…Dormida
bajo los sauces del río que pasa;
bajo el murmullo del viento, la casa
de un poeta de mi ciudad.
Dichosa
la soledad salvaje que goza,
bajo el feliz compás de la hojas
de los álamos,al soplar el viento…
El final del día apuntaba hermoso, tanto, que subir por las empedradas e empinadas calles de la ciudad, merecía la pena. El cielo empezaba a tornarse anaranjado, tapizando las nubes para recibir el ocaso del sol; al llegar a la calle Canónigos, el calor ya había remitido por completo, y asomarse al rio Huécar, con el imponente y vertiginoso Puente de San Pablo a la izquierda, uniendo ambos lados del río, era como estar frente a un cuadro paisajístico. Emocionante.
Don Federico nos dijo que esta sin duda era su parte favorita de la ciudad, Cuenca se veía ancestral, imponente e imperecedera desde allí. Me pareció muy hermoso. Me di la vuelta y miré hacia arriba, detrás nuestra estaban bellas, altivas y voladas, Las Casas Colgadas. Verlas ahí tan majestuosas, espectadoras silenciosas del ir y venir de las gentes y los tiempos, imponía y mucho; cada vez que vengo a esta Ciudad y las miro, descubro cosas nuevas en ellas, ya sea un imperceptible cambio en la madera de los balcones, ya sea el blanco de las paredes o su propia voz de siglos, que nos susurra palabras escritas en su alma de piedra. Compartía la admiración de nuestro boticario por esta ciudad, y en concreto, por esta historia viva y colgante.
El Museo de Arte Abstracto parecía estar agazapado tras unas pequeñas puertas, que a los pies de las Casas, aún parecían más pequeñas; era como si el propio Museo, en su modestia, no quisiera quitar importancia, historia y belleza a las colgantes casas ¡Si, estamos aquí, somos un gran museo, pero no nos gusta alardear de grandeza y belleza en una ciudad en la que todo es grande y hermoso! somos uno más –parecía decir. Y no necesitaba gritar a los cuatro vientos que se trataba de una joya del arte abstracto.
Nada más entrar nos dimos cuenta de su esplendidez, Chillida nos recibía casi en las mismas puertas, mostrándose robusto y sencillo con su Abesti Gógora IV en el centro de la blanca primera sala. Magnífico. Su clara madera de chopo resaltaba y acentuaba más todavía una obra de Torner en oscura chapa y otra de hierro negro de Sempere. Gris Oscuro y Latidos para darnos la bienvenida. A todo anfitrión le gusta estar rodeado de amigos, y Eduardo, Gustavo y Eusebio nos abrieron sus brazos y nos señalaron el camino a seguir desde ese punto; la casa estaba llena de grandes amigos, y nos invitaron a saludarles.
Don Federico nos comentaba que comprender estas obras, era como adentrarse en la mente del artista, imposible; como una poesía de amor escrita en un momento de desamor, no se puede comprender si antes no has sentido lo que es tener un gran amor y perderlo después, el lector se quedaría siempre con lo que la poesía despierta en él, no con lo que despertó en su autor. Mirad y admirar. Comprender es inútil si antes no sientes. Y tenía toda la razón, al menos para mí. Nunca he entendido el arte abstracto, solo lo admiro y descargo en él mis sueños, teorías y porqué no, falacias de mi imaginación dirigidas a mi razón. Y me gustaba así, sintiéndome parte de ellas y su significado, aunque estuviera alejado del que le dio su autor. Es la Magia de la Abstracción.
En la primera planta nos encontramos con la claridad gris de la arpillera de Millares y la verde madera de Lucio Muñoz, dos nuevos amigos que comparten sala y sonrisas, pues ambas obras parecen mirarse de reojo y reírse entre dientes cuando nos ven frente a ellas y sin saber que decir. Dos muchachos muy risueños, sin duda. Me gustaban los invitados que íbamos conociendo, nos hacían sentirnos cómodos sin hacernos perder el poder de asombro que despertaban cada uno de ellos en nosotros.
Llegamos a una nueva sala y encontramos nuevos amigos. Son grandes, prácticamente majestuosos, ocupan cada uno de ellos una pared entera; Tàpies, Canogar y Palazuelo ni siquiera se dieron cuenta de que estábamos allí. Frente a ellos, las cortinas corridas de la sala que dejaban ver uno de los balcones de las Casas y el fondo rocoso, les mantenían ausentes y absortos en sus pensamientos de polvo de mármol y óleo. Nos quedamos un rato en silencio, sentados en un gran banco de madera, mirándoles a los ojos a cada uno de ellos pero sin ofender ni molestar, tan solo demostrarles nuestro respeto. Nos fuimos sin hacer ruido, ellos ni se inmutaron.
