martes, 30 de diciembre de 2014

ÓDIAME Y YO TAMBIÉN TE QUERRÉ de Javier Romero









Yo siempre me he tenido por un Thomas O’Malley, uno de esos gatos callejeros y arrabaleros tan pícaros como entrañables, y no es falta de modestia, entiéndanme por favor; soy como soy, un gato trotero y poco amante de los barrotes y la vida aburrida, y no por eso hago ascos a un buen colchón cerca de una chimenea, digamos que sé estar a la altura de las circunstancias. Si hay que ser un truhán, aquí estoy yo. Si hay que ser señor, a caballero no me gana nadie. Pero ante todo, me gusta ser libre y disfrutar de la vida todo lo que pueda.
Claro que nunca conté con que la rueda del destino girara bruscamente y alterara el status quo de la vida, o en mi caso, de las siete.  ¿Qué es lo peor que le puede pasar a un gato guapetón, pícaro y amante del jazz y las noches de luna llena en un tejado? El amor. Si, ese dichoso gusanito que se te mete en las venas y no para hasta llegar a tu corazón para volverlo loco, y subir y subir y subir hasta tu cerebro y hacerle perder todo entendimiento y razón.

Dichoso amor.

Pero aún hay algo peor para un gato de callejón y portal como yo. Enamorarse de quien no debe. Perder esa poca razón que le queda por un polo opuesto. Y es que hasta un machote como yo que se las sabe todas, cae rendido a los pies, rabo y bigotes de una gatita mimada, consentida y dada al capricho; ¿Qué pueden tener en común un gato arrabalero que persigue ratoncillos y una dama sofisticada que come latas gourmet y duerme entre sedas? ¡Ay amor, amor, dichoso amor! ¿Puedes tú, bribón y juguetón sentimiento unir dos almas opuestas o por el contrario, separarlas por siempre jamás?
¿Alguien puede contestarme a esto? ¿Hay alguien que pueda asegurarme que el Amor triunfa ante todo?  ¿Será este mi perdición?
Javier Romero, tú que todo lo sabes al respecto dime ¿Hay esperanza para mí?...miauuuuuuuuuuu.


ÓDIAME Y YO TAMBIÉN TE QUERRÉ:

Yo no era muy fan de las novelas románticas. Sé que mucha gente dice esto por no reconocer que en el fondo, se leía todas las historias de esta índole habidas y por haber; no me importaría reconocerlo si así fuera, de verdad, lo dice alguien que en su momento se reconoció friki del Señor de los Anillos cuando Peter Jackson ni siquiera había rodado las películas, yo era fan incondicional del libro, desde los 15 años. Y si tiempo después no tuve ningún reparo en decir que no me perdía un capítulo de Dinastía ¿Porqué iba a mentir ahora?

Pero es que es cierto. La culpa creo que la tenía que el género había caído en una monotonía aburridísima, leías una novela y era como leer todas las que había en el mercado, tan predecibles, tan estereotipadas, tan exageradas, con esos protagonistas tan desmedidos en sus sentimientos, en sus reacciones, y no digamos de las localizaciones, las mismas una y otra vez, París, Roma, Venecia…¿Es que no hay amor ni romanticismo en el resto del mundo? ¿No se ponen románticos en una aldea africana o en un suburbio metropolitano de las afueras? Era como si los autores hubieran tirado la toalla y escribieran las mismas historias una y otra vez ¿Si funcionó en el pasado, para qué  cambiarlo? No, no me gustaban esas novelas porque exhalaban pereza, dejadez, falta de interés en investigar nuevos campos, nuevos retos, nuevos personajes y lugares…

Pero entonces llegó una nueva generación de escritores de romanticismo. Puede que al igual que yo, cansados de leer lo mismo una y otra vez y en ese hastío literario, decidieron no dejarse arrastrar como sus predecesores y dar un paso adelante ¿Porqué dejar que muera un género que bien planteado puede llegar a millones de personas? Si, millones. En otros géneros hay que tener cierta predisposición a su lectura, o incluso conocimientos del mismo o te quedas sin entender una sola palabra del libro; pero por el contrario, en el género romántico, bien traído y mejor llevado, tan solo se necesita una buena historia de amor y la curiosidad y la empatía del lector hacen el resto. 
¿A quién no le gusta identificarse con una protagonista que es tan normal como ella, y a pesar de eso, le pasan un sinfín de aventuras y vive una pasión desmedida?  Eso es justamente lo que ha hecho que este género, que empezó a estar denostado en otros tiempos, ahora resurja con fuerza y muchas ganas tanto por parte de autores como lectores: la empatía. Sentirse identificados por lo que leemos y poder soñar con que a ti, a mí, a nosotros también nos puede pasar.

