunda Guerra Púnica, ¿sabe que lucha por la
prevalencia comercial romana en el Mediterráneo o lo hace porque Roma ha de ser
Victrix?
EGT: Uno mira el telediario y poco después se zambulle en su novela, y tiene la sensación de que existen muchas cosas que no han cambiado en absoluto. Más bien al contrario. Existe un pasaje en El ejército de Dios que recrea la destrucción, en antigua y bellísima ciudad andalusí de Medina Azahara, de una estatua femenina que recrea a la madre de Jesús por parte del odio fanático de los almohades a cuyos ojos, nada que no sea lo impuesto por su interpretación del Corán debe tener cabida en el nuevo mundo que pretenden construir. Siniestramente similar a lo ocurrido hace unos meses con las estatuas asirias del Museo de Ninawa, en la ciudad de Mosul, o la ciudad de Palmira. ¿Por qué las religiones desprecian toda manifestación contraria a lo que ellas consideran como lo verdadero?
SB: Creo que se
imponen dos matizaciones:
La primera
va referida a esa estatua de Medina Azahara. Una tradición posterior es la que
la identifica con una Virgen María, pero en realidad no sabemos qué
representaba más allá de una mujer. Lo duro de esto es que cualquier imagen
antropomorfa está prohibida en el islam actual, como lo estaba para los
almohades. Y lo más duro todavía es que esta prohibición no se encuentra en el
Corán, sino en la interpretación que ciertos musulmanes hicieron tras la muerte
de Mahoma.
La segunda
es que, salvas las excepciones, un determinado credo no desprecia per se a cualquier otro. Incluso el
Corán se modera cuando se trata de respetar las demás religiones monoteístas
—las «del Libro»—.
Conclusión
que se extrae de estas dos reflexiones: las religiones no son necesariamente
malas ni intolerantes. Lo son quienes las interpretan de forma falaz o grosera.
EGT: ¿De qué manera se frena a los hombres que dominan y gobiernan miles de almas cuando reciben en sueños visitas de ángeles anunciándoles que deben ser los encargados de extender su Fe verdadera por todo el mundo?
SB: Lo
aconsejable parece ser la lectura de otros libros, no solo del texto sagrado de
turno. Ya nos apuntó Platón que la ignorancia es la fuente de la maldad; y
limitar los conocimientos a una sola fuente, sobre todo si es tan rígida como
la palabra divina, está a medio paso de la ignorancia supina. Creo que es algo
similar a lo que decía Unamuno sobre que el nacionalismo se cura viajando.
EGT: En su novela hace un retrato fiel de la época, y muestra la doble moral que ha existido siempre respecto al sexo, al matrimonio, la homosexualidad… Reyes que desprecian a sus esposas, barraganas con intereses más altos que unas cuantas monedas o unos preciados vestidos, sotanas que sucumben a la tentación de Eva, mujeres de nobles muertos que apaciguan su viudedad en las sombras de los conventos… ¿A medida que se estrangula la libertad sexual del hombre, mayor es la respuesta velada de dar rienda a esa libertad cautiva? Islam y cristianismo fueron igualmente duros en la represión de todos aquellos que no guardasen las formas, y sin embargo…
SB: Está claro
que hay instintos imposibles de refrenar. El sexo es inherente a la condición
humana y todo intento de reprimirlo está condenado al fracaso. Y si esa
represión triunfara, el resultado sería, aparte de aburrido, aberrante. No
obstante, es cierto que el sexo se presta mucho a los tabúes de todo tipo,
también a los históricos y literarios. De hecho, el erotismo es un ingrediente
por lo general poco valorado en la narrativa, y tal vez tenga eso algo que ver
con esa doble moral. El sexo es un indicador importante del tipo de sociedad en
la que uno vive y, también, una fuente de contradicciones. A nuestro alrededor
podemos ver mujeres obligadas a ocultar su hermosura por imposición divina
mientras que el porno protagoniza nuestras sesiones en Internet.
EGT: Existe un personaje, Urraca López de Haro que, a pesar de su condición de mujer, tiene una influencia muy importante en los acontecimientos que se van sucediendo en la novela. Estamos acostumbrados a escuchar que el papel de la mujer fue prácticamente testimonial a lo largo de la historia, pero este personaje demuestra que ellas también sabían jugar las bazas de las que disponían para conseguir sus objetivos. ¿Se trata de una excepción o es una licencia que se ha tomado para colorear la novela?