En la siguiente sala, el rojo sangre de Juan Guerrero nos sorprendió en una blanquísima sala, en la cual, Chirino nos traía un silencioso Viento, Y Mompó nos deslumbró con su clara Procesión en Cuenca. No se puede negar que la reunión de amigos en la Casa era notable y bien avenida, como debe ser; mirase donde mirase una, había una sala que servía de reunión para los artistas, nada multitudinario, cada reunión se desarrollaba en petit comité, para disfrutar más y mejor de cada uno de ellos. Y esa blancura de las paredes que nos miraban con los oscuros ojos rectangulares que se abrían, más que colgar de ellas.
Entre tanta blancura nos dejó perplejos la Sala Negra, una sala totalmente oscura de paredes negras, con la única iluminación de los cuatro cuadros que parecían emerger de ellas. Era realmente sorprendente y mi compañero de viaje y yo quedamos prendados de ella, por su sobriedad, su elegancia y ese cierto desconcierto que emanaba tanto de la sala como de las obras. Y avanzábamos poco a poco, o dábamos vueltas sobre nosotros mismos, que era difícil
de saber entre tantas salas y algún que otro recoveco, como el recibidor de una casa que nos saluda al entrar y nos dice hasta pronto al salir.
Manrique se nos mostraba junto a unas ventanas, rocas al fondo y roca volcánica en el cuadro, materia imperecedera, la naturaleza hecha Arte. Madera y tabla en las manos de Farrera y Lucio Muñoz. Materia y más materia, tierra, acero, hierro, madera, bronce, arpillera, mármol…artistas que transforman la naturaleza en arte y los elementos en objetos, Cristos artísticos que transforman el agua en vino. Saura, Palazuelo, Oteiza, Gabino, Feito, Cuixar y Rubio Camín, Pijuán, Basterrechea, Viola ¿Cuántos amigos pueden caber en un salón? tantos como artistas abstractos caben en un solo museo. Enumerarlos sería imposible porque sus obras te acompañarán sala tras sala, clavándose en tu retina y marchando contigo doquiera que vayas.
Cuenca es Arte. Y es Arte porque Cuenca lo muestra tal y como son uno y otro, Imperfectos, pero bellos. Y nosotros los admiramos por lo que nos hacen sentir, no por lo que fueron creados, a no ser que su creación fuera esta exclusivamente, que no entendiéramos nada pero que sintiéramos todo.
Sería imposible elegir a un autor o una obra, salir de la Fundación y decir: el mejor de todos ha sido…¡Que engaño sería ese para nosotros mismos, y para quien nos escuchara! lo Abstracto se embellece a través de los ojos que lo miran, y hay tantas interpretaciones como ojos mirando. Pero mi compañero de viaje y yo llegamos a la misma conclusión –no así Don Federico, que no se pronunció al respecto, tan solo nos dijo, que un artista lo es porque así se siente, no porque así lo califican los demás− Zóbel, creaba un mundo onírico con sus cuadros de claros colores y algún matiz en negro.
La obra de Zóbel me ha recordado siempre a mariposas batiendo alas. Alas que dibujan colores, que crean estelas, que surcan estrellas, que pintan soplos de aire. A mí, Zóbel, siempre me ha hecho sentir viva. Y la mayor parte de las veces, no sé lo que me ha querido decir de verdad. Ignorante que será una. Pero amante del Arte tal cual, sin tapujos ni aspavientos. Arte sin más. La Piedra del Caballo, parecía tan vacía al verla…pero si la grababas en tu mente y cerrabas los ojos, podías ver el caballo emergiendo del agua, y una piedra flotando en la misma. Y puede que a Don Fernando no le hubiera gustado esta impresión mía, pero su obra, la que habla por él, ahora habla en mí, en mi compañero, en nuestro guía, en quienes la miraron un día y la mirarán mañana, está abierta como lo están las mentes que ven en lo abstracto, lo Concreto.
No podíamos elegir, y ya lo habíamos hecho. Nos quedábamos con la espiral de sueños de un batir de alas, de unas mariposas inexistentes.
Don Federico, recordando la obra de Millares, Artefactos para la Paz, solo nos dijo:
− En mi vieja casona conquense hubo siempre, hasta que el ventarrón de la guerra se lo llevó por delante, un salón de respeto.