Y entre esos escritores que han arriesgado y dado todo por volver a situar al género romántico dónde se merece, está Javier  Romero. Javier me dejó totalmente convencida con su obra anterior, la cual ya reseñé en su momento, Estaré dónde tú no estés, que comencé a leer un poco cautelosa por lo que podría encontrarme, y acabé enganchadísima  de tal forma que  dejé mi comida a medias porque necesitaba saber ya el final de la historia;  y ahí es dónde me di cuenta de que estaba ante un renacimiento del género romántico. Una gran historia, personajes perfilados, humanos, no maniquíes estereotipados y me dije ¡Este chico va a llegar lejos! y mirad, aquí estoy de nuevo con él y en esta ocasión con su ya segunda novela.
Y si llegué a pensar durante una milésima de segundo que tal vez esta segunda novela podría no estar a la altura de la primera, las dudas se disiparon al acabar el primer capítulo de Ódiame  y yo también te querré, pues ya estaba enganchada y necesitaba saber qué pasaría con Susana, una cabezota y algo “marimacho” sanitaria con un carácter de mil demonios -en ocasiones demasiado vulgar y bastante ruda- , y cómo se cruzaría su camino con el de un adinerado y remilgado empresario francés, Alain. Para que veías a lo que me refiero ¿con tan solo estas frases no se ha despertado ya en vosotros una curiosidad incipiente por saber qué pasará con estos dos, en principio, tan distintos personajes? os digo que sí y pongo mi mano en el fuego por la seguridad de mi afirmación, pues conforme escribo estas líneas en mi ordenador, un aliento en mi nuca y una mirada furtiva están poniendo el interés y los ojos en el texto.

Y tan segura estoy de lo buena que es la novela, que creo que con tan solo unas frases más y sin desvelar demasiado, muchos de vosotros estaréis ya mirando en internet como conseguir el libro. Seguro. Pero dejad eso ahora que no hace falta, ya os lo digo yo al final, ahora prestadme atención que vale la pena. Tres generaciones por parte de cada protagonista, cruzarán sus caminos y sus vidas, se mezclarán entre ellos, por momentos esta mezcla será explosiva cual cóctel molotov, en otros será hasta cruel e injusta, y en la mayoría, una montaña rusa de emociones que nos llenarán y desbordarán de sentimientos hasta el punto de leer levantándonos del sillón una y otra vez, como si viéramos una final entre Madrid-Barça, y eso que no me gusta el fútbol. Entre medias, las situaciones se tornarán enrevesadas, personajes secundarios pondrán al límite a cada uno de los protagonistas, en ocasiones el pasado parecerá volver y no querer irse y en otras el futuro estará tan cerca que parecerá Hoy.


Solo un apunte para el autor ¿No podría asistir Susana a clases de protocolo y buenas costumbres? el personaje sería perfecto si no resultase tan salvaje en ocasiones...¡Hay un momento para cada cosa, querida Susana, modérate un poco! Ups.


Pero lo mejor de todo, y aquí estoy convencidísima de mi afirmación, es el final. No solo sorprendente, que lo es y mucho –preparaos para devorar una paquete de galletas entero por la emoción o una pastilla de chocolate, y en el mejor de los casos, ambas cosas− si no bien ejecutado y valga la redundancia, finalizado. Una de las peores cosas al que ha de enfrentarse un autor es en dar un final apropiado, justo, tanto en su extensión como en su desarrollo y dejar al lector con la sensación de que lo ha vivido junto a los protagonistas en lugar de preguntarse, ¿ya, eso es todo, tanto para esto? Javier Romero, no solo nos presenta una historia perfecta, es que además lo es de principio a fin, y queridos gatroteros, con los panfletos que circulan por ahí en este mundillo ¿Estaremos ante una generación literaria que marcará un hito en la literatura romántica? 



Ódiame y también te querré de Javier Romero. Un nuevo rumbo en la novela romántica.




ÓDIAME Y YO TAMBIÉN TE QUERRÉ

Javier Romero



Editorial Cristal


ISBN: 978-84-15611-15-8







Una reseña de Yolanda T. Villar

©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS




viernes, 26 de diciembre de 2014

MI MAMÁ ME MIMA de Yolanda T. Villar









"Despierta de caricias, 
aún siento por mi cuerpo corriéndome tu abrazo. 
Estremecido y tenue sigo andando en tu imagen. 
¡Fue tan hondo de instintos mi sencillo reclamo... 

!De mí se huyeron horas de voluntad robusta, 
y humilde de razones, mi sensación dejaron. 
Yo no supe de edades ni reflexiones yertas. 
¡Yo fui la Vida, amado ! 
La vida que pasaba por el canto del ave 
y la arteria del árbol. 

Otras notas más suaves pude haber descorrido, 
pero mi anhelo fértil no conocía de atajos: 
me agarré a la hora loca, 
y mis hojas silvestres sobre ti se doblaron. 

Me solté a la pureza de un amor sin ropajes 
que cargaba mi vida de lo irreal a lo humano, 
y hube de verme toda en un grito de lágrimas, 
¡en recuerdo de pájaros! 