SB: Todos los
personajes de una novela, incluso los históricos —por supuesto, también los
masculinos—, están tamizados por la ficción. Dicho esto, Urraca López de Haro
fue una de las nobles más influyentes de nuestra historia medieval. Y
precisamente ahí, en nuestra historia medieval, contamos con otros ejemplos
femeninos que representan excepciones a esa regla teórica de la mujer como
personaje secundario. Sin salirnos de las lindes de este proyecto literario
tenemos, por ejemplo, a Leonor de Aquitania. O a su hija Leonor Plantagenet,
reina de Castilla. O a la hija de esta, Berenguela. Incluso en el lado
musulmán, la esposa del rey Lobo fue una baza política importante, igual que lo
fueron sus hijas. Esto en cuanto a lo documentado. Fuera de las crónicas, todo
el monte es orégano y materia para novelar.
EGT: Hay quien piensa que las novelas que contienen varias tramas que transcurren en paralelo despistan a muchos lectores, que quizá es mejor simplificar la estructura para facilitar su comprensión. Sin embargo, se le ve a usted muy cómodo desarrollando novelas alejadas de lecturas que no le exijan al lector cierta concentración; como si les lanzase un pequeño reto a sus lectores. ¿Hasta qué punto enriquece tal variedad y cantidad de personajes una novela? ¿Cree que le puede restar lectores hacer uso de múltiples tramas?
SB: Mi
experiencia me dice que algunos lectores se atemorizan ante el tamaño de
ciertas novelas, no ante su complejidad dramática. De hecho, es mucho más
peligroso ceñirse a una sola línea argumental y superpoblarla de secundarios y
subtramas, algo inevitable si hubiera querido tratar este mismo tema en una
novela al uso. Además, las novelas con trama única son arriesgadas en cierto
modo: si el lector no empatiza con el protagonista, podemos hablar casi
directamente de fracaso. Con las tramas paralelas y la consecuente
multiplicación de protagonistas, este peligro se minimiza. Por poner un ejemplo
ampliamente conocido: yo me aburría soberanamente al leer las partes de John
Nieve en la saga de George R. Martín, pero disfrutaba a dolor cuando entraba en
escena Tyrion Lannister.
EGT: Al hilo de la anterior… Hace unas semanas pude escuchar con atención a una escritora hablar de su última novela sobre este asunto. Recuerdo que decía que, inicialmente, ella había configurado la novela de un modo concreto, enredando varias tramas entre sí que se iban liberando a medida que avanzaba la historia. La presentó a varias editoriales y ninguna la tuvo en cuenta. Sin embargo, tras recibir el consejo de una editora, que le dijo que debía aligerar la trama y entregar un producto más sencillo, la autora varió la idea original y hoy tiene su flamante novela publicada con un sello importante. Si usted advirtiese que su próxima novela tiene dificultades para abrirse paso y le plantean variarla y simplificarla a costa de su idea de partida ¿qué pesaría más en su decisión: concepto o fin?
SB: Ahora
mismo, con la tercera parte de la trilogía temática en marcha, está claro que
las tramas paralelas se imponen, más que nada porque las dos anteriores han
funcionado según este mismo concepto. Tengo claro que la novela se publicará
así, entre otras cosas porque, afortunadamente, yo cuento con el respaldo de mi
editora. Eso no quiere decir que no vuelva a escribir en el futuro con tramas
simples, todo dependerá de que lo exija la historia. La verdad es que
aligerarla o «facilitarla» puede ser aconsejable según qué perfil lector se busque o
qué habilidad resolutiva tenga el autor, pero esto vale también para las
novelas con trama única. Por lo demás, no existen fórmulas infalibles en el
mundo editorial. Ni en ningún otro campo artístico, creo. ¿No fue Bette Davis
la que rechazó el papel de Escarlata O’hara? Y tengamos en cuenta algo: si
George Lucas hubiera preferido aligerar tramas en lugar de insistir tras el
enésimo rechazo, hoy no existía Star Wars.
EGT: Muchas gracias por atender nuestras preguntas, Sebastián. Esperamos que se haya sentido cómodo respondiéndolas y le emplazamos a tener una nueva entrevista cuando presente la novela que ponga fin a esta trilogía. La esperamos con ganas y le deseamos, hasta entonces, que el viento siga soplando a su favor.
SB: Gracias a
vosotros, tanto por la entrevista como por la labor de difusión cultural que
tanta falta hace. Y ya sabéis que podéis contar conmigo cuando queráis.
Una entrevista de Santiago Navascués
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