Y calló él y seguimos mudos nosotros. Respeto. Sobre todo respeto.
Estábamos a punto de abandonar el museo, el día había sido extraordinario, las experiencias incontables y el camino de vuelta largo, cuando vimos una entrada sin puerta, que parecía llamarnos a gritos para subir sus escaleras. Como si se tratara de un lugar diferente, estos dos viajeros y su peculiar guía se encontraron fuera de todo concepto abstracto y se toparon con lo puramente evidente.
Habíamos retrocedido quinientos años hacia atrás en el tiempo. ¿Dónde estaban ahora las arpilleras de Millares, o la robustez en madera de Tàpies, dónde las alas de mariposas de Zóbel? estábamos en pleno siglo XV, Las Casas Colgadas no son un museo, sino un hogar, y este en concreto era, fue, el de González de Cañamares, donde poco queda ya de los elementos originales, pero estos vestigios de Renacimiento, son tan bellos o más, como se debieron mostrar en sus días. Puede que sea así por ese afán que tenemos de saber del pasado con los ojos del presente, y aún mirando con estos últimos, transportarnos al ayer con tan solo mirar un resto de lo que un día fue.
Don Federico, conquense de pro, nos recordó que no fue hasta casi mediados del siglo XX, cuando estas casas pasaron a llamarse así, Colgadas. Antes, solo eran eso, casas ¿A quién le importaba si colgaban o no? tal vez fuera tan natural que nadie se preocupó de denominarlas de ninguna manera.
A medio camino entre el siglo XV y el XXI, una joven Geraldine Chaplin nos decía adiós desde una gran fotografía en blanco y negro. No existía el tiempo en el Museo, no existe el Tiempo cuando se trata de Arte.
Y con el corazón henchido de emoción, estos dos simpares viajeros, al caer la noche, dijeron adiós a la ciudad única por excelencia. Cuenca, mi casa de siempre, pero ahora, más hogar que nunca. Pero no había ni rastro de nuestro guía. No hubo un adiós, ni un abrazo, no hubo gracias ni “denadas”, igual que lo encontramos a la mañana, igualmente se fue.
Nos miramos Santiago y yo de manera cómplice ¿Qué importaba retrasar un poco más la vuelta a casa? no nos iríamos sin decirle hasta siempre a Don Federico. Y nos encaminamos hacia el solar de la antigua iglesia de San Pantaleón. Don Federico estaba allí sentado, con las piernas cruzadas, sobre su rodilla su inseparable cuaderno, y su mirada…fija en la lontananza. Nos acercamos hasta él, no pude evitar acariciar levemente las ondas de su pelo, y dándole las gracias por todo, nos despedimos de nuestro boticario. Poeta, guionista y artista. Un amante de Cuenca y de las letras hechas poesía.
Hasta siempre Don Federico. Gracias. Volvíamos a casa. Aunque estuvimos todo el día en ella.
© NAVASCUÉS |
CANCIÓN PARA UN POETA
¿Por qué has hecho sonar hoy las campanas?
¿Por qué has abandonado las callejas que te vieron
pasar día tras día?
¿Por qué te has ido, amigo Federico?
¿Por qué se queda Cuenca sin poeta?
Dormida
bajo los sauces del río que pasa;
bajo el murmullo del viento, la casa
de un poeta de mi ciudad.
Dichosa
la soledad salvaje que goza,
bajo el feliz compás de la hojas
de los álamos, al soplar el viento.
Poeta que cantas a mi ciudad, escucha mi voz
y dimesi yo podré, servirte de trovador;
porque en tus poemas tiembla mi voz
y se recrea,
pensando en aquel rincón
de nuestra tierra.
Mañana
escucharé doblar las campanas
y de nuestra ciudad, las ventanas
te darán su adiós de laurel.
Poeta
el viento llevará mi tristeza;
cubriré mi rosal y mi hiedra,
con un sudario de crespón morado.
Poeta que buscas otro lugar sobre las nubes;
descuida que tu rosal jamás se marchitará
y en cada calleja de tu ciudad, en cada piedra
oculto en cada rincón,
habrá un poema, dormido
bajo los sauces del río que pasa;
bajo el murmullo del viento y tu casa,
poeta de mi ciudad.
(“Canción para un poeta” José Luis Perales canta a Federico Muelas, poeta y “otras cosillas”)
©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS
Fotografías: Santiago Navascués Ladrón.
Texto: Yolanda T. Villar
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