Yo no supe guardarme de invencibles corrientes 
¡Yo fui la Vida, amado ! 
La vida que en ti mismo descarriaba su rumbo 
para darse a mis brazos".


(Canción desnuda de Julia de Burgos)




Me gusta hacer fichas y poner “gomets” en las imágenes. Cojo una ficha de un bombero y la pongo junto a otra de una manguera, arriba a la derecha pongo un “gomet” con la letra B de bombero. Es divertido. Pasaría horas así en el aula.
Aunque a veces, me parece más divertido unir la ficha del bombero con la ambulancia, y pongo la letra M de médico al otro lado, la verdad me da igual  si va a la izquierda o la derecha, no se cual es cual, aun que a veces acierto y la Seño me da un aplauso y un positivo, que apuntamos en una hoja donde pone mi nombre: Paula Martín Lapeña, yo no sé leerlo bien aún, pero sé que lo pone porque mi foto está al lado. Llevo mi vestido azul, el que lleva una mariposa en el hombro y volantes en el cuello, es un vestido muy bonito y mi madre me lo pone cuando vamos de visita, o cuando alguien viene a visitarnos a nosotras. Bueno, me lo pone siempre que tengo que estar más guapa de lo normal, y es que yo soy muy guapa, pero con mi vestido azul y una horquilla en forma de flor, aún se puede estar más bonita.

A mi es que todos me dicen que soy muy guapa, aquí en este cole me lo dice todo el mundo; todos los días viene una señora que yo no sé quien es, pero que ella si me conoce a mí y le caigo fenomenal, me dice que estoy guapísima, que mi pelo es chulísimo y si le doy un beso, me da un pastel; lo que pasa es que las cuidadores del comedor no me dejan comérmelo hasta la merienda, porque si no se me quita el hambre y las lentejas se las come su tía la del pueblo, que aunque yo tampoco la conozco, es una señora que si tú no te comes algo, va ella y se lo come. Pero es una mujer muy lista, no solo se come lo que tú no quieres, sino que si no quieres colorear en tu cuaderno la Seño dice, ¿y quién lo va a pintar, mi tía la del pueblo? Y yo digo, ¡pues vale, si a la tía le gusta pintar, pues que lo haga ella!

Es que las tías del pueblo saben hacer de todo, yo tengo una tía que le das hilo y ella hace un suéter, y del color que quieras ¡Y lleva mangas y todo, y a veces algún lazo! Mi tía del pueblo, que no recuerdo como se llama, es más lista aún que la tía de la Seño, que solo sabe colorear y comer lentejas.
 A ver si viene ya mi madre…y así nos vamos al parque a jugar con mi muñeca ¡Ojalá venga pronto! al menos antes de que lleguen dos pesados que no me dejan en paz, me siguen a todas partes y solo quieren besarme y que les cuente cosas ¡pero si yo no los conozco! Son realmente pesados ¡repesadísimos! Que se busquen un hijo propio y a mí que me dejen tranquila con mi madre ¡son horrorosos!.Seguro que cuando mi madre y yo nos vayamos al parque, nos siguen, se sientan a nuestro lado e intentan quitarme mi muñeca ¡Qué personas tan horribles! Hoy nos esconderemos detrás del jardín y que se vayan a molestar a otros ¡hombre ya!.

Vaya, ahora la Seño se empeña en que leamos la cartilla, y yo quiero jugar con la granja de animales y sonidos. 

La M con la I…Mi.
La M con la a…Ma.
Mi mamá me mima ¡Ya me he cansado, me quiero ir al parque  y que venga mi mamá y la señora que me trae el pastel ¡Ay que vengan pronto o vendrán esos dos pesados y nos fastidiarán otra vez! ¡Bien, ya viene mi madre! ¡mamá, mamá, vamos al parque, vamos al parque! ¡Venga, date prisa! ¡ Ya están aquí los dos pesados y se sientan a nuestro lado! Pues no los miro, a ver si se aburren y se van. ¡Lalalaaaaaa, juego con mi muñecaaaaa, lalalaaaaaaaaa….!

   -¡Pero qué guapa estás esta mañana! Dame un beso Paula, mira, te traigo un pastelito ¿Me das un beso? Si no me das un beso no hay pastel, ¿me lo das? ¡Esta es mi Paula! Y dime, ¿sabes quién soy? ¿te acuerdas de mí? ¡No lo sabe! Paula no se acuerda, ¿a que no lo sabes? –le preguntaba Inés, su hermana- anda, dame un beso que hoy te has levantado con el pie izquierdo.

