lunes, 27 de julio de 2015

EDIPO REY, de Sófocles. XVI FESTIVAL DE TEATRO CLÁSICO DE OLITE


  
¿Qué es el destino? Si hablásemos de un río, sería quizá esa realidad no palpable que empuja el agua de manera enigmática a una búsqueda incesante de una desembocadura en la que hallar sosiego y calma después de un discurrir violento y tortuoso unas veces, suave y acompasado otras; podrá variar el tamaño de las piedra que sorteen, o la anchura de los márgenes que lo limiten, pero siempre, siempre, acabará encontrando su final.
Los hombres, desde que tuvieron conciencia de sí mismos, pronto se plantearon cuál era su lugar en el mundo, qué motivaba su tránsito vital, quién regía sus vidas. Tal fue siempre la necesidad humana de comprender lo que no entendía que se lanzaron a buscar explicaciones en lo que veían, y en lo que no veían. Entonces aparecieron los dioses, los credos, la superstición.
Dispusieron que lo que a ellos les sucedía venía dado por una voluntad superior que recrearon con muy distintas caras. Algunos le otorgaron el nombre de Destino, y, cuando al fin habían encontrado explicación a lo que hasta entonces no la tenía, quisieron escapar de ella para burlarla y ser libres.
 


Tras una semana tormentosa, que había obligado a suspender varias obras de teatro por la incesante lluvia que cayó sobre Olite, el pasado viernes tomaba el pulso a las Joyas de Palacio del Festival de Teatro Clásico con la adaptación de Edipo Rey, de Sófocles.
En esta genial tragedia, asistimos al duelo irracional que un humano, Edipo, emprende frente a su propio destino y, a medida que nos zambullimos en su historia, nos damos cuenta de cuán perdida es la batalla de antemano, aún si quien la emprende llega a ser, incluso, un rey querido y admirado por sus súbditos.
Tras ser diezmada la población de Tebas, la ciudad que gobierna, por la peste, los tebanos acuden con desesperación a su rey en busca de auxilio. Edipo, interesado en conocer los motivos del mal que sufre su ciudad, consulta en el oráculo de Delfos, y la respuesta que encuentra le sume en la desesperación: aquella situación no parará hasta que no se ejecute o se exilie al asesino del anterior rey de Tebas, el difunto Layo.

 
Es con este punto de partida desde donde Edipo emprende la búsqueda de la verdad, pues sabe que únicamente con ella su pueblo se verá libre del mal que pesa sobre ellos. Sin embargo, desconoce que la verdad a veces duele, y a veces, incluso mata. Pregunta a videntes, a pastores, incluso a Creonte, a quien acusa del magnicidio con la intención de adueñarse del trono. Y a medida que se suceden las confesiones, Edipo se irá encontrando con la verdad que duele, que hiere por dentro, esa verdad no esperada, brutal y primitiva; que llega sin esperarla como un torbellino, que convulsa los cuerpos, los zarandea y los quiebra por dentro, desentrañando los vientres y reduciéndolos a la nada.



Javier Sanzol, el director del montaje, ha realizado en esta obra un formidable trabajo con sus actores, y estos lo demuestran con unas interpretaciones verosímiles, dramáticas, mostrando a unos personajes atormentados por los acontecimientos presentes y pasados de los que, por mucho que trataron de huir, nunca pudieron ni pueden ni podrán. A destacar el trabajo de Elena González, quizá el más rotundo de todos por el inabarcable volumen de matices que le da a cada uno de los personajes que interpreta, tan formidable como el coro que aúnan Natalia Hernández y Eva Trancón, de una precisión y una claridad vocal tan cristalina que sólo ellas conocen las horas de ensayo que requiere la perfección.
El rey de Tebas, llevado por su poder, suicidó su nombre por engrandecerlo; Edipo es una suerte de Ícaro que, por tocar el Sol de la verdad, se estreyó contra el suelo tras perder sus alas ante cada certeza abrasadora que colocan demasiado cerca de sus ojos. No es, ni más ni menos, que la constatación de que el destino está escrito, que los dioses, en este caso Apolo, escriben con barroca caligrafía el destino de los hombres y que éstos deben entender los oráculos no como una herramienta para salvarse de su sino, al contrario; deben tomarlo como un modo de asumir su suerte para tratar de ser lo más dignos posible ante el futuro que les espera.
Lo que ha de suceder, sucederá. Lo dijo Virgilio.




COMPAÑÍA
Teatro de la Ciudad/ Teatro de la Abadía

REPARTO
Natalia Hernández, Elena Gonzalez, Eva Trancón, Juan Antonio Lumbreras, Paco Déniz, Pablo Vázquez

Equipo artístico
Dirección y adaptación: Alfredo Sanzol
Música: Fernando Velázquez
Diseño Escenografía: Alejandro Andújar, Eduardo Moreno y Beatriz San Juan
Realización de Vestuario: Ángel Domingo
Diseño de Iluminación: Pedro Yagüe
Diseño de Sonido: Sandra Vicente y Enrique Mingo
Equipo Técnico: Javier Almela (sonido), Francisco Manuel Ruiz (iluminación), Juanma Pérez (maquinaria)
Ayudante de Dirección: Pietro Olivera
Producción: Nadia Corral
Producción Ejecutiva: Elisa Fernández
Ayudante de Producción: Mario Álvarez
Coordinación Técnica: Eduardo Moreno y Pau Fullana
Construcción de Escenografía: Scenik, Cledin, Sfumato, Mekitron
Promoción y Comunicación: elNorte Comunicación y Cultura
Producción: Teatro de la Ciudad en coproducción con Teatro de La Abadía



Redacción y Fotografía:
Santiago Navascués

©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

2 comentarios:

  1. Me encanta esta obra, es una de las piezas teatrales que más me gustan. Unas fotos buenísimas.
    Besis!

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    1. Los clásicos no pasan de moda jamás y siempre se mantienen actuales, la vida no cambia tanto como nos creemos...
      Gracias y un beso!

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