viernes, 27 de junio de 2014

EL GATO TROTERO EN ESTELLA, LA CIUDAD DEL EGA. PRIMERA PARTE



Llegué a la ciudad de Estella acompañando el caminar de un cansado peregrino francés que realizaba el Camino de Santiago. Era una mañana de verano, pero el cierzo que soplaba de los Pirineos mantenía una temperatura agradable. El peregrino no parecía muy ducho en largas caminatas, pero se afanaba en continuar la marcha tarareando una pegadiza canción:
“Por Dios, por la Patria y el Rey…”

Puente Picudo

Era un hombre de mediana edad, ni joven ni viejo. A juzgar por lo cuidado de sus manos podría decirse que se trataba de un hombre alejado de las labores del campo o de cualquier otra actividad que necesitase de la concienzuda participación de las manos.
“…Lucharon nuestros padres…”
El Sol había hecho mella en su piel, tornándola de un color rojizo intenso que presagiaba, tanto en el cuello como en las entradas más allá de las sienes, allí donde sus dorados cabellos lisos se habían batido en retirada con el paso del tiempo, una más que probable quemazón solar.
“Por Dios, por la Patria y el Rey…”


Fachada Principal del Museo del Carlismo

Dijo llamarse Javier, y venir del interior de Europa. Aseguró que la motivación para hacer el Camino de Santiago estaba vinculada a la sangre de su sangre. A sus antepasados. A su linaje. A su patria. A Dios mismo.
“… Lucharemos nosotros también”
Si he de decir verdad, en ese momento creí que tantas horas caminando bajo el sol le habían pasado factura. Era el momento de alcanzar cuanto antes los muros de Estella y recalar en un albergue de peregrinos en el que recuperar fuerzas.
Alcanzamos la ciudad remontando las aguas del río Ega. Estella se estiraba a lo largo de sus dos márgenes según lo permitía la orografía del terreno. Al comenzar la calle de la Rúa, que recorría la zona más septentrional de la ciudad, encontramos el Hospital de los Peregrinos y allí decidimos hacer noche.

Margen izquierda del Ega, a su paso por la Ciudad


Siempre he sentido curiosidad y admiración hacia los peregrinos, hombres y mujeres empujados por una fuerza interior tan grande que abandonan la tranquilidad de sus casas y sus trabajos para ir en busca de las reliquias de un santo que descansa en una catedral a cientos, miles de kilómetros de distancia. Para un gato como yo la búsqueda de emociones externas nos resulta tan poco atrayente como visitar una perrera con las jaulas abiertas, pero allí estaba yo, dispuesto a desafiar las leyes del comportamiento felino.

Margen derecha, con el monte sobre el que se levantó el Castillo medieval de Zalatambor

Mientras Javier tomaba un reconfortante baño, yo decidí escaparme a recorrer las calles de la ciudad. Tras estirarme sobre el empedrado de la calle de la Rúa, me dirigí hacia el puente Picudo, llamado así por lo apuntado de su construcción y réplica del anterior del siglo XII, que fue reducido a escombros en las guerras carlistas. Encaramado en la parte central del puente pude contemplar un bucólico lienzo en el que los rayos de un sol mortecino iluminan con una luz ocre las crestas y tejados de la vieja ciudad del Ega. Atraído por su hermosura, recorrí la Estella del otro lado del río, y a medida que avanzaba por sus calles (Espoz y Mina hasta la Mayor concretan una arteria de enlace entre los extremos de la U que traza el caprichoso discurrir del río) pude encontrar casas solariegas, palacios, iglesias con gruesa piedra erguidas, comercios mil.


Varios de ellos me llamaron la atención: en la calle Mayor destacaba el edificio que albergaba la Estación de autobuses, y varios palacios; en la plaza de San Martín, salpicada de un arco de árboles, encontré un antiguo palacio que varios transeúntes dijeron que perteneció a los Duques de Granada de Ega (también llamado Palacio de los Reyes de Navarra), y que ahora guardaba en sus entrañas una parte importante de la obra del afamado pintor y escultor Gustavo de Maeztu, uno de los hijos más importantes de la ciudad.
Y frente a este museo, ascendiendo por una empinada escalinata, alcancé la iglesia de San Pedro de la Rúa, iglesia mayor de la ciudad. Pero no sólo la de San Pedro es la única que me sorprendió. Estella está repleta de templos: la del Santo Sepulcro, la de Santa María Jus del Castillo, la de San Juan, la Basílica de Puy y la de Nª Señora de Rocamador, los conventos de clarisas y concepcionistas…Todas ellas son un signo claro de la importancia religiosa adquirida por la ciudad gracias al trazado del Camino de Santiago.


De regreso al Hospital de Peregrinos, atravesando la calle de la Rúa, un último edificio me sorprendió por su sobriedad. Su fachada estaba construida en ladrillo, salvo el marco de las ventanas y la puerta principal, todas ellas de igual medida y proporción, que eran de piedra gris. Era un edificio austero, pero lo impecable del reparto de sus elementos había cautivado mi curiosidad. Traté de alcanzar la ventana del primer piso, pero el cansancio de mis músculos lo impidió. Lo intenté de nuevo, pero el resultado fue idéntico.
-¡Mirad, ese gato pretende colarse en el Palacio del Gobernador!- rieron unos humanos que tomaban unas cervezas en un bar cercano.
Fui alejándome parcialmente derrotado, mirando hacia atrás, buscando algún hueco o una ventana rota. Nada. Cansado tras un largo día, decidí regresar junto a Javier, que seguro guardaba algo de comida para calmar el maullido de mis tripas. Mañana, antes de emprender nuestro camino, volvería a intentar el asalto al Palacio. ¡Buscaré al Gobernador si es preciso!


www.turismotierraestella.com

Redacción y Fotografía:
Santiago Navascués
©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

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