   -Hoy tía, está de mal humor –dijo Maica- me ha dicho la monitora que no ha querido hacer fichas ni leer la cartilla. Mamá, ¿porqué no has querido hacer lo que te dice la monitora? ¿Me oyes mamá? No te hagas la tonta que se que me entiendes…¿Por qué  hoy no has querido hacer las tareas? No mamá, tú eres mi madre, yo no soy la tuya…no, tú eres mi madre, soy tu hija ¡no, tú, tú, tú! Jajaja….ya ves tía, ahora me llama mamá, ya no nos conoce a nadie, al menos casi nunca lo hace, y a mí se me cae el alma a los pies cuando la veo así tía, se me hace un nudo en la garganta y me vengo abajo. Y mira, a mis hermanos ni les conoce, los rehuye y todo, si hasta se enfada cuando los ve venir. ¡Ay dios mío, tía, no sabe nadie lo que estamos pasando! Y menos mal que aquí está muy bien atendida y la tratan de maravilla, que tenemos todos un come-come. ¿Tú crees que en algún momento es consciente de donde está o de quien es, tía? Pienso que es feliz a su manera pero, ¿se puede ser feliz sin saber quién eres, ni quiénes son los demás? ¿Qué es lo que la mantiene viva? ¿Qué?
¡Ay mamá, que te quiero mucho!

   -La señora me ha traído un pastel y mi mamá me ayuda a vestir a mi muñeca, los pesados me quieren besar y tocar y yo tengo que leer la cartilla todavía…Mi hermana se llama, Ines…Mis hijos se llaman Carmen, Angeles y, y , y…¡Antonio! Y yo me llamo Paula Martín Lapeña, ¿pero y mi pastel? ¿Dónde está mi pastel? ¡Quiero mi pastel! Tengo que leer la cartilla…la M con la I, Mi…la M con la a, Ma…


¡MI MAMÁ ME MIMA! 







 Para mi Tia Petra, aunque su memoria se perdió en los recovecos de su alma, yo no la podré olvidar nunca, pues la quiero con todo mi corazón.








Yolanda T. Villar

©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

miércoles, 24 de diciembre de 2014

LA ABUELA Y LA ESTRELLA de Bárbara Fernández Esteban. Ilustraciones de Ana Belén Rodríguez Ros





“Érase que se era, que es y que será, una abuelita sandunguera y farandulera, que gustaba, gusta y gustará de tocar el violín y así a las estrellas y constelaciones hacer sonreír. Pero un mal día, el violín de la abuelita dejó de sonar y por más que ambos buscaban entre sus cuerdas, su puente y su diapasón ¡no salía ni un sonido y es más, solo había silencio y desazón!
Marchó en Nochebuena la abuela en busca de su música perdida ¡No lloréis niños, no os entristezcáis estrellas, que una solución habrá o de lo contrario la abuelita, para alegraros la vida hasta palmas tocará!
Pero lo que la búsqueda deparó a la abuela, lo que encontró en su trotar, aquí no os lo puedo contar, con paciencia y muchas ganas el cuento de La abuela y la estrella deberéis decirle a vuestra abuela que os lo ha de contar, pues nadie mejor que ella para hacer que esta historia, nunca deje de ser verdad…

Nos deleita Bárbara Fernández Esteban con este delicioso cuento sobre la navidad, la ilusión, la esperanza y el amor, cuento que escribió para sus nietos y que ahora ellos nos regalan para disfrute de todos ¡Quien pudiera tener una abuela que no solo te cuenta cuentos si no que los escribe para ti! y es que las superabuelas, no son solo cosa de las cuentos y la fantasía, cerca nuestro, día a día, nuestras abuelas nos entregan su cariño, su corazón y su sabiduría ¿qué haríamos sin ellas?
Ana Belén Rodríguez Ros embellece lo bello con sus bonitas ilustraciones, poniendo rostro y sonrisa a la abuela que perdió la música y la encontró en ¡chissssst, que no se puede aún desvelar!
 Que nunca se nos olvide esa entrega y que jamás ellas, y nuestros abuelos, se olviden de quienes fueron y de cuanto les queremos. El Alzheimer nos afecta a todos, cuando quienes queremos no recuerdan que ellos también nos quisieron a nosotros, todos perdemos la parte más importante de la memoria, la que se guarda en el corazón; si ellos no la encuentran más, seamos nosotros quienes la conservemos muy dentro por ellos.

¡¡Feliz Navidad y próspera memoria del corazón!!”








Un recordatorio navideño de Yolanda T. Villar

Porque Yo, también perdí a mi madre y  mis abuelos en los recovecos de la desmemoriada memoria.

En beneficio de l’Associació Familiars d’Alzheimer de Salou

©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS




lunes, 22 de diciembre de 2014

UN DESEO POR NAVIDAD Y TE QUIERO de Loli González Prada






"Mi abuela tenía un delantal al que llamaba mandil,
los trapos de cocina eran una rodilla
y éramos pesados como la gachamiga
cuando mi prima se pasaba de listilla
y yo hacía el zascandil.
¡No jodamos la marrana! nos decía
¡ay abuela qué palabras
a ti también te lavaremos la boca con lejía!
¡si solo un trozo de pan con nocilla
era lo que quería!
Mi abuela me cocinaba pisto con tomate
y cuando de la Era bajaba a comer
si no me daba prisa me decía:
¡Que se lo comen las gallinas, tú estate!
¿Y si se comen el pisto antes de que yo baje,
que comería yo, abuelita?
¡Tocino rancio y las gachas de ayer
bebidas con una pajita,
pues ni pan tendrás pues mojado en agua
se lo comerá la gallina blanquita!
Y mi abuela me ponía un plato "hasta arriba"
de pisto con tomate
y de uvas con migas,
¡No comas tanto "pajarero"
que a este paso te pondrás
cicatero!
Y mi abuela y yo nos sentábamos en el corral,
yo jugaba con el barro
y ella cosía y recosía el morral
que mi abuelo se llevaría al campo.
¡¡¡Era mi abuela mi mejor amiga
y yo, el "tormento" que ella más quería.!!!

(La Abuela Antonia. Yolanda T. Villar)











  Un deseo por Navidad (Microrrelato)

Para está navidad tengo un deseo que espero se haga realidad; quiero que mi abuela deje de repetir que ya no vale nada.
Sus hebras plateadas, los surcos de su rostro, las arrugas de sus manos y su paso lento me cuentan las historias de su vida, porque aunque ya no me haga la tarta de galletas, ni compartamos caminatas, ni subamos al tiempo las escaleras, aunque sólo una vez al mes encuentre fuerzas para hacer su cama, aún puede hacer muchas cosas por mí como abrazarme, besarme, cogerme de las manos para entibiarlas y hacerme sonreír, hasta que mis labios no dan más de sí.




     Te quiero (Haiku)

Me quieres mucho,
sin querer se que olvidas;
yo lo recuerdo.  















 UN DESEO POR NAVIDAD Y TE QUIERO

Loli González Prada

Facebook de la autora







Prólogo de Yolanda T. Villar

©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

(El texto pertenece a su autora, sin su consentimiento no se podrá publicar dicho relato, ya sea entero o por partes, su uso en otros medios deberá incluir además,  su autoría)





viernes, 19 de diciembre de 2014

ARMONÍAS de Àlex Alemany




 (Fotografía de Santiago Navascués Ladrón)




La armonía es un río transitable.
Cada aurora embarcamos
corriente abajo, en ceremonia inédita.
No recordamos nunca
las estaciones en las que paramos
ayer o antes de ayer o antes de siempre.
En el viaje que a diario se repite
en una barca nunca vista.
Y aunque escribamos cotidianamente
las minuciosas obras del trayecto,
mañana la aventura será virgen.

(Armonía, de David E. Galindo)

La noche envuelve la ciudad. Es una noche fría, sumergida entre la niebla, nieblina que resulta de la mezcla de la humedad del ambiente y de los vapores que emergen de todas partes; digo vapores porque el humo de la contaminación y el que se escapa de las calefacciones de los hogares, se une al humo de los fumadores que resguardados del frío y la humedad, fuman dando grandes bocanadas a sus cigarros, como si en cada una de sus exhalaciones  buscaran la solución a sus problemas, incluso yo diría que muchos de ellos miran la roja ceniza prendida y se concentran en ella como el que pide un deseo ¿Será dejar de fumar, o que ese cigarro no acabe nunca?
Y hablo del frío de la noche por todos estos indicios que me voy encontrando en mi camino, pues camino por las calles de mi ciudad sin sentir ese frío que parece que hace a mi alrededor ¿Será un espejismo? ¿Un decorado? todo indica que la noche avanza y el invierno quiere ocupar al fin su trono, demostrando su poder y su magnificencia. Pero o este es más benévolo de lo que él mismo cree o es mi cuerpo el que domina el clima. Raro, si, muy raro ¿Pero qué más da? solo quiero seguir mi camino disfrutando  del mismo hasta que llegue a...¿Dónde iba yo? ¡Vaya! lo he olvidado. Será la niebla…un gato blanquinegro me observa desde el final de la calle. Diría que me viene siguiendo, parece realmente interesado en saber dónde voy ¿Pero para que querría saber un gato a donde dirijo mis pasos? No sentiré frío, pero la cabeza si la estoy perdiendo un poco.
Empiezo a preocuparme ¿Qué hago aquí y hacia dónde me dirijo?
Oigo una música deliciosa y por más que busco no encuentro al músico ni al instrumento, mi cabeza pronto se desenroscará del cuello y saldrá disparada de seguir girándola de un lado a otro en busca de tan bonita melodía; el gato blanquinegro maúlla y atrae mi atención hacia una cristalera iluminada. Dirijo mis pasos hacia allí, aunque bien parece que mis pies supieran antes que mi cabeza hacia dónde íbamos, pues aceleraron el paso y como si conocieran el camino me llevaron hasta la cristalera.
Sin embargo allí no había nadie. Un caballete de pintor y una sábana de seda azul es todo lo que pude ver; pego mi cara al cristal intentando ver algo, pero no consigo ver nada más allá del azul de la ondulada seda que cubre el caballete. Es un azul tan intenso que las ondas de la tela se asemejan a las suaves olas del mar, como pequeños mimos en tu mano cuando en la orilla de una barca dejas que las mismas acaricien el agua, igual que cuando era niña y jugaba a escribir palabras en las ondas del mar para dejar mensajes a las sirenas que vivían en los palacios de coral. Nunca vi a unos ni a otros, pero por si acaso, les dejé miles de mensajes para que supieran que yo había estado allí y dónde podían encontrarme si algún día quisieran buscarme. Solo era una niña.
Y la risa de un niño fue lo que me sacó de mis recuerdos ¡Dichosa seda azul, al igual que el mar intentó  atraparme entre sus rizos azules! La risa infantil cada vez se oía más nítida, y se oían los  pasitos de su dueño  corriendo de un lado para otro. Me acerqué hacia la puerta e intenté abrirla, pero el picaporte tan solo subía y bajaba mostrándome su sonrisa de arabesco pero burlándose de mí al no dejarme entrar.  El violín sonaba dentro y la risa infantil cada vez se oía más cerca; en seguida no fue una risa de niño lo que oí, fueron dos, tres… eran ya varias las risas infantiles que se oían al otro lado de la puerta, eran tan contagiosas que empecé a reír yo también, o es que me reía de mi misma al verme reflejada en el cristal y sentir que estaba perdiendo la cabeza. 
La puerta se abrió a penas unos centímetros, el picaporte pareció adquirir un rictus serio, como un guión de ordenador en lugar del alegre arabesco del principio, asomé la nariz por el hueco de la puerta y dije un tímido: ¿Hay alguien ahí? Silencio. Pregunté de nuevo. Otra vez silencio. En ese momento el gato blanquinegro entró corriendo aprovechando el hueco entre mis piernas y la puerta y dos segundos después se volvieron a oír las risas de los niños; esta vez aprovecharía la indiscreción del gato para cometer la mía propia, si dentro alguien me acusara de intrusa, diría que el minino se ha escapado y solo quería atraparlo. Una excusa perfecta. A no ser que el gato fuera de ellos y entonces si estaría metida en un lío.
Entré y cerré la puerta tras de mí. Tal vez debería haber sido más precavida y dejarla abierta por si tenía que salir corriendo, pero algo en mi interior me empujó a cerrarla como si no quisiera que el resto del mundo supiera lo que había encontrado al otro lado de la puerta. Aunque tampoco nadie encontraría mi cadáver si me pasara algo.


(Imagen galeriapizarro.com)

De perdidos al río. O al mar. Pues enfrente mío vi un maravilloso cuadro al oleo, aunque perfectamente podía ser una ventana frente al mar, un mar azul y blanco que parecía querer volar hacia un cielo rosado. Pero mis ojos me engañaron, era en efecto un precioso cuadro que me recordaba mis atardeceres en el Mediterráneo, cuando de niña jugaba a la orilla del mar con mis primos pequeños, todos de la mano adentrándonos en el misterioso universo salado de Neptuno. Una ola se alzaba en la orilla dejando al descubierto un tesoro escondido, años y años de civilizaciones que surcaron estos mares y llegaron a nuestras playas.
Me adelanté unos pasos cuando a mis espaldas se oyó el revoloteo de unas alas. Me giré tan rápido como pude, algo asustada he de confesar, pues mi admiración por las aves va a la par que mi miedo hacia ellas; miré a mi derecha y para mi asombro descubrí que el revolotear del ave era en realidad el de las páginas de varios libros antiguos, que posados  sobre una tela blanca que parecía levitar, movían sus hojas como si fueran las alas de un pájaro. Y ante mis ojos, las hojas de uno de ellas comenzaron a transformarse en una paloma blanca, y es que sus amarillas y rancias hojas maquilladas por el paso del tiempo, parecían querer permanecer vivas y eternas,  alumbrando desde su más profundo ser a aquella blanca paloma, como diciendo ¡Yo soy las alas del saber, la libertad del conocimiento, la eterna guardiana de las letras que jamás deberían perderse! Y un añejo  olor a libros antiguos y polvo me envolvió por completo.
No salí de mi letargo hasta que me sacaron de él las notas de un violín. De nuevo sonaba esa melodía que me había atraído hasta allí; me volví para descubrir quién era el artífice de aquella música y vi a un grupo de niños jugando y riendo, mojados y con restos de arena en sus cuerpos. No repararon en mi hasta que una niña que jugaba un poco más delante con una caja la cual parecía guardar un gran tesoro, me miró y rió y me tendió su mano. Fue entonces cuando el resto de niños se dio cuenta de mi presencia y se dirigieron hacia mí rodeándome  como si jugasen al corro.




(Imagen galeriapizarro.com)

−¡Hola! dije sonriendo tímidamente a la niña que me miraba atentamente ¡Que caja tan bonita tienes! ¿Es un tesoro?

¡¡Mucho más bonito que eso!! contestó es el Mar.

 Y me mostró su caja llena de agua y espuma, me acerqué hasta ella y metí mi mano en su cajita de mar y sentí como las olas me golpeaban los dedos primero, la mano después, el brazo y si no llego a sacarlo, me hubieran arrastrado entera. Mi brazo olía a sal. Era cierto, aquella niña tenía una caja llena de mar.
Los niños comenzaron a reír de nuevo y a correr por todas partes, la brisa marina revolvió sus cabellos mojados y humedeció los míos. Mis pies estaban cubiertos de fina arena. Y no pude evitar reír con ellos.  Fue tal el alboroto que armamos que despertamos a unas jóvenes que al parecer dormían tranquilas hasta ese momento; una de ellas me miró con ojos somnolientos, llevaba una rosa roja entre sus manos y tan solo cubría su cuerpo una ligera tela de gasa y encaje. Al principio me sentí algo turbada y aparté mi mirada de su desnudez, no quería incomodarla, sin embargo a ella no parecía molestarle, era como si vestir solo su piel fuera innato a ella, tanto, que llegué a pensar que tal vez la que tenía que sentirse incómoda era yo por esconder la mía bajo la ropa. Una paloma voló desde la cenefa junto a su cama y se adentró en el espejo de un aguamanil que vertía agua de mar sobre una palangana; tan tranquilo era este pequeño mar, que hubiera sido necesario que el mismísimo Poseidón me hubiera dicho que no era ese el mar que albergó mis juegos de infancia, mi Mediterráneo, mi vida, para hacerme creer que así era.
La muchacha de la rosa roja se incorporó y dos pétalos de la flor cayeron sobre la sábana azul que cubría su cama, los miró un segundo y luego acarició su rosa para ver que no había sufrido daño alguno, pues no le faltaba ningún pétalo. Seguro que esos dos pétalos caídos no estaban muertos, pensé, seguro que solo duermen esperando una flor que les necesite de nuevo. Y me acordé de cuando mi madre guardaba los pétalos caídos de las rosas dentro un papel de seda, para que duraran eternamente aunque no tuvieran rosa a la que proteger.

Todos, al igual que los pétalos, esperamos nuestro momento de despertar y Ser de nuevo.

Otra joven que portaba un libro entre sus manos, despertó y apretó este contra su pecho desnudo, sonrió y acarició una florecilla amarilla que le servía de marcapáginas, era como si el despertar no le hubiera apartado de los sueños que el pequeño libro le produjo durante su dormir. Ambas chicas, la de la rosa y la del libro, miraron a otras dos jóvenes a las cuales les costaba más despertar. Me acerqué hasta ellas, despacio, sin hacer ruido, casi sin respirar, solo quería comprobar que estaban bien, que su quietud solo se debía a un profundo sueño; una de ellas dormía de espaldas, apoyada sobre un respaldo de olas azules y cielo rosado, la tela roja de su cama dibujaba dobleces de tal manera que si hubiera sido azul en lugar de carmesí, parecería que la muchacha dormía sobre las olas del mar. Tan solo suspiró un momento, abrió los ojos y se giró para mirar al resto de chicas que al igual que bellas durmientes, despertaban de sus siestas.
Y  sentí que la única que soñaba despierta allí era yo.

Una chica que cubría su cuerpo con una delicada gasa rosa despertó al igual que sus compañeras y tampoco pareció sentirse molesta por verme allí, parada, frente a ellas, observándolas; yo diría que tampoco reparó en mí. A lo mejor yo no soñaba con ellas, si no que yo salía en sus sueños. La chica de la gasa rosa se levantó, caminó unos pasos y volvió a tumbarse junto a un violín, que sujeto por delicadas cintas de raso dejaba ver su tripa abierta; dentro dormían los sueños de la joven que sin pensarlo dos veces, se tumbó junto a él y cerró sus ojos de nuevo, no se muy bien si para recuperarlos o para llenar esa tripa de violín con más ensoñaciones.



(Imagen galeriapizarro.com)


Entonces caí en la cuenta. Si el violín estaba roto ¿De dónde provenía la música que no dejaba de oír? ¿De esa panza abierta y unas cuerdas inexistentes?
El gato blanquinegro cruzó de nuevo la habitación para subirse ágilmente hasta una barca, que tan solo tripulada por una enorme mariposa con las alas en llamas, se adentraba en la mar guiada por raíles de tren; ni una ni otro, ni mariposa ni gato, cogieron el equipaje que se quedó abandonado y abierto en la orilla de aquella singular playa. No fue la mariposa quien emprendió el vuelo al sentir sus alas arder, no. Fue el gato el que saltó y trepó por la escalerilla de un Dirigible que partía hacia la luna, la cual se reflejó en sus ojos, Creciente en su pupila izquierda, Decreciente en la derecha.

Las olas mojaron mis pies.


-El velo de una noche fría
aleja más tu corazón del mío,
lo envuelve en una dulce melodía
que va encendiendo sus latidos..

Te enamora suavemente
esa música de ensueño,
en ella te pierdes lentamente
y vas amándola en silencio…

Una susurrante voz, envuelta en una bella melodía sonó tras de mí. Una rubia muchacha, de piel clara y tersa, apenas cubierta por una bata de seda de colores, reposando sobre un sofá cubierto de blanca seda y gasa rosa, acariciaba un violín con los rizos de su cabello; parecía un sueño, pues solo con el roce de su pelo conseguía que el violín sonara y tocara una dulce, dulcísima melodía ¡Era esa, si, esa era la melodía que había escuchado en la calle y que me había atraído hasta allí! era deliciosa, adorable, hechizante, armoniosa, ensoñadora…las notas comenzaron a flotar por la habitación, rodeándome e invitándome a danzar a su son. Los niños volvieron a reír y a bailar cogidos de la mano, las jóvenes durmientes envueltas en sus gasas semi  transparentes se unieron a aquellos infantiles danzarines, ¡hasta los libros comenzaron a mover sus hojas bajo aquella música que nos tenía a todos embrujados!.
Pasamos así unos minutos, o tal vez fueran horas, incluso pudimos estar así días pues ya no recordaba qué había hecho antes de ponerme a bailar aquella deliciosa melodía, rodeada por mis risueños amigos ¿Y que importaba el tiempo transcurrido si podría vivir y soñar eternamente?  Giré y giré sobre mi misma como poseída por una fuerza sobrenatural, no sentía mi cuerpo, no notaba mis pies tocar el suelo, solo oía la música y los latidos de mi corazón.
Una brisa se levantó de golpe, en apenas unos segundos se transformó en niebla, la música apenas se oía y las risas de los niños se iban apagando; una paloma voló hacia un jarrón de flores secas, haciéndolas tambalear al batir sus alas tan cerca. Un reloj parado comenzó a girar sus manecillas sin control alguno y la nieblina se convirtió en niebla espesa. Ya no se oía la música. Ya no había risas de niños. Ni siquiera el gato hizo acto de presencia.
La niebla desapareció de la misma forma que había aparecido. Súbitamente. Y entonces me di cuenta de que estaba  en una Galería de Arte, no había niños, ni jóvenes danzarinas, ni sonidos de violines, solo bellos cuadros que por alguna extraña razón me habían hecho creer que estaba en un sueño. Y fue tan bonito que me dolió despertar. La puerta de la Galería se abrió y un hombre de pelo blanco con destellos dorados y unos ojos tan azules como el mar pintado en aquellos cuadros, entró y asombrado se me quedó mirando.




(Imagen galeriapizarro.com)

¿Qué hace aquí? ¿Cómo ha entrado? me preguntó. No puede estar aquí y menos a estas horas, mujer.

−No se, estaba la puerta abierta y escuché una melodía y vi a unos niños que… 
−balbucée, mientras el hombre me miraba incrédulo.

El hombre de ojos color Mediterráneo, y que dijo llamarse Àlex, me acompañó a la salida y se aseguró que me marchaba haciéndome prometer que me tomaría algo caliente al llegar a casa y me metería en la cama a descansar, y que tal vez debería ir al médico…Si, creo que tal vez hubiera tenido que ir, pero en su lugar me marché a casa sin más y me metí en la cama estando segura que no lo había soñado, aunque pronto el sueño me venció y la melodía y las risas de los niños se fueron con la vigilia.

¡Venga, cada uno a su sitio! y no volváis hacerlo que un día...nos descubrirán a todos dijo el hombre de ojos color mar. Y sonrió cuando cerró con llave la puerta de la Galería.

En el tejado un gato blanquinegro miraba la luna que se reflejaba creciente en uno de sus ojos, decreciente en el otro.

…Bajo el arrullo de un cómplice violín inspirado
hoy enciendo en tu cuerpo mi canto más querido
sintiendo el fuerte rítmo de tu latir enamorado
en magistral sinfonía...¡te amo dulce amor mío!

(Fragmento de El Violín, de Tato Ospina)





(Fotografía de Santiago Navascués)






ÀLEX ALEMANY
ARMONÍAS

Del 28 de Noviembre de 2014 al 3 de Enero de 2015








Galería Pizarro
C/ Pizarro, 8. 46004 Valencia
De martes a sábado, de 11 a 14 horas y de 17.30 a 20.30 horas
Festivos y Lunes cerrado.



(Poema  "La melodía de un violin" de Soñadora Peregrina, Poemas del alma)




Una Locura de Yolanda T. Villar

